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"Mi queridísimo padre hizo muchísimas preguntas sobre ‘la nube’ y tenía razón con marcar distancias entre nubes"
Sin ‘la nube’ estamos en las nubes
Cuando me pidieron que escribiera este artículo acababa de morir mi padre: José Esteban Largo. Nació el 8 de diciembre de 1924 por lo que, de haber vivido unos días más, habríamos podido celebrar su centenario. Era joyero de profesión, un amante de la historia y un lector empedernido al que no se le resistía nada. Cuando cumplió los 88 años su geriatra -un reputado investigador- le pidió permiso para hacerle un test de inteligencia, que corroboró lo que intuíamos todos: que era superdotado. Hasta un día antes de morir utilizó todas las herramientas que le permitía su teléfono de última generación. Navegaba en internet, manejaba hábilmente la banca electrónica, consultaba a Google sus dudas, y nos enviaba fotos a través de WhatsApp cada dos por tres. Aprendió gracias a las lecciones que, en un par de tardes, le dieron mi hermano José Luis -ingeniero de Telecomunicaciones- y sus tres nietos: Ignacio, Itziar y Eva, a quienes consultaba los pasos que tenía que seguir.
Un día se preocupó mucho porque se le estropeó su móvil -que era su contacto con el mundo dada su reducida movilidad- y pensó que había perdido los álbumes de fotos que él fue archivando en el dispositivo con una paciencia infinita. Mi hija Itziar le tranquilizó: “Abuelo no te preocupes, todo lo tienes en la nube”. “¿La nube?, ¿qué es eso de la nube?”, respondió de inmediato. Cuando mi hija le explicó lo que era, él, con esa maravillosa ironía que tanto utilizaba dijo sin más: “Vamos, que esa nube es la que nos asegura que no estamos en las nubes, cuando metemos la pata”.
Mi queridísimo padre hizo muchísimas preguntas sobre la nube y tenía razón con marcar distancias entre nubes.
Ese es un término que se ha vuelto omnipresente en nuestras conversaciones diarias, pero ¿qué es realmente? Parece una especie de bálsamo de fierabrás de la vida moderna, un archivador de tamaño incalculable dentro de internet.
Es evidentemente una infraestructura donde se transmiten y almacenan datos, permitiéndonos acceder a ellos desde cualquier lugar y dispositivo con conexión a internet. Algo que, a los de mi generación y mucho más a la de mi padre, nos ha resultado complicado de entender. Hemos pasado de tener todo en archivadores, de tocar el papel hasta mancharnos las manos, de transcribirse los datos, a que, de repente, todo eso se convierta en un recuerdo casi romántico del pasado.
La famosa nube nos permite guardar nuestros archivos y acceder a ellos en cualquier momento y desde cualquier dispositivo, ya sea un ordenador, una tableta o un smartphone. Esta flexibilidad ha revolucionado la manera en que trabajamos y gestionamos nuestra información. Todo está al alcance de nuestra mano, a golpe de clic.
Esta nueva realidad no es una oportunidad solo para las personas físicas, sino también para las empresas y, de hecho, nuestro país se ha convertido en un enclave ideal para ubicar las infraestructuras en las que se soporta esta nube. Este fenómeno se debe a varios factores, incluyendo la ubicación geográfica estratégica y las políticas favorables para la inversión en tecnología. Sin embargo, el consumo de recursos de estas infraestructuras se está disparando, especialmente con el auge de la inteligencia artificial (IA). La IA requiere una enorme cantidad de datos y potencia de procesamiento, lo que a su vez aumenta la demanda de energía y agua.
Por eso, las empresas de energías renovables juegan un papel crucial en esta gran revolución. La creciente demanda energética ha llevado a un aumento en la inversión en fuentes de energía limpia. Empresas como Iberdrola, por ejemplo, están a la vanguardia de esta transición, desarrollando proyectos de energía solar, eólica e hidroeléctrica para satisfacer las necesidades energéticas de la nube. La integración de energías renovables no solo ayuda a reducir la huella de carbono de estas infraestructuras, sino que también promueve la sostenibilidad a largo plazo y la independencia energética. Además, la colaboración entre las empresas tecnológicas y las de energías renovables está impulsando la innovación y creando nuevas oportunidades de empleo en ambos sectores, aunque parezca todo lo contrario.
La nube permite a las empresas escalar sus operaciones de manera eficiente. En lugar de invertir en hardware y software adicionales, las empresas pueden simplemente aumentar su capacidad en ella según sea necesario. Esto no solo reduce los costos, sino que también permite una mayor agilidad y capacidad de respuesta a las demandas de un mercado que es cada vez más volátil.
Pero, ¿que esté todo en un lugar cuasi imaginario, sin barreras, pone en jaque nuestra seguridad? Aunque puede parecer contradictorio, almacenar datos en la nube puede ser más seguro que mantenerlos en servidores locales. Los proveedores de sus servicios invierten significativamente en medidas de seguridad avanzadas, incluyendo cifrado de datos, autenticación multifactor y monitoreo continuo. Esto ayuda a proteger los datos contra amenazas cibernéticas y garantiza la integridad y confidencialidad de la información.
Esta seguridad de la que hablamos está estrechamente relacionada con la privacidad y la conformidad con las regulaciones. Las empresas deben asegurarse de que sus datos en la nube cumplan con las leyes y normativas aplicables, como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) en Europa. Esto implica implementar políticas y procedimientos adecuados para la gestión de datos, así como trabajar con proveedores de servicios que cumplan con los estándares de seguridad y privacidad.
Sin embargo, su adopción también plantea desafíos. Uno de los principales es la dependencia de la conectividad a internet. Sin una conexión estable y rápida, el acceso a los datos y aplicaciones en la nube puede verse comprometido. Además, la migración a la nube puede ser un proceso complejo y costoso, especialmente para las empresas con infraestructuras heredadas y grandes volúmenes de datos.
Para la generación nacida en los años 50 o 60, adaptarse a esta nueva realidad puede ser un reto significativo. Muchos de nosotros crecimos en una época en la que la tecnología digital no era omnipresente, y la transición a un mundo donde la nube domina puede ser abrumadora. La necesidad de aprender nuevas habilidades y adaptarnos a herramientas digitales puede generar ansiedad y resistencia. Sin embargo, con el apoyo adecuado y la formación continua, nuestra generación puede superar estos desafíos y aprovechar las ventajas que ofrece. Si mi padre centenario descubrió en las nuevas tecnologías digitales una forma de conocer y entender el mundo exterior y estar conectado incluso con sus biznietos Adriana y Bosco de siete y cinco años… ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros?
La nube es una tecnología transformadora que ha llegado para quedarse y ha cambiado la manera en que almacenamos, accedemos y gestionamos nuestros datos. Nos ofrece una serie de beneficios, incluyendo flexibilidad, escalabilidad y seguridad, pero también plantea desafíos que deben ser abordados. A medida que su adopción continúa creciendo, es esencial que las empresas y los usuarios comprendamos tanto sus ventajas como sus limitaciones, y tomemos las medidas necesarias para maximizar su valor y minimizar los riesgos. En resumen: ¡Debemos ”usar la nube para no estar en las nubes”, que diría Don José! ¡Qué ejemplo para todos y qué gran legado nos ha dejado! DEP ese maravilloso hombre: José Esteban Largo, mi padre, que ahora nos protege desde nubes más altas y hermosas.