EN SOCIEDAD

ESTHER ESTEBAN

“Estos cambios estructurales en las familias y los modelos vitales de nuestros jóvenes tienen graves implicaciones en nuestra economía y futuro como país"

Hogar dulce hogar… con sabor amargo

Mientras la mayoría de los españoles tomábamos las uvas para recibir al año nuevo, exactamente a las 0:00 horas del 1 de enero, nacía Kyliam en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, convirtiéndose en el bebé más puntual de los últimos años. Según contaban todos los periódicos nació con un peso de 3,420 kilos y 58 centímetros y es el primer hijo de una pareja del Concello de Gondomar, Fran Barreiro y Jenny Gallego. Prácticamente a la misma hora y de padres también primerizos vino al mundo Carla, una niña Salmantina que peso 2,785 gramos. Los dos se adelantaron por unos minutos a Jacob nacido a las 00.01 en la Seo D’Urgell. Y después de esa hora, nacieron Vera, en Zaragoza y Carmen en Manacor, Paula en A Coruña, Mateo en Barcelona, Erik y Rubén en Madrid, Arabia en Jaén o Laia, hija de Cristina y Joaquin, en Albacete.

Con el arranque del año es una vieja tradición, que se mantiene en el tiempo, saber cuáles serán los nombres preferidos para los bebés. En el caso de los niños son Martin, Mateo, Hugo, Adrián, Pablo, Lucas o Alejandro y en el de las niñas, Carol, Cristina, Lucía, María, Lara, Sofía o Alma. Se llamen como se llamen y hayan nacido en cualquiera de nuestras comunidades autónomas, la mayoría de ellos, si continúa la tendencia demográfica de los últimos años, no llegarán a formar un hogar.

Y no es que con la llegada del nuevo año y el caldeado ambiente político en torno a la amnistía me haya puesto catastrofista. De hecho, si nos fijamos en las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, en los próximos 15 años, el número de hogares en España se incrementaría en 2,7 millones, es decir, unos 182.370 al año. Para hacernos una idea de lo que significa esa cifra, hay que tener en cuenta que entre 2001 y 2011, según el Censo de Población y Vivienda, se crearon, cada año, 389.652 hogares. Prácticamente el doble de lo que va a ocurrir en el futuro inmediato, un claro reflejo del cambio demográfico que se ha producido en España en los últimos tiempos y las perspectivas a futuro son incluso peores.

Las diferencias no serán solo en número, también en forma. Entre 2022 y 2037 crecerán los hogares más pequeños, de una o dos personas, y, en menor medida, lo harán los de tres personas, mientras que los de cuatro seguirán experimentando una reducción. Solo ese dato por sí solo debería hacer que se encendieran las alarmas, pero hay otros muchos factores a tener en cuenta.

Si de muestra vale un botón y cogiendo al azar alguno de los periódicos, la última encuesta que Sigma Dos ha hecho para El Mundo muestra datos muy reveladores. Si salimos a la calle a preguntar a los jóvenes si se ven teniendo hijos de aquí a cinco años, seis de cada diez tiene clara la respuesta: NO. Pero además si les preguntamos a los no tan jóvenes, a aquellos que están entre la treintena y la cuarentena, las respuestas todavía son todavía más desoladoras: solo el 30% ve como una opción realista tener hijos antes del final de 2029, contando con que ya se enfrentarían a lo que se considera como un embarazo de riesgo.

No creo, en absoluto que estemos ante unas generaciones absolutamente egoístas que descartan tener hijos por una mera cuestión bienestar individual. El tema es de mucho mayor calado porque, el mayor problema de todos, no es que no quieran tener hijos, sino que no pueden, y el horizonte es cada vez más sombrío. Más del 37% lo considera inviable debido al elevado coste de vida, el 18,5% lo achaca a la incertidumbre laboral en la que vive y a cerca del 12% le desaniman las malas expectativas de nuestro país. No obstante, es cierto que avanzamos hacia una sociedad cada vez más individualista. De hecho, en esa misma encuesta se apunta que cerca de dos de cada diez jóvenes no están dispuestos a asumir los sacrificios personales y profesionales que supone ser madre o padre en España.

Estos cambios estructurales en las familias y los modelos vitales de nuestros jóvenes tienen graves implicaciones en nuestra economía y futuro como país. Y no se trata solo de preguntarnos, como solemos hacer a menudo, quien pagará las pensiones y otros servicios si los jóvenes cada vez incorporan más tarde al mercado laboral y casi siempre tienen trabajos precarios. Todos los sectores económicos, todos, se verán afectados por la disminución del número de hogares.

Por ejemplo, el sector inmobiliario va a tener que adaptarse a las nuevas demandas, ya que el aumento de hogares unipersonales puede traducirse en una mayor demanda de viviendas más pequeñas y servicios adaptados a este tipo de unidades familiares. Por otro lado, la disminución de hogares numerosos puede impactar en la construcción de viviendas más grandes. Es decir, que quizá ese modelo de ciudad extensa con viviendas grandes a las afueras, tenga que reinventarse porque ya no es que no se tenga la posibilidad económica de poder adquirir estas edificaciones, que también, sino que tanto espacio será innecesario.

Mientras tanto, nosotros, esa generación que teníamos hijos a los veintitantos y nos obsesionaba sobre todo poder darles la mejor educación posible, miramos cómo ellos ahora apenas pueden crear su propia familia. Ya no hablamos de la ilusión o no de ser abuelos – lo soy y es uno de los mayores regalos de la vida- sino más bien de un envejecimiento cada vez mayor que conlleva grandes desafíos en términos de pensiones, atención sanitaria y servicios de cuidado a medio y largo plazo.

Mientras nuestros políticos están entretenidos creando una crispación insoportable y un déficit democrático que pagaremos todos, nos enfrentamos a un cambio en la pirámide poblacional sin precedentes que a largo plazo si no se toman medidas urgentes puede hacer insostenible el estado de bienestar actual. No sé si nuestros gobernantes no se enteran o si conscientemente están instalados en el pan para hoy, aunque el hambre para mañana ya esté aquí, porque el “Hogar dulce Hogar“ ya tiene un sabor amargo.