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"Con nuestros datos nos inducen a hacer lo que conviene a los que nos vigilan"
GRAN HERMANO
Big Brother, Orwell, Gran Hermano, el ojo en vigilia permanente que todo lo ve. Leímos 1984 como ciencia ficción, la devoramos con una mezcla de fascinación e inquietud, no porque pensáramos que podía ser posible, sino porque nos poníamos en el papel de aquellos hombres y mujeres de la novela absolutamente fiscalizados, controlados. Nunca imaginamos que en un futuro no muy lejano, el actual presente, tendríamos nuestro propio Gran Hermano, viviríamos rodeados de multitud de Grandes Hermanos que no nos quitarían ojo de encima ni un segundo.
Hemos aceptado con naturalidad las cámaras, visibles, en lugares públicos y privados, en las calles, en oficinas, pasillos y ascensores. Incluso en nuestros propios domicilios; las empresas de seguridad a las que acudimos para librarnos de robos y okupas lo primero que ofrecen, y aceptamos, es colocar cámaras que recogen los movimientos de cualquier intruso, pero que pueden servirnos también para conectarnos en cualquier momento y saber, ver, qué hacen hijos, padres o cuidadores. En las películas, el primer paso de la policía cuando se producía un crimen era buscar las imágenes de portales, calles y comercios cercanos, para analizar si se había producido algún movimiento sospechoso que sirviera de pista. Eso ya no ocurre solo en las películas, es habitual el gesto de mirar alrededor cuando se percibe algo que inquietante, esperando que una cámara salvadora bien visible haga pensar al que nos inquiera que más le vale no cometer una fechoría porque sería rápidamente localizado.
No tenemos vida propia, o no del todo propia, compartimos parte de ella con infinidad de entes que no tenemos identificados pero que sabemos que están ahí. Hace unas semanas compré una camisa blanca. La pagué con dinero contente y sonante, cosa rara en estos tiempos en los que pagas con tarjeta de crédito hasta la bolsa del supermercado que coges en el último momento cuando la compra ya pagada ocupa o pesa más de lo previsto. Pues bien, al llega a casa y abrir el ordenador para revisar el correo, me encuentro con el recuadro de una de las múltiples tiendas on line que invaden internet en las que me ofrecían media docena de camisas blancas de distintos modelos. Cómo accedieron a mis datos sin la tarjeta de crédito pertenece al género del misterio.
Siempre nos ha molestado que Hacienda sepa más de nosotros que nosotros mismos, que tengan en sus ordenadores una factura que habíamos olvidado declarar o un billete de avión que habíamos vinculado a un viaje profesional y el Hermano, o más bien el Grandísimo Hermano, dice que ese viaje se había realizado un día después del asunto profesional. Además, la mayoría de los inspectores, por no decir la totalidad -la excepción confirma la regla- no se atiene a razones. Ocurre a veces con las multas. Esta periodista llevó billetes de avión, pasaporte sellado -eran otros tiempos- que demostraban que no estaba en Madrid el día del exceso de velocidad, con el coche guardado en un garaje cercano, con papel firmado por el encargado. No sirvió de nada. Ahí si habría estado bien que el garaje tuviera una cámara, pero fue hace años. Ahora sí la tienen. Lo que hace pensar que el Big Brother, el Gran Hermano, para algunas cosas, muy pocas, si es útil.
Si Hacienda, Interior, Justicia, tiene todos los datos sobre cada uno de nosotros ¿Por qué nos atosigan entonces con la obligación de presentar tantos documentos en cualquier ventanilla oficial, con lo que eso supone de pérdida de tiempo buscando papeles en varias sedes distintas? Sobre todo ahora, con una burocracia imposible, en la que es imposible -al menos en Madrid- conseguir una cita on line, el teléfono para pedirla no lo cogen jamás, y el segurata que está en la puerta a la que acudimos ya con desesperación porque necesitamos algún tipo de certificado, nos impide entrar si no llevamos el papel con la cita.
Gobiernos, empresas, comercios, policías, supermercados y el tendero de la esquina, saben todo de nosotros, pero el gobierno no para de pedir documentos, aunque son departamentos del gobierno los que nos lo debe facilitar. El mundo al revés. El mundo incómoda e irritantemente al revés.
No hace falta tener activada la cámara del ordenador para comprobar que somos muy visibles. En cuanto abrimos internet salen ventanitas que nos ofrecen libros que coinciden con el perfil que han creado en función de las compras que hemos hecho a lo largo y ancho del mundo; cuando entramos en una plataforma de televisión lo primero que vemos es que nos tientan con películas o series “para ti”, según el criterio de los expertos de esas plataformas en diseñar un perfil según los algoritmos que manejan. Otro concepto, el del logaritmo, que se ha hecho ya tan cotidiano como el café, y que mueve el mundo. El particular y el general. Un algoritmo decide a quién seleccionar para un trabajo entre los muchos solicitantes, a quién presentar candidato en unas elecciones, a quien elegir directivo de una empresa, o cual es la carrera que a determinado joven conviene estudiar. Hasta en eso hemos perdido espontaneidad-
Hasta en eso nos vigilan, controlan, nos conducen por un carrilito. Porque no solo saben todo de nosotros, sino que, con nuestros datos nos inducen a qué hacer lo que conviene a los que nos vigilan.