ESFERA CULTURAL
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CONVENIO EL PRADO-FUNDACIÓN NOTARIADO
La Adoración de los pastores
ANDRÉS ÚBEDA DE LOS COBOS,
Director Adjunto de conservación e investigación.
Y lo es, porque corresponde con un modelo de pintor complejo en lo personal, que ocupa un lugar impropio en la historia de la pintura occidental, muy por debajo del que merece y porque, sin duda, se trata de un magnífico artista. Prueba de ello es su Adoración de los pastores (cat. núm. 2204, expuesto en la sala 89).
Comienzo con una breve semblanza biográfica, imprescindible para aquellos que no estén familiarizados con este personaje. Anton Rafael Mengs (1728-1779) fue un pintor de ámbito alemán cuya vida discurrió entre Dresde, Roma y Madrid, donde trabajó al servicio de Carlos III. Su destino quedó sellado por la rígida educación impuesta por su padre, quien impuso a su hijo los nombres de sus dos grandes mitos de la historia de la pintura: Anton, por Antonio Allegri, el Correggio, y Rafael, por Rafael Sanzio. Su aprendizaje artístico se llevó a cabo en Dresde, donde llegó a ser pintor de corte del elector de Sajonia y en Roma, donde, además de los magníficos estímulos que le proporcionaba la tradición clásica y los grandes maestros del Renacimiento y del Barroco (en su versión más clasicista), tuvo la posibilidad de insertarse en ambientes intelectuales que condicionaron decisivamente su concepción del arte de la pintura. Su amistad con Johann Joachim Winckelmann le abrió los ojos sobre los fundamentos de la belleza clásica y sobre la necesidad de asentar la práctica de la pintura en la especulación teórica. Fruto de todo ello fue su aprecio por la escultura antigua presente en Roma (que él creía erróneamente griega) y su vocación especulativa, que le llevó a escribir obras sobre teoría del arte que fueron muy celebradas por sus contemporáneos.
UN ARTISTA SINGULAR, DE ENORME TRASCENDENCIA EN LA DEFINICIÓN DEL NEOCLASICISMO, Y CUYA PRESENCIA PASA A MENUDO INADVERTIDA
Inconfundible estilo
Su Adoración de los pastores del Prado, pintada sobre tabla, permite acercarnos a buena parte de las características que definen su inconfundible estilo. Se trató sin duda de una obra de empeño donde el artista procuró dar lo mejor de sí mismo, asunto que se advierte en su tamaño, el soporte, o el uso de materiales caros como el azul ultramarino. Además, el carácter claramente correggiesco de los ángeles que sobrevuelan la escena, nos recuerdan sus filias artísticas. Su factura pulida, en la que no se perciben las pinceladas, con rostros como el de la Virgen, de aspecto nacarado, casi robado de una estatua, constituyen todos ellos elementos que también definen su pintura. En sus retratos, como el célebre de Carlos III, el visitante del Museo podrá confirmar estas características, que allí completa con una reproducción obsesiva de la realidad hasta sus más mínimos detalles.
Quizás estas líneas sirvan para que, en su próxima visita al Prado, el lector de estas líneas, de camino a sus pinturas y autores favoritos, repare en la presencia de un artista singular, de enorme trascendencia en la definición del Neoclasicismo, y cuya presencia pasa a menudo inadvertida.