EN PLENO DEBATE

EN PLENO DEBATE

CASIMIRO GARCÍA ABADILLO,

director de «El Independiente»

“El dinero que destina China a la innovación supone tres veces más recursos de lo que destinan todos los países europeos.”

Un dragón con el que conviene llevarse bien

A finales de los años 50, Mao Zedong, el padre de la revolución China, lanzó el Gran Salto Adelante, un programa nacional que pretendía transformar el país pasando de una economía agraria a otra fundamentalmente industrial.

Si no la han visto, les recomiendo que vean la película Vivir (dirigida por Zhang Yimou, 1994), en la que se ve de forma muy gráfica cómo se llevó a cabo ese cambio. Los jefes de distrito pasaban por los hogares requisando todos los utensilios hechos de metal para llevarlos a la fundición y así poder alcanzar el objetivo de producción de hierro. Nadie se podía negar a esa colaboración, pero, de hecho, nadie se negaba a poner su granito de arena en la gran tarea de hacer que su país “fuera un día tan poderoso como los Estados Unidos”.

China hoy no es aquel país pobre que luchaba por salir del subdesarrollo. Es ya una potencia mundial que puede mirar de tú a tú a Estados Unidos. En noviembre de 2021 entrevisté para El Independiente al considerado como gurú más respetado internacionalmente en el campo de la inteligencia artificial (IA), Kai-Fu Lee (responsable de Sinovation Ventures y anteriormente CEO de Google en Asia). Kai-Fu decía entonces que China ya estaba al nivel de Estados Unidos en IA, que es la tecnología que lo está cambiando todo y que va a ser el principal factor de competitividad de las economías desarrolladas, si no lo está siendo ya.

Mientras que Estados Unidos basa su liderazgo tecnológico, ahora compartido con China, en la iniciativa privada (Google, Apple, Microsoft, Amazon, …), el dragón asiático basa su fuerza en la capacidad inversora del Estado. El dinero que destina China a la innovación supone tres veces más recursos de lo que destinan todos los países europeos. Así que no es extraño que sus productos sean cada vez más competitivos, hasta el punto de que el déficit comercial entre la UE y China supusiera en 2022 casi 400.000 millones de euros.

Con China sería bueno colaborar, establecer un diálogo abierto sobre proyectos conjuntos, sobre todo en el campo de la IA.

Pero hay tres problemas que dificultan la colaboración. El primero de ellos es que el Estado hace todo lo posible para que los productos chinos inunden los mercados y, para ello, no duda en subvencionarlos de diferentes modos (no sólo con aportaciones directas de capital a las empresas, sino con créditos baratos). Esa competencia desleal es lo que ha llevado a Ursula von der Leyen a ordenar la apertura de una investigación sobre los vehículos eléctricos fabricados en China.

A pesar de que hay un arancel del 10% que grava a los vehículos importados, el precio de los fabricados en China es un 20% más barato de los que se producen en la UE. Vamos a ver como acaba ese proceso, pero lo más probable es que termine por imponerse un arancel de castigo a los coches chinos que los deje en la práctica fuera del mercado.

A eso hay que sumarle que China actúa sin ningún tipo de control en el desarrollo de tecnologías que incorporan IA. Los límites aprobados recientemente por Bruselas chocan frontalmente con esa manera de actuar sin respetar los derechos individuales, debido a que el Estado considera a sus ciudadanos como súbditos.

Por último, China se ha posicionado del lado de Rusia en la guerra con Ucrania, en la que Europa rechaza de forma decidida la invasión ordenada por el presidente Putin.

China quiere jugar sus propias bazas y su objetivo es superar económica, tecnológica y militarmente a Estados Unidos. Es decir, se quiere convertir en la superpotencia del siglo XXI a escala mundial.

Su expansión en África y América Latina preocupa a Estados Unidos. China es la verdadera obsesión de la Casa Blanca. Lo es ahora con Joe Biden y lo será con el presidente que le sustituya.

La política exterior de Xi Jinping se caracteriza por una cosa: apoyar a todo aquello que debilite a Estados Unidos. De ahí el posicionamiento a favor de Rusia en la invasión de Ucrania. Pero, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o en la UE, el gobierno chino no tiene que preocuparse por la opinión pública. El Estado, controlado por el Partido Comunista, lo abarca todo. Eso es lo que ha quedado de la revolución de Mao. La economía está basada en el crecimiento y en ganar mercados.

La revuelta de Tiananmén tan sólo fue un fogonazo de rebelión contra el régimen. De aquello no queda nada o casi nada. Ha vencido no sólo el aparato del Estado, sino ese espíritu de colaboración al que me refería antes cuando hablaba de la película Vivir y que lleva a que los chinos se sientan concernidos por un objetivo común.

En ese panorama, la UE se ha situado casi siempre del lado de Estados Unidos. Lógicamente, Europa debe hacer todo lo posible para defender los derechos humanos y la libertad en China, pero no debe olvidar que tiene sus propios intereses y que estos no siempre son coincidentes con los de EE.UU. Por ello, no habría que rechazar todo lo que provenga de China por principio, sino intentar colaborar en lo que sea beneficioso para los europeos. Lo cortés no quita lo valiente.