ALDEA GLOBAL

JOSÉ RAMÓN PATTERSON,

periodista

“El Mercado Único Europeo aún está incompleto y expuesto a riesgos. El mayor quizá sea la vuelta al proteccionismo"

Una unión más estable e integrada

Cuando estudiaba en la universidad, hace algunas décadas, un profesor de economía nos planteó el siguiente ejercicio: debido a un desastre natural, los habitantes de una pequeña población son evacuados a otro lugar, donde tienen que reiniciar su vida disponiendo únicamente de alojamientos precarios y lo básico para sobrevivir unos meses. Contando con ese estrecho margen, los habitantes de la nueva aldea deben organizarse y establecer un sistema económico que satisfaga todas sus necesidades.

Entre los modelos posibles, sin otro criterio que la supervivencia, opté por el más básico, la tribu, dando por sentado que los miembros de la colonia lograrían cooperar entre ellos sin que apareciesen tensiones graves. Esto es, descarté los patrones organizativos caudillistas y los demasiado desarrollados y elegí uno de los más primitivos, quizá el más igualitario que existe, donde no hay líderes y las disputas, a falta de un poder público que las zanje, se resuelven mediante mecanismos de arbitraje tradicionales.

En aquella sociedad ideal, en función de las capacidades de cada cual, habría agricultores, ganaderos, pescadores, leñadores, herreros, mineros, ceramistas, tejedores, carpinteros, albañiles, etc. Como sistema de pago escogí el trueque. Tampoco es que hubiese más alternativas. Además, era el que mejor se adecuaba al entramado social que monté, cuyo objetivo final no era otro que el autoabastecimiento. En resumen, estaba construyendo una economía cerrada, es decir, una auténtica autarquía.

Y, claro, de sistemas autárquicos sabemos mucho en España -Corea del Norte nos pilla un poco lejos-. Y lo que sabemos de ellos es que son una utopía porque es imposible que una comunidad sea capaz de producir todos los bienes y desarrollar los servicios que requieren sus integrantes. Por otro lado, ¿qué pasaría con la sobreproducción de patatas y leche? ¿O con las herraduras sobrantes una vez calzadas todas las caballerías? ¿Y con el stock de productos textiles?

El caso es que llegué a la conclusión de que, en el mundo actual, las autarquías no son el mítico reino de Shambala y limitan la capacidad y los deseos de progresar, como ocurría en la URSS y los países de la órbita soviética. Así que, para salir del atolladero, inventé media docena de villorrios cerca de donde se asentó la tribu original y asigné a cada uno de ellos recursos diferentes (agua, luz solar, fauna, flora, minerales) para que pudieran especializarse en lo que podían realizar mejor e intercambiarlo con los otros.

Lo que estaba haciendo, sin saberlo, era aplicar la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, en las que se basa el libre comercio. Sin entrar en precisiones, esta teoría preconiza que los países deben centrarse en producir aquello que hacen mejor que los demás y con menor coste, de manera que, en ausencia de aranceles, se puedan importar bienes que saldrían más baratos que produciéndolos, lo que supuestamente crea un círculo virtuoso que aumenta el bienestar de los países.

Bajo esta premisa nació en 1993, treinta y seis años después de los Tratados de Roma, el Mercado Único Europeo. Desde entonces han ido desapareciendo las trabas arancelarias y las barreras nacionales para el movimiento de personas, bienes, servicios y capitales. Hoy las empresas de la UE tienen acceso a 450 millones de potenciales clientes y los ciudadanos podemos vivir, trabajar, comprar o estudiar en cualquiera de los 27 países de la Unión, cuyo PIB, conviene resaltarlo, casi se ha triplicado en este tiempo.

El mercado único ha impulsado la economía de la UE, pero también ha contribuido a su estabilidad y estimulado su integración, ya que los mecanismos de los que se ha dotado han sido sustanciales para capear las graves crisis de los últimos años. Cada una de ellas ha sido una vuelta de tuerca en su evolución. Es probable, por otro lado, que sin el mercado único no fuese la potencia económica mundial en la que se ha convertido, sino una insignificante área de libre comercio.

Pero el Mercado Único Europeo aún está incompleto y expuesto a riesgos. El mayor quizá sea la vuelta al proteccionismo, que se está produciendo de manera subrepticia tras la pandemia y la guerra de Ucrania. Con la aprobación de los sucesivos Marcos Temporales para apoyar las economías nacionales, la UE es más transigente con las ayudas de Estado, lo que da ventajas a los países con mayor margen fiscal para ayudar a sus empresas, aunque no sean competitivas, lo que, a la postre, distorsiona gravemente el mercado.

Hay otros escollos para completarlo, como la existencia de paraísos fiscales dentro de la UE. Hablo de Países Bajos, Irlanda, Luxemburgo, Malta y Chipre. Las ventajas fiscales que ofrecen propician que las multinacionales instalen allí sus sedes, con independencia del lugar donde obtienen sus beneficios. Así -es un suponer-, un español puede adquirir un libro publicado en España a través de una plataforma que factura desde su emplazamiento en Luxemburgo, donde, asombrosamente, declara pérdidas.

Hay quien dice que el Mercado Único es el principal activo de la Unión Europea. Yo quiero pensar que puede ser el pretexto perfecto para avanzar en una integración en la que, en palabras de la socióloga Saskia Sassen, predomine una lógica distributiva e inclusiva que sirva para recuperar a los “expulsados” del orden económico y social. En todo caso, sus beneficios son evidentes y está claro que ha sido muy útil para que la UE no acabe reducida a la irrelevancia.