ESFERA CULTURAL
ENRIQUE FERRER,
TENOR
Enrique Ferrer ejemplifica el modelo de cantante lírico que ha mantenido el barniz de su voz cuidando el repertorio y respetando la orientación de sus maestros dentro y fuera de España. Aunque ha visto brillar su nombre en carteles luminosos de musicales como El Fantasma de la Ópera, reconoce su mundo en el género lírico, en el que se ha comprometido. .
JUAN ANTONIO LLORENTE
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TRABAJAR LA OBRA CON EL LIBRETISTA Y EL COMPOSITOR TE DA UNA DIMENSIÓN COMPLETAMENTE DISTINTA
«Mi mayor ilusión sería hacer zarzuela con una dirección escénica comprometida»
Treinta años después de su debut profesional en un montaje de La alegría de la huerta, está en el mejor momento para encarar papeles de enjundia dramática, con los que realmente disfruta. Como ese Otello al que le apetece regresar.
-Roman Polanski, cuando dirigió en Viena Bella y la Bestia dijo: “El musical es la ópera de nuestros días». ¿Lo suscribe?
No estoy tan de acuerdo. creo que es otro lenguaje: otra forma; otra estructura, sin decir con esto que la ópera sea mejor o peor, porque hay grandes títulos del musical. Algo similar ocurre con la zarzuela, cuyos personajes proceden en muchos casos de la commedia dell´arte, con esa aportación latina nuestra…
-Usted no ha puesto reparo a ninguno de los géneros, saltando libremente de uno a otro como en una exhibición de trapecio. ¿Sin riesgos para la voz?
Me gusta el teatro. Al mundo musical llegué por esa vía, de ahí que despierte mi interés cualquier manifestación encima de un escenario. Mi primer contacto con la escena lo viví en una compañía amateur de teatro en Getafe. El mayor problema que existe en nuestro país es que te catalogan. En el momento en que haces musical se diría que pierdes galones con respecto al intérprete de ópera. Sin embargo, Plácido Domingo se metió en el mundo del musical y no por ello dejó la lírica. Pero el público en España, o algunos directores artísticos -y aquí puedo estar tirando piedras sobre mi tejado- no entienden que el artista en un momento dado investigue en otros ámbitos musicales, y eso sí puede ser peligroso de cara a desarrollar una carrera. Siendo estudiante en Estados Unidos me sorprendió una Manon, de Massenet, con el recientemente fallecido Marcelo Giordani y Renée Fleming, que luego ha hecho discos de musical. Ahí están Bryn Terfel, Thomas Hampson, Samuel Ramey… grandes intérpretes de ópera que hacen musical sin ningún problema. Es el concepto de artista integral, que utiliza la ópera un poco como herramienta. Esa es mi mayor envidia a los profesionales del mundo sajón.
-En grandes espacios, como la Arena de Verona o el Teatro de Aspendos, en Turquía, ¿cómo se siente?
Tuve la gran suerte de debutar en la Arena con Nabucco, y al tiempo ser cover en Bohème de un Marcelo Álvarez en plenitud de facultades. Me quedaba con la boca abierta escuchándole. Me ayudó mucho este tenor argentino. A veces, como buen cordobés, me decía “Chicho, ¿cómo andás?”. Luego preguntaba “¿Querés cantar el tercer acto? Prepárate, que me voy a poner malo”. Así me daba la posibilidad de medirme en la Arena, con la orquesta. Al ver que me agobiaba en aquel lugar tan enorme, me dijo algo que no se me olvidará nunca, y que pongo en práctica en esas circunstancias. “En espacios enormes, canta aquí (pone la mano a una cuarta de su boca), sin pensar en la distancia”. Para las 13.000 personas que acuden cada noche, tu intuición te lleva a pensar que debes cantar más fuerte, y ese es el gran error.
“EN EL MOMENTO EN QUE HACES MUSICAL SE DIRÍA QUE PIERDES GALONES CON RESPECTO AL INTÉRPRETE DE ÓPERA”
-¿Se ha quedado con ganas de algún papel?
A raíz de una producción de Los amores de la Inés, la única zarzuela de Falla, tengo muy buena relación con José Carlos Plaza. Quería beber el código del director del teatro de texto y aprendí el suyo. Con él debuté Otello en la Ópera de Sabadell. Después de un eterno trabajo de mesa sentados frente a frente, comprendí que una obra te puede llevar meses sólo para el análisis del contenido. Ese trabajo me fascina. Me apetece tanto trabajar así los personajes, que tengo ganas de meterme otra vez con el Otello haciendo una nueva lectura.
-Recientemente vivía la experiencia del estreno absoluto de la zarzuela Trato de favor. ¿Le apetecería repetirla con una ópera contemporánea?
Mucho. Estrenar siempre gusta, por la capacidad que tienes de crear; de aportar. Aunque sean pequeñas cosas. Trabajar la obra con el libretista y el compositor te da una dimensión completamente distinta.
-¿Algún proyecto le apetecería especialmente acometer?
Mi mayor ilusión sería hacer zarzuela con una dirección escénica comprometida. Encontrar gente como el desaparecido José Luis Alonso o Christoph Loy, que parece que tiene un título pendiente en Madrid. Poder trabajar codo a codo con ellos. Aprender de los grandes. Y por encima de todo, quiero estar en el repertorio lírico spinto, pleno… Me encantaría cantar la ópera Sansón y Dalila, y volver a abordar Otello, La forza del destino y todos esos personajes del Novecento italiano, que me fascinan.
-La Zarzuela no le falla, y usted cumple con el Teatro cada temporada…
Me llaman de forma regular. Con Daniel Bianco llevo colaborando muchísimos años, contando conmigo de forma continuada. Espero que todo siga así tras su salida. Le agradezco mucho la confianza que ha puesto en mí en lo vocal y lo actoral. El año que viene vuelvo con un proyecto curioso en una Doña Francisquita, donde siempre he hecho Fernando, y esta vez seré Cardona, un papel muy difícil. Tengo ganas de que el Teatro de la Zarzuela me ofrezca un rol de tenor importante. Al ser hombre de escena me gusta llegar, remangarme y ponerme a hacer teatro.
-¿Hay algo que eche en falta?
Quizás, lo reconozco, estar posicionado un poquito mejor dentro del circuito español como intérprete: como producto de España. Creo que los teatros nacionales no cuidan el desarrollo de sus cantantes. Lo hablaba con Teresa Berganza. Que llegues a un teatro y hagas un partiquino, y el día de mañana…
-Quiere decir que falta una escudería en los grandes teatros…
En teatro no puedes ser regidor si no has pasado antes por maestro de luces… En nuestro caso es distinto. ¿Qué pasa con los cantantes? Ganas el primer premio de un concurso de referencia y de buenas a primeras te hacen debutar Rigoletto en el Teatro Real, aunque a lo mejor no estás preparado. Luego vienen los grandes fiascos. De ahí que vea dos caras a los concursos, que son maravillosos para el desarrollo artístico, pero a su vez pueden ser el gran engaño si falta el seguimiento. En ese punto es donde creo que los intérpretes estamos huérfanos. Porque, en alguna medida, en los teatros nacionales falta esa confianza que necesitarían tener en sus artistas. Yo tuve la suerte de contar, no voy a decir que, como un padre, pero al menos como un tío, con Pedro Lavirgen, que nos acaba de dejar. Me emociono pensando en él, porque su apoyo fue fundamental en tiempos muy puntuales de mi vida. Como cuando decidí tirar la toalla y aposté por la hostelería convirtiéndome en uno de los socios fundadores de El pimiento verde.
-Menudo cambio…
En aquella etapa, fue él quien me decía: “Quique, tienes que seguir. Esto es una carrera de fondo. Confía en tí: coloca tus sí bemol, preocúpate del fraseo, de que la voz esté en su sitio”. Me contó que, cuando él cantaba en el coro del Teatro de la Zarzuela, un señor que le escuchó consiguió que le hiciesen una audición. Aquel hombre decidió jugarse su prestigio porque esa persona, que era Pedro, pudiera cantar. Esa figura ha desaparecido. Hoy en día los directores artísticos no apuestan tan fuerte. Si fulanito debuta en La Scala y tiene éxito, lo compro, porque ya ha demostrado lo que tenía que demostrar. Ese es el gran problema que hemos venido arrastrando los últimos cincuenta años.
-Usted sigue audicionando para grandes teatros, como el San Carlo de Nápoles, donde acaba de medirse.
Otra opción, al margen de los concursos, son las audiciones internacionales, porque si te llaman de fuera, te van a llamar los de casa. En el caso del San Carlo, se había interesado por mí el director artístico para escucharme Puccini, Zandonai y algunos compositores italianos de ese entorno, en el que estoy muy centrado. En este momento de calma chicha, por recurrir al lenguaje marinero, cuando tengo por delante 15 años para cantar ese tipo de repertorio, estoy preparando dos o tres audiciones potentes. Esa es mi apuesta, después de haberme presentado en coliseos de gran aforo, como el Teatro Argentino de La Plata, de 3.800 butacas, donde, después de Pepita Jiménez, con una orquestación muy potente de Albéniz, canté la Francesca de Rimini de Zandonai, que me permitió debutar en el Bellini de Catania La leggenda di Sakùntala, una ópera rarísima y maravillosa de Alfano. Es por ahí por donde voy, porque mi voz aguanta muy bien esos retos.
“GANAS EL PRIMER PREMIO DE UN CONCURSO DE REFERENCIA Y TE HACEN DEBUTAR RIGOLETTO EN EL TEATRO REAL, AUNQUE A LO MEJOR NO ESTÁS PREPARADO”
-Después de haber tenido su residencia en Verona, esa calma chicha ha llevado a un nómada como usted a instalarse en Almansa.
Por circunstancias familiares. Mi mujer, Belén López, para criar a nuestros niños dejó su profesión de soprano. Se quedaba sola con ellos. Ahora, poco a poco está volviendo a cantar. Se marchó a Alemania dos meses para una producción de Tosca y si ella también está actuando, tenemos quien los cuide. Yo he vuelto a la bici; cuando puedo, me hago cien kilómetros por allí. A mis hijos les estoy dando vida de pueblo, y estoy encantado. Y también ellos, más asilvestrados que las amapolas.
DÓNDE ENCONTRARLE
La agenda de Enrique Ferrer incita a un paseo por España de la mano de Puccini, compositor que marca su actualidad. Si estos días podemos escucharle en Palma de Mallorca en una producción de Tosca, en octubre, la Temporada Lírica de Oviedo le convoca para Gianni Schicchi, reservando febrero para la gira catalana de Manon Lescaut. Su otra pasión, la zarzuela, se centra en Doña Francisquita, de Vives, con la que, tras el nuevo periplo por Cataluña, cierra temporada en el coliseo madrileño que lleva el nombre del género.