EN PLENO DEBATE

JOSE LUIS GALLEGO,
divulgador ambiental

"La pérdida de biodiversidad es, junto a la crisis climática, el dilema medioambiental más importante que debemos afrontar”

¿Es posible frenar la pérdida de biodiversidad?

La biodiversidad del planeta, el conjunto de seres vivos con el que compartimos existencia y del que formamos parte inseparable, está disminuyendo a un ritmo sin precedentes. La tasa de extinción de especies se está acelerando a tal ritmo que muchos científicos hablan ya de la ‘sexta extinción’ masiva que sufre la Tierra: el último de los cinco episodios anteriores ocurrió hace 65 millones de años y acabó con la existencia de los dinosaurios.

En su edición más reciente, la de 2022, el informe Planeta Vivo, publicado con carácter bianual por la prestigiosa organización conservacionista WWF, revela una caída en picado de las poblaciones de peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos de todo el mundo. Este riguroso estudio, que viene elaborándose hace casi medio siglo en base a los trabajos llevados a cabo en distintas regiones del planeta por investigadores de todo el mundo, está considerado como el mejor barómetro para conocer las tendencias poblacionales de la vida silvestre en la Tierra. En su última entrega destaca que las poblaciones de vertebrados han descendido un 70% en tan solo 30 años.

Según los científicos, para detener y revertir esta precipitada merma de seres vivos en la naturaleza es necesario afrontar la crisis de biodiversidad conjuntamente con la crisis climática, pues ambas están íntimamente relacionadas y se retroalimentan. A tal fin sería necesario aumentar los esfuerzos en conservación y restauración de los espacios naturales, avanzar de manera mucho más firme y generalizada hacia modelos de producción más sostenibles, basados en la economía circular y que disocien crecimiento económico de agotamiento de recursos naturales. Así como emprender una rápida y profunda descarbonización de todos los sectores productivos para mitigar el calentamiento global que está alterando la vida en la Tierra.

Unos retos sin duda muy ambiciosos, pero los avances logrados con los últimos acuerdos internacionales permiten albergar esperanzas. En el último año se han aprobado dos grandes tratados sobre biodiversidad que merecen ser especialmente celebrados, tanto por su notable relevancia como por el alto nivel de consenso institucional, económico y social alcanzado.

En la Conferencia Internacional sobre Biodiversidad celebrada el pasado diciembre en Montreal, Canadá, las delegaciones de los casi doscientos países participantes subscribieron un convenio histórico para detener y revertir la degradación de los espacios naturales marítimos y terrestres del planeta, así como para proteger y recuperar la biodiversidad que albergan. El pacto alcanzado, conocido desde entonces como Acuerdo 30+30+30, persigue lograr la protección del 30% de la superficie terrestre y el 30% de los océanos para 2030, conseguir que el 30% de los ecosistemas hoy en día degradados estén restaurados para entonces y habilitar un fondo internacional de ayudas directas a la conservación de la naturaleza de 30 mil millones de dólares anuales.

El programa de actuaciones para cumplir con tan ambiciosos propósitos consta de cuatro objetivos principales y 23 metas, y hace una mención especial a la necesidad de detener los daños causados por el uso de agroquímicos, tanto en la contaminación de los suelos y las aguas como en la pérdida de biodiversidad, especialmente en los insectos polinizadores. En este importante aspecto hay que recordar que, tal y como alerta la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 75% de los cultivos de frutas y verduras que nos sirven de alimento dependen de la polinización. Sin embargo, la mayor parte de las poblaciones de los seres vivos que nos prestan este servicio, como abejas y mariposas, están en regresión. Esta es una clara demostración de hasta qué punto la pérdida de biodiversidad afecta directamente a la economía y a la sociedad en su conjunto.

Tras alcanzarse el acuerdo, el representante de la delegación europea, el comisario de Medio Ambiente Virginijus Sinkevičius, no dudó en calificarlo como “el momento París para la biodiversidad del planeta”, aludiendo a la histórica aprobación del Acuerdo de París sobre el clima que tuvo lugar en la cumbre celebrada en 2015 en la capital francesa y que supuso un antes y un después en la lucha contra el cambio climático. Una cita muy bien traída para señalar la necesidad urgente de prestar la misma atención a frenar la pérdida de biodiversidad que a la adaptación y mitigación del cambio climático.

El pasado mes de marzo se lograba otro gran pacto internacional sobre biodiversidad, en este caso marina. Tras casi veinte años de negociaciones, el acuerdo alcanzado en la sede de la ONU en Nueva York por los delegados de la Conferencia sobre Biodiversidad Marina en Áreas Fuera de Jurisdicción Nacional, sentaba las bases jurídicas para declarar protegidas en 2030 el 30% de las aguas internacionales de los océanos, es decir las situadas más allá de los límites jurisdiccionales de los países.

La aplicación del llamado Tratado de Alta Mar’ va a suponer un reto mayúsculo, ya que en la actualidad tan solo un 3% de dichas aguas goza de alguna figura de protección. Pero representa un paso de gigante para proteger la biodiversidad de los océanos “de los intereses destructivos que amenazan la salud de los océanos en alta mar”, tal y como destacaba el propio Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, en la clausura del encuentro. Una victoria que el mandatario no dudaba en atribuir “al enorme trabajo llevado a cabo durante todos estos años por las organizaciones ecologistas, la sociedad civil, las instituciones académicas y la comunidad científica”.

Conviene mantener la ambición y perseverar en el esfuerzo para frenar la pérdida de biodiversidad que sufre el planeta: desde las regiones desérticas a los grandes humedales; desde las zonas polares hasta las selvas tropicales; desde las cumbres de las montañas a las zonas costeras y los fondos marinos. No podemos ni debemos cejar en el esfuerzo. Pero sería injusto y arbitrario no reconocer los avances que se están dando para lograrlo.