ESFERA CULTURAL

ÁNGELES BLANCAS GULÍN,

SOPRANO

JUAN ANTONIO LLORENTE

“El diálogo con el director debe ser constante, si no la creatividad está muerta”

Hija de dos voces insignes de la lírica: el barítono Antonio Blancas y la soprano Ángeles Gulín, después de una larga ausencia ha vuelto al Teatro Real, deslumbrando en su nuevo registro con el papel de Goneril en la producción de Lear firmada por Calixto Bieito. Ángeles Blancas Gulín ha sido reconocida por Ópera XXI como Mejor Cantante del año por su interpretación del rol de Kostelnička en la ópera Jenůfa, de Leoš Janáček, en el Maestranza de Sevilla en 2023.

A la hora de decidir el futuro, llevar en vena la música: ¿animaba o disuadía?

Más bien disuadía. No por la profesión, que es maravillosa -la música, el teatro, todo-, pero la carrera es muy complicada. Mis padres, a pesar de todo su talento y su voz, lo pasaron tan mal que yo quería abrirme y hacer otras cosas. Pero al final, aquí estoy.

Tomando nota de sus experiencias para evitar sinsabores, ¿qué aprendió y qué evitó?

Hay cosas que no se pueden evitar. Lo único que puedes es aprender a ir por otros caminos, no sufrir, obviar situaciones y aprender. Por mi parte, me encaramé al mundo teatral y, en fin, de ellos aprendí todo el trabajo técnico, vocal y musical. Me decían: “Lo que estudies, lo que aprendas hasta que tu inquietud sea más superlativa, serán tus armas, porque esta carrera es muy difícil”. Y tenían toda la razón del mundo.

Dice que se encaramó al teatro.

Sí. Trabajando, haciendo cursos, sumergiéndome en el mundo de la prosa, del texto, para saber cómo analizarlos. Cómo entrar en una ópera, sea del compositor que sea. Eso me ha ido caracterizando y es algo que está ahí. Porque siempre hay que aprender. Constantemente. Se supone que quieres una carrera larga y nunca sabes hacia dónde pueden ir tu voz y el resto de las cosas. Hay que saber adaptarse a los cambios. Eso en nuestra familia estaba a la orden del día. No sólo por la profesión; por la vida en sí.

 


LA TÉCNICA QUE FUI ADQUIRIENDO LA HE APLICADO A TODA LA MÚSICA DEL SIGLO XX


 

Dejó el Teatro Real siendo la dulce Mimí y dieciocho años más tarde regresó como la malvada Goneril. ¿Con un propósito de enmienda para que en el futuro no sean tan largas las ausencias?

(Tras un silencio meditativo). ¿Propósito de enmienda? No lo sé. En lo que a mí respecta ya hice mi trabajo. He vuelto con mi repertorio, que ahora es este. Y mi voz es la que se ha escuchado en el Lear. Pero hay más. Detrás del Lear, donde Goneril es como una metralleta, una kalashnikov; están Wagner, Strauss, Janáček… Un repertorio increíblemente vasto, donde las posibilidades vocales se demuestran mucho más.

Siempre que dé con un director “meticuloso y exigente”. Explíquese…

Meticulosa y exigente ya lo soy yo. Lo que exijo es una situación de empatía, una capacidad psicológica en la que traspase incluso su frontera inicial de cómo desarrollar un personaje. Que conozca bien la partitura y el texto y sea ante todo sincero. Como sucede trabajando con Calixto Bieito. Para la obra Lear estuvimos una semana con él. Un pequeño reencuentro para comprobar su talento. Él parte de un esquema hecho, de una idea. Pero después tiene muy en cuenta al artista que está frente a él. No es todo lo de muévete aquí y ponte allá. Lo que me gusta de un director de escena es el diálogo. Yo me pongo completamente a disposición, pero él debe de estarlo también. Pero los hay muy rígidos.

Lo mismo diría del señor de la batuta.

El señor de la batuta tiene una orquesta delante y hay una partitura y un montón de cosas ahí en las que también el diálogo debe ser constante. No puede ser una imposición. Si no, la creatividad está muerta. Es cierto que hay cantantes a los que les gusta que les digan todo, pero hay otros que no, como es mi caso. Y no soy la única que reacciona así. Hay mucha gente con inquietud y con una capacidad teatral muy grandes. Si no hay diálogo, no hay arte, ni creatividad. Porque cada noche es un experimento, una experiencia. Cae el telón, y ya está: no hay nada más.

El repertorio. ¿Lo decide usted o su voz?

Ambas. Yo la escucho y le doy la capacidad y el apoyo técnico para desarrollar lo que me dice, indicando hacia dónde ir. Soy muy instintiva en esto.

¿Ante qué retrocede?

Para mí el miedo es la ignorancia; una ilusión mental. Lo preocupante son la crueldad, la violencia; la agresividad. Eso sí. Me producen rechazo; pero el miedo no. Si no puedo ir hacia un punto, lo acepto y voy hacia otro.

Ya que ha vuelto al Teatro Real, le tocaría hacer lo propio en el Teatro de la Zarzuela, con su nueva directora, que tan bien le conoce desde el Teatro Villamarta, en el que tantas veces cantó.

Isamay Benavente es amiga de muchos de nosotros. En Jerez siempre abrió las puertas a los artistas españoles, y la queremos todos, por ser un rayo de luz para nosotros.

Ópera XXI le ha distinguido como mejor cantante de 2023. En este momento de su carrera. ¿Cómo encaja los trofeos?

No lo sé. Cuando me lo comunicaron, me tuve que sentar diciendo: “¡Que me han dado un premio!”. Era el primero que me daban…

Para los oficiales, costará trabajo encajarla: madrileña, gallega nacida en Munich…

Es que no soy de ningún lugar. Nací en Alemania, mi madre es gallega, mi padre madrileño. Este premio ha sido un regalo. Cuando me llamaron del Maestranza para sustituir a la soprano programada inicialmente, no lo pensé ni un segundo. Fue el cuatro de enero y para mí fue como un regalo de Reyes. Sólo pensaba en Janáček y en que era una oportunidad. Por fin me iban a escuchar en un papel en el que sabía que podía dar algo especial. Y así fue. Con el público todas las noches en pie. ¡Fue toda una experiencia! El personaje de Kostelnička es maravilloso.

 


DE MIS PADRES APRENDÍ TODO EL TRABAJO TÉCNICO, VOCAL Y MUSICAL


 

Curiosa evolución en el repertorio, para alguien que, como su madre, empezó cantando la reina de la noche de La Flauta Mágica mozartiana.

Todos me dicen eso, aunque nuestras voces eran completamente distintas. Aquella Flauta Mágica de mi madre fue algo muy anecdótico. La cantó en Montevideo, cuando ya estaba claro que su voz, desde el origen, derivaba rápidamente hacia el mundo verdiano más denso, más potente. En mi caso fue distinto, porque mi voz encajaba mucho más para Mozart, Rossini; mucho más Bellini, bel canto, los primeros de Verdi… Gracias a eso, la técnica que fui adquiriendo la he ido aplicando con el tiempo a toda la música del siglo XX. Sin cambiar ni un ápice. Naturalmente, la voz es otra, hay una columna vocal distinta. Pero se trata de seguir cantando. Arrastro quince, veinte años de todo ese repertorio que me ha dado una capacidad técnica única.

Por ahí circula una grabación suya cantando el Vorrei spiegarvi oh Dio, de Mozart…

Cómo eran esas arias, a las que, a lo mejor, me gustaría algún día regresar en concierto. No ya con esas alturas cromáticas, con los superagudos, pero hay algunas más centrales que me encantaría poder hacer alguna vez porque creo que son únicas.

¿Desterraría algún papel de su carrera?

El de La fanciulla del West, que canté en México en 2017, el año del terremoto. Para mí fue una experiencia horrible porque cada noche teníamos temblores. Hicimos una función y punto. Como digo yo, se me cerraron todos los chacras. Y el repertorio del siglo XX fue entrando paulatinamente. Poco a poco, porque por medio estuvieron las óperas Adriana Lecouvreur en el Covent Garden y Aida en Basilea, en una producción de Bieito. Hay un momento en que las cosas se mezclaron, hasta que todo se fue reorientando hacia la música del siglo XX.

Su madre cantó en el Museo Metropolitano de Arte, en Nueva York.

Mi madre, pobrecita mía, cantó en el MET el año en que cayó enferma. Tenía cuarenta y dos años. Era su debut en aquel teatro y yo estaba con ella. Había llegado el momento en que por fin un agente, Michael Klotz, le ponía por delante el mundo, diciendo que su voz era universal de verdad. La voz de mi madre era impresionante. Y no sólo por el volumen; también por su voz mediterránea. No era oscura, como las de esas cantantes eslavas que inmediatamente identificas con determinado repertorio. La voz de mi madre era latina, brillante y con un squillo que le permitió cantar a Donizetti o Bellini y que claramente iba apuntando hacia el camino wagneriano. Pero llega la vida y te da uno de esos golpes que te dejan tumbado en el momento en que realmente eres cantante de verdad.

¿Le gustaría algún día seguir sus pasos en aquel teatro?

Claro que me gustaría.

¿Con qué papel?

No tengo ni idea. No me obsesiono con lo que puede llegar. Hay también que jugar con la magia. Podría ser un título contemporáneo: un Lear, o cualquier ópera de Leoš Janáček. Hay que ser inteligentes también a la hora de elegir. Esa es la clave.

¿Dónde encontrarla?

  • En una temporada llena de novedades, desde el inmediato Ángel de Fuego de Prokofiev, en Bari, donde volverá a ser Renata, la mejor forma de seguir sus pasos es recurriendo a su propia página web o al conocido buscador Operabase