ÁMBITO EUROPEO

JOSÉ RAMÓN PATTERSON,

periodista

“Para cerrar la brecha entre jóvenes y mayores es necesario plantar cara a las falacias de los antivacunas"

Las vacunas sí son eficaces y seguras

Confieso que soy bastante crédulo, aunque tengo que puntualizar que no me considero un incauto; esto es: no soy un primo al que cualquiera pueda engañar aprovechándose de su candidez. Lo soy en el sentido de que no recelo de quienes creo que saben más que yo, sea de lo que sea, si tengo la certeza de que no han adquirido sus conocimientos por ciencia infusa sino mediante el estudio, por experiencia o bien analizando y verificando teorías y hechos.

Lo que quiero decir es que no subiría a un avión si no confiase en la destreza del piloto para volar ni en su pericia para sortear los cambios de presión: a él también le va la vida en ello. Y con los sanitarios me pasa igual: tiendo a pensar que estoy en buenas manos y, aunque con resignación, acato dócilmente lo que me ordenan y ni rechisto cuando me obligan a ponerme esas irrisorias batas que dejan el culo al aire.

Si profesionales acreditados me dicen que debo ponerme una vacuna, voy aprisa a ponerla. Lo hice las veces que me citaron para vacunarme contra la Covid y, recientemente, cuando me ofrecieron la vacuna contra el herpes zóster. No soy un osado, sé que las vacunas no son inocuas y que tienen riesgos, pero estoy convencido de que los beneficios compensan el peligro de no ponerlas.

Según la OMS, anualmente salvan la vida a tres millones de personas, dos y medio de ellas niños, y es indiscutible que, junto a la depuración de las aguas residuales y la potabilización del agua, son el método más eficaz para mejorar la salud pública. El arsenal de vacunas lo integran hoy algo más de 40, que han permitido reducir la incidencia de 25 enfermedades como la poliomielitis, los tumores de cuello de útero, el tétanos materno y neonatal, el sarampión, la difteria, la tosferina, la meningitis o el rotavirus.

Sin embargo, pese a su utilidad, desde la Covid han aumentado los antivacunas y enfermedades casi olvidadas están resurgiendo en el mundo desarrollado por la reducción de las tasas de vacunación y la movilidad entre países. Así, las autoridades sanitarias españolas consideran que los brotes de sarampión detectados meses atrás se deben a casos importados, y si bien la situación no parece preocupante, se teme que la elevada incidencia en Europa y otras partes del mundo provoque un goteo continuo de nuevos casos.

Lo que parece claro es que los patógenos están al acecho y reaparecen a la mínima ocasión. Salvo el virus de la viruela, los demás gérmenes causantes de enfermedades circulan libremente a la espera de la oportunidad de atacar a quienes están desprotegidos. Sucedió con la poliomielitis en Nigeria, el último país donde quedaba: el presidente nigeriano afirmó que la vacuna producía esterilidad y la población la rechazó, provocando que arraigase y, lamentablemente, que se extendiese a Afganistán y a Paquistán.

Los primeros antivacunas surgieron ya en época de Jenner, el inventor de la vacuna contra la viruela, acaso por ignorancia y miedo. Pero es asombroso que proliferen dos siglos después, cuando hay evidencias científicas incontestables de su utilidad, inducidos por negacionistas y conspiranoicos cuyo juicio se debe no tanto a intenciones perversas como a la estupidez. Y resulta llamativo que sean los jóvenes los más recelosos, según constata el último informe de la Comisión Europea sobre la confianza en las vacunas (State of Vaccine Confidence in the EU).

Que la percepción sobre el provecho de las vacunas sea mayor entre los adultos que entre los jóvenes europeos tiene bastante lógica: nuestros padres y abuelos guardan en su memoria el atroz recuerdo de enfermedades como la polio, la viruela, la tuberculosis, la difteria o la tosferina. Pero hasta la Covid, los más jóvenes no habían vivido ninguna amenaza grave, y tal vez el hecho de que se cebase especialmente con los mayores los haya llevado a suponerse inmunes.

España es uno de los países de la Unión Europea donde más se confía en las vacunas, pero esa fe puede derrumbarse por exceso de complacencia si se desatiende la vigilancia o se descuidan los programas de vacunación. Es obvio, además, que para cerrar la brecha entre jóvenes y mayores es necesario plantar cara a las falacias de los antivacunas y convencer a los renuentes por desidia de que su opción puede causar la reaparición de enfermedades casi olvidadas.

Si virólogos y epidemiólogos atestiguan que las vacunas son eficaces y seguras, créanlos. Es verdad que en ocasiones tienen efectos adversos, pero en general los beneficios contrarrestan los riesgos. Según la Agencia Europea del Medicamento, el peligro de que la vacuna de AstraZeneca contra la Covid provocase trombosis era de uno por cada 100.000 vacunaciones, inquietante sin duda. La probabilidad de morir en un accidente aéreo es de una entre 10.000. Echen cuentas.