ESFERA CULTURAL

ANNA MISHCHENKO,

SOPRANO UCRANIANA

El 26 de febrero de 2022, la soprano ucraniana de Dnipró, Anna Mischenko, debía interpretar el papel protagonista de La princesa del circo, opereta del húngaro Imre Kálmán. Dos días antes, Vladimir Putin había invadido su país. Hoy, en condición de refugiada, reside en Madrid y trabaja para el Coro Intermezzo en programas que requieren refuerzos vocales, como Maestros Cantores, la ópera de Wagner con la que regresó hace unas semanas al Teatro Real.

JUAN ANTONIO LLORENTE

“Es una suerte que me hayan brindado la oportunidad de cantar en el Teatro Real”

Sorprende leer que se formó en una materia tan distinta a su profesión como ingeniería de minas. ¿Llegó a ejercer?

Nunca. En aquel momento teníamos una buena especialización, pero entre 1996 y 2001, cuando cursé mis estudios, era difícil encontrar ese trabajo específico. Estando en la universidad me ofrecieron prácticas en otra localidad, no remuneradas y en condiciones duras, así que, como en aquel momento necesitaba dinero, comprendí que lo mejor era declinar la oferta. En la facultad había un grupo de gente con muy buenas voces, con los que empecé a cantar música popular.

¿Recuerda el día en que la invasión de Ucrania precipitó su marcha?

No sólo me acuerdo de ese día, también del anterior. Todo se esfumó en un minuto. Durante muchos años había estado escribiendo un diario. Intenté esbozar algo y lo único que me salió fue “es el segundo día de la guerra y me he quedado sin palabras». No sabía qué hacer en ese momento de mi carrera; mi marido me propuso quedarme pensando que todo se iba a solucionar. Suponía que siendo Dnipró una gran ciudad, con mucha industria y un sector manufacturero altamente desarrollado, todo ello muy ligado a los negocios con Rusia, nunca la tocarían. Pero mi principal objetivo era sacar a nuestros hijos fuera de todo riesgo. Como madre, no quería que viviesen aquel momento. Mi único pensamiento era cómo salir con ellos de allí.

¿Su marido no podía?

Me dijo “Anna, como patriota, no podría dormir pensando que he abandonado a mi nación. Pido perdón si soy demasiado egoísta -puede que así sea-”. Entonces, recordé cuando mis hijos estaban dentro de mí y yo les decía cosas y les cantaba nanas esperando el milagro de su llegada. Hablé con ellos, como si aún los llevara dentro, exponiéndoles los sucesos tan terribles que estaban ocurriendo. Hasta que mi marido le dio un arma al mayor diciéndole: “Aprende a manejarla, que tal vez un día tendrás que utilizarla en la guerra”. En ese punto, aun comprendiendo la actitud de mi marido pensando en nuestro país, dije ¡no! Salieron a tiempo, el mayor tenía 17 años y hoy estaría reclutado.

 


«LOS ESPAÑOLES SON ABIERTOS DE MENTE Y CORAZÓN Y, SI SE LO PIDES, ESTÁN DISPUESTOS A AYUDAR EN LO QUE NECESITES»


 

¿Pensó en algún plan concreto?

No tenía ni idea de adónde ir. Al principio existía la posibilidad de trasladarse al oeste de Ucrania para vivir más o menos en calma, o a los Cárpatos, un lugar idílico en medio de la naturaleza. Allí teníamos unos amigos y fuimos hasta una aldea cerca de Leópolis, donde nos quedamos tres días. Pero siguiendo las noticias, al ver a toda aquella gente que, a pesar del frío, esperaban en la frontera con sus niños y las maletas intentando salir de Ucrania, hablé con la dueña del apartamento. Su hija trabajaba en una empresa que ofrecía a sus trabajadores la posibilidad de llegar a Cracovia en autobuses. Le pregunté si había alguna posibilidad de comprar tres plazas en alguno de ellos, pudo conseguirlas, y salimos de Ucrania. Al día siguiente era el Día de la Mujer y cuando mi marido me llamó para felicitarme le dije: “Gracias, estamos ya en Polonia”. Noté que se quedaba en shock porque nos habíamos ido alejando más de nuestra ciudad.

Hasta instalarse en España, donde fue definitiva la ayuda de una profesora de canto con la que había estudiado…

Sí, se llama Milagros Poblador. Nos conocíamos de unas lecciones que me había dado, y habíamos seguido en contacto por WhatsApp. Decidí recurrir a Milagros, aunque sólo había dado dos o tres clases con ella y no quería molestarla. Me armé de valor y la llamé. Le dije que quería saber si ella me podría ayudarme a encontrar un trabajo. Estaba abierta a lo que me sugiera -limpiar casas, lo que fuera-, no quería mendigar.

¿Por qué pensó en España?

Tengo un amigo de Nueva York, David Johnson, que fue mi profesor y ahora está dando clases en Francia. En ellas conocí a una chica belga que, cuando estalló la guerra me dijo: “Os estoy esperando, a ti y a tus hijos. Aquí no os faltará nada, ni tendrás que pagar alojamiento”. Valoré todas las opciones y lo que nos aportaría cada país y finalmente decidí que nos íbamos a España.

¿Quieren volver a su tierra?

Al principio queríamos, mis hijos me decían que echaban de menos a su padre. A veces vuelven a lamentarse, y lo comprendo. Trato de evitarles las malas noticias para mantener su mente apartada, pero insisten en saber qué ocurre. Cada día, hablo con mi marido y me cuenta si han caído cohetes, bombas, etc. Así que a veces, cuando se quejan, les recuerdo lo que está sucediendo en Ucrania. Aquí vivimos en paz, pueden ir al colegio y estar con sus amigos, hablar por teléfono con su padre…

¿Siente que nuestro país le abrió los brazos?

Para mí fue una sorpresa cuando en 2016 visité España por primera vez con mi marido. Inmediatamente me sentí cómoda. Ahora, después de dos años viviendo aquí, veo que son tal y como los recordaba: abiertos de mente y de corazón y, si se lo pides, dispuestos siempre a ayudar.

Y usted paga con la misma moneda, dispuesta a echar una mano a los demás, cantando en hospitales y residencias o atenta a cualquier llamada de la Cruz Roja…

A Cruz Roja le estoy muy agradecida porque a nuestra llegada nos proporcionó alojamiento durante una semana en un hotel cerca del aeropuerto de Barajas. Desde allí, nos trasladamos a un apartamento en Malasaña. Después firmé el contrato con Intermezzo, que me permitió pagar el alojamiento y la comida para mí y mis hijos.

 


«CUANDO ESTALLÓ LA GUERRA INTENTÉ ESCRIBIR ALGO Y LO ÚNICO QUE ME SALIÓ FUE: “ES EL SEGUNDO DÍA DE LA GUERRA Y ME HE QUEDADO SIN PALABRAS”»


 

Después de haber cantado como solista en su país, ¿cómo se siente, anónima entre la multitud del coro?

El trabajo previo en mi país había sido también cantando en un coro. Por eso, volver a hacerlo ahora no es un problema. Es una suerte que me hayan brindado la oportunidad de cantar en el del Teatro Real. Nunca pensé que algún día sucedería. Mis compañeros son profesionales con mucho talento, y eso es lo importante para mí: sentirme rodeada de grandes músicos, de grandes cantantes y directores.

¿Le apetecería volver a cantar sola?

Naturalmente que me apetece, pero lo importante para mí en este momento es contar con independencia económica. Porque mi marido no puede ayudarnos mucho, y no quiero molestar a asociaciones benéficas de España. Estaría muy bien que surgiera alguna posibilidad de cantar como solista en eventos o pequeños conciertos, pero el que el coro Intermezzo cuente conmigo lo considero un gran honor.

¿Sueña en pasado o en futuro?

Sueño en presente. Pienso en este mismo momento, porque tenemos todo: agua, el azul del cielo… Desde pequeña me enseñaron a ser agradecida por tener lo que necesito. La voz es algo circunstancial, que en un momento dado puede no estar tan bien por diversas razones, empezando por el estrés.

Cuando todo vuelva a su cauce, ¿qué papel le gustaría interpretar?

Aunque mi favorito es Liu, de Turandot, me apetecería mucho cantar Mimi, de Boheme, por sus exigencias vocales y su punto dramático. O el de Theodora, protagonista de La princesa del circo, de Kalman que, en 2022, dos días después de la invasión, iba a interpretar en Mariupol.

¿Le gustaría materializar pronto aquella Theodora?

Sí, y de hacerlo, me gustaría que fuese en alemán, por todo lo que gana la línea melódica cuando se dice el texto en la lengua en la que fue escrito.

¿Dónde encontrarla?

Por sus obras se conocerán:

  • En YouTube. Anna Mishchenko y Tatiana Feshchenko. Et Incarnatus Est.
  • En YouTube. Anna Mishchenko. Io son l’umile ancella.