EN PLENO DEBATE
INOCENCIO F.ARIAS,
diplomático
"La OTAN, con «respiración asistida» hace un año según Macron, ha resucitado y le surgen novios”
Errores clamorosos, pero Putin sacará tajada
“Por qué Putin ya ha perdido esta guerra” titulaba en un artículo, pocos días después de la invasión de Ucrania, Yuval Noah Harari, el brillante y leído pensador israelí.
Pasados 111 días resulta que está sin perder y probablemente no la va a perder. No la va a ganar en los términos que ilusamente se planteó debido sobre todo a la tenaz resistencia ucraniana, heroica. El autócrata ruso pifió garrafalmente en su planteamiento y objetivos iniciales. Pensó que internacionalmente el momento era el adecuado, Estados Unidos estaba escaldado con la aventura de Afganistán, Europa, rehén del gas ruso, vacilaría y se dividiría inmediatamente. Se equivocó.
Por otra parte, alimentándose de sus propias fábulas, erró por completo sobre la conducta de los ucranianos. Creyó que el ejército ruso sería acogido como libertador, con palmas y olivos; en las zonas en que no fuera así una ofensiva relámpago obligaría a los ucranianos a capitular, se instalaría un gobierno títere y controlaría el país, paso previo a una anexión a Rusia. Pensaba que era la misión histórica de él, heredero de Pedro el Grande.
El cálculo resultó estúpido. Los ucranianos han ofrecido una feroz y, con frecuencia, eficaz resistencia, causando bajas materiales y humanas de importancia. Europa no se dividió, ¿momentáneamente?, y Estados Unidos acudió rápido a ayudar a Ucrania. Le viene aportando información sobre los movimientos rusos y ya ha enviado armas por valor de 2.400 millones de dólares.
Putin con su guerra que llama cínicamente, “operación militar especial”, ha pisoteado la carta de la ONU (artículo 2,4), la antigua constitución de la URSS que permitía la separación de sus miembros (Ucrania votó masivamente la independencia) y, sobre todo, por su cercanía, el Memorándum de Budapest de 1994. En ese acuerdo, Ucrania cedía su armamento nuclear a cambio de garantías de Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia de que respetarían su soberanía en sus fronteras del momento. Putin se ha hecho pipí en todo esto y como cortina de humo pregonó sandeces como que Ucrania tenía un gobierno nazi y Estados Unidos y la OTAN iban a rearmar nuclearmente a ese país.
Todo nace de la obsesión malsana de Putin de que Ucrania es un ente ficticio, una aberración que no debe existir.
La guerra ha mostrado varias cosas: a) el ejército ruso era menos eficaz y moderno de lo que se creía. b) Europa estaba infraarmada, sus stocks de armamento utilizables escuálidos, etc…c) La gran paradoja, Europa, que arma, con cierta timidez, a Ucrania, está financiando la guerra desencadenada por Rusia gracias a las compras que le hace de gas y petróleo. Y Europa no puede o no quiere renunciar a ese suministro.
Esta es una de las madres del cordero, la dependencia europea de Rusia en algo vital: la energía. Ciertos países, a la cabeza la Alemania de Merkel, patinaron anunciando el cierre de las centrales nucleares y firmando acuerdos amplios con Moscú, con construcción de gasoductos, etc… Ahora se pretende dar un paso atrás y renunciar al grifo ruso. Con discusiones y divisiones. Alemania ha sufrido varios embates de sus aliados por su actitud aparente ambivalente a pesar de que va aumentar espectacularmente su inversión militar (se han esfumado varios tabúes de la política exterior alemana) y Macron ha recibido rejonazos de polacos, bálticos y otros por sus constantes, e infructuosas, llamadas a Putin (“no recuerdo que nadie llamara a Hitler cuando invadió”, dice un polaco) y su afirmación de que hay que darle “una salida al líder ruso”. Hasta el periódico “Le Monde” encuentra cuestionable la postura de su presidente y se pregunta por qué no viaja a Ucrania.
Las larvadas divisiones europeas, que podrían crecer, alientan a Putin, pero esa no es la razón por la que no perderá la guerra. Las sanciones impuestas no le han hecho excesiva mella por el momento; puede resistirlas durante tiempo, y los ciudadanos rusos continúan siendo dóciles. Muchos de ellos apoyan la invasión y hay pocos que se pregunten, por ejemplo, por qué Rusia es excluida del mundial de futbol o eventos parecidos. En la Europa democrática, Brasil, Argentina… sería una afrenta que suscitaría muchas preguntas nocivas para el sistema.
Putin parece que alcanzó un pacto tácito con su gente: yo elevo el nivel de vida y ustedes no se meten en política. Ahora ha logrado convencer a la opinión, con un control absoluto de los medios de información, de que una vez más, el mundo quiere humillar a Rusia. Hay que defender la patria frente a Occidente. Y lo creen.
En consecuencia, la única forma de que recapacitara sería la de causarle ingentes bajas humanas, la llegada de miles de ataúdes de soldados. Esto haría pensar. Por eso libra ahora una guerra de desgaste con bombardeos masivos y relativas escaramuzas de sus tropas. Con esta conducta, y con objetivos más limitados, no puede perder; gasta en presupuesto militar 10 veces lo de Ucrania y tiene 4 veces más de soldados. La ayuda occidental a Ucrania es insuficiente para neutralizar esta guerra de atrición.
Y toda Europa le ha visto las orejas al lobo ruso (nuestro Sánchez menos, es cicatero en defensa). Alemania vota 100.000 millones de euros extra para defensa, la OTAN, con “respiración asistida” hace un año según Macron, ha resucitado y le surgen novios. Finlandia y Suecia alarmadas llaman insistentemente a la puerta tras un giro crucial de su opinión pública (Finlandia ya sufrió dentelladas de Rusia durante la II Guerra).
Son dos democracias ejemplares que no amenazan a nadie a pesar de las bravatas de Putin. Ahora no les basta el Tratado de la Unión Europea. El escudo de la OTAN es más fuerte y disuasorio. Turquía levantó en la cumbre objeciones considerables y egoístas a que puedan entrar, Erdogan chalanea muy bien, pero al final se avendrá sacando tajada y acabarán ingresando.