Europa envejece

ÁMBITO EUROPEO

Europa envejece

En los últimos 50 años la esperanza de vida de la población europea ha aumentado diez años. Es la primera vez que tantos europeos disfrutan de una vida tan larga. Esta realidad tiene implicaciones sociales y presupuestarias que es preciso planificar, pero también ofrece la oportunidad de crear nuevos puestos de trabajo. La Comisión Europea ha publicado el Libro Verde sobre el Envejecimiento, que abre el debate político para abordar los desafíos que plantea esta tendencia demográfica.

ELVIRA ARROYO

El cambio demográfico que está experimentando la Unión Europea (UE) se ha convertido en una cuestión política prioritaria. La mayor esperanza de vida y la reducción de las tasas de natalidad han dado lugar a una pirámide de población cada vez más envejecida y a un crecimiento negativo que previsiblemente irá en aumento. Si se mantiene la actual evolución, en 2070 Europa representará menos del 4% de la población mundial, frente al 10% actual.

Aunque esta transformación no afecta del mismo modo a todos los países ni a todas las regiones, los Estados miembros intentan afrontar la repercusión del envejecimiento mejorando los sistemas educativos, fomentando una vida laboral más prolongada e impulsando reformas en los sistemas de protección social y de pensiones. Aun así, la velocidad y la trascendencia de este cambio exigen buscar nuevos enfoques para garantizar una respuesta apropiada en una época de retos importantes, como la transición ecológica y digital, las nuevas formas de trabajo y la amenaza de las pandemias.

Aprender a envejecer. Uno de los primeros pasos de la Comisión Europea ha sido publicar el Libro Verde sobre el Envejecimiento, que ha sido objeto de una consulta pública durante la cual ciudadanos y organizaciones de la UE han realizado sus aportaciones. A partir de aquí, la Comisión presentará diferentes propuestas.

Con un enfoque basado en el ciclo vital, el Libro Verde destaca el impacto del envejecimiento en todas las generaciones y etapas de la vida. Para empezar, recuerda que las bases de un envejecimiento saludable y activo deben establecerse desde una edad temprana, adquiriendo un estilo de vida que incluya una alimentación sana, actividad física y relaciones sociales. Esto ayuda a reducir el riesgo de sufrir obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y otras enfermedades no transmisibles que van en aumento. Una población sana tiene además un efecto positivo en el mercado laboral, los sistemas de protección social y el crecimiento económico.

A la vez, los hábitos saludables deben ir acompañados de un aprendizaje permanente, que no solo nos permitirá estar preparados para nuevos empleos y seguir activos más tiempo, sino que además puede retrasar la aparición de demencias y evitar el deterioro cognitivo asociado a la edad.

Envejecer bien es en gran medida una responsabilidad personal, pero, para lograrlo, las autoridades políticas deben promover acciones de prevención y proporcionar los medios necesarios para el bienestar personal.

Mayores atenciones. En cualquier caso y a pesar de tener una mayor esperanza de vida saludable, las personas mayores tienen más probabilidades de sufrir enfermedades y de volverse dependientes. Este riesgo crece claramente con la edad porque, mientras que solo el 10,6% de los europeos entre 65 y 74 años son dependientes, este porcentaje se eleva al 35% a partir de los 85 años. Esta situación se puede posponer con los cuidados sanitarios, un estilo de vida adecuado y la creación de entornos accesibles, pero el envejecimiento conducirá a una mayor demanda de asistencia sanitaria y cuidados de larga duración.

Se espera que el número de personas de la UE que puedan necesitar cuidados de larga duración aumente desde los 19,5 millones de 2016 hasta 23,6 millones en 2030 y 30,5 millones en 2050. Como cada vez es más difícil contar con la ayuda de los familiares en estas circunstancias, se calcula que en la próxima década se crearán ocho millones de puestos de trabajo en el sector de la asistencia sanitaria y social. Esto exigirá más especialistas y dar formación a muchos otros trabajadores para que puedan reciclarse.

También será imprescindible proporcionar asistencia sanitaria a las zonas rurales y periféricas. Todavía hay países europeos que tienen dificultades para dar cobertura en determinadas zonas, conocidas como “desiertos médicos”.

Fuerza laboral. Otro gran desafío para la UE es dejar de perder población en edad laboral, como viene ocurriendo desde hace una década. La sostenibilidad del sistema requiere la entrada de más personas en el mercado laboral, la posibilidad de alargar la vida laboral y mejorar la productividad.

El Libro Verde sobre el Envejecimiento propone aumentar la fuerza laboral facilitando el acceso al empleo de las mujeres (su tasa de empleo en la UE es un 11,7% inferior a la de los hombres y tienden a trabajar a tiempo parcial), de la migración legal y de las personas con discapacidad.

Al mismo tiempo, es indispensable acabar con la discriminación laboral a partir de cierta edad: solo el 59,1% de los europeos de entre 55 y 64 años estaban empleados en 2019, frente al 73,1% de aquellos con edades comprendidas entre los 20 y 64 años. No deja de ser contradictorio, porque una de las fórmulas para contrarrestar el envejecimiento poblacional y mantener el sistema de pensiones es alargar la vida profesional.

Según la previsión demográfica más reciente de Eurostat, la tasa de dependencia de vejez de la UE-26 solo se mantendría en 2040 al mismo nivel que en 2020 si la vida laboral se amplía hasta los 70 años. En este sentido, la Comisión Europea considera que las jubilaciones anticipadas deberían limitarse a casos objetivamente justificados y que se debe establecer de forma general el derecho a trabajar más allá de la edad de jubilación.

El Libro Verde pone sobre la mesa todos estos asuntos, que empiezan a ser apremiantes. Más allá de las cuestiones económicas y de unos servicios de calidad, sugiere reflexionar sobre cómo interactúan distintas generaciones. Por ejemplo, se empieza a considerar como una opción interesante las cooperativas de viviendas en las que convivan varias generaciones, lo cual puede ofrecer, entre otras ventajas, compañía a los residentes mayores y transferencia de conocimientos a los residentes jóvenes.

Por otro lado, las personas mayores que gozan de buena salud pueden contribuir a generar valor social y económico en nuestras sociedades. Desperdiciar sus capacidades cognitivas no solo va en perjuicio de su salud mental y física, sino que también supone la pérdida de una oportunidad para la comunidad.

El impacto del cambio demográfico
  • La población europea en edad de trabajar se está reduciendo.
  • Los sistemas de atención sanitaria tendrán que adaptarse y habrá un mayor gasto público relacionado con la edad.
  • Los desafíos demográficos variarán de unas zonas a otras. Las regiones que tengan rápidos aumentos de población deberán contar con las infraestructuras y servicios necesarios.
  • La participación de Europa en la población mundial y el PIB será progresivamente.

Europa opina

Notarios de Europa. Comentarios del Consejo de Notariados de la Unión Europea (CNUE) sobre el Libro Verde sobre el Envejecimiento (en inglés).

AGE Platform Europe. Libro Verde de la UE sobre el envejecimiento: una oportunidad clave para dar pasos concretos hacia un futuro más inclusivo para todas las edades. Artículo que analiza las debilidades y fortalezas de este proyecto. Firmado por Julia Wadoux, coordinadora de políticas de salud, nuevas tecnologías y accesibilidad de la red europea para mayores AGE.

Alzheimer Europa. 2021: Libro Verde de la UE sobre el envejecimiento. Artículo que recoge la respuesta de esta organización a la consulta sobre el Libro Verde. Identifica los aspectos imprescindibles para que se aborden las necesidades de las personas con demencia.

Un esfuerzo equilibrado

Las soluciones al envejecimiento deben lograr una buena protección social sin imponer una carga excesiva a la población en edad laboral, que representa la principal fuente de financiación para los sistemas sociales. Una solución alternativa sería trasladar parte de la carga fiscal del trabajo a la contaminación, como propone el Pacto Verde Europeo.

En cualquier caso, la sostenibilidad de las finanzas públicas debe supervisarse, sobre todo en los países con una elevada deuda pública. Actualmente, el gasto público relacionado con la edad supera el 25% del PIB de la UE. La previsión es que estos costes aumentarán un 1,1% de aquí a 2070, aunque en once Estados miembros se esperan subidas del 3% o más.

XII Congreso Notarial: El envejecimiento de la sociedad

El 19 y 20 de mayo de 2022 tendrá lugar el XII Congreso Notarial Español, cuyo lema es “El envejecimiento de la sociedad: principal desafío del siglo”.

Son muchos los foros dedicados a estudiarlo desde diferentes perspectivas (médica, sociológica, económica, asistencial), pero en todas ellas se echa de menos el enfoque jurídico, imprescindible para integrarlas adecuadamente y permitir su implementación práctica, con pleno respeto a la dignidad y libertad de las personas. Esa necesidad no ha hecho más que agigantarse tras la dura experiencia vivida desde el inicio de la pandemia provocada por el COVID 19. La realidad ha puesto de manifiesto con tremenda crudeza que hay que incardinar la reflexión sanitaria, económica y sociológica en un marco jurídico adecuado, capaz de armonizarlas en beneficio de las personas, especialmente de la de más edad, que son las que han sufrido el impacto de la crisis con mayor violencia.

El Notariado está en una posición idónea para asumir la responsabilidad de impulsar un congreso como este, que tendrá, además, la ambición añadida de aprender de la reciente experiencia.

«El envejecimiento: ¿problema demográfico o fiscal?», por José Ramón Patterson

ÁMBITO EUROPEO

 
JOSÉ RAMÓN PATTERSON

periodista

 

El envejecimiento: ¿problema demográfico o fiscal?

@joseramonpatter

José Ramón Patterson

A la Comisión Europea le preocupa el envejecimiento de la población en la UE, que cada año es más acusado. Nacen menos niños mientras aumenta la esperanza de vida, que en el último medio siglo ha ganado otros diez años. El problema es grave, dicen los agoreros, porque una sociedad donde muere más gente de la que nace y se incrementa el número de ancianos está abocada a sufrir contratiempos socioeconómicos de envergadura. Si no se adoptan medidas -pronostican-, la población activa disminuirá paulatinamente al tiempo que los Estados se verán obligados a desviar más recursos a pensiones públicas y a la atención a los mayores.

Ciertamente, urge una solución para evitar, o al menos mitigar, las consecuencias del “suicidio demográfico”. Pero creo que, en esto como en todo, más apremiante que aplicar medidas aparentemente obvias para revertir la situación es determinar la naturaleza del asunto; esto es, hacer un diagnóstico objetivo de la situación y analizar sin prejuicios ni orejeras ideológicas por qué se ha producido. Si no, es bastante probable que sobre la base de impresiones falsas se planteen remedios tan evidentes como engañosos. Pienso, en concreto, en el fomento de la natalidad, para muchos la panacea contra este mal.

Un error común es considerar el aumento de la esperanza de vida como un fracaso cuando, parafraseando a la politóloga Margarita León, es “la historia de un éxito”. En efecto, vivimos cada vez más, pero lo hacemos de manera más saludable y activa que nuestros antepasados. Según la Comisión, en el próximo medio siglo los mayores de 65 años serán el 30% de la población y se duplicará el número de octogenarios. Ahora bien, es evidente que la condición física de quienes llegan a la edad de jubilación y de los ancianos no es la misma que la de sus padres y que la de sus hijos será aún mejor y, por lo tanto, requerirán menos atenciones.

Otra equivocación habitual es considerar aciago el descenso de la natalidad sin reparar en sus causas, como son la dificultad de los jóvenes para independizarse (inestabilidad laboral, alquileres prohibitivos) y, sobre todo, la emancipación de las mujeres, que según han ido ganando derechos y logrando ser autosuficientes tienen otros objetivos vitales además de procrear. Tener hijos es una opción, no una obligación, y son muchas las mujeres que eligen no tenerlos, ya sea porque no sienten la necesidad o, aunque lo deseen, porque la maternidad, lamentablemente, limitaría su promoción laboral.

Con este panorama en mente, la Comisión Europea presentó a principios de año un libro verde sobre el envejecimiento con la pretensión de abrir un debate al que hiciesen aportaciones los Estados miembros, incluidas las administraciones regionales y locales, organizaciones interesadas y ciudadanos particulares. Es un procedimiento al que, en aras de la “participación”, recurre el Ejecutivo comunitario cuando no sabe qué hay que hacer, como ocurrió en 2018 con la consulta sobre el cambio de hora (el 84% de los participantes se mostró partidario de acabar con el cambio dos veces al año, y en ello seguimos).

Más allá de saber que me queda por delante menos tiempo del que he dejado atrás, a mí, sinceramente, me preocupa poco cumplir años. Al menos, de momento. He llegado a la jubilación en plenitud de facultades y mi salud habría sido la envidia de mis progenitores cuando tenían veinte años menos que yo ahora. Lo que me intranquiliza, y supongo que también a la Comisión, es que a medio plazo el Estado no tenga recursos suficientes para garantizarme una pensión que me permita vivir con cierta decencia. Y evitarlo exige revertir la alarmante disminución de la población en edad laboral para no sobrecargar con cotizaciones más elevadas a las generaciones más jóvenes.

Es obvio que no hay una única solución y que las que se apliquen no tendrán un efecto inmediato. Lo primero es reducir la precariedad para que los jóvenes se independicen antes y favorecer, al mismo tiempo, la entrada de más personas en el mercado laboral. La escasez de trabajadores se puede resolver, si bien sólo en parte, promoviendo políticas de igualdad para que las mujeres concilien mejor el trabajo y la vida privada, mejorando el acceso de las personas con discapacidad (sólo del 34% de las que viven en España son activas), retrasando la edad de jubilación o acortando los ciclos educativos para adelantar la incorporación al mercado. Pero, como digo, son soluciones parciales porque el declive demográfico es de tal magnitud que no se remediará en, al menos, dos o tres generaciones.

Así que, a falta de otras recetas que yo no soy capaz siquiera a vislumbrar, la Unión Europea está abocada a medio plazo a recurrir a la inmigración para compensar la escasez de mano de obra nativa. En España, de hecho, el incremento de la población activa en los últimos años se ha debido esencialmente a ciudadanos extranjeros, que también han contribuido a aumentar la tasa de actividad femenina. El reto es integrarlos bien y de forma ordenada en el mercado laboral. Y aunque no son la solución a largo plazo para el problema de las pensiones, nos dan un margen de maniobra suficiente para estudiar fórmulas que garanticen la estabilidad del sistema. Cuanto antes lo entendamos, mucho mejor.