EN SOCIEDAD
UBALDO NIETO CAROL
notario, profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Católica de Valencia
Cada vez más jóvenes acuden al notario
HASTA NO HACE mucho tiempo, el primer contacto de los jóvenes con el notario solía ser en el otorgamiento de capitulaciones previas al matrimonio y, tras cierto tiempo, la compraventa de la vivienda, casi siempre acompañada de un préstamo hipotecario. Hoy, como es sabido, las capitulaciones pueden ir seguidas de la escritura de celebración de matrimonio, por lo que un acto de gran trascendencia para la vida de cualquier persona pasa también por la intervención notarial. Y como alternativa al matrimonio, está la constitución de una unión de hecho que para su inscripción en un registro administrativo exige escritura pública.
Luego, si las cosas salen mal, vienen las separaciones o divorcios de mutuo acuerdo, también autorizados por notario siempre que no haya menores no emancipados ni hijos con la capacidad modificada judicialmente que dependan de sus progenitores; o las disoluciones de las uniones de hecho. Y al igual que comparecieron para la compraventa, lo hacen para la extinción del proindiviso.
Pero las circunstancias sociales hacen que ese primer contacto se vaya produciendo a una menor edad. Vamos a obviar la presencia de los hijos en el otorgamiento del testamento por sus padres, cada vez más frecuente, especialmente en aquellos supuestos de conflicto familiar como es el caso del testamento del separado o divorciado en el que se excluye de la administración de la herencia del testador al otro progenitor del menor. Y lo hace con el propio menor presente.
En la adolescencia, hay otras comparecencias ante notario que si bien no son frecuentes tampoco empiezan a ser tan excepcionales. La primera, junto con sus padres, para aceptar la emancipación a los 16 años, lo que le permite regirse como un mayor de edad aunque con alguna restricción. También para consentir que sus padres vendan bienes inmuebles del menor cuando es mayor de 16 años (así no hay que recabar autorización judicial). Otra es el testamento del propio menor con al menos 14 años por tener un cierto patrimonio, generalmente adquirido por herencia, y especialmente en situaciones de crisis familiar (separación o divorcio de los padres o abandono del hogar por alguno de ellos). Y tampoco hay que olvidar en estos testamentos lo que podríamos llamar “activos digitales”, mucho más comunes entre los adolescentes y jóvenes que entre los adultos (archivos en la nube con todo tipo de información, fotografías, colecciones de música y listas de reproducción, cuentas en redes sociales y de correo electrónico). De ahí la importancia de designar a este respecto un “albacea digital” para ocuparse de esta “huella digital” (eliminar, convertir, descargar y administrar cuentas y perfiles).
Con la mayoría de edad y al comenzar los estudios universitarios (o posteriormente los de máster) son cada vez más frecuentes los préstamos bancarios para financiarlos (es bueno que los hijos sepan lo que cuestan las cosas). Y si los estudios se realizan fuera de su domicilio habitual y se requiere arrendar una vivienda, no es infrecuente que vengan a firmar un contrato de contragarantía por el aval bancario prestado al arrendador; en uno y otro caso, como es lógico, los contratos incluyen el afianzamiento de sus padres. Y cuando salen de España para estudiar en otro país vienen a la notaría para el otorgamiento de un poder general a favor de sus padres.
Fruto de la cada vez más pronta incorporación de los jóvenes a la vida empresarial, es muy frecuente la presencia de jóvenes en la constitución de sociedades mercantiles (habitualmente sociedades limitadas). Luego, iniciado este camino, cuando la empresa crece, ya llega el resto de operaciones societarias como es el cambio de domicilio o la ampliación del objeto social, las ampliaciones de capital, el cese y nombramiento de administradores y la financiación bancaria a través de préstamos, aperturas de crédito, líneas de descuento…
En fin, esta mayor presencia de jóvenes en las notarías coincide con su “maduración personal” y su más pronta incorporación a la vida social y económica.