ESFERA CULTURAL

La España vaciada, de mito literario a destino apetecible

La pandemia ha hecho que muchos urbanitas sueñen con un cambio que la literatura de los últimos años ha revestido de una especial mística.
JULIÁN DÍEZ

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La comarca de La Alcarama, en la zona limítrofe de la provincia de Soria con La Rioja, es el lugar más vacío de Europa por debajo del Círculo Polar Ártico. Simplemente, porque no vive nadie. Entre Poyales, pueblo riojano de diez habitantes, y Las Fuentes de San Pedro, localidad soriana con cinco censados, hay una franja de treinta kilómetros por veinte de ancho en la que, oficialmente, no hay ningún residente.

Los pueblos que existían allí (Tañine –hasta hace poco con un habitante– Bumanco, Vea, Valdemoro de San Pedro Manrique…), no recibieron electricidad en los años sesenta para que fueran abandonados y crear un enorme pinar que ha crecido virgen hasta hoy. Esos seiscientos kilómetros cuadrados coinciden con la extensión del término municipal de Madrid, donde viven casi tres millones y medio de personas; son una extensión seis veces mayor que la del término municipal de Barcelona, con 1,6 millones de habitantes.

Esta es la realidad más extrema de la España Vaciada, del territorio con menor densidad de población conjunta de Europa. La Alcarama y los Montes Universales, entre Cuenca y Teruel, son los lugares más despoblados de un gran espacio despoblado, puesto que en España el 90% de la población (42 millones de personas) viven en el 30% del territorio (las costas y la ciudad de Madrid). El resto, cuatro millones de habitantes, se reparten en 350.000 kilómetros cuadrados que vienen a equivaler a la extensión de Japón o Alemania, y superan de largo la de Italia o Gran Bretaña.

Este territorio enorme, increíblemente desconocido por buena parte de la propia población de las capitales, ve ahora con sorpresa cómo el mayor desastre social del último medio siglo abre la puerta a su recuperación. Pueblos de Ávila, la serranía de Málaga o el interior de Galicia, que año tras año veían caer su número de habitantes, se han encontrado con incrementos de empadronados de un 7% a un 10% en apenas un par de meses. Numéricamente son pocos (diez, quince, cincuenta personas), pero el impacto en comunidades de menos de 300 habitantes (y bajando hasta ahora) es fácil de imaginar. Por el momento, en casi todos los casos, se trata de propietarios de segundas residencias que han cambiado su domicilio fijo para poder pasar nuevas cuarentenas en una casa muchas veces más amplia que su residencia urbana, con acceso a naturaleza por la que pasear y servicios públicos más básicos, pero también menos masificados.

Experiencias “neorrurales”. Al fenómeno ha contribuido posiblemente un creciente imaginario positivo de la vida rural, opuesto al tremendismo de Gutiérrez Solana en la pintura, algunas obras de Camilo José Cela en la literatura o El crimen de Cuenca y Los santos inocentes en el cine. Un fenómeno ya latente en el noventayochismo, con los libros de viajes de Miguel de Unamuno o los paisajismos preciosistas de Azorín, y que tuvo su continuidad en Miguel Delibes. Sin embargo, cuando la literatura se acercó de manera resonante al tema de la desertificación fue con La lluvia amarilla, una novela breve de Julio Llamazares publicada originalmente en 1988.

La lluvia amarilla ha alcanzado el doble estatus de clásico (existe una edición académica en Cátedra) y obra de culto. Se trata de un monólogo de un pastor, último habitante de la localidad pirenaica de Ainielle, que asiste al progresivo derrumbamiento de su entorno y el apagar de su propia vida con resignada nobleza. Es un libro oscuro y muy emotivo, que pese a merecer algunas críticas (por ejemplo, el narrador se expresa en un castellano extraordinario, improbable en un pastor sin formación), lanzó definitivamente la carrera de Llamazares y ha convertido Ainielle en un lugar de peregrinaje cada verano para caminantes de distintos lugares de España.

Coincidiendo con el impacto de esta novela, las experiencias que se dieron en llamar “neorrurales” comenzaron a proliferar por distintos lugares de la España vaciada a lo largo de los años noventa. En épocas previas, esos asentamientos eran sobre todo comunas inspiradas en los movimientos de los años setenta, de las cuales las más longevas y pobladas hasta hoy son Beneficio, en Las Alpujarras granadinas, y Matavenero, en las montañas de León.

La España vacía

La idea de la Laponia española
consiguió popularizarse a raíz
del libro ‘La España vacía’

En los noventa arrancan proyectos más ligados a la sociedad convencional: es el caso por ejemplo de Urueña, un pueblo vallisoletano situado sobre una colina amurallada, en el que con el impulso del folklorista castellano Joaquín Díaz, comenzaron a instalarse librerías y algunos restaurantes para incentivar las visitas.

En buena parte de los casos, las experiencias neorrurales se saldaron con decepción. La mayor parte de los pueblos realmente abandonados, más allá de su aura romántica, carecen de comodidades tan básicas como los saneamientos y el agua corriente, sin mencionar los problemas para acceder a cualquier producto de consumo.

Quienes se mantienen en pueblos pequeños fueron viendo con creciente escepticismo el fenómeno neorrural cuando no venía acompañado de la creación de un negocio que sustentara a los recién llegados. Además, su número era muy reducido: de hecho, los pueblos siguieron bajando el número de habitantes en esas décadas, y muchos ayuntamientos buscaron medidas desesperadas. En Teruel surgió el movimiento Teruel Existe, luego convertido en partido político, y que fue imitado sobre todo en Soria y en Zamora.

Tres profesores universitarios de Zaragoza, encabezados por Francisco Burillo‐Mozota, lanzaron en 2013 un concepto geográfico nuevo, el de Serranía Celtibérica o Laponia Española: un territorio de 65.800 kilómetros cuadrados, un 13% de la extensión de España y dos veces la de Bélgica, que comprende partes de las provincias de Teruel, Guadalajara, Cuenca, Soria, Zaragoza, Burgos, La Rioja, Segovia, Castellón y Valencia. El periodista valenciano Paco Cerdá recorrió localidades emblemáticas de cada una de esas provincias que luego reflejó en Los últimos, seguramente el mejor texto publicado sobre el tema.

Un organismo creado por esos mismos académicos, el Instituto de Desarrollo Rural Serranía Celtibérica, señaló este año la existencia de otra área en situación similar: la llamada Franja de Portugal, que comprende territorios fronterizos de Ourense, Zamora, Salamanca y Cáceres.

La Laponia Española. La idea de la Laponia Española consiguió popularizarse a raíz de un libro que colocó en el panorama de las letras españolas al aragonés Sergio del Molino, La España Vacía. En él se centra, sobre todo, en los mitos y mistificaciones ejercidas de forma a veces un tanto hipócrita por parte del mundo cultural sobre este tema, y no tanto en conocer los lugares en sí.

Justo antes del confinamiento, el éxito totalmente inesperado de una divertida novela publicada sin promoción alguna, Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, confirmó que el tema seguía importando mucho. A ello contribuyó además la propia figura de Lorenzo, un ex cineasta que se retiró hace años a vivir a un pueblo de Segovia que no ha querido identificar.

Y en esto llegó la pandemia, y buen número de urbanitas añoraron las ventajas de vivir en casas más grandes y entornos en los que el paseo pueda darse en la naturaleza. Todavía no hay cifras oficiales sobre cuál ha sido el impacto salvo en algunos pueblos (100 habitantes más para Sotillo de la Adrada, en Ávila, pueblos sevillanos y malagueños con crecimientos del 10% de empadronados), pero en varios de muy pequeño tamaño se ha conseguido reabrir la escuela. Los alojamientos rurales tuvieron tasas de ocupación récord y los contratistas no dieron abasto para responder a las peticiones de reformas en segundas residencias o viejas casas familiares semiolvidadas pocos meses atrás.

Dos películas fundamentales

Aunque tuvieron una notable acogida crítica en su momento, las dos mejores películas (documentales, en rigor) rodadas en España sobre la despoblación no son hoy tan recordadas como merecería su calidad. El cielo gira (2004) tiene la particularidad además de que su directora, Mercedes Álvarez, es la última persona que nació (en 1966) en el pueblo soriano de Aldealseñor, donde se desarrolla la acción. La cinta obtuvo numerosos premios y tuvo la curiosa consecuencia de haber hecho crecer, siquiera modestamente, la población del lugar, que cuando se rodó era de catorce personas y hoy llega a los treinta. Por su parte, Aguaviva (2005) es uno de los varios documentales (hay otros rodados por cineastas japoneses, argentinos, alemanes y belgas) sobre la iniciativa de ese municipio turolense de atraer emigrantes, aunque el retrato de la iniciativa es más esperanzador de lo que fueron a la postre sus resultados.

Justo antes del confinamiento,
el éxito del libro ‘Los asquerosos’ confirmó que el tema
seguía importando mucho

Otras fuentes

Las ofertas para hacerse cargo de negocios en pueblos con pocos habitantes siguen apareciendo con regularidad, como esta en un pueblo de Salamanca del pasado mes de octubre.

Un estudio del Instituto de Desarrollo Rural Serranía Celtibérica señala que el 50% del territorio español está por debajo del dato que se considera «desierto demográfico».