CASTROPOL
Sin prisa y con flores
Textos: JESÚS ORTÍZ
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FOTOS CEDIDAS POR TURISMO DE CASTROPOL
Hablemos de fundirnos con la ría, las casonas, las playas, el ambiente pesquero, la gastronomía, la historia o las tradiciones, pero de hacerlo sin prisa, porque es la necesidad que brota del sitio ese donde se generan las emociones cuando se llega a Castropol. En cada paso del viajero, se arremolinan sutilezas que susurran caminos de agua o de verdes, de piedra o de batallas, de trabajo artesano o de flores… Y, que conste, lo de los caminos de flores no es solo metafórico, que las alfombras florales tapizando las calles castropolenses cada mes de junio son estricta expresión de una de las más singulares tradiciones de este rincón asturiano.
Implícito en el nombre, castro, está la idea de su origen celta. Algunos etimólogos nos cuentan que podría ser el “castro del pueblo” o el “pueblo del castro”, entendiendo que a la denominación de ciudad fortificada –castrum– se le habría añadido la palabra “pola”, que proviene del latino populus (población). Estos mismos creen, de hecho, que el nombre de la localidad pudo ser Pola del Castro y que luego se invirtió el orden de las palabras. Pero otros investigadores lo relacionan con Pauli (de Pablo), haciéndose eco de la costumbre romana de añadir a un territorio el nombre de su propietario. Bueno, vale; pero ¿hay castros en el municipio? La respuesta es sí… y no.
Los celtas estuvieron indudablemente asentados en la zona. Algunas referencias citan solo a los egobarros y otras únicamente a los cibarcos. Si hacemos caso de lo que contaban las crónicas romanas, cabe entender que unos y otros se buscaban la vida por las dos orillas del Eo y que ambos pueblos se organizaban en castros, que es como hemos acabado conociendo a estos vestigios de las edades de Bronce y de Hierro que nos ha legado la historia. Nos dicen también algunos historiadores que los cibarcos eran más de lo que hoy corresponde a la parte asturiana de la ría y que habían construido un conjunto de poblados bastante próximos entre sí, muchos de ellos en promontorios costeros, aspecto que les permitía vigilar el mar, ir de uno a otro por tierra con cierta rapidez y comunicarse con señales de humo o fuego si había problemas.
SI HACEMOS CASO DE LO QUE CONTABAN LAS CRÓNICAS ROMANAS, LOS CELTAS EGOBARROS Y CIBARCOS SE BUSCABAN LA VIDA POR LAS DOS ORILLAS DEL EO
Esto justificaría la concentración de castros en el municipio de Castropol. La red pudo haber llegado hasta el vecino El Franco, concretamente al Cabo Blanco: más o menos, unos veinte kilómetros de costa cantábrica. Lo malo, y sentimos decepcionar al viajero, es que no hay prácticamente restos visibles que visitar. Los libros de arqueología citan una decena de ubicaciones solo en tierras castroplenses, en las que apenas puede intuirse la marca en el terreno que dejaron las defensas exteriores. Los romanos reutilizaron muchos de ellos, ciertamente, y esto podía habernos permitido alguna alegría; pero la piedra trabajada de las construcciones era muy golosa y, no habiendo obstáculos, la explotación agrícola hizo el resto. No obstante, y aunque tenga el visitante que poner imaginación para percibir la presencia cibarca o ergobarra, tanto da, una visita al Corno de Villadún, un pequeño cabo en la parroquia de Barres, le reconciliará con la naturaleza humana.
La Ría del Eo se suele definir como el límite entre las comunidades de Asturias y Galicia. Y es verdad que en el tramo final de ese tajo en el que el Cantábrico casa con las aguas del río están, a un lado, la gallega Ribadeo; al otro, Castropol y Figueras que son los dos núcleos de población más importantes del municipio castropolense. Y observará el lector que nos hemos referido a la Ría del Eo: esto es así puesto que hablamos de una localidad asturiana. Si nos hubiésemos centrado en una gallega, lo suyo es haber dicho Ría de Ribadeo. Son ya muchos años, probablemente desde que en 1833 se definió como límite entre Asturias y Galicia, discutiendo cómo debe llamarse y arrimando cada cual “la ascua a su sardina”. Hemos tenido que llegar a noviembre de 2022, ayer como quien dice, para que ambas denominaciones tengan la salomónica consideración de oficiales y se puedan usar indistintamente.
Al margen de consideraciones geográficas, el gran estuario del Eo es motor de riqueza natural, y en considerarla Reserva de la Biosfera no hay hostilidades entre gallegos y asturianos. Más si nos centramos en Castropol, quedémonos en la ensenada de La Linera que mantiene a la capital del concejo y a Figueras una frente a otra, como si estuvieran en orillas opuestas, aunque se sitúen en el mismo lado de la ría. Hoy le hablarán de este apacible escenario como lugar para deportes como la natación o el remo –¡esas regatas de traineras…!–, para paseos litorales llenos de matices o como observatorio de aves acuáticas y limícolas. Pero mírenla también desde su pasado de carpintería de ribera. Los astilleros de La Linera, se calcula que algo más de una veintena, tenían merecida fama ya en el siglo XV, al punto que los encargos de goletas, bergantines o corbetas en tiempos de Felipe II hicieron que este rincón occidental asturiano prosperase de manera notable.
AUN SIN RASTRO DEL CASTRO, UNA VISITA AL CORNO DE VILLADÚN, UN PEQUEÑO CABO EN LA PARROQUIA DE BARRES, LE RECONCILIARÁ CON LA NATURALEZA HUMANA
Los paseos, citábamos los litorales unas líneas atrás, son algunos de los atractivos de la zona. El sendero que une Castropol y Figueras, de unos cuatro kilómetros bordeando La Linera, se hace en un par de horas y tiene tantos paisajes como horas del día… o mareas, mejor. En pleamar, los contrastes de azules y verdes, los revoloteos de gaviotas o los «picados» de los cormoranes, las diversas embarcaciones que surcan la ensenada o los esfuerzos del islote de El Turullón por dejarse ver. En bajamar, los criaderos de ostras, de una especie autóctona asturiana, por cierto, o los fotogénicos restos de barcazas hundidas que exhiben aún la fuerza de sus viejos costillares. Y bueno: si en viajero no es de mucho caminar, la vuelta al punto de partida puede hacerse en barco, aunque solo en verano.
Si miramos hacia el interior, cabe citar un par de alegrías para el senderista. Una es la ruta a la Cascada del Cioyo, de tres kilómetros, que permite llegar hasta un lugar casi mágico, donde aún se puede escuchar el llanto de una xana –ninfa mitológica asturiana–, que a saber por qué lloraba, dada la naturaleza de estas bellísimas criaturas aficionadas a engatusar a los mozos del pueblo sin recibir un no por respuesta. La otra satisfacción montañera es la Ruta de las Minas, circular de unos cinco kilómetros, cuyo mayor aliciente es llegar hasta la cima del monte Arbedosa y disfrutar ahí de las panorámicas, aunque es cierto que pasa por los restos del horno de una antigua mina de hierro y de ahí su nombre.
LA ENSENADA DE LA LINERA MANTIENE A CASTROPOL Y A FIGUERAS UNA FRENTE A OTRA, COMO SI ESTUVIERAN EN ORILLAS OPUESTAS, AUNQUE SE SITÚEN EN EL MISMO LADO DE LA RÍA
De casonas y palacetes está bien nutrido el municipio, lo que nos lleva mayoritariamente a otro tipo de paseos más urbanos. Podemos empezar por Castropol y el ayuntamiento, del s. XIX, pero construido sobre el castillo de Fiel (s. XIII), que fue residencia del obispo de Oviedo. Y seguimos por la Casa del Párroco, de finales del s. XV; Villa Rosita, compuesta por una torre del s. XVI a la que se unió un ala en el s. XVIIl; el barroco Palacio Valledor (s. XVI); el Palacio de las Cuatro Torres (ss. XVIII y XIX); o el Palacio del Marqués de Santa Cruz (s. XVII). Situados en Figueras, destacan el Palacio Pardo Donlebún (s.XVI) y el Chalet de Doña Socorro (s. XX), de estilo art nouveau, obra de un discípulo de Gaudí. E imposible dejar este capítulo sin mencionar la Casona de Sestelo (s. XIX), en la parroquia de Presno, que nació para ser fábrica de papel, y en la que en indiano Ángel Pérez, que la compró en 1920, hizo que se produjese “la luz de Sestelo”: nada menos que una pequeña central eléctrica sobre el río Suarón, que rodea la casona, suficiente para el complejo y parte del valle en que se encuentra.
EL SENDERO QUE UNE CASTROPOL Y FIGUERAS, BORDEANDO LA LINERA, SE HACE EN UN PAR DE HORAS Y TIENE TANTOS PAISAJES COMO HORAS DEL DÍA… O MAREAS
Comprobará el viajero que la visita a Castropol y sus parroquias tiene mucha más enjundia que lo descrito en estas páginas. Y, además, casi no nos ha quedado espacio para hablar del más puro romanticismo. Una pincelada: parroquia de Seares, década de 1830, amores de la bellísima Rosa Pérez y el magistrado Antonio Cuervo; amores, primero secretos, luego oficiales sellados con matrimonio y felicidad del tipo “y comieron perdices”. Pero Rosa, La Searila, fallece de tuberculosis dos años después de casados y Antonio dedicó el resto de sus días a escribirle poemas de amor: “Mustia ahora la frente doblada / sobre el pie de la lápida fría, / yo te espero, ¡oh mortal agonía!, / como el ángel que mira por mí”. Quién hubiera dicho que en un modestísimo rincón de la Castropol rural había prendido también la llama que animó a los Larra, Espronceda o Zorrilla.
INFORMACIÓN
Oficina de Turismo de Castropol
Segunda planta del Ayuntamiento de Castropol.
Castropol. Tel.: 684 602 408
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RESTAURANTES Y TAPEO
Mesón La Santina
P.º del Muelle, 5
Castropol
Tel.: 985 63 52 22
Casa Vicente
Avda. De Galica, s/n
Castropol
Tel.: 641 619 113
[email protected]Mesón El Risón
P.º del Muelle, s/n
Castropol
Tel.: 985 635 065
https://elrisoncastropol.com/
El Castelo
Complejo Penarronda Playa
Aldea de Villadún
Tel.: 681 269 136
www.penarrondaplaya.es/es/restaurante.html
PARA NO PERDERSE
Castropol: pueblo mágico de España.
Pueblos Mágicos de España y Ayuntamiento de Castropol.
Castropol: más de lo que te imaginas.
Castropol Turismo.
La Searila: una aportación asturiana al romanticismo español.
Historia, leyenda y poema de unos amores trágicos.
Jose E. Casariego. Revista Fotos (1955)
ALFOMBRAS FLORALES DE CASTROPOL
Domingo posterior al Corpus Christi
Preguntamos a una vecina de Castropol, que ya no cumplía los 90 según ella, pero que se movía por las calles empinadas sin aparentar agobio, que desde cuándo se hacía lo de las alfombras de flores del Corpus Chirsti. Cabía esperar la respuesta: “¡Ay, no sé, fíu! ¡Desde siempre!”. Pues eso: desde siempre, en Castropol, los vecinos engalanan las calles para que las criaturas que hacen su primera comunión procesionen sobre efímeras obras de arte multicolor al son de la banda de música.
El trabajo de engalanar los suelos lleva meses de preparación y en él participan todos los castropolenses: en el dibujo de las figuras, la adaptación del diseño a las medidas de la calle y la laboriosa realización a base de flores –claro–, semillas, conchas, cantos y hasta posos de café. El objetivo es que el domingo posterior a la festividad del Corpus Christi, los peques disfruten de un día especial para ellos; y que los no tan peques lo hagan también con el orgullo de un trabajo artesanal bien hecho o, para los visitantes, de una eclosión de colores y texturas tapizando adoquines y asfaltos.
Castropol, protagonista de Notarios Rurales.
La tercera entrega de Notarios Rurales, serie con la que el Consejo General de Notariado quiere dar visibilidad a la labor de las notarías en pequeñas localidades de toda la geografía española, tiene como protagonista a Mireya Martínez Badás, notaria de Castropol. Los propietarios de un importante astillero, una ganadería, una floristería y hasta la farmacia, hablan con la notaria de lo que significa vivir y trabajar en Castropol.
Notarios rurales. El latido de Castropol.
Consejo General del Notariado (2025).





Ana de Mendoza y de la Cerda, la de Éboli, para entendernos, parece marcar la historia de Pastrana más que el pasado de una villa que probablemente fue una ciudadela carpetana sobre la que, también probablemente, bulló la Paterniana romana, o que tuvo la importancia de ser fundada oficialmente por la Orden de Calatrava; incluso más que el hecho de haber sido ya lugar de prestigio social cuando la condesa de Mélito compró el lugar a los calatravos con la aquiescencia de Carlos I, aunque al pueblo llano no le apeteciesen mucho los cambios que se produjeron. La llegada de Ana de Mendoza tuvo lugar durante el reinado de Felipe II, cuando el amigo de la infancia de este, Ruy Gómez de Silva y casado con ella, compró la villa pastranera a unos familiares de su mujer, obteniendo el título I Duque de Pastrana. Ruy fue nombrado también por el rey Príncipe de Éboli –Éboli es una población italiana, en la provincia de Salerno, perteneciente al Reino de Nápoles en el siglo XVI–, que debió parecer un título más importante al personal y de ahí que la duquesa sea conocida por él. Con ellos llegó un tiempo de enorme progreso a la villa alcarreña y, ya en el terreno religioso, a la reforma de la antigua iglesia calatrava, del siglo XIII, para convertirla en la colegiata que hoy conocemos, se le unió la solicitud de crear dos conventos.
El Albaicín, el barrio de Pastrana que así se llama, es un ejemplo único de ensanche industrial en el siglo XVI. Tras la rebelión de las Alpujarras (1568-1571), los moriscos fueron expulsados de Granada y repartidos por Castilla. Una gran parte de ellos fueron asignados al ducado de Pastrana, donde se crearon potentes industrias de la seda y la taracea, en las que los nazaríes eran expertos. Se instalaron extramuros y, procedentes como eran casi todos del Albaicín granadino, pusieron el mismo nombre a su nuevo hogar. Y trajeron consigo también los granados, cuya fruta es hoy un signo distintivo pastranero.




