ALDEA GLOBAL

LLUIS BATET,

profesor de Recursos Energéticos y director del Máster en Ingeniería Nuclear en la Universitat Politècnica de Catalunya

“En el camino hacia la descarbonización, la nuclear es una fuerte aliada. Hay que partir de la base de que no hay energías absolutamente limpias"

Energía nuclear, un aliado necesario

La energía nuclear vuelve a estar en la hoja de ruta del desarrollo energético europeo. La tensión de los mercados energéticos, causada por la coyuntura bélica, ha logrado lo que años de advertencias ante el cambio climático no han conseguido: los gobiernos, los políticos y la sociedad en general están cambiando su opinión sobre las centrales nucleares.

Aunque la percepción social de la energía nuclear está evolucionando hacia posturas más favorables, su uso sigue generando polémica. El miedo es una emoción muy poderosa y las centrales nucleares siguen atemorizando a una parte importante de la sociedad a causa del desconocimiento de la tecnología y años de demonización.

El cierre de las centrales nucleares españolas, pactado entre el gobierno y las compañías eléctricas, prevé un apagado progresivo desde 2027 hasta 2035. La decisión ya parecía desacertada cuando se anunció: aunque se piense en las renovables como energía de substitución, una parte importante de la electricidad que dejen de producir las centrales nucleares se generará con gas. Con los precios de gas actuales, la idea de cerrarlas parece aún peor para el sistema energético español.

Los sistemas energéticos transforman recursos energéticos (llamados energía primaria) en servicios energéticos. Son recursos energéticos las energías renovables, la energía nuclear, los combustibles fósiles y algunos residuos generados por la actividad humana. Entre los servicios energéticos tenemos, por ejemplo, la climatización de edificios, la movilidad, la conservación refrigerada de alimentos y medicinas, los bienes de consumo, etc. Debe entenderse el concepto de sistema de manera amplia, incluyendo procesos técnicos, pero también económicos y sociales.

Al valorar la sostenibilidad de un sistema energético hay que tomar en cuenta varios aspectos. Primero, la seguridad energética, es decir, la habilidad del sistema para satisfacer de manera fiable, a partir de recursos propios e importados, la demanda de energía. Segundo, el coste desde dos puntos de vista: el de la pura competitividad económica entre países y el de la justicia social. Tercero, el impacto ambiental, aspecto relacionado con las eficiencias de los procesos y el desarrollo de energías libres de emisiones de carbono.

Muy pocos países tienen sistemas energéticos bien situados en los tres vértices de este “trilema”. En la mayoría el pragmatismo se impone a la hora de buscar un equilibrio, una solución de compromiso entre los objetivos.

Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, casi un 80% de la energía primaria que consume el mundo es de origen fósil (carbón, petróleo y gas natural). En España dicha proporción es un 70%; en la Unión Europea (UE), un 67%. La gran cantidad de carbono presente en los combustibles se emite a la atmósfera en forma de dióxido de carbono (CO2), uno de los gases responsables del calentamiento global. Incluso si se consigue llegar a emisiones cero en el año 2050, reduciéndolas paulatinamente año a año, la cantidad de carbono acumulada en la atmósfera pondrá en peligro a la sociedad misma tal como la conocemos.

¿Cómo reducir las emisiones de CO2? ¿Disminuyendo el consumo energético? Hay que considerar la estrecha relación de éste con la economía: aunque cada año usamos menos energía para generar una cantidad de producto interior bruto, el paradigma económico de crecimiento continuo hace que el consumo energético, lejos de reducirse, aumente año tras año. No es suficiente, pues, mejorar la eficiencia en el uso de la energía: debemos “descarbonizar” la energía consumida.

Los combustibles fósiles son utilizados no solo en la generación eléctrica (carbón y gas natural principalmente), sino también en el transporte (donde los derivados del petróleo son mayoritarios), en la industria y como fuente de calor en edificios. ¿Se puede descarbonizar el sistema energético? Cabe plantearse una electrificación de todos aquellos consumos que lo permitan y una descarbonización de la producción eléctrica. Para lo primero, además de cambios a todos los niveles, pensamos en vehículos eléctricos. Para lo segundo, contamos con las energías renovables y nuclear.

Para los países sin recursos propios (como España y, en gran medida, la UE), reducir la dependencia de los fósiles también mejora su seguridad energética (otro de los aspectos del trilema). Pero la tarea de reemplazar la energía fósil con energía “limpia” es titánica. Estamos hablando de suplir el equivalente a casi 12 mil millones de toneladas de petróleo en el mundo anualmente, unos 80 millones de toneladas al año en España, 1100 millones en la UE. Pensar que dicha substitución podrá hacerse solo con energías renovables en el corto plazo disponible es cándido y peligroso. No es sencillo substituir una generación eléctrica firme a base de gas y carbón con renovables fluctuantes (sol y viento), por mucho que se piense en almacenado y en adaptación de la demanda.

En el camino hacia la descarbonización, la nuclear es una fuerte aliada. Hay que partir de la base de que no hay energías absolutamente limpias. Si bien es cierto que las centrales nucleares, dejarán un legado de residuos radioactivos, no es menos cierto que éstos son perfectamente gestionables y que las energías renovables necesitan una cantidad diez veces mayor de acero y hormigón que la nuclear (y ocupar un área mucho más extensa) para producir la misma cantidad de electricidad.

Con vehículos eléctricos, baterías, y más plantas solares y eólicas, la UE va a ser cada vez más dependiente de terceros países respecto a un conjunto de minerales críticos necesarios para dichas tecnologías.

En definitiva, el futuro de la energía plantea un escenario complejo, y los problemas complejos no admiten soluciones simples. Un sistema energético robusto, que cubra las necesidades de la sociedad y sea sostenible no se puede construir solo a partir de energías renovables, pero tampoco sin ellas. Las centrales nucleares tampoco son la solución, pero son parte de la misma.