AL ENCUENTRO
VÉLEZ BLANCO AMOR DE AGUA
Si empezamos diciendo que la población de Vélez Blanco está presidida por un esbelto castillo, seguramente el lector que no la conozca pensará en una villa medieval. Y sí, también lo es. Pero la historia de este rincón de la provincia de Almería, muy próximo al límite con la Región de Murcia, ya empezó a escribirse en pleno Solutrense y en las paredes de los abrigos montañosos, principalmente los que miran al levante. La lista de yacimientos con pinturas rupestres y restos de distinta índole que se encuentran en el municipio es verdaderamente impresionante y varios de ellos forman parte del conjunto «Arte rupestre del arco mediterráneo de la península Ibérica», considerado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Así que conviene empezar este viaje calzando las botas de caminar por el monte.
El Indalo es la figura esquemática que se tiene por símbolo de Almería y que algún egetano del Neolítico pintó en un abrigo del monte Maimón, ese que preside la vega de Vélez Blanco cual imperturbable guardián. Son varios los refugios de dicho macizo que dan fe del paso por ahí de nuestros antepasados: Yedra, Los Letreros, Molinos, Panal, Hoyos, Las Covachas… algunos de ellos con varios espacios. El más conocido de estos abrigos es el de Los Letreros, donde está inmortalizado el Indalo o, mejor dicho, uno de los Indalos. Porque en el cercano refugio de Las Colmenas, situado en la vertiente sur del denominado Maimón Chico, está el que varios estudiosos definen como el Indalo con mayúscula, mientras que en Los Letreros sitúan «otro» Indalo y otras figuras, como la que llaman El Brujo.
VARIOS YACIMIENTOS EGETANOS FORMAN PARTE DEL CONJUNTO «ARTE RUPESTRE DEL ARCO MEDITERRÁNEO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA» (PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD, UNESCO)
Hablamos, en fin, de importantísimas muestras de, principalmente, arte rupestre esquemático en la Península Ibérica. Si el viajero es entusiasta de esta parte de nuestra historia, tiene donde elegir en Vélez Blanco –aunque mejor es darse un tiempo para verlo todo–, porque además de los anteriormente citados, están el abrigo de Las Tejeras, en el cerro del mismo nombre, con pocas pinturas, pero interesantes; los abrigos del Estrecho de Santonge, con dos paneles de arte esquemático y uno de arte rupestre levantino, situados, además, en un entorno de enorme belleza paisajística; el abrigo de Gabar, en el cerro homónimo, donde las figuras onduladas o en zigzag comparten panel con alguna representación humana, un ciervo y otros animales; los abrigos de los Lavaderos de Tello, en un meandro del arroyo del Moral, que son cinco espacios en total, uno de ellos con figuras de arte levantino; y la cueva de Ambrosio, que se considera un punto de referencia para el estudio del Paleolítico Superior y donde además de las pinturas se encontraron abundantes muestras de material lítico solutrense.
La Morería de Vélez Blanco, y volamos al Medievo, es un barrio que destila autenticidad por los cuatro costados. «Pues vaya salto en la línea histórica: desde el Solutrense hasta el siglo XIII», pensará el lector; y con toda la razón. Pero es que, salvado el gran lapso histórico que suponen los asentamientos íberos, la llegada de los romanos a la zona, haciendo transitar por ahí cerca nada menos que la Vía Augusta, y el paso de los visigodos, puede decirse que la fundación de la localidad egetana se produce cuando los musulmanes construyen una alcazaba en el lugar que hoy ocupa el castillo y los pobladores de entonces edifican sus viviendas en torno a aquella. Para darse una idea del aspecto que tenía el entorno en tiempos medievales, piénsese que había una primera muralla que rodeaba el fortín y la mezquita –la actual iglesia de La Magdalena– y otra exterior que protegía a la población. Es decir: la Morería creció entre una y otra muralla.
LA MORERÍA ES UNA ESTRUCTURA URBANA ESCALONADA, COMO ABRAZANDO EL CASTILLO, EN UN PAISAJE DE FACHADAS BLANCAS Y ANGOSTAS CALLES EMPEDRADAS
Es una estructura urbana escalonada, como abrazando el castillo, en un paisaje de fachadas blancas y angostas calles empedradas, con el mismo trazado que tenía en el siglo XVI, cuando los descendientes de los musulmanes que llegaron a la península dejaron el lugar. Para que conste, no se trata de un entorno recreado artificialmente al estilo de un parque temático. Es eso: auténtico. Pasear por la Morería merece un tiempo; a cambio, regala más de una satisfacción multisensorial y muchas sonrisas.
El Castillo, que también se suele llamar «de los Fajardo», empezó a construirse en 1506 por mandato de Pedro Fajardo y Chacón, primer marqués de los Vélez. Es decir: unos 18 años más tarde de que la zona se considerase definitivamente en manos cristianas. Los arquitectos de Fajardo trabajaron sobre los restos de la primitiva alcazaba porque el emplazamiento era el único posible, pero porque fue también la excusa del noble para edificarlo. A la corona de Castilla, que en ese momento compartían Fernando el Católico –recién fallecida Isabel– y su hija Juana I, no le hacía gracia que los nobles construyesen castillos porque podían hacerse fuertes en ellos, así que Don Pedro dijo que él no quería construir nada, sino rehabilitar la fortificación andalusí para hacerse algo parecido a un chalecito. Y le creyeron… La primera parte de la construcción, –mitad castillo, mitad residencia– siguió los cánones góticos, pero Fajardo se fijó entonces en cómo venía la moda palaciega e hizo modificar la estructura hacia el estilo renacentista, con lo que su acabado fue casi más para disponer de una residencia de lujo que para levantar un austero edificio defensivo.
EL PATIO DE HONOR SE VENDIÓ A UN COLECCIONISTA ESTADOUNIDENSE, QUE LO RECONSTRUYÓ PIEDRA A PIEDRA Y QUE AHORA PUEDE VERSE EN EL METROPOLITAN MUSEUM OF ART DE NUEVA YORK
Destacaba su hermoso patio de honor, con galería de arcos superpuestos y ventanas platerescas, y la gran escalera de acceso. Todo ello en mármol blanco de Macael (sierra de Filabres); el mismo material utilizado, por ejemplo, para la archiconocida fuente del Patio de los Leones de la Alambra o el Palacio de Carlos V. El tiempo, los expolios y la menguante fortuna de sucesivos propietarios hicieron que casi todo esto fuese desapareciendo o vendido a un coleccionista estadounidense, que lo reconstruyó piedra a piedra y que ahora puede verse en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. También hay en Ciudad de México y en París partes de lo que fue la espléndida residencia de los marqueses. Pero no todo está perdido: el castillo de Vélez Blanco sigue siendo impresionante y ofreciendo una visita, a veces teatralizada, a quienes visitan la villa. Desde sus terrazas se ve claramente el trazado medieval de la Morería y, más a lo lejos, el convento de San Luis, franciscano del siglo XVI, al otro lado del Barranco de la Fuente.
El agua, decíamos al principio, fue y es esencia de la historia egetana… y de alguna leyenda. Digamos, para empezar, que son varias las fuentes con las que los generosos manantiales de la zona se hacen presentes en las calles de Vélez Blanco a las que aún los vecinos van con sus cántaros y garrafas a proveerse de agua fresca, como la de los Cinco Caños, la de los Caños de Caravaca y la de los Caños de la Novia. La de los Cinco Caños fue mandada construir por el mismísimo Pedro Fajardo y está próxima al castillo. Además de los escudos nobiliarios de las familias Fajardo, Chacón y de la Cueva, destaca la inscripción en latín QVI GVSTAT HOS LATICES NON OBLIVISCITVR («quien bebe estas aguas no lo olvidará»); así que conviene llevar un vaso, llenarlo en uno de los caños, dar unos sorbos y ver qué pasa. Eso sí: téngase en cuenta que su caudal es el que más sufre los rigores de la sequía de entre todas las fuentes velezanas, así que mejor intentar la cata a principios de la primavera, cuando, por otro lado, el entorno es una belleza. Los Caños de Caravaca, del siglo XVIII, tienen la gracia de su ornamentación a base de azulejos con motivos de El Quijote; es lo que se puede denominar una típica fuente urbana.
AL ANOCHECER, VEÍAN APARECER LA FIGURA FANTASMAGÓRICA DE UNA MUJER VESTIDA DE BLANCO CON SU CÁNTARO EN LA CADERA, QUE LLENABA SU RECIPIENTE Y DESPARECÍA
Si desde la fuente de los Cinco Caños se sigue la pasarela que delimita el Barranco de la Canastera, a un lado aparecen los Caños de la Novia. La leyenda cuenta que, al anochecer, las gentes de Vélez Blanco veían aparecer la figura fantasmagórica de una mujer vestida de blanco con su cántaro en la cadera, que llegaba hasta el manantial, llenaba el recipiente de agua y desparecía. Cierta noche, un viajero, que no conocía la historia, se paró a descansar en el lugar. Apareció la joven y el viajero se quedó observándola; los pies de la chica rozaron entonces el agua y salió de una especie de sueño que la había llevado hasta allí día tras día. El viajero fue raudo a cubrirla con su capa y la abrazó, lo que hizo que la muchacha recuperase «la color» y se reintegrase definitivamente al reino de los vivos. Él quedó perdidamente enamorado de su belleza y hemos de suponer que a ella también le gustó el mozalbete, porque la leyenda acaba en un clásico «…y comieron perdices». En fin: otra agua que hay que probar, que seguramente va bien para el mal de soledades y hasta para el de amores.
Vélez Blanco aporta también al visitante una altísima dosis de naturaleza en estado puro. Digamos, para situar la imagen, que la población está a 1 100 metros de altitud y rodeada de cumbres que sobrepasan los 2 000 metros. Ya se imagina el lector que esto habla de ambiente fresco y tranquilo, de masas forestales, de valles y barrancos o de paisajes a vista de pájaro. Y de rutas de senderismo, como la de los miradores del Maimón Chico y del Peral, la de Sierra Larga, la de Las Muelas o la de la Ribera de los Molinos. Para los más animados hay también alguna zona de escalada, como las paredes del propio Maimón, muy cerca del abrigo de Los Letreros. Eso sí: es recomendable, para recuperar fuerzas, algunas de las peculiaridades gastronómica de la zona, como las migas de harina, los gurullos con conejo –los gurullos son unas bolitas o lengüetas hechas de pasta– o el choto a la pastoril.
NO FALTAN RUTAS DE SENDERISMO, COMO LA DE LOS MIRADORES DEL MAIMÓN CHICO Y DEL PERAL, LA DE SIERRA LARGA, LA DE LAS MUELAS O LA DE LA RIBERA DE LOS MOLINOS
Conocer las intrahistorias, además de un poco de historia, de los lugares que visitamos hacen que los paseos se degusten mejor. Por ejemplo, en este caso, la subida hasta el castillo. Cuando el viajero se tropiece con lo que queda de la iglesia de la Magdalena, podrá recordar que se construyó sobre restos de la antigua mezquita y que Pedro Fajardo ordenó que se levantase a la vez que el castillo, seguramente porque este gesto logró para sí y su familia suculentos diezmos (los impuestos que se pagaban a la iglesia). Quien pase por la iglesia de Santiago Apóstol (siglo VI), también iniciada por el primer marqués de los Vélez, tendrá en su mente que estuvo casi todo el siglo de obras porque Fajardo andaba a la gresca con el obispo de Almería por cuestiones económicas, también. Todo un culebrón, al que merece la pena echar un vistazo, las desavenencias entre el marqués y los poderes eclesiásticos, sobre todo con quien fuera obispo de Almería Diego Fernández de Villalán. Siempre hay, en fin, un retazo de vida, anterior y actual, en cada rincón.
INFORMACIÓN
Centro de visitantes Almacén del Trigo
Avenida Marqués de los Vélez, s/n
Tel.: 950 415 354
[email protected]
http://www.velezblanco.es/
ALOJAMIENTO
Casa de los Arcos ***
Calle San Francisco, 2
Tel.: 950 614 805
[email protected]
www.hotelcasadelosarcos.com/
RESTAURANTES Y TAPEO
El Molino Casa Porchas
Curtidores, s/n
Tel.: 950 415 070
Bar La Sociedad
Corredera, 12
Tel.: 950 415 027
Mesón Antonia
Al Qua Sid s/n
Tel.: 950 415 339
PARA NO PERDERSE
Arte rupestre en la comarca de los Vélez. Patrimonio mundial.
Julián Martínez García y Carmen Mellado Sáez (2010).
Instituto de Estudios Almerienses. Diputación Provincial de Almería.
Datos biográficos de Pedro Fajardo Chacón.
Diccionario biográfico de Almería. Instituto de Estudios Almerienses.
Decreto de declaración de Bien de Interés Cultural de la población de Vélez-Blanco.
Boletín Oficial de Estado Nº 98 (2002).
Notarios rurales
Vélez Blanco es el primer protagonista del programa Notarios Rurales que desarrolla el Consejo General del Notariado. Esta es la razón por la que, en esta ocasión, hemos querido ir Al Encuentro de la localidad egetana. Y si esta vez no hay referencias a un festival, una exposición o una actividad cultural de cualquier tipo, como es habitual en esta sección, procede significar que también cultura es participar de los valores sociales de la población en los que un fedatario público se integra. Merece la pena, querido lector, que eche un vistazo a nuestra sección La @, páginas 16 y 17 de este mismo número, donde podrá averiguar más del día a día de una notaría en un entorno rural.