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PILAR CERNUDA, periodista


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Teletrabajo, una nueva -y peor- vida

Zoom, Hangout, Skype … no hay día en el que no incorporemos una nueva palabra a nuestro vocabulario, pero desde hace tiempo la mayoría de ellas son tecnicismos, relacionadas con el proceloso mundo de internet y sus innumerables aplicaciones.

Internet. El mejor instrumento de comunicación desde que se inventó el teléfono, aunque eso no significa que su utilización haya significado siempre una mejor calidad de conocimiento ni tampoco que las relaciones sean tan enriquecedoras, tan cercanas, tan cálidas, como las que se mantienen cara a cara o a través de conversaciones telefónicas. Las redes sociales, paradigma del mundo asombroso e infinito que se abre a través de internet, pocas veces cumplen el objetivo que debía ser prioritario: participación, comunicación, conocimiento, y en excesivas ocasiones han sido utilizado por desaprensivos, delincuentes informáticos y personajes de la peor calaña para lanzar noticias falsas, destrozar biografías o colocar en las alturas a personajes que no lo merecían; han cambiado gobiernos, promovido partidos extremistas y captado ingenuos con engaños para introducirlos en peligrosos mundos, entre ellos el del terrorismo islamista.

Internet sin embargo ha sido providencial ante una pandemia que asola el mundo; se puede llevar por delante millones de muertes y ha provocado una crisis económica que puede dejar atrás la del 29. Solo en España se calcula que en los próximos meses se triplicará el número de parados, y eso tirando por lo bajo. Si no son más es gracias al teletrabajo. El bendito teletrabajo que se puede realizar gracias a sistemas como los ya mencionados y muchos otros que hoy manejan con total normalidad un porcentaje inimaginable de la población mundial. Teletrabajo que tiene su prolongación en el mundo educativo, con la enseñanza online en colegios y universidades. Una forma también de teletrabajo, pues tanto profesores como alumnos se empeñan en aprender, divulgar y comprobar si funcionan o no las fórmulas que ha sido necesario inventar con urgencia para sustituir las clases presenciales.

El teletrabajo se ha convertido en manual de supervivencia ante un virus letal que nos encierra, cercena los contactos con familiares y amigos, e impide recorrer paisajes más allá del tantas veces recorrido, tantas veces repetido. El teletrabajo permite mantener una mesa y una silla en la que desarrollar lo que uno puede aportar al negocio o empresa al que se dedica profesionalmente, y tangencialmente ha obligado a cambiar hábitos y sumar nuevos conocimientos. Tecnológicos casi siempre –lo que hemos aprendido sobre metodologías que nos parecían inalcanzables por su complejidad…- pero también nos ha enseñado a vivir de otra manera. Con una disciplina en casa que nunca habíamos tenido, con el cumplimiento de un horario estricto. Hemos creado en casa un rincón solo nuestro, con un ordenador que no siempre ha sido fácil conseguir, menos aun cuando son varios en familia, todos ocupados en horario escolar o laboral. No son baratos y no siempre las empresas facilitan el material.

Una ley redactada con urgencia ha llevado al BOE el mes de octubre las normas para teletrabajar, pero en la mayoría de los casos somos nosotros mismos, y nuestros jefes, los que marcamos las propias reglas. Ha habido abusos, con horarios que se prolongaban mucho más allá del que se cumplía en una oficina, pero pocos se atreven a quejarse; es un lujo contar con un trabajo en estos tiempos aciagos.

El teletrabajo ha traído costumbres e incluso manías que no formaban parte de nuestra rutina. Además de la disciplina llevada a rajatabla, se ha acabado estar en casa descuidadamente y sin arreglar; ante los compañeros que nos observan y hablan a través de la webcam aparecen casi siempre librerías, lo que demuestra que se ha intentado colocar el ordenador de manera que salga algo parecido a un despacho, una mesa bien ordenada, un mueble bonito, un cuadro que demuestre nuestro gusto. El teletrabajo es un poco como recibir en casa, y la casa la queremos presentable, acogedora, bien.

La mejor cara de esa fórmula de trabajo es que mantenemos el empleo, nos salvamos de la angustia del paro que en estos tiempos de pandemia nos parece irreversible; es difícil afrontarlo con esperanza. La cara más amarga es que perdemos algo tan sano, sobre todo para los españoles, para los latinos, como es vernos las caras de frente, no a través de una pantalla. El teletrabajo desmonta una forma de vivir, de tratar a familiares y amigos, de compartir unas copas al llegar la hora de la salida. Impide conocernos mejor, intercambiar confidencias, ampliar el círculo, coger una mano al amigo o amiga, abrazar, consolar con un gesto de cariño.

Sobrevivimos al destrozo de la pandemia, sí … pero no vivimos la vida que queremos vivir, que merecemos vivir.