ESFERA CULTURAL

Joaquín de Luz,

bailarín y coreógrafo. Director de la Compañía Nacional de Danza

«La danza sigue siendo la hermana pobre de las artes»

Conocido por su escalofriante facilidad en el salto, su carrera despegó en Estados Unidos cuando, poco después de su llegada, materializaba su aspiración de bailar en el American Ballet Theatre (ABT), al que siguió el New York City Ballet (NYCB) donde, en enero de 2005, era ya bailarín principal. Premio Nacional de la Danza 2016, se hizo universalmente familiar cuando su sonrisa chispeante brilló en los televisores entre burbujas de un conocido cava. En la actualidad dirige la Compañía Nacional de Danza (CND).

JUAN ANTONIO LLORENTE

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Deja España casi adolescente porque las cosas no estaban bien para la danza. ¿Vuelve porque todo ha cambiado?
No todo. La verdad es que hay poca diferencia desde cuando me fui. Tanto en el sector público como en el privado, se continúa maltratando a la danza, que sigue siendo la hermana pobre de las artes. Estoy aquí para intentar hacer todo lo que esté en mi mano para que no sólo la Compañía sino la situación de la danza en el país, cambien para mejor.
Hace dos años comprobaba el momento de la CND como bailarín invitado. Al ofrecerle su dirección, ¿le costó trabajo aceptar?
Ningún trabajo. Dar el sí era una opción bastante obvia. Aunque no tenía claro si iba a volver a España, decidí hacerlo sí o sí pensando que podía devolver algo de lo que he aprendido. Intentando con todo mi ímpetu que la Compañía siga creciendo hasta estar en la Primera División, que es donde se merece. Con esa determinación he venido.

«He tenido la suerte de poder compartir escenario con algunos de los que veía como grandísimos iconos»

Se marchó porque quería “bailar Clásico y ver qué había fuera”, con el sueño de pisar un día las tablas del ABT del que, con 21 años era ya bailarín solista. Fue “el pago a todos los sacrificios”, ha dicho. ¿Tantos fueron?

Sí. La nuestra es una vida dura. No sólo por la naturaleza de la profesión en sí, que te lleva a renunciar a muchas cosas. Mi día a día era el normal: salía con mis amigos y hacía lo que ellos, aunque tenía que trabajar además en el estudio. Pero aquella actividad, al no considerarla trabajo, no la veía como un sacrificio. El sacrificio vino cuando tuve que dejar mi país y mi familia, para irme a un país extraño sin hablar la lengua. Fue muy duro. Y luego, lo que implica someter a tu cuerpo a esa prueba que está totalmente contra las leyes de la Naturaleza, y afrontar todas las adversidades que tiene la carrera.

Como recompensa, pudo codearse con algunos hasta entonces mitos para usted. ¿Qué sintió al verse cara a cara con ellos?

En ese sentido, me considero un afortunado, porque algunos de los que habían sido grandes ídolos míos, desde que llegué a Estados Unidos me acogieron debajo de sus alas, como se dice allí. Siempre me trataron muy bien, mostrándome desde el primer momento el camino a seguir. Al margen del aprendizaje viéndolos bailar, he tenido la suerte de poder compartir escenario con algunos de los que veía como grandísimos iconos. El más grande de ellos, Baryshnikov, la persona por la que empecé a bailar, mi ídolo mayor, fue muy generoso conmigo. Compartimos muchas cosas en mis dos últimos años en Nueva York. Esa experiencia es un regalo que llevo conmigo y espero poder transmitir a otras generaciones.

Después de 23 años de aventura americana, vuelve con una maleta de sueños. ¿Cuál es el más inmediato a materializar?

Que la danza esté donde se merece, y que la CND tenga el reconocimiento debido en todos los planos. Como ya cuenta con el del público, mi siguiente sueño es que con la producción que acabamos de presentar en el Teatro Real y la de ahora en el de La Zarzuela, seamos capaces de emocionar en un momento tan especialmente doloroso como el que estamos viviendo. Me parecía importante estar ahí, en el escenario, y tocar el corazón de la gente, porque creo que lo necesita. Y para ello, nada mejor que una historia como la de Giselle, donde el amor vence a todas las cosas.

“En el baile es muchísimo lo que se da”, también palabras suyas. ¿Qué se recibe a cambio?

Se recibe muchísimo. Son pocas las emociones comparables a la que el bailarín vive al salir al escenario. La sensación de que el tiempo no existe en ese instante en que estás entre bambalinas, oliendo el silencio que precede a la música, no es de este mundo. Hablo de ese umbral, que te remueve por dentro, haciendo volar mariposas en tu interior para que, una vez sales, todo sea magia.

Su maestro Víctor Ullate le transmitió la imagen del puente de doble sentido que se ha de establecer para conseguir esa íntima comunión con la audiencia.

Exacto. Debes formar un vínculo muy especial con el público y, si lo encuentras, puedes estar seguro de que ese momento no lo olvidará fácilmente.

Comunicar, ¿ha sido el objetivo fundamental que se ha fijado en su carrera?

Siempre. Si hasta ahora ha sido como intérprete, en esta nueva etapa espero hacerlo como director a las nuevas generaciones.

¿Puede transmitirle esa magia a un bailarín cuando es usted quien lo dirige?

Lo intento, aun asumiéndolo como tarea nada fácil, porque son ellos los que tienen que buscar en su interior qué quieren decir y cómo mostrarlo. Investigando mucho sobre qué pasa con los silencios y cómo conectar con el público, me ha resultado muy interesante comprobar cómo funciona esto en otras danzas, en otras culturas, llegando a la conclusión de que los grandes iconos de la danza, como Nureyev o Baryshnikov, no tenían que hacer ni un sólo paso. Desde que salían al escenario, no podías quitar los ojos de ellos. Eso es consecuencia de una energía interior; una inteligencia; una manera de controlar el silencio y la pausa. En esta sociedad en la que vivimos, en la que vamos siempre acelerados, echo en falta la pausa; me sobra el exceso de alboroto. Es preciso tiempo para disfrutar el presente. En un segundo en que no pase nada, ¡se puede contar tanto!

Durante un extenso paréntesis, que incluye la larga regencia de Nacho Duato y el efímero paso de Hervé Palito, en la CND se menospreció el apartado clásico. ¿Se ha subsanado esa carencia?

José Carlos Martínez, a quien sucedo en el cargo, empezó la importante labor de reintroducir el clásico, pero creo que no le dio tiempo a consolidar su proyecto, y todavía existe un poco de cojera al respecto. Mi labor consiste en equilibrar ese déficit. Como me gusta tanto el neoclásico, he apostado fuerte por él, y quiero que la mayor parte de este repertorio la bailen casi todos los integrantes y luego haya casos en ambos extremos: contemporáneo y clásico puro. Creo que se pueden hacer muchas cosas bonitas: que la gente baile mejor; que tenga más musicalidad, algo para mí fundamental, porque de siempre la música es parte imprescindible de mi proyecto: de cómo concibo la danza. Así que estoy superfomentando todo esto, para luego conseguir una identidad. Creo que estamos en el buen camino, y que está funcionando mi idea de cómo subir el nivel de la Compañía.

Su presencia hace unos días en el Teatro Real con la CND bailando una de las coreografías, ¿se puede interpretar como que no va a abandonar el baile en esta etapa?

Ni descarto ni confirmo que vaya a seguir bailando. Si lo he hecho ahora ha sido por volver a estar con Gonzalo García, mi compañero de reparto en el estreno del Concerto en 2008, por tratarse de algo muy especial. Alexei Ratmansky, el coreógrafo que creó la pieza entonces pensando en nosotros dos, preguntó: ¿Por qué no la hacéis vosotros? Al principio lo tomé como una broma, porque estamos hablando de uno de los ballets más duros que hay. Acepté por encontrarme bien. Y, mientras siga así, en casos puntuales, me apetece participar en alguna cosa. Pero no demasiadas, porque quiero dar la oportunidad a mis bailarines.

Ahora, como coreógrafo, ¿veía la necesidad de revisar el montaje?

Definitivamente sí. No sólo de revisarlo, sino de revisionarlo, desde una óptica que, más que bonita, diría que es muy especial. Hay partes que considero inamovibles y así las dejo, pero otras no tengo por qué. He contado para ello con un equipo artístico y un elenco increíbles, empujándome para salir de mi zona de confort. Como experiencia, cualquier artista calificaría el resultado de maravilloso.

En estos casos, los puristas pueden clamar anatema. ¿No teme a los que reniegan por hacer algo que les parece altera el espíritu de la música de Adam?

… es que ya soy muy mayor, y tengo mucho rodaje para temer al purista. Por una lesión de espalda que tuve, me diagnosticaron que me tendría que despedir del escenario. Cuando por fin volví, me olvidé de pensar en puristas ni en críticos. Ni siquiera en complacer a nadie. Todo se convirtió para mí desde entonces en un regalo. Así tiene que ser, creo yo: que cada vez que sales al escenario sea como si no supieras si va a ser la última.

DÓNDE ENCONTRARLE

Instalado en su sede madrileña desde hace algo más de un año,
la actividad de Joaquín de Luz es hoy fácil de seguir.
Su día a día, por la detallada agenda de la Compañía que dirige.

Y a través de los canales de comunicación, por
alguno de los testimonios que han hecho historia en
los principales escenarios del mundo a lo largo de un cuarto de siglo.