ESFERA CULTURAL
José
Carlos
Plaza
director teatral
“Soy un hombre del teatro, no de la lírica”
Dónde encontrarle
En espera de cumplir un sueño a finales de verano, cuando rescate una querida obra de Buero Vallejo, su último trabajo se podrá admirar durante todo un mes en el Teatro Español de Madrid, el mismo en el que, en 1984, se enfrentó con este título lorquiano.
Acaba de reabrir con OléOlá el Teatro Eslava de su ciudad natal, a la que regresa en mayo con La casa de Bernarda Alba. ¿A qué le suena lo de que el teatro se está muriendo?
En líneas generales diría que esa historia es un mito. El teatro, como todo en la vida, tiene altibajos, oleadas… pero ahora mismo vive un momento estupendo. Hay muchas salas y siempre están llenas. Para el reciente Antonio y Cleopatra del Teatro de la Comedia, no quedó ni una entrada. Ni en La Casa de Bernarda Alba, allí por donde va. Se produce un milagro, porque la gente está deseando conectar, mirando al actor que está allí directamente a la cara. En el caso del Eslava, la reapertura la ha protagonizado Cristina Hoyos con un homenaje al flamenco. Yo he estado a su lado para ayudarle, como tantas veces, en la dirección y la dramaturgia.
Como en una recordada Yerma…
Una Yerma, un Romancero gitano, un Café de Chinitas…he hecho muchas cosas con Cristina.
Las que ha citado tienen trasfondo lorquiano. ¿Es Lorca su fetiche personal?
Tengo tres fetiches… cuatro, mejor. Trabajar con Lorca es trabajar en mi alma y en mi sangre. Pero ante todo me inclino por Valle Inclán, un revolucionario del teatro que va un paso por delante rompiendo todos los moldes. Nadie ha podido alcanzar los niveles a los que llegó. Luego estaría Chejov, que es mi autor sagrado y, finalmente, Shakespeare.
En sus comienzos apostó también por los nuevos dramaturgos.
Siempre he defendido a los autores jóvenes. Ahí están en los últimos años El padre, de Sam Shepard; La noche de las tríbadas, de Per Olov Enquist: o El auto de los inocentes, de Víllora. He hecho 126 obras, y en ese conjunto, hay de todo.
Cuando dirige a un autor vivo, su presencia, ¿le facilita la labor o le resta libertad?
Yo les intento explicar que una cosa es la voz del autor y otra la del director, que nunca se pueden contraponer. Previamente, hablo con ellos muchísimo, pero durante los ensayos no les permito que lo hagan. Les explico: podéis estar o no estar, pero lo que no podemos es pelearnos delante de los actores. Lo que queráis hay que discutirlo antes. En ese punto tuve una experiencia con don Fernando Fernán Gómez.
¿Quiso imponerse cuando le dirigió Las bicicletas son para el verano?
Por distintas circunstancias, en mí parece que no confiaba. Vino a los ensayos, y cuando en uno de ellos intervino, paré y le dije: “encantado con que usted la dirija. Yo me voy. Si es usted el director, vendré como ayudante. Dos colaboradores, juntos, muy bien, pero dos voces hablando en el escenario a los actores, imposible”. El, que tenía una gran humildad, lo entendió.
EL TEATRO, COMO TODO EN LA VIDA, TIENE ALTIBAJOS, OLEADAS… PERO AHORA MISMO VIVE UN MOMENTO ESTUPENDO
Y el percance concluyó en comedia: con los dos como amigos.
En el libro, que tengo por ahí, pone “A José Carlos Plaza, que levantó este cementerio”. Al final fue una historia preciosa. Tanto es así que en las declaraciones previas a su siguiente obra comentó a los medios. “Que todo el mundo sepa que esta es mucho peor, porque la dirijo yo, no José Carlos”.
¿Alguna obra que espere, que se le haya resistido?
La Vida es sueño, de Calderón de la Barca, que se me va a escapar.
Tiene tiempo por delante.
No (risas). El año que viene cumplo los ochenta … pero no pasa nada.
Con Bernarda estará en el Teatro Español, donde la dirigió en 1984. Los artistas plásticos hablan de pentimenti. ¿Retoca o parte de cero?
Algo queda siempre. Construyes sobre construido, porque no te puedes olvidar. Aunque cambie la forma, estás dando una capa nueva sobre algo preexistente.
Aquella Casa contaba con un reparto de actrices consagradas. ¿Las de ahora vienen dispuestas a ser consagradas por usted?
Por mí no, desde luego: por su talento. Consuelo Trujillo, Ana Fernández, Rosario Pardo… son actrices de una talla inmensa y una gran profundidad. Aunque no sean de ese colectivo que se denomina de estrellato, son primerísimas figuras. Y la gente joven que está con ellas tienen un gran talento. Todas ellas van hacia un gran arraigo en su profesión no por mí: gracias a su competencia, porque son muy trabajadoras.
ENTRE LAS CONMEMORACIONES DEL 275 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE GOYA, LA FAMILIA DE BUERO VALLEJO ME HA PERMITIDO INTERVENIR EN ‘EL SUEÑO DE LA RAZÓN’
¿Tanta entrega demanda el hecho teatral?
Mucha. Y mucha formación. Una disciplina diaria que en este país no la hay, como si existe en otros. Es algo un tanto endémico, que no me gusta, contra lo que lucho constantemente. Pero al final te das cuenta que no hay entrenamiento. El actor está seis meses sin trabajar y no hace nada. No entrena. Vive un poco de las rentas.
Para combatirlo están las clases que usted imparte.
Sin parar. Más que clases son talleres de entrenamiento. Intento trabajar con los actores para ver qué problemas hay en las escenas, y que se pregunten todo el tiempo hacia dónde van y cuál es la relación con la sociedad. Me planteo esos entrenamientos como una obligación personal que me metió mi maestro Layton en la cabeza y no me he podido quitar.
Un lustro entero estuvo al frente del Centro Dramático Nacional. ¿Repetiría aquella experiencia gestorial?
No. Está bien probarlo una vez, pero aquello me quitó muchísimo tiempo. Fue una experiencia muy dura. Seis años de no dormir.
Si hace años la pregunta era cómo un pura sangre del teatro había llegado a la lírica, ahora es por qué la ha abandonado, después de haberle traído tantas satisfacciones en España y fuera de nuestro país.
Mi vida no está matemáticamente planificada. Se adecúa a los momentos, y el de la lírica ahora es complicado, porque se mueve en torno a grandes producciones europeas, muy cosmopolitas, mediante la conjunción de teatros, lo que obliga a estar metido en un macrocosmos de agencias y representantes en el que yo no me muevo. Lo último que hice fue el Juan José de Sorozábal en el Teatro de la Zarzuela, donde tanto he trabajado, y cuando me llaman voy.
Alguna de sus biografías cita también su titularidad en ese teatro.
Es un lío. Me nombraron, cambió el gobierno y me cesaron. No estuve ni veinticuatro horas. Al llegar el PSOE al poder, Carmen Calvo me ofreció dirigirlo, para demostrar que me habían echado y le dije que ya no. Porque yo soy un hombre del teatro, no soy un hombre de la lírica.
LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA LÍRICA ES COMPLICADA, PORQUE SE MUEVE EN TORNO A GRANDES PRODUCCIONES EUROPEAS
Aun sin serlo, como dice, sus producciones de Lulú o Wozzeck dejaron huella.
Pero hablamos de otra cosa. Yo lo que he hecho es teatro en la lírica y Wozzeck y Lulú son teatro. Como lo son El gato montés o La verbena de la Paloma, que es una de nuestras grandes joyas. Musical y también dramatúrgicamente. Para un master en Nueva York, me pidieron que presentase un proyecto teatral, y centré mis clases en la dramaturgia de La verbena de la Paloma.
Con qué le tentarían para regresar a la lírica.
No lo había pensado, pero al escuchar la pregunta me ha venido una cosa que tenía dentro: repetir un título: Macbeth.
El primero que dirigió…
Eso es. ¡Y ya hace falta valentía! Pero entonces era un inconsciente. Y de pronto he pensado qué podría hacer ahora con esa ópera de Verdi.
¿Alguna sorpresa en la recámara?
Tengo un proyecto, que no lo podría decir por esas tonterías tradicionales, pero me da igual. Entre las conmemoraciones del 275 aniversario del nacimiento de Goya, la familia de Buero Vallejo me ha permitido por fin intervenir en su obra El Sueño de la Razón. Sin cambiar nada. Sólo quitando y quitando, porque el teatro de Buero es estupendo, pero no se representa por ser muy antiguo, demasiado descriptivo. Y por fin, en septiembre, en el Teatro Español y en Zaragoza, lo voy a poder hacer.