EN EL ESCAPARATE

Yolanda Gómez,
subdirectora de Economía de ABC.

“El turismo es el principal motor de nuestra economía. La emergente contestación social contra su masificación ha encendido las alarmas”

La gallina de los huevos de oro

España era, es y seguirá siendo un país turístico si somos capaces de afrontar con éxito los desafíos y retos que se avecinan. El turismo es el principal motor de nuestra economía. Lo era antes de la pandemia, y tras el paréntesis de la crisis sanitaria, ha recuperado con fuerza ese trono. En 2023 aportó el 12,8% del PIB y 2,67 millones de empleos, un 12,6% del total. Y en los primeros meses de este 2024 seguimos marcando máximos, tanto de número de visitantes internacionales como en gasto turístico, con lo que todo hace pensar que estamos ante un nuevo año de récord. De hecho, la economía ha comenzado el año con mayor fortaleza de la prevista y no hay que ahondar demasiado en las estadísticas oficiales para descubrir que detrás de este crecimiento de la actividad se encuentra una vez más el turismo.

Ante estas impresionantes cifras, que no parecen dar síntomas de agotamiento, se plantean sin embargo muchos interrogantes. ¿Se puede seguir aumentando año tras año el número de visitantes? ¿Es sostenible mantener este ritmo? ¿Hay que ponerle freno? ¿Cómo hacemos compatible la llegada de turistas a nuestras ciudades, pueblos y playas con la convivencia con los vecinos? ¿Es responsable el turismo de los elevados precios de los alquileres? Muchas de estas preguntas no son nuevas. Hace ya más de tres lustros que el sector empezó a plantearse que había que ir más allá del turismo barato de sol y playa y que había que apostar por atraer otros tipos de turistas. Y se empezó a trabajar en el turismo gastronómico, en el cultural, en el de montaña; se empezó a apostar por el turismo de compras, por el deportivo, por el de congresos, por el religioso… Hace décadas que empezamos a oír hablar de la necesidad de desestacionalizar el turismo, de hacer que los extranjeros nos visitaran no solo en julio y agosto. Y todo hay que decirlo, aunque a los españoles nos encanta darnos golpes de pecho y pensar que somos los peores y que todo lo hacemos mal, lo cierto es que las cosas se han hecho razonablemente bien. Y sí, julio y agosto siguen siendo los meses en los que recibimos más turistas, pero también vienen el resto del año, y si no echemos un vistazo a las cifras. De los 85 millones de turistas internacionales que visitaron nuestro país en 2023, poco más de veinte millones lo hicieron en esos dos meses. 65 millones se repartieron el resto del año.

Y sí es cierto que las comunidades que más extranjeros reciben siguen siendo las islas Baleares y Canarias, y las costas de Cataluña, Andalucía y la Comunidad Valenciana. Pero vemos importantes crecimientos en el Norte de España e incluso en algunas zonas del interior.

Y no lo digo solo yo. El último informe sobre el desarrollo del turismo del World Economic Forum sitúa a España como el tercer país con mejor índice de desarrollo en viajes y turismo del mundo, tras Japón y Estados Unidos. Según este índice de competitividad, nuestras fortalezas más destacadas se concentran en la infraestructura de servicios turísticos y de transporte, así como en los atractivos culturales y naturales. Estos factores, junto con la seguridad y los servicios sanitarios, han permitido a nuestro país competir y contrarrestar la competencia en precios de los destinos turísticos emergentes del Mediterráneo.

Asumiendo, por tanto, que las cosas se han hecho razonablemente bien, y que nuestras empresas y nuestro sector turístico ha sido capaz de competir y de atraer cada vez más visitantes que se dejan más dinero en España, lo cierto es que hay que seguir avanzando para evitar dar al traste con la que ha sido y sigue siendo la gallina de los huevos de oro de nuestra economía. En los últimos meses hemos visto protestas vecinales en las islas contra la masificación del turismo, que han encendido las alarmas y cada vez son más los alcaldes de grandes ciudades que hablan de tomar cartas en el asunto y de limitar e incluso, en algunos casos, como Barcelona, acabar con los pisos turísticos, para evitar esa masificación y también aligerar la presión sobre los precios de la vivienda en alquiler. Desde el Gobierno central se está planteando, por ejemplo, que sean las comunidades de vecinos las que autoricen estos establecimientos. Es cierto que, si algo le debemos a los pisos turísticos, igual que a las aerolíneas low cost, es la democratización del turismo. Viajar a casi cualquier lugar del mundo ha dejado de ser un privilegio de unos pocos. Pero eso no significa que no haya que poner algún tipo de freno a la proliferación de estas viviendas. Quizás sería suficiente con acabar con las ilegales.

El gran reto que España tiene por delante es ser capaces de coordinar las políticas públicas y privadas y de aunar las fuerzas de los empresarios del sector y de las administraciones, de distintos niveles e independientemente de su color político, para avanzar en una misma dirección: conseguir que el turismo siga siendo una fuente de ingresos y de bienestar de los residentes, y les sirva para mejorar su calidad de vida, haciendo eso compatible con el respeto y la protección de sus valores culturales y ambientales. No es fácil, pero es la única forma de acabar con esta emergente contestación social contra la masificación del turismo que si se propaga puede acabar con la que es y puede seguir siendo nuestra gallina de los huevos de oro.