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Santo Domingo de Silos entronizado, de Bartolomé Bermejo

La monumental figura de santo Domingo de Silos pintada por Bartolomé Bermejo es una imagen impactante, una de aquellas obras que recuerda cualquiera que visite las salas de pintura gótica del Museo del Prado.

JOAN MOLINA FIGUERAS, Jefe del Departamento de Pintura Gótica española

Nos hallamos ante un auténtico icono, frontal e hierático, recreado mediante un lenguaje absolutamente ilusionista con el que se da forma a las ricas indumentarias del santo y al trono arquitectónico que preside. El resultado es una composición original y poderosa; una nueva vuelta de tuerca en la larga tradición medieval de imágenes mayestáticas de santos y autoridades eclesiásticas.

A menudo, los procesos de creación de grandes obras fueron difíciles. Este fue el caso de la tabla que nos ocupa, cuyos complejos entresijos conocemos gracias a los registros notariales, una fuente de información fundamental para historia del arte.

En 1474 Bermejo firmó un contrato para realización de un retablo dedicado a santo Domingo de Silos. La lectura del documento permite constatar que el pintor siguió a rajatabla algunas de las minuciosas cláusulas establecidas por los clientes –como la representación del santo a la manera de un obispo sentado en un trono decorado con las figuras de las siete virtudes– pero que, en cambio, hizo caso omiso de otras prescripciones de orden técnico y estético –como cuando decidió no aplicar relieves y pastillajes para los dorados-. En resumen, la libertad creativa del pintor acabó imponiéndose a las disposiciones establecidas en el contrato.

Cuando aceptó el encargo Bermejo era ya un reputado pintor, pero seguramente con cierta fama de informal. De ahí que en el registro notarial se estableciera una pena de excomunión si no finalizaba el conjunto pictórico antes de finales de 1475. Los temores eran fundados: en 1477 Bermejo tan sólo había concluido la gran tabla central con la imagen del santo entronizado. Decepcionados, los clientes decidieron hacer pública la sentencia de excomunión, que comportaba ciertas restricciones laborales más que penas espirituales. Eso sí, no desistieron de su empeño en que finalizase el retablo y ese mismo año le ofrecieron un nuevo contrato, ahora junto al pintor Martín Bernat. El hecho de que se encomendase a este último la supervisión de la obra y el control de las jornadas laborales de su conocido socio, señala hasta qué punto los clientes se temían que Bermejo volviera a incumplir los pactos establecidos. Y, en realidad, no les defraudó: las otras dos tablas del retablo que han llegado hasta nuestros días fueron ejecutadas por Martín Bernat, lo que señala que, por segunda vez, Bermejo incumplió sus obligaciones contractuales. Suponemos que hartos, los clientes ya no insistieron más.

Las intrahistorias del retablo de santo Domingo de Silos que nos cuentan los registros notariales señalan hasta qué punto, incluso en la Edad Media, algunos artistas pudieron sortear las reglamentaciones jurídicas. Primero con su personal interpretación de las cláusulas contractuales a la hora de ejecutar la solemne imagen del santo y, más adelante, con su decisión de abandonar el proyecto –desconocemos si por cuestiones económicas, artísticas o puramente personales–, Bermejo pone de relieve hasta qué punto un pintor con extraordinarias cualidades, y una no menos acusada personalidad, fue capaz de imponerse a cualquier norma o convención que limitase su arte. Deo gratias.

Claves de la obra

Autor: Bartolomé Bermejo

Tamaño: 242 x 130 cm

Fecha creación: Hacia 1474

Técnica: Óleo sobre tabla

Ubicación: Sala 51ª del Museo del Prado