ESFERA CULTURAL

PACO DEL POZO,

Cantaor

Haberse alzado con la Lámpara del Festival del Cante de las Minas de La Unión acredita a este madrileño como uno de los elegidos en el Olimpo del Flamenco. Hoy compatibiliza las actuaciones con sus clases en el Conservatorio Profesional de Música Arturo Soria, desde las que traslada a las nuevas generaciones ese arte que en él brotó como ciencia infusa en forma de ‘pellizco’.

JUAN ANTONIO LLORENTE

«La soleá es la madre de todos los cantes»

Madrileño, de familia sin raíces flamencas. ¿El duende nace donde quiere?

Por supuesto. Soy de la opinión de que lo lleva la persona y no el barrio en el que nace. Es verdad que si tienes la suerte de venir al mundo con ese ‘duende’ y además estás rodeado de música, o de cante, todo es mucho más fácil. Pero por supuesto que se puede nacer con ese don en un entorno no flamenco como el mío.

Con doce años fue el Mejor cantaor revelación de Madrid. ¿Cómo nació su afición?

Creo en el destino y las cosas pasan porque están escritas. Desde que empecé a hablar empecé a cantar. No flamenco, porque desconocía qué era eso, pero sí cosas de los anuncios de la radio, de los dibujos de la televisión… Tengo buena voz, afino bien y, como suele ocurrir, con cuatro o cinco años me decían “Paquito, canta esa canción de Torrebruno”, por ejemplo… Y les hacía gracia. Un amigo de mis padres, de aquella Vallecas de los 80, donde surgieron esos grupos de pop y rock flamenco, como Los Chichos o Los Chunguitos, cantaba bastante bien ese tipo de música. Y yo me quedaba escuchándole mientras los otros niños se iban a jugar. Ahí empecé a extraer esa forma de expresarme que, sin saber por qué, me llamaba la atención. Con ocho o nueve años, en Alcobendas había un grandísimo guitarrista, Paco de Antequera, que fue mi primer maestro y me hizo un disco y, con diez años, empecé a actuar en un montón de sitios. No recuerdo mi infancia sin el flamenco.

Estuvo picando piedra hasta los veintiún años, cuando se llevó la codiciada Lámpara Minera.

Para mí era muy grato porque hacía lo que me gustaba. Con quince y dieciséis años cantaba en garitos, centros culturales, a veces en compañías de baile y encima me pagaban, ¡un sueño! Hasta que, con 18 años, me integré en el cuadro flamenco del Corral de la Morería, empezó a sonar mi nombre por Madrid. Y en 1997 gané la 37º edición del Festival del Cante de las Minas.

 


PACO DE ANTEQUERA, MI PRIMER MAESTRO,
ME HIZO UN DISCO Y CON DIEZ AÑOS
EMPECÉ A ACTUAR EN MUCHOS SITIOS


 

Fue el primer madrileño en conseguirlo.

Sí y, de momento, el único.

Eso le abrió muchas puertas, y siguió recorriendo mundo. ¿Cuál es su espacio natural?

Donde más canto es en teatros y salas de concierto. También en peñas. Los festivales son harina de otro costal, porque donde más se programan es en Andalucía y, tal y como está construido el sistema, como madrileño me cuesta un poquito más entrar. Y lo veo como algo normal: alguien que tiene un presupuesto para programar un festival en un pueblo de cualquier provincia andaluza, destina gran parte para dos o tres figuras –gente famosa, con mucho nombre- y el resto queda para los cantaores y cantaoras locales, que en muchos casos pueden ser tan buenos como las figuras. Con todo, he tenido la suerte de cantar en la Bienal de Sevilla tres veces, he estado en los Juegos de flamenco del Baluarte, de la Candelaria de Cádiz o en festivales muy importantes de Jerez…

¿Algún escenario que quisiera pisar echa en falta?

Me gustaría mucho cantar en el Teatro Real. Pero siempre digo que ser madrileño es no ser de ninguna parte, porque aquí estamos todos. Si te reúnes con seis u ocho amigos, casi nadie es de Madrid. Casi ninguno de los grandes cargos que dirigen festivales y teatros es de Madrid. Por ejemplo, a compañeros míos que han ganado la Lámpara Minera les han hecho hijos adoptivos de su ciudad. A mí no me han hecho nada. Soy de Madrid, pues ya está, soy de ninguna parte.

 


NO RECUERDO MI INFANCIA SIN EL FLAMENCO


 

Madrid acaba de nombrar el flamenco Bien de Interés Cultural.

Tenía que haber sido antes, por ser la cuna de todos esos artistas que querían triunfar…

¿Qué proporción de hombres y mujeres acude a sus aulas?

Diría que en un 80% son mujeres y el 20% hombres. A veces he reflexionado, pero no sé decir el porqué.

Hubo grandes voces masculinas hasta que se produjo un vacío que vinieron a llenar cantaoras femeninas como la de Carmen Linares.

Estaban la Niña de la Puebla, la Paquera de Jerez, la Perla de Cádiz, Fernanda y Bernarda de Utrera… pero no vamos a negarlo, como no podía ser menos en el panorama de la sociedad en general, el flamenco también ha sido machista. Sin embargo, creo que eso está superado, y habrá más cantaoras que cantaores.

¿Hay cantera?

Sí. La hay. Algunos alumnos míos trabajan habitualmente en compañías, tablaos, como solistas incluso. Lo que pasa es que una carrera profesional exige tiempo y empeño… Pero sí hay gente que viene con mucho talento. Yo, como profesor, intento canalizar todo eso.

Como docente afirma que si alguien no puede transmitir lo que conoce es que no lo conoce bien. El pellizco ¿se lleva puesto o se aprende?

Es algo personal. Yo lo tengo desde el nacimiento, pero muchas cosas sí se pueden aprender. He sacado adelante mucha gente que está llevando una carrera muy digna. Obviamente, para el que ya tiene ese talento es más fácil desarrollarlo. También es verdad que muchos alumnos tienden a decir “ahora quiero aprenderme la Soleá de Triana, y ahora la de Cádiz”. Me gusta decir que yo enseño a cantar, no enseño cantes, los cantes están en los discos.

¿A qué palo se apunta para siempre?

La soleá, que para mí es la madre de todos los cantes. Todo lo que tiene el flamenco lo reúne. Empezando por la poesía. Las soleas son las más maravillosas con sus estrofas de tres y de cuatro versos. Muy cortitas, pero bestiales. Para que te emocione, tienes que cantar muy bien. En todos los sentidos, técnicos y emocionales. Es más fácil disimular en cualquier otro cante. En la soleá, no.

La copla cuenta una historia en tres minutos. El flamenco es pura filosofía: lanza una idea y la deja en el aire para que el oyente imagine.

Sí. Félix Grande, a quien admiraba y quería con locura, hablando de letras del flamenco en unas conferencias, decía: “Se imaginan una declaración de celos más concisa y más bonita que ‘la noche del aguacero, dime dónde te metiste que no te mojaste el pelo’. Pues el flamenco lo resume así: en tres versos se ha dicho todo.

 


UNA CARRERA PROFESIONAL EXIGE TALENTO, TIEMPO, MUCHO EMPEÑO Y AGUANTE


 

Félix Grande le apadrinó diciendo “canta con la fuerza de su juventud y la sabiduría de un viejo”.

Lo dijo cuando yo tenía poco más de 20 años. Le impresionaba.

Cuando tantos compañeros suyos han cantado a los poetas aureolados, usted rinde homenaje ahora en una serie de conciertos a Paca Aguirre, la mujer de Félix Grande. ¿Qué destacaría en sus versos?

Mucha verdad y emoción. Paca, aunque ella no lo sabía, era una gran poeta flamenca. He cantado sonetos de ella que contienen en pocos versos mensajes muy directos. Porque tenía esa facilidad natural de decirlo. A mi hay poesías que me cuesta entender porque me parecen muy rimbombantes y pienso que técnicamente deben ser buenísimas, pero no me llegan. Me emocionan las cosas que van directamente. Y Paca era esa clase de poeta, directa.

¿Dónde encontrarle?

Una fecha clave de su agenda será el 12 de noviembre, cuando abrirá la Suma Flamenca de Madrid con un homenaje a Félix Grande. Sin olvidar el musical en el que participa, a partir de la película El discípulo, de Emilio Ruiz Barrachina, cuya banda sonora ya protagonizó.