EN EL ESCAPARATE

IGNACIO EZQUIAGA,

doctor en economía y finanzas por la
Universidad Autónoma de Madrid.
Colaborador de Funcas y AFI

"El PIB español, en un entorno de crisis manufacturera por el desorden arancelario, sigue protegido gracias al turismo internacional"

Los tres años dorados de la economía española y sus desafíos actuales

A juzgar por sus registros, podríamos calificar los tres últimos años de la economía española como una etapa dorada, al menos en términos relativos o en comparación con los 20 turbulentos años previos: las tres crisis que se han sucedido desde 2008. Las duras políticas de ajuste aplicadas tras ese año y el giro anticíclico que se afianzó con la pandemia han mostrado que la economía española, transformada, es capaz de crecer más equilibradamente y avanzar hacia un nuevo modelo. La inversión es ahora el gran desafío: tanto en lo tecnológico como para la conservación del planeta. Más a corto plazo, el resurgir proteccionista de EE.UU. tendrá consecuencias indirectas más que directas para España, al haber aumentado la incertidumbre global.

La primera de las crisis a que nos referimos es la bancaria. Fue consecuencia de la burbuja inmobiliaria y financiera que condujo a la necesidad de financiación externa (déficit corriente) y al récord insostenible de un 9% del PIB en 2008. Su explosión fue el shock más prolongado de la España democrática, nada menos que diez años, y el más profundo, con una caída del PIB del 10% entre 2008 y 2013, mientras la tasa de paro llegaba a la cota del 27% en 2012. Su sombra se extendió en un periodo de atonía y deflación, en parte compartido con el resto de Europa.

La balanza por cuenta corriente pasó del déficit récord al superávit en cuatro años. Desde entonces se ha mantenido en la zona saludable. En 2024 había alcanzado el 3% del PIB, reduciendo la deuda externa a la mitad; pero la demanda agregada quedó muy debilitada, quizá innecesariamente, extendiendo el ajuste incluso más allá de 2017.

La segunda crisis fue resultado del impacto de la paralización de la actividad durante el shock externo de los confinamientos, entre 2020 y 2021. La pandemia fue más aguda para España, dada su sensibilidad al turismo internacional, el último en normalizarse. Por ello, la recuperación registró un retardo respecto al resto de Europa. Lo más relevante, sin embargo, fue el cambio de tono de la política económica que operó durante la pandemia: los ERTE, el diálogo social para aprobar el convenio colectivo nacional, la reforma laboral y el aumento del salario mínimo.

A escala de la zona euro se abandona la austeridad y se da un giro anticíclico: el fondo NextGenerationEU, el SURE o la financiación masiva del BEI apoyan la inversión pública sin presionar el déficit y la deuda pública. El fuerte crecimiento del empleo y el descenso de la tasa de temporalidad fueron elementos clave. El crecimiento real del PIB de España en 2022, el primer año completo de restauración de la movilidad transfronteriza después de la pandemia, fue del 6,2%, muy por encima del 3,5% de la unión monetaria.

El impacto geoestratégico de la invasión de Ucrania por Rusia en 2022 y el caos introducido por cambio de perfil exterior de EE.UU. en 2025 configuran la tercera de las crisis mencionadas. Su impacto ha estado en el origen de la recesión de Alemania y ha abierto en el entorno continental una profunda revisión estratégica: ganar en autonomía geoestratégica pasó a ser la prioridad. El PIB español, en un entorno de crisis manufacturera por el desorden arancelario, sigue protegido gracias al turismo internacional, que ha registrado cifras de visitas de 93,8 millones en 2024, y volvió a distinguirse, con un crecimiento en 2023 y 2024, respectivamente, del 2,7% y 3,2%, tasas superiores al potencial de nuestra economía. En contraste, el área del euro registró crecimientos reales del 0,4% y 0,8% en esos mismos años. Para 2025 las proyecciones sitúan a España muy por encima del 1% de la zona euro y el 1,4% de EE.UU.

En un periodo de fuerte dinamismo demográfico gracias a la inmigración, el PIB real per cápita ha crecido de media entre 2019 y 2024 un 3,2%, mientras en términos absolutos lo ha hecho en un 6,9%. El consumo privado y la demanda externa han impulsado la expansión, apoyados en el consumo público –sin impedir el retorno del déficit y la deuda pública a la zona previa a la pandemia, gracias a no deflactar las tarifas fiscales con la elevada inflación registrada–, pero la inversión ha contribuido solo en 0,8 puntos porcentuales.

La atonía de la construcción en vivienda ha oscurecido la mejora del resto de la inversión. La escasez de vivienda nueva asequible ha frenado la promoción residencial, en un contexto en el que se ha reducido la elasticidad al precio de la oferta. Estamos ante el cuello de botella de los abundantes suelos urbanizables que el sistema bancario financió durante la burbuja y que se quedaron vacantes, concentrados desde 2013 en propietarios que no los han devuelto plenamente al mercado.

La economía tendrá que afrontar un futuro global que estará cada vez más condicionado por el cuestionamiento por EE.UU. del libre comercio y, por ello, será mucho más incierto. El dinamismo de los años 2022 a 2024 ha venido a compensar los efectos de las dos primeras décadas del siglo, de forma que se han recuperado los niveles de actividad perdidos en 2008 –a excepción del crédito– y se ajustan desequilibrios, configurando un marco saludable. Sin duda, una etapa dorada, sobre todo, si se compara con el resto del primer cuarto de siglo.