‘Las guerras de Trump’
por Rafael Navarro-Valls
Expertos en diferentes áreas del Derecho se dan cita en nuestra revista para ofrecernos su visión de lo acontecido en el mundo de la Literatura, las Artes, la Justicia y, por qué no, en la vida misma. En este número nos acompañan: José Luis Espinosa de Soto Notario de Vigo, académico de número de la Real Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación e integrante de programas de acogimiento familiar y Rafael Navarro-Valls, Catedrático emérito y profesor de honor de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid
En enero de 2025, Donald J. Trump inició su segundo mandato como presidente de Estados Unidos con una agenda internacional que ha potenciado y ordenado los pilares de su primera presidencia. La doctrina America First, basada en el nacionalismo económico, la centralización del poder presidencial y un enfoque transaccional, que ha evolucionado hacia una política exterior que busca no solo replantear el rol de Estados Unidos, sino también modificar las estructuras internacionales vigentes.
Por más que Trump tiene estallidos de desequilibrado -por ejemplo, en sus relaciones con Musk, su excesiva reacción ante los disturbios de Los Ángeles, las dudas ante el potencial atómico de Irán o sus vaivenes en el tema de los aranceles- existe un sector de proyecciones internacionales que no ha sido suficientemente analizado. El núcleo de la política exterior de Trump sigue siendo la prioridad de los intereses estadounidenses por encima de los compromisos globales y alianzas tradicionales. Lo que en su primer mandato estalló como retórica desafiante se va trasformando ahora en una estructura ejecutiva más fuerte.
Más cerca del imperialismo que de la política
En febrero de 2025, una orden ejecutiva formalizó la unificación exterior, consolidando la autoridad del presidente sobre todos los actores diplomáticos y otorgando al secretario de Estado la capacidad de reformar el servicio exterior. Esto ha llevado a una politización profunda del cuerpo diplomático, donde la lealtad a la visión presidencial prima sobre la experiencia profesional.
Este centralismo no solo apunta a controlar el discurso exterior, sino también a garantizar que cada relación internacional esté alineada con un principio básico: ¿qué obtiene Estados Unidos a cambio? Las alianzas dejan de ser valores compartidos y se convierten en transacciones.
La revitalización del lema Paz a través de la Fuerza consolidará esta filosofía. Trump entiende que el liderazgo mundial de Estados Unidos no se basa en alianzas o valores, sino en la capacidad de imponer condiciones desde una posición de poder militar y económico. Esta doctrina, aunque interesante para sectores nacionalistas, ha generado fricciones con socios estratégicos que perciben una actitud imperial y unilateralista. Así ha pasado con la operación Martillo de Medianoche contra Irán, que ha machacado tres centrales nucleares con 125 aviones y 75 proyectiles, con 14 bombas de más de 13.000 kilos, sin la más mínima consulta con sus hipotéticos aliados europeos. El posterior cese de las hostilidades entre Israel e Irán ha sido dirigido por Trump, después de la ficción del ataque de Irán a Doha.
Adiós al orden multilateral
Uno de los movimientos más significativos del inicio del segundo mandato de Trump ha sido su hostilidad intensificada hacia las instituciones internacionales. La salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, la OMC y la OMS marca una ruptura sistemática con el orden liberal internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial. En lugar de colaborar para resolver desafíos globales como el cambio climático o la salud pública, la administración opta por respuestas bilaterales y acuerdos que puedan demostrar beneficios inmediatos y tangibles para la nación.
Este rechazo al multilateralismo tiene consecuencias estructurales. En el caso de la OTAN, Trump ha generado críticas in crescendo, llegando a exigir un aumento del gasto militar de los aliados europeos hasta el 5% del PIB, sólo discutida por Pedro Sánchez, en su afán de que sus aliados de izquierda se acerquen cada vez más a sus pretensiones de mantener el poder hasta las elecciones de 2027. Esta presión ha producido que Francia lidere las discusiones continentales y nuevos pactos de defensa dentro de la UE.
El alejamiento de Estados Unidos de sus compromisos multilaterales ha repercutido en países del sur del globo, que antes contaban con la asistencia humanitaria estadounidense y que se enfrentan ahora a una reorientación forzada hacia otros actores, como China, Turquía o Rusia. Esta dinámica está alterando el equilibrio global, debilitando la influencia blanda estadounidense y aumentando la competencia por esferas de influencia. Eso es más visible en lo que llamaremos las guerras de Trump.
Planes de paz y ‘mediación’ internacional
Trump prometió, aun antes de ser presidente, una paz rápida entre Ucrania y Rusia, presentando propuestas que implican concesiones territoriales significativas por parte de Kiev. El plan estadounidense contempla el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, el control de facto ruso sobre zonas del Donbás, la exclusión permanente de Ucrania de la OTAN y el levantamiento de sanciones impuestas a Moscú desde 2014.
Aunque en contraprestación recibiría una fuerte compensación económica y una garantía de seguridad apoyada por potencias europeas, este plan es inaceptable para Ucrania, que ve en él una legitimación de la agresión militar rusa.
Ucrania canaliza los cambios por recursos naturales hacia empresas estadounidenses, alimentando acusaciones de neocolonialismo. Este enfoque pragmático, que subordina principios como la soberanía o la autodeterminación a objetivos estratégicos inmediatos, también refleja una pérdida de prestigio moral. Mientras se presenta como mediador de paz, Estados Unidos también capitaliza la destrucción para obtener ventajas económicas a largo plazo.
El enfoque de Trump hacia el conflicto palestino-israelí también ha dado un giro importante. Inicialmente, el plan de convertir Gaza en la Riviera de Oriente Medio incluía el desplazamiento de más de dos millones de palestinos a países vecinos y la reurbanización del enclave bajo dirección estadounidense. Esta propuesta fue rechazada internacionalmente y el presidente la retiró, pero sigue insistiendo en una toma de Gaza para reconstruirla desde cero. Esta propuesta, además de violar el derecho internacional, agravará las tensiones regionales. Egipto, Jordania y organizaciones como Hamás y Hezbolá han rechazado la idea, alertando sobre la posibilidad de un conflicto aún mayor. Este enfoque se inscribe dentro de una política de alineamiento incondicional con Israel Al privilegiar alianzas estratégicas y económicas sobre la autodeterminación palestina, Estados Unidos se arriesga a ser percibido como un actor parcial e intervencionista.
El castigo arancelario
Por otra parte, Trump ha reinstaurado la guerra comercial como herramienta central de política exterior. Desde abril de 2025, Estados Unidos ha impuesto un arancel universal del 10% sobre todas las importaciones, junto con aranceles recíprocos elevados a países con altos déficits comerciales con Washington.
El objetivo declarado es recuperar la soberanía y fomentar la relocalización industrial. En el caso de China, se ha alcanzado un acuerdo provisional que reduce temporalmente los aranceles, aunque persiste la amenaza de aumentos si no se cumplen los términos negociados. Estas medidas buscan contener el avance chino en sectores estratégicos como la biofabricación y la microelectrónica.
Sin embargo, el impacto negativo sobre el consumidor estadounidense es notable: el coste anual estimado por familia asciende a $4,600. Además, la incertidumbre generada por políticas erráticas ha debilitado la confianza internacional en la fiabilidad de Estados Unidos como socio económico.
En línea con su enfoque transaccional, Trump ha cuestionado el rol de Taiwán como socio estratégico. Acusándole de robar el negocio de semiconductores, ha propuesto aumentar los aranceles a sus productos y ha presionado para que Taipéi eleve su gasto en defensa hasta el 10% de su PIB.
Realineamientos estratégicos y erosión diplomática
Una de las decisiones más significativas de la administración Trump ha sido la desarticulación de la asistencia exterior. La disolución de USAID y la reorganización del Departamento de Estado han debilitado el rol histórico de Estados Unidos como líder humanitario y defensor de derechos.
Se estima que, la erosión de la diplomacia tradicional y el cierre de oficinas clave reduce la capacidad del país para anticipar crisis y construir relaciones duraderas. El vacío dejado por esta retirada podría ser aprovechado por potencias como China o Rusia, con consecuencias duraderas para el equilibrio mundial.
En conclusión, el segundo mandato de Donald Trump representa una consolidación ideológica y operativa de su visión de America First, con consecuencias profundas para la arquitectura global. El orden multilateral, basado en reglas y cooperación, ha sido reemplazado por una lógica de poder unilateral, transacciones bilaterales y realineamientos estratégicos.
Aunque esta estrategia puede generar beneficios a corto plazo para Estados Unidos -en forma de reducción de compromisos internacionales o acuerdos comerciales específicos- también ha erosionado alianzas clave, aumentado tensiones geopolíticas y generado una percepción de imprevisibilidad. En conflictos como Ucrania o Gaza, la búsqueda de soluciones rápidas y ventajosas ha marginado valores como la soberanía, los derechos humanos y el derecho internacional.