ALDEA GLOBAL
Hay cinco zonas en el mundo identificadas como islas o ‘sopas’ de plástico: una en el Índico, dos en el Atlántico y otras dos en el Pacífico
Hace un tiempo, la entrada a la sede mundial en Suiza de una famosa compañía del sector alimentario amaneció adornada con una gigantesca estatua. Se trataba de la reproducción de un monstruo marino confeccionada por entero con desechos plásticos recogidos directamente del mar. Los activistas de la organización ecologista que habían instalado allí la enorme figura dejaron un recado a los directivos de la multinacional, un cartel colgado al cuello del monstruo con un lacónico mensaje: «Esto es vuestro».
Poco antes, un estudio de la iniciativa Break Free from Plastic, movimiento global que promueve un futuro libre de contaminación plástica, había señalado a la compañía como una de las tres organizaciones más contaminantes del mundo por este material, basándose en los datos de producción anual de envases de plástico desechables, lo que se conoce como plástico de un solo uso. Millones de toneladas de estos productos acaban cada año convertidos en basura oceánica y una pequeña muestra de esa realidad lucía aquella mañana frente a la sede corporativa de la empresa alimentaria en forma de monstruo marino.
La inmensidad de las cifras y datos que alertan sobre la necesidad urgente de combatir la contaminación de los mares es equiparable a la del propio océano, y bucear en ellos equivale metafóricamente a sumergirse en el mismo. Se estima que entre 10 y 13 millones de toneladas de residuos plásticos acaban anualmente en los mares y océanos, en buena parte a través de los ríos. Las cifras varían según las fuentes, pero lo que no varía es el incremento progresivo que desde hace lustros detectan todos los estudios.
Lo sabe Ben Lecomte, nadador francés que durante años ha realizado travesías de larga distancia en mar abierto. Según él, hace dos décadas era difícil encontrar utensilios de plástico en el océano, pero hoy es algo habitual. Para concienciar sobre ello, en 2019 se propuso la gesta de cruzar a nado la conocida como la gran ‘isla de la basura’ del Pacífico o ‘continente de plástico’, un área de una superficie tres veces mayor que la de Francia convertida en un auténtico vertedero, donde se encuentran concentraciones excepcionalmente altas de microplásticos. Hay cinco zonas en el mundo identificadas como islas o ‘sopas’ de plástico: una en el Índico, dos en el Atlántico y otras dos en el Pacífico. La basura plástica se acumula en esas áreas donde los vientos crean corrientes circulares, los giros, que absorben cualquier residuo flotante.
El propósito de Lecomte fue el de trazar un mapa, brazada a brazada, sobre la ubicación y los movimientos de esa gran ‘isla de basura’. Así, nadó unas 300 millas náuticas simbolizando los 300 millones de toneladas de residuos plásticos que se generan cada año en el planeta y documentó su hazaña fotografiándose con objetos que encontró en el agua: cepillos de dientes, envases, contenedores de plástico, un inodoro… En muchas de esas fotografías aparecía desnudo porque, en su opinión, a la gente le escandaliza más alguien sin ropa que un océano repleto de basura.
Es un hecho que cada año más residuos de todo tipo, fundamentalmente plásticos, terminan en el mar, y que esta situación es invisible para millones de personas. También es una realidad que esa basura llega a las aguas marinas en gran medida después de haber viajado por los ríos, que actúan como arterias transportando los desechos de la tierra al océano. Los residuos pueden ser desechados a miles de kilómetros de la costa y, sin embargo, eso no es impedimento para que lleguen a alcanzar las aguas, donde quedan atrapados en las corrientes oceánicas, se desmenuzan y se convierten en microplásticos. Es significativo que unos pocos ríos sean responsables de la mayor parte de la contaminación por plástico y que casi todos se ubiquen en Asia, el continente donde se focaliza gran parte de la producción industrial mundial.
Sin duda, la industria tiene responsabilidad en esta degradación de los ecosistemas marinos. Es cierto que en los últimos años, obligadas en parte por la presión de inversores y reguladores pero, sobre todo, de la sociedad civil, grandes corporaciones altamente contaminantes por la cantidad de plástico que emplean para su negocio han impulsado acciones para minimizar su impacto en el medio ambiente, fomentando la economía circular basada en las tres ‘R’ (reducir, reciclar, reutilizar), acometiendo acciones de limpieza de ríos y mares e invirtiendo en programas de I+D+i a la búsqueda de productos y procesos más limpios y sostenibles. Pero, ¿hasta qué punto esto no es otra cosa que un lavado de conciencia cuando se siguen llevando a efecto prácticas perniciosas para las personas y el medio ambiente? No solo en los procesos de transformación, tampoco debe obviarse que mucha de la basura rescatada del mar proviene de la actividad pesquera.
En el fondo, la cuestión es si el problema reside en un sistema basado en producir la mayor cantidad posible de cualquier bien de mercado para satisfacer una demanda exacerbada minimizando los costes, aunque ello suponga asumir finalmente el precio más caro: el agotamiento de los recursos. Y cabe preguntarse si, como ciudadanos de un sistema de bienestar, tenemos conciencia de esta situación y hacemos algo por revertirla, sin desviar la mirada y los pretextos hacia empresas y responsables políticos. Porque aquel cartel colgado del cuello del monstruo de plástico frente a la multinacional suiza nos interpela a todos y, en realidad, reza «Esto es nuestro».