ALDEA GLOBAL
PILAR CERNUDA,
periodista- Mail: [email protected]
"Si abusar de los ingenuos puede ser delictivo, hacerse pasar por experto en cuestiones de salud es una indecencia"
Da miedo
Sin meterse en las redes sociales -no soy partidaria; es el mejor medio de comunicación después del teléfono, pero el peor utilizado- solo teclear Google para buscar información sobre asuntos de salud y de alimentación provoca una inquietud inconmensurable. Da miedo.
Miles, millones, miles de millones de personas de todo el mundo tienen a su alcance a los muchos gurús que se mueven a través de las redes sociales y que se atreven a dar consejos sobre vida saludable. Incluso sobre enfermedades y cómo tratarlas. Seguro que entre ellos hay personas con la formación necesaria y con la sensibilidad especial a la que están obligados quienes se dedican a sanar, o intentar sanar, problemas físicos y mentales. Pero también hay expertos de la nada, hombres y mujeres que no han pisado una escuela o una universidad, o que creen que un master te da los mismos conocimientos que reciben quienes han estudiado previamente durante cinco o seis años, completándolos con las imprescindibles prácticas. No todas las carreras obligan a una exhaustiva y minuciosa preparación previa a ejercerla, pero parece obligado tomárselas más en serio de lo habitual cuando una mala praxis puede tener consecuencias irreversibles para el cliente. O el paciente.
Ocurre con la medicina en sus distintas ramas y especialidades, pero ocurre también con quienes presumen de estudios, o experiencia, en carreras técnicas, en las que un error de apreciación, un despiste o falta de la formación adecuada, puede provocar una catástrofe humanitaria.
Si abusar de los ingenuos puede ser delictivo, hacerse pasar por experto en cuestiones de salud es una indecencia. Por las consecuencias de engañar a personas abducidas por un farsante cuyas instrucciones siguen a rajatabla como si fuera un dios, alguien a quien seguir hasta el fin del mundo. No es una boutade; existe ese tipo de personas y de seguidores. Siempre ha ocurrido, pero el problema se agranda con la colaboración de las redes sociales.
Hace un año conmovió el mundo la noticia de una joven rusa, Shanna Samsonov, que se hacía llamar Zhanna D-Art, nutricionista. Zhanna no tenía muchos seguidores, apenas 12 mil, pero suficientes para que muchos de ellos tomaran al pie de la letra sus consejos -evidentemente la consideraban una profesional- y se alimentaban exclusivamente, como ella misma, de frutas y zumos naturales; ni siquiera bebían agua. La familia de Zhanna era consciente de que perdía salud a ojos vista, pero ella no hacía caso a sus indicaciones, a sus consejos. Murió de desnutrición y, lo más grave, es que a pesar de que la noticia dio la vuelta al mundo y se activaron todas las señales de alerta, es probable que algunos de sus seguidores hayan tenido tan fatal destino como la gurú.
En las redes sociales existen multitud de páginas en las que, con la metodología de la publicidad inteligente, se ofrecen profesionales del sector sanitario para resolver distintos problemas de salud. Tanto física como mental. Con un ingrediente añadido para captar clientes: la obsesión por la estética, sobre todo entre la gente joven. Por alcanzar el estereotipo que ciertos grupos identifican con el triunfo, que inevitablemente tiene un modelo como prioridad: cuerpo delgado. Muy delgado. Llevando a primer plano toda una serie de métodos de alimentación con raíces en países muy alejados de nuestra civilización y hábitos, y que son ejemplo de pueblos muy saludables. Todo ello muy relacionado con el espectro de las modas. No solo las modas en el vestir, sino que los influencers marcan el camino en otros aspectos como qué hay que escuchar y ver para estar en mundo que triunfa: qué países visitar, qué deportes se deben practicar, qué espectáculos son indispensables, a quién hay que seguir.
Esos branders que entran por los ojos a través de las redes, fundamentalmente de Instagram, son muy activos en todos esos aspectos, y dan prioridad a la salud. No solo promueven fórmulas para contar con un cuerpo sano en una mente sana, sino que ofrecen contactos con expertos. Es curioso que, en la mayoría de esas páginas que “ofrecen” a consejeros de alimentación y hábitos saludables, en la mayoría de los casos los datos profesionales son muy poco concretos: nutricionista, entrenadores personales, coaching… Hombres y mujeres de profesión imprecisa que además de supuestos consejos de salud ofrecen productos de su propia cosecha con los que amplían su negocio. Cosmética, alimentos, medicinas, libros, instrumentos para hacer ejercicio… Hay excepciones, por supuesto; las redes sociales no solo las utilizan quienes tienen poco oficio y apenas beneficio e intentan utilizar un medio tan a mano como el que se ofrece a través de internet. Pero son infinidad los que las utilizan para hacer negocio; hombres y mujeres que cobran por vestirse de determinada manera y se mueven en círculos en los que es fundamental dejarse ver. Se trata de publicidad presentada de otra forma.
Nada que objetar; cada uno se gana la vida como puede, pero cuando se utilizan esos métodos entrando de lleno en cuestiones relacionadas con la salud, suenan todas las sirenas, todas las voces de alarma. El ejemplo de Zhanna asusta, porque no es el único. Los medios de comunicación recogen constantemente casos parecidos.
Estremece que en este mundo actual, a través de internet, un elemento indispensable para la vida cotidiana, se puedan imponer hábitos de dudosa eficacia que incluso pueden provocar enfermedades… o la muerte. Asusta que profesionales de la publicidad encubierta sean capaces de convencer a gente preparada para dejarse llevar por la irresponsabilidad de confiar en médicos a los que no conocen, sin pensar que ninguno sugeriría normas ni recomendaría medicamentos a pacientes a los que no conoce ni ve. Ni tampoco lo harían nutricionistas sin la analítica previa necesaria, ni entrenadores que no tienen ni idea de quién es el que le consulta a través de las redes…
Lo dicho. Da miedo.