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ESTHER ESTEBAN,

periodista y autora especializada en tecnología

Si una pequeña empresa china puede llegar tan lejos con tan poco, ¿qué justifica los miles de millones quemados por los gigantes tecnológicos?

Bueno para China, bueno para Europa

La irrupción de DeepSeek en el panorama de la inteligencia artificial (IA) no es solo una historia de innovación tecnológica: es un terremoto que cuestiona los fundamentos sobre los que se ha construido la industria de la IA. Una grieta profunda en el relato que Silicon Valley ha cultivado durante años: que para liderar en IA son necesarias inversiones colosales, acceso exclusivo a chips de última generación y una infraestructura energética sin precedentes.

La llegada de DeepSeek, una empresa china desconocida hace apenas unos meses, vino a echar por tierra ese mito. ¿Una IA generativa que compite en rendimiento con los modelos desarrollados por OpenAI, Google o Meta? ¿Y que lo hace -según sus creadores- con una inversión «ridícula» en comparación con sus competidores y sin utilizar los chips más avanzados de Nvidia? Era algo impensable, hasta que sucedió.

DeepSeek se convirtió en la app gratuita más descargada de la tienda de apps de Apple en EE.UU., destronando a ChatGPT, fue objeto de un supuesto ciberataque masivo, y su irrupción generó una caída histórica en las acciones de tecnológicas como Nvidia, mientras otras se revolvían entre acusaciones de robo de datos y lamentos por el supuesto uso encubierto de chips más modernos de los que la compañía China asegura haber empleado.

Incluso si algunos detalles técnicos de su narrativa fueran exagerados o parcialmente inciertos, el golpe simbólico es enorme: si una pequeña empresa china puede llegar tan lejos con tan poco, ¿qué justifica los miles de millones quemados por los gigantes tecnológicos? Esto es lo que realmente les asusta: el colapso del relato que justificaba sus excesos.

Más allá de la amenaza competitiva, el avance técnico de DeepSeek representa el fin del monopolio del músculo computacional como único camino hacia la innovación. Hasta ahora, los desarrollos más avanzados en IA estaban atados a un modelo de crecimiento que exigía recursos prácticamente ilimitados. El coste energético, la dependencia de centros de datos gigantescos y la escasa transparencia en los procesos de entrenamiento habían convertido a la IA en un territorio reservado para unos pocos. La lógica era sencilla: solo quienes podían pagar la entrada a este exclusivo club podían aspirar a liderarlo.

DeepSeek ha demostrado que esa lógica estaba equivocada, y con ello desafía el modelo económico que sostiene proyectos como el Stargate estadounidense -una especie de «nuevo Proyecto Manhattan» para la IA- que planea gastar más de 500.000 millones de dólares en centros de datos masivos. Si China puede obtener resultados de vanguardia con una fracción de ese presupuesto, ¿quién necesita una infraestructura megalómana?

Frente al proteccionismo estadounidense, la start-up china ha demostrado, una vez más, una vieja verdad conocida: que las restricciones (como en este caso de acceso a chips de alta gama) pueden ser motores de creatividad. No solo eso, sino que parecen haber estimulado un tipo de innovación más eficiente, más centrada en el software y en técnicas novedosas de entrenamiento.

Como apunta la profesora de Oxford Carissa Véliz, si las tecnológicas estadounidenses hubieran impuesto límites similares en sus desarrollos -por ejemplo, por razones éticas o de sostenibilidad- podrían haber llegado antes a soluciones igual de eficaces. Pero no lo hicieron. Optaron por la vía de la abundancia, lo que, paradójicamente, tal vez las ha hecho menos innovadoras.

Para Europa, tradicionalmente rezagada en la carrera tecnológica, el caso DeepSeek abre una oportunidad inesperada. Durante años, la falta de gigantes digitales europeos se ha vivido con resignación, pero ahora que el futuro de la IA puede pasar más por la eficiencia que por la inversión bruta en modelos cerrados, el Viejo Continente podría jugar un papel importante. Eso sí, siempre que sepa crear las condiciones adecuadas, que no necesariamente pasan por un modelo centralizado como el de China.

Una vía para hacerlo podría ser apostar no solo por software más eficiente sino de código abierto, reutilizar hardware existente, e impulsar infraestructuras propias, junto con una mayor producción de semiconductores. Todo ello en el marco de un diseño, desarrollo y despliegue ético y responsable, con valores europeos.

Por supuesto, hay razones para el escepticismo: además de los indicios de uso encubierto de chips avanzados, se cuestionan las cifras de inversión reales de DeepSeek. Además, hay serias preocupaciones en torno a la privacidad de los usuarios, la censura, y la seguridad de la aplicación, y riesgos para la seguridad nacional. Por ello, en varios países se ha restringido o prohibido su uso. Entre ellos, Italia, EE.UU, Australia, Corea del Sur o Taiwán.

En España, la OCU ha denunciado a la app china ante la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) por violaciones de privacidad. Además, OpenAI ha acusado a DeepSeek de utilizar sus datos sin permiso durante el entrenamiento de su modelo, lo que explicaría en parte la rapidez con la que han avanzado sin necesidad de ingentes recursos.

Pero incluso con estos matices, el mensaje central permanece: la IA ya no es un juego reservado para quienes tienen más recursos, sino para quienes saben aprovechar mejor los que tienen. El modelo de negocio de centros de datos masivos que ha dominado la narrativa de la IA podría estar llegando a su fin. Si empresas como DeepSeek (y otras como ByteDance o Manus, ambas chinas) logran resultados de vanguardia con presupuestos reducidos y sin chips de élite, la estrategia de construir megainfraestructuras quedaría obsoleta.

Si esto es así, el futuro de la IA ya no pertenecerá necesariamente a quien más invierta, sino a quien mejor innove. Y eso podría devolver algo de equilibrio -y, ojalá, humanidad- a la carrera tecnológica. En el mundo de la IA, el tamaño ya no lo es todo. Es una buena noticia para China, pero también para Europa.