ESFERA CULTURAL
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CONVENIO EL PRADO-FUNDACIÓN NOTARIADO
Carlos Luis de Ribera
CARLOS G. NAVARRO,
Conservador de pintura del siglo XIX
Sus primogénitos, Carlos Luis y Federico, respectivamente, llamados a ser dos de los principales pintores españoles de su tiempo, se vieron envueltos en ocasiones en escenarios embarazosos debido a las malas relaciones de sus padres. A pesar de ello, el Museo del Prado conserva una de las más bellas pruebas de que hasta las más crudas tensiones pueden reconvertirse.
Los herederos habían nacido en Roma en 1815, cuando sus padres servían fielmente a su protector, el rey Carlos IV, durante su exilio italiano.
La correspondencia que José de Madrazo dirigió a Federico durante sus años juveniles, trasluce nítidamente cómo intentó alimentar en su hijo la rivalidad con Carlos Luis. Entre los dos muchachos, sin embargo, debido a la compartida excepcionalidad de su posición vital, surgió una inesperada y leal camaradería, que les alentó a lo largo de su vida.
A finales de la década de los años treinta del siglo XIX coincidieron ambos en París, perfeccionando la educación que habían recibido en la Academia de San Fernando. Aquí, en abril de 1838, con la idea de reivindicarse y diferenciarse frente a otros pintores de peor calidad, realizaron un irrepetible duelo de pintura.
Decidieron cruzarse dos retratos, de modo que cada uno pintaría al otro exhibiendo el depurado purismo en el que militaban. Ambos pusieron sus mayores empeños para demostrar sus capacidades personales, pues los resultados se enviarían a la propia Academia de Madrid, para que se juzgara allí, en la exposición regular de ese año, quién había resultado ganador.
A primeros de mayo de 1839 los retratos estaban listos y después de que los vieran amigos y familiares en París, salieron rumbo a Madrid, donde capitalizaron buena parte del interés de la exposición de ese año. Federico resultó el más reconocido para José y Carlos Luis –cuyo lienzo pertenece hoy a The Hispanic Society of America de Nueva York- el triunfador para Juan Antonio.
Federico reflejó con precisión la verdadera personalidad de su modelo
Aunque Federico soñaba con ser un gran pintor de Historia, su retrato de Carlos Luis anticipa el género en el que habría de destacar a lo largo de toda su carrera.
Con esquemas compositivos derivados de David, Ingres y Delaroche, Federico describe una pose que, por su relación con la escultura romana, concede al retratado un aire de nobleza que se mezcla con una cierta lasitud romántica, expresada también tanto en la posición de la capa como por la propia melena de Carlos Luis.
Pero esa captación de una moderna elegancia, en la que están presentes Velázquez y Goya como referentes históricos, no es lo más destacable del retrato. Federico reflejó con precisión la verdadera personalidad de su modelo, tímido, melancólico y muy afectada de lo que el propio Ribera denominaba como “esplín” en la correspondencia con su retratista.
La capacidad de profunda penetración psicológica que alcanzó Madrazo en esta obra la convierte en una de las imprescindibles de toda su producción.