¿Qué es lo que firmo? Como señaló Mar España en la presentación en el Foro de privacidad de febrero, “este plan se ha articulado en dos puntos clave: combatir la violencia en internet, sobre todo, en los menores y mujeres, y favorecer la innovación en el terreno de la privacidad para que no sea un obstáculo para la economía digital”.
La primera idea supone dar difusión entre empleados, clientes, socios y canales de difusión propios (como revistas corporativas o redes sociales) de la cultura de la protección de datos de la empresa o institución. También de la irresponsabilidad que supone difundir contenidos sensibles a través de las redes sociales, y, ligado a esto, la existencia de herramientas como la línea prioritaria, una comunicación de emergencia para solicitar urgentemente medidas de protección.
Mientras, en lo que se refiere a la innovación, se propone impulsar la transparencia para que los clientes y socios conozcan qué datos se están recabando sobre ellos y para qué se emplean.
Muchas veces la protección de datos puede ser entendida como una excusa para no decir nunca nada. De hecho, es obligatorio informar a un cliente de cómo se tratan sus datos, con qué finalidad, si se van a vender a un tercero, etc. Y es que los datos son el nuevo oro. Son el alimento de la inteligencia artificial. La misma que decide en su plataforma de televisión qué película le gustará o en su banco si se le concederá un crédito. De hecho, uno de los aspectos más reseñables de este pacto es garantizar que las tecnologías no perpetúen sesgos para aumentar las desigualdades existentes, evitando la “discriminación algorítmica” por razón de raza, procedencia, creencia, religión o sexo.
Respecto a la transparencia, la propia AEPD hace públicos sus dictámenes. De esa forma sabemos claramente qué está bien y qué no. Y, sobre todo, evita las sospechas de arbitrariedad. Ahora bien, lo que no publica son las personas implicadas. En esa línea de transparencia la propia directora de la Agencia pide «reforzar» el control parlamentario de su propia institución a través de comparecencias anuales en el Congreso. Si ella misma es la que quiere ese control es porque genera confianza en una institución.
Impulso empresarial. Habrá empresas que consideren que el cumplimiento de la protección de datos, que es una normativa europea, es otra carga administrativa. “Más papeleo”. Sin embargo, mírelo desde otro ángulo. Su estricto cumplimiento le hace más competitivo porque, aparte de evitarse multas, le da reputación. En esto juega un papel importante el “pacto digital”. Su privacidad es como su casa, a la que en ocasiones tiene que dejar a una empresa pasar para que le preste un servicio. Si en su vivienda entra un fontanero, en su vida digital tendrá, por ejemplo, que facilitar su tarjeta de crédito para comprar online. ¿A quién daría su dirección o su número de tarjeta de crédito? ¿A una empresa que no se implica públicamente en la protección de datos o a una que sí lo está?
Mar España nos insiste en el foro privacidad: “El pacto digital. Es un factor de confianza que favorece el crecimiento económico y la creación de empleo”. Los organismos que se han adherido son más de un centenar, desde asociaciones de empresarios, todas las televisiones de ámbito nacional, bufetes, asesores…”
De hecho, José Luis Bonet, presidente de la Cámara de Comercio de España, señala que “no hay otra vía para el futuro que la digitalización de las empresas y, por tanto, hay que mitigar los riesgos para evitar daños a la intimidad y al honor. La mejor forma de hacerlo crecer es a través de la colaboración público-privada y, en este sentido, este pacto es un activo para las empresas. Es decir: unir la competitividad con la protección”.
Por el lado de las organizaciones de voluntariado, su presidente, Luciano Poyato, se compromete “a ampliar la voz para que el derecho a la privacidad de las personas más vulnerables se implemente de una forma eficaz”.
Sin embargo en este ámbito el papel más importante lo tienen los medios de comunicación. Ellos sí que tienen que cumplir un decálogo claro: no mostrar imágenes de violencia innecesaria, de la misma forma que cuando se informa de violencia machista aparece el 012. Ahí es donde está la responsabilidad y la reputación de los medios convencionales que, a diferencia de las redes sociales, tiene sus límites por el bien de todos.