EN PLENO DEBATE
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO,
director de El Independiente
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“El teletrabajo es, sin duda, una herramienta para redistribuir a la población”
¿Humo o escarcha?
La densidad de población y la renta van de la mano. Si se comparan los datos entre comunidades autónomas, la fotografía muestra con crudeza ese paralelismo. La densidad de población de Extremadura (con datos de 2023) es de 25,3 habitantes por kilómetro cuadrado; su renta -PIB por habitante- es la más baja de España, con 21.343 euros. Le siguen Castilla-La Mancha, Castilla y León y Aragón. Estas cinco autonomías, que están entre las de menor renta, suponen más de la mitad del territorio.
La comunidad más poblada es Madrid, con 856 habitantes por kilómetro cuadrado, y su renta per cápita (38.435 euros) casi duplica a la de Extremadura.
La población se concentra en las ciudades y sólo un 13% vive en zonas rurales. Ese dato es coherente con los de población y renta. Esa es la realidad y tiene toda la lógica. La gente quiere vivir mejor y tener un futuro para sus hijos, lo cual significa buena calidad de la enseñanza, servicios públicos y oportunidades para lograr un empleo.
Luego está la ensoñación. Las ciudades implican tensión, angustia, contaminación, aglomeraciones, etc. Entre un atasco en una de las entradas a Madrid, Barcelona o Valencia a las ocho de la mañana, y la imagen idílica de un huerto y el trino de los pajarillos en los Montes de Toledo, la elección está clara. Pero, ¿quién está dispuesto a dejar su empleo para vivir del campo?
La visión naif de las zonas rurales es propia de urbanitas que creen que ir al campo consiste en pasar un fin de semana en una casa rural y admirar un rebaño de ovejas a la caída del sol.
La vida en el campo es muy dura. No sólo por el trabajo físico que conlleva, sino porque la rentabilidad de las explotaciones agrarias está siempre al albur de imponderables como la climatología, las plagas o vaivenes de precios en los que los pequeños agricultores no tienen ni arte ni parte. Por no hablar de las campañas que a menudo les demonizan. Como, por ejemplo, la que estuvo a punto de arruinar a los ganaderos cuando desde el Gobierno se patrocinó una ofensiva mediática contra la sana costumbre de comer carne de vez en cuando.
Por mucho que se empeñen algunos, será difícil que un número significativo de personas se vayan a vivir a las estepas de Teruel, zonas en las que incluso a veces no hay cobertura para el móvil, ni internet para poder trabajar. Los turolenses, como los extremeños o castellano leoneses, tienen todo el derecho del mundo a exigir escuelas, sanidad y oportunidades como los que viven en Madrid o en Barcelona, pero esa aspiración es una quimera, o lo que es peor, una reivindicación demagógica con fines espurios. Porque, nos guste o no, los servicios están en función de la población. Una gran empresa siempre preferirá instalarse en un gran núcleo urbano, bien comunicado por aeropuerto, puerto o carretera, con universidades de prestigio cercanas en las que nutrirse de profesionales, que apostar por una zona despoblada y carente de atractivo.
El teletrabajo es, sin duda, una herramienta para redistribuir a la población, pero lo que nos ha demostrado este fenómeno extendido tras el Covid es que los profesionales que pueden teletrabajar (que son una minoría) prefieren irse a la costa e instalarse en ciudades de tamaño medio bien comunicadas, con buen clima y vistas al mar.
LA POBLACIÓN SE CONCENTRA EN LAS CIUDADES Y SÓLO UN 13% VIVE EN ZONAS RURALES
De todas formas, la diferencia en la calidad de vida entre la ciudad y las zonas rurales se ha reducido mucho en los últimos años. España es una potencia en productos agrícolas y la ganadería ha ganado en productividad y en calidad. Castilla-La Mancha, por ejemplo, no es sólo la principal zona vinícola de Europa, sino que sus vinos se sitúan entre los mejores y más reconocidos a nivel internacional, compitiendo con denominaciones de origen tan afamadas como Rioja o Ribera. La industria alimentaria es el motor de la economía en Castilla y León. Extremadura ha hecho del turismo una recurrente fuente de ingresos, aprovechando sus parajes naturales únicos y la belleza de sus pueblos y ciudades.
Vivir en una de las regiones menos pobladas y con menor renta no es un drama. Pero, para seguir acortando distancias con las zonas de mayor densidad, hay que explotar los propios recursos utilizando tecnología punta. Es decir, generando riqueza.
Hay poblaciones de tamaño medio, como Talavera de la Reina, que han aumentado significativamente su población y su renta en los últimos cuarenta años. Es un modelo a seguir. Lo que no tiene sentido es reivindicar los núcleos pequeños y aislados.
En fin, todo tiene pros y contras. Nadie nos obliga a vivir en Madrid o en Barcelona. Desde luego, los precios de la vivienda son mucho más baratos en Huesca o en Albacete. Pero tenemos que elegir. Humo o escarcha. Esa es la cuestión.