La energía nuclear de nuevo

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LA ENERGÍA NUCLEAR DE NUEVO

En 2021, un 10,5% de la electricidad que hemos consumido en el mundo provenía de centrales nucleares, según datos del OIEA.

A raíz de los dos grandes accidentes históricos en centrales nucleares, el de Chernóbil en 1986 y el de Fukushima en 2011, a la conciencia ecologista de que los residuos de esta forma de generar energía son altamente contaminantes durante años se unió otro gran argumento: son muy peligrosas. Pero no queríamos volver al carbón, las renovables progresaban despacio y el gas natural se reveló como la alternativa más limpia. Y nos fue bien, mientras tuvo un precio razonable y no se convirtió en moneda de cambio geopolítico. Desde 2021, la escalada de costes del gas es constante, afecta todo el mundo y nos hace volver a mirar a lo nuclear como recurso, aunque con miedo.
MELCHOR DEL VALLE

Lo cierto es que en ningún momento hemos dejado de producir energía de origen nuclear. En 2021, un 10,5% de la electricidad que hemos consumido en el mundo provenía de centrales nucleares, según datos del Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA. Otra realidad es que la cantidad de energía generada de esta manera en el planeta no ha dejado de crecer, aunque, visto por países o zonas geográficas, nos encontremos con abundantes dientes de sierra.

Un poco de historia.

La utilización de la fisión nuclear como fuente de energía es relativamente reciente. EE.UU. y la URSS, las dos superpotencias de mediados del siglo XX enredadas en la llamada «guerra fría», veían en esta fuente un filón inagotable para asuntos bélicos. De hecho, los submarinos nucleares de ambas tuvieron prioridad en la aplicación de esta tecnología. La primera central se construyó en Rusia, en 1954, para atender las necesidades de una pequeña población donde había un elevado número de centros de investigación. Dos años más tarde, en Reino Unido, se puso en marcha el primer reactor comercial, con sus modestos 50 Mw. EE.UU. se sumó al carro en 1957, tres años después de haber armado algunos submarinos con propulsión nuclear, poniendo en marcha en Pensilvania una central para uso civil.

 


EN 2021, LA CAPACIDAD DE GENERACIÓN NUCLEAR MUNDIAL DISMINUYÓ EN UN 1%, PERO SE INCREMENTÓ LA PRODUCCIÓN DE ELECTRICIDAD EN UN 4%


 

Y no es que entonces se pensase que la generación de este tipo de energía no fuese contaminante o peligrosa. Ya en 1952, el presidente estadounidense Harry S. Truman puso de manifiesto su contrariedad a llenar el país de reactores y se mostró más partidario de desarrollar la energía solar. Piénsese que en 1883 se había construido la primera célula solar y que en 1946 se habían probado las placas de silicio similares a las que ahora utilizamos. El desarrollo de esta tecnología chocó con la cruda realidad: eran tiempos en los que acabábamos de aprender a extraer petróleo en cantidad y de forma rentable y este, con sus derivados, se convirtió en una fuente de energía muy barata… hasta 1973. Fue cuando los países de la OPEP decidieron no vender a países occidentales, se produjo la llamada «primera crisis del petróleo» y todo el mundo se convenció de que la solución era la energía atómica. Hasta que se hizo más rentable el transporte de gas natural (el Northern Lights, con 5470 kilómetros de longitud, es de 1970) y volvimos a mirar mal lo que contaminan los residuos nucleares y lo peligroso de las centrales.

Reactores en el mundo.

El OIEA actualiza constantemente la información sobre el número de reactores en funcionamiento que hay en todos los países que utilizan esta fuente de energía. En diciembre de 2022 reportaba un total de 422 centrales activas, con 378,3 GW netos de potencia eléctrica instalada, y 55 más en construcción, que sumarían 58,9 GW al conjunto. Pero para poder visualizar el panorama internacional de la energía nuclear son necesarios unos datos que no se encuentran en la actualización, por lo que hace falta recurrir al informe del mismo organismo, Nuclear Power Reactors in the World (edición 2022), realizado al cierre de 2021 y con datos de ese año. En él puede verse que el número de centrales en funcionamiento era de 437 (15 más que en la actualidad), situadas en 32 países, con una capacidad operativa de 389,5 GW. Comparados los datos finales de 2021 con los de 2020, tenemos que la capacidad mundial disminuyó en un 1 %, rompiendo así un ritmo de crecimiento constante durante la última década, pero se incrementó la generación de electricidad en un 4 %. Aunque sea obvio recordarlo, una cosa es la capacidad operativa neta (lo que puede llegar a producir) y otra la energía realmente generada según la demanda.

La diferencia de cinco puntos entre ambas cifras se explica por la tendencia, en años pasados, de gran número de países a reducir la dependencia, o incluso prescindir, de la energía atómica. Pero desde el momento en que la crisis del gas se hizo presente, sobre todo en Europa con la amenaza, luego cumplida, del corte de suministro por parte de Rusia, se pidió a los reactores operativos rendir al máximo. Y se empezaron a revisar las políticas de reducción o abandono de esta forma de generar electricidad, empezando por el propio Parlamento Europeo, que en julio de 2022 la incluyó, aunque con matices, en la categoría de «verde» por ser una fuente de energía descarbonizada. Así, países como Alemania, que había previsto cerrar sus últimas centrales en 2022, Bélgica y Países Bajos han pospuesto o suspendido esta decisión. Japón, a pesar la decisión de abandonar la generación nuclear tras el accidente de Fukushima, ha modificado también sus planes y se plantea y construir nuevas centrales. Solo son algunos ejemplos.

 


YA EN 1952, EL PRESIDENTE ESTADOUNIDENSE HARRY S. TRUMAN SE MOSTRÓ CONTRARIO A LO NUCLEAR Y MÁS PARTIDARIO DE DESARROLLAR LA ENERGÍA SOLAR


 

Paleta de grises.

Desafortunadamente, no todo es blanco o negro a la hora de apostar por un tipo de generación de energía cuestionada casi desde el momento cero de su historia. Es verdad que su uso no genera el temible, medioambientalmente hablando, dióxido de carbono, pero no es menos cierto que los residuos que produce, las barras de combustible usadas o el agua de refrigeración, sin ir más lejos, son ingentes fuentes de contaminación radiactiva durante miles de años. Y no nos olvidemos de la peligrosidad como argumento igualmente en contra. Permítasenos aquí un pequeño paréntesis para añadir que el miedo a la fuga radiactiva tiene a Europa con el alma en vilo debido a la invasión de Ucrania y al riesgo de que alguna bomba vaya a parar a la central de Zaporiyia, que es la más grande del continente. Estas realidades son las razones por las que muchos Estados decidieron, en su momento, «mudarse» a fuentes energéticas como las renovables.

Pero la economía y el temor a las carencias mandan y veinte de los países que ya cuentan con centrales están en proceso de construir nuevos reactores, como Francia, que es el país del mundo donde mayor peso tiene la energía nuclear, Estados Unidos, China, India o Rusia, según los datos de la World Nuclear Association. Los países que tienen previsto estrenarse con la energía nuclear son siete, entre los que podemos citar Polonia, Turquía o Egipto. Otros ocho países como Canadá, México o Rumanía, mantienen su ritmo de producción y hay nueve más en pleno debate sobre la conveniencia de desarrollar un plan para usos civiles. Añádase a todo esto que Rusia está promoviendo la construcción de nuevas centrales, en apoyo de la empresa Rosatom –pública- en países como Egipto, Turquía o Bangladés, donde ya comenzaron las obras, o Kirguistán y Hungría, donde ya se ha llegado a acuerdos.

 


VEINTE DE LOS PAÍSES QUE YA CUENTAN CON CENTRALES ESTÁN EN PROCESO DE CONSTRUIR
NUEVOS REACTORES, COMO FRANCIA, ESTADOS
UNIDOS, CHINA, INDIA O RUSIA


 

Nucleares, sí.

Si tenemos en cuenta lo que indican organismos como la OCDE y la Agencia Internacional de la Energía, la fisión nuclear es la forma más económica de obtener energía eléctrica con apenas emisiones de dióxido de carbono, aún teniendo en cuenta la reciente escalada del precio de uranio, que va camino de alcanzar el que tuvo en 2011, antes del accidente de Fukushima (70 $/libra). En el otro lado de la balanza tenemos la situación geoestratégica de los países productores de uranio. Según datos de la World Nuclear Association (2020), Kazajistán encabeza esta lista con el 41 % de la producción, seguido de Australia (13 %) y Namibia (11 %), pero no hemos de perder de vista que en el pódium de los diez primeros están también Uzbekistán, Rusia y China, algo que augura posibles tensiones, similares a las que estamos teniendo con el gas, si el uranio no llega a alguno de los países que actualmente están enriqueciendo el mineral para su uso comercial y que están fuera de la órbita rusa: EE.UU., Holanda, Reino Unido, Alemania, Francia, Brasil y Japón.

Mientras, bastantes países, sobre todo del continente asiático, tienen el proyecto de construir cerca de un centenar de reactores, a lo que hay que añadir más de trescientos cuyas ubicaciones y características ya se están estudiando. Los estadounidenses, que son los mayores consumidores mundiales de energía nuclear, piensan en prorrogar la vida de las centrales actuales, amén de construir alguna nueva. China, que se esfuerza por reducir las emisiones de carbono, podría triplicar su capacidad de producción nuclear, según sus planes, e invierte en investigar nuevos combustibles sustitutos del uranio. Quizá este sea un camino para reducir riesgos. Entre tanto, se incrementa día a día la demanda mundial de energía.

La España nuclear

Un 20,9% de la electricidad consumida en España durante 2021 fue de origen nuclear, según datos de Red Eléctrica Española, REE, ligeramente por detrás de la eólica (24,7%). El suministro corrió a cargo de cinco centrales que suman un total de siete reactores y una capacidad de producción de 7,1 GW netos.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030 prevé el cierre nuclear al final del periodo. El Gobierno español no ha variado su postura a pesar de los cambios en la política energética de muchos países de la UE.

Para saber más

Nuclear Power Reactors in the World.
Informe de la OIEA, edición 2022.

Country Profiles
World Nuclear Association (2022).

«Energía nuclear, un aliado necesario», por Lluis Batet

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LLUIS BATET,

profesor de Recursos Energéticos y director del Máster en Ingeniería Nuclear en la Universitat Politècnica de Catalunya

“En el camino hacia la descarbonización, la nuclear es una fuerte aliada. Hay que partir de la base de que no hay energías absolutamente limpias"

Energía nuclear, un aliado necesario

La energía nuclear vuelve a estar en la hoja de ruta del desarrollo energético europeo. La tensión de los mercados energéticos, causada por la coyuntura bélica, ha logrado lo que años de advertencias ante el cambio climático no han conseguido: los gobiernos, los políticos y la sociedad en general están cambiando su opinión sobre las centrales nucleares.

Aunque la percepción social de la energía nuclear está evolucionando hacia posturas más favorables, su uso sigue generando polémica. El miedo es una emoción muy poderosa y las centrales nucleares siguen atemorizando a una parte importante de la sociedad a causa del desconocimiento de la tecnología y años de demonización.

El cierre de las centrales nucleares españolas, pactado entre el gobierno y las compañías eléctricas, prevé un apagado progresivo desde 2027 hasta 2035. La decisión ya parecía desacertada cuando se anunció: aunque se piense en las renovables como energía de substitución, una parte importante de la electricidad que dejen de producir las centrales nucleares se generará con gas. Con los precios de gas actuales, la idea de cerrarlas parece aún peor para el sistema energético español.

Los sistemas energéticos transforman recursos energéticos (llamados energía primaria) en servicios energéticos. Son recursos energéticos las energías renovables, la energía nuclear, los combustibles fósiles y algunos residuos generados por la actividad humana. Entre los servicios energéticos tenemos, por ejemplo, la climatización de edificios, la movilidad, la conservación refrigerada de alimentos y medicinas, los bienes de consumo, etc. Debe entenderse el concepto de sistema de manera amplia, incluyendo procesos técnicos, pero también económicos y sociales.

Al valorar la sostenibilidad de un sistema energético hay que tomar en cuenta varios aspectos. Primero, la seguridad energética, es decir, la habilidad del sistema para satisfacer de manera fiable, a partir de recursos propios e importados, la demanda de energía. Segundo, el coste desde dos puntos de vista: el de la pura competitividad económica entre países y el de la justicia social. Tercero, el impacto ambiental, aspecto relacionado con las eficiencias de los procesos y el desarrollo de energías libres de emisiones de carbono.

Muy pocos países tienen sistemas energéticos bien situados en los tres vértices de este “trilema”. En la mayoría el pragmatismo se impone a la hora de buscar un equilibrio, una solución de compromiso entre los objetivos.

Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, casi un 80% de la energía primaria que consume el mundo es de origen fósil (carbón, petróleo y gas natural). En España dicha proporción es un 70%; en la Unión Europea (UE), un 67%. La gran cantidad de carbono presente en los combustibles se emite a la atmósfera en forma de dióxido de carbono (CO2), uno de los gases responsables del calentamiento global. Incluso si se consigue llegar a emisiones cero en el año 2050, reduciéndolas paulatinamente año a año, la cantidad de carbono acumulada en la atmósfera pondrá en peligro a la sociedad misma tal como la conocemos.

¿Cómo reducir las emisiones de CO2? ¿Disminuyendo el consumo energético? Hay que considerar la estrecha relación de éste con la economía: aunque cada año usamos menos energía para generar una cantidad de producto interior bruto, el paradigma económico de crecimiento continuo hace que el consumo energético, lejos de reducirse, aumente año tras año. No es suficiente, pues, mejorar la eficiencia en el uso de la energía: debemos “descarbonizar” la energía consumida.

Los combustibles fósiles son utilizados no solo en la generación eléctrica (carbón y gas natural principalmente), sino también en el transporte (donde los derivados del petróleo son mayoritarios), en la industria y como fuente de calor en edificios. ¿Se puede descarbonizar el sistema energético? Cabe plantearse una electrificación de todos aquellos consumos que lo permitan y una descarbonización de la producción eléctrica. Para lo primero, además de cambios a todos los niveles, pensamos en vehículos eléctricos. Para lo segundo, contamos con las energías renovables y nuclear.

Para los países sin recursos propios (como España y, en gran medida, la UE), reducir la dependencia de los fósiles también mejora su seguridad energética (otro de los aspectos del trilema). Pero la tarea de reemplazar la energía fósil con energía “limpia” es titánica. Estamos hablando de suplir el equivalente a casi 12 mil millones de toneladas de petróleo en el mundo anualmente, unos 80 millones de toneladas al año en España, 1100 millones en la UE. Pensar que dicha substitución podrá hacerse solo con energías renovables en el corto plazo disponible es cándido y peligroso. No es sencillo substituir una generación eléctrica firme a base de gas y carbón con renovables fluctuantes (sol y viento), por mucho que se piense en almacenado y en adaptación de la demanda.

En el camino hacia la descarbonización, la nuclear es una fuerte aliada. Hay que partir de la base de que no hay energías absolutamente limpias. Si bien es cierto que las centrales nucleares, dejarán un legado de residuos radioactivos, no es menos cierto que éstos son perfectamente gestionables y que las energías renovables necesitan una cantidad diez veces mayor de acero y hormigón que la nuclear (y ocupar un área mucho más extensa) para producir la misma cantidad de electricidad.

Con vehículos eléctricos, baterías, y más plantas solares y eólicas, la UE va a ser cada vez más dependiente de terceros países respecto a un conjunto de minerales críticos necesarios para dichas tecnologías.

En definitiva, el futuro de la energía plantea un escenario complejo, y los problemas complejos no admiten soluciones simples. Un sistema energético robusto, que cubra las necesidades de la sociedad y sea sostenible no se puede construir solo a partir de energías renovables, pero tampoco sin ellas. Las centrales nucleares tampoco son la solución, pero son parte de la misma.

El Babel del Siglo XXI

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EL ‘BABEL’ DEL SIGLO XXI

A pocos años ya de cumplirse el primer cuarto del siglo vigésimo primero de nuestra era, los distintos idiomas que hablamos en el planeta Tierra se debaten entre las ventajas e inconvenientes de su universalización, la importancia social y económica que significa para uno de ellos convertirse en lengua franca o mantenerse como tal y la reivindicación identitaria y cultural de las lenguas minoritarias. La realidad numérica, mientras, pone de manifiesto que hay más de siete mil lenguas vivas conocidas y muy pocas con suficiente número de hablantes como para mantenerse en el tiempo.

MELCHOR DEL VALLE

En la cultura occidental, y parte de la oriental, casi todo el mundo recuerda la historia de la Torre de Babel como el principio de la existencia de distintas lenguas. Es un relato bíblico, del libro del Génesis, pero no es el único. Diferentes culturas y tradiciones, desde América hasta África o Polinesia, encuentran «explicaciones», todas de origen divino, a por qué los seres humanos han podido generar idiomas tan distintos, aun entre pueblos cercanos. El argumento coincidente en todas esas tradiciones es un idioma común, un desencadenante de la furia divina y una «condena» a no entenderse entre vecinos.

Monogénesis o poligénesis.

El origen de las lenguas habladas en el mundo ha ocupado a muchos estudiosos del lenguaje, los arqueo-lingüistas, desde hace tiempo, llegando a establecerse dos teorías: la monogénesis (un solo origen para todas las lenguas) y la poligénesis (varios grupos de sapiens sin contacto, creando independientemente su propia forma de comunicarse). Eso sí, y dadas las evidencias científicas que sitúan el origen de los distintos grupos de habitantes de la Tierra en África, los idiomas también procederían de ahí y las corrientes migratorias habrían expandido una sola lengua o varias, según las dos diferentes teorías, modificadas y subdivididas luego a lo largo de los siglos.

 


TENEMOS 7.151 LENGUAS VIVAS CONOCIDAS, PERO SOLO 23 DE ELLAS SUPERAN LOS 50 MILLONES DE HABLANTES


 

En este sentido, es muy curioso el estudio publicado en la revista Science (Phonemic Diversity Supports a Serial Founder Effect Model of Language Expansion from Africa, abril de 2011) por el profesor Quentin Atkinson, de la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda, que basó su investigación en los fonemas de quinientos cuatro idiomas actuales. Su análisis concluye que cuanto más alejado de África esté un territorio, menos fonemas tienen sus lenguas. Por poner números, algunas lenguas africanas tienen más de un centenar de fonemas, mientras que las hawaianas, que se sitúan en la otra punta de la ruta migratoria, solo tienen trece. Por Europa hemos ‘perdido’ más o menos la mitad: el idioma inglés, por ejemplo, tiene cuarenta y tres fonemas. La teoría de Atkinson, que apoya el origen africano de todo idioma, se basa en lo que en biología se llama «efecto fundador», que se produce cuando un grupo de población pequeño se separa de otro más grande: el nuevo grupo, por tamaño, pierde diversidad genética. Y probablemente también fonemas en la lengua de uso cotidiano que va transmitiendo.

La realidad hoy.

Aunque parezca difícil de creer, es complicado establecer con exactitud el número de lenguas vivas. Esto incluye idiomas y dialectos, que hay actualmente en el mundo. Las distintas fuentes están de acuerdo en que podríamos hablar de más de siete mil. Las diferencias numéricas tienen que ver con qué consideran unos y otros analistas que es «lengua viva» distinta a otras de su familia lingüística. Para darse una idea, podemos decir que en España hay dieciocho lenguas vivas. Al castellano o español, debemos añadir las cooficiales en sus territorios: catalán, euskera, gallego, valenciano y aranés (cooficial en Cataluña); y las que se consideran dialectos: aragonés o fabla, leonés, bable o asturiano, montañés o cántabru, andaluz, canario, extremeño o castúo, fala (norte de Cáceres), murciano o panocha, rifeño (Ceuta y Melilla) y romaní, con su derivada caló. Si quien hace el recuento, por poner un ejemplo, engloba en un genérico asturleonés el bable, el cántabru, el leonés y hasta el castúo; el caló se incluye en el romaní y el rifeño en el andaluz, las dieciocho lenguas pasarían a ser trece.

Teniendo en cuenta estas observaciones podemos tomar como referencia a Ethnologue: una publicación de origen religioso que lleva desde los años cincuenta del pasado siglo traduciendo La Biblia a los distintos idiomas del mundo, y que ahora se ha convertido, como ellos mismos dicen, en «el principal recurso en el que confían tanto los académicos como las compañías de Fortune 500». El último dato que ofrece Ethnologue es que tenemos 7.151 lenguas vivas conocidas (vigésimo quinta edición, año 2022). De ellas, tan solo 23, y aquí ya unimos datos de otras organizaciones como Naciones Unidas o Unesco, tienen al menos 50 millones de hablantes nativos; y más de la mitad de los habitantes del planeta habla una de estas lenguas.

Qué dicen los números.

La lengua que más hablantes nativos tiene es el chino, con 1.197 millones de personas, donde predomina el mandarín, pero que incluye variantes como el cantonés, el min nan o el jinyu, por no citar más que a los más extendidos. El español, con 399 millones para los que esta es su lengua materna, y el inglés, con 335 millones, siguen, aunque a distancia, al chino. Rematan la lista de los seis primeros el hindi, 260 millones; el árabe, 242 millones; y el portugués, 203 millones. Los tres idiomas europeos citados son muestra de que los grandes movimientos colonizadores, fundamentalmente hacia América, fueron los responsables de la expansión de las lenguas, cosa corroborada también por los números: solo 59,8 millones de hablantes nativos ingleses están en Reino Unido e Irlanda, 34,8 millones en España y 10 millones en Portugal.

 


EL ESPAÑOL, CON 399 MILLONES DE HABLANTES NATIVOS, Y EL INGLÉS, CON 335 MILLONES, SON SEGUNDO Y TERCERO DESPUÉS DEL CHINO


 

También los números nos ofrecen una curiosidad: la cantidad de lenguas vivas de cada país. La clasificación la encabeza Papúa Nueva Guinea, donde sus nueve millones de habitantes disponen de 840 lenguas vivas para entenderse, aunque la principal lengua oficial es el inglés (recordemos que su jefe de Estado es el rey de Inglaterra). El segundo puesto es para Indonesia, con 715 lenguas vivas, aunque en este caso parece un poco más lógico porque sus algo más de 270 millones de habitantes se distribuyen por 17.508 islas. El tercer lugar es para Nigeria, donde sus 225 millones de habitantes también tienen el inglés como lengua oficial, con otras cuatro cooficiales, que registra 527 lenguas vivas.

Lenguas francas.

Hay idiomas en los que podemos entendernos la mayor cantidad posible de los 7.700 millones de habitantes que actualmente poblamos la Tierra (datos ONU). La necesidad de su implantación se basa en aspectos como la economía, el comercio y el Derecho internacionales, las relaciones políticas y diplomáticas… Si miramos las estadísticas, 1.500 millones son hablantes nativos del inglés o han aprendido este idioma para entenderse con otros angloparlantes de distintas partes del mundo. Es la lengua franca de nuestra época, como en su tiempo lo fue el latín o intentó serlo, posteriormente, el esperanto. La política de colonización británica tiene mucho que ver con la difusión del inglés, pero también la influencia, sobre todo económica y política, de Estados Unidos, donde se concentra la mayor parte de hablantes nativos del inglés (225 millones).

Si continuamos sumando el número de hablantes nativos y el de los que han aprendido una lengua distinta a la propia materna, el siguiente idioma europeo más utilizado en el mundo es el español, con 549 millones de hablantes, y en el medio quedan el chino mandarín, 1.119 millones, y el hindi, 602 millones. Un cálculo de los porcentajes reafirma la condición de lengua franca actual del inglés: mientras que los no nativos que han aprendido este idioma son un 74,3% del total, los de los otros idiomas suponen un 17,8%, el chino, un 42,9%, el hindi, y un 13,5% el español. Y no perdamos de vista a la India: aunque sus gentes sigan luchando por la igualdad de clases y por erradicar la pobreza, muchas de sus poblaciones se han convertido en un referente mundial en tecnología, innovación y comercio. Vueltos a los porcentajes de hablantes no nativos, y aunque el inglés sea lengua oficial en el país asiático, junto con el hindi, la cifra de este último, en comparación con chino y español, es todo un síntoma.

Qué idioma estudiar

El inglés sigue siendo el idioma más demandado para aprender como lengua extranjera (1.500 millones de personas), con mucha diferencia sobre el francés (82 millones), el chino (30 millones), el español (14,5 millones), el alemán (14,5 millones), el italiano (8 millones) y el japonés (3 millones), que lo siguen en la lista. La duda es por cuánto tiempo seguirá siendo así. Si la estimación de crecimiento poblacional hasta 2050 realizada por Naciones Unidas es correcta, la mitad de ese crecimiento tendrá lugar en África y la India será el país más poblado del mundo, desbancando a China. Así que quizás convendría estudiar hindi por si es la nueva lengua franca al finalizar el siglo XXI; posiblemente francés, por la influencia de los países francófonos africanos. También puede suceder que haya conseguido imponerse, por su actual potencia económica y geopolítica, el chino mandarín. Nada es descartable.

Las lenguas indígenas

Según Ethnologue, la mayoría de las lenguas indígenas del mundo se encuentran en Asia, de donde proceden el 32% de ellas, y en África, que aporta el 30%. Europa, que solo tiene un 4% de estas lenguas, registra un promedio de 40.000 hablantes por cada una, lo que supone la mayor media. En la zona del Pacífico, los hablantes por lengua están en torno al millar, cuarenta veces menos que en Europa, aunque el número de idiomas alcanza un 18,5% del total.

Para saber más

Old world language families.
Minna Sundberg (2011).

Phonemic Diversity Supports a Serial Founder Effect Model of Language Expansion from Africa
Quentin D. Atkinson (Science, 2011).

Mapped: Second Primary Languages Around the World. Omri Wallach (Visual Capitalist, 2021).

“Epitafio lingüístico”, por Carmelo Encinas

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CARMELO ENCINAS,

periodista. Asesor editorial de 20 minutos

 

“En la competencia por un puesto de trabajo el auténtico plus lo proporciona ahora el manejarte en una lengua exótica "

Epitafio lingüístico

Un conocido político, ya veterano, asegura haber pedido que en su tumba pongan el siguiente epitafio “aquí yace un eterno estudiante de inglés”. Es buen amigo y sé que maneja con soltura el sarcasmo, pero tengo la impresión de que lo dice en serio. Al igual que tantos españoles por encima de los 60, pertenece a esa generación que solo estudiaron francés en la escuela. Los genes educativos de la vieja España entendían que la lengua extranjera que había que aprender era la del país vecino, bien porque era con quienes tendríamos que entendernos dada la proximidad o por si hubiéramos de guerrear con ellos, como ocurriera a principios del siglo XIX contra Napoleón.

Hasta los años 70, el inglés en las escuelas solo se estudiaba de forma complementaria y por unos pocos chavales cuyos padres ya advertían que ese idioma se estaba imponiendo en el mundo como lengua comodín. Aquellas clases de inglés se pagaban aparte; su aprendizaje no entraba en los planes educativos, y yo estuve entre esa minoría de privilegiados cuyos progenitores querían que sus hijos aprendieran inglés. Con solo seis años mi padre me inscribió en la clase de un tipo apellidado Rojas y de cuyo nombre no quiero acordarme. Han pasado unas cuantas décadas desde entonces, pero de haber pasado mil años seguiría recordando como si la tuviera delante la cara de ese profesor al que atribuyo en gran medida la responsabilidad de que nunca aprendiera bien inglés.

El tal Rojas era el docente menos empático y más plomizo que cabe imaginar; sus clases eran tan soporíferas y poco pedagógicas que sus alumnos salíamos del aula como si volviéramos de una sala de tortura. Tan insufribles me resultaban sus peroratas que, a pesar de mi corta edad, un día me armé de valor y anuncié solemnemente en casa que no estaba dispuesto a someterme una tarde más a semejante tormento. Debí plantearlo con mucha convicción porque mis padres cedieron y me borraron de aquella clase de inglés. Así, por culpa de un profesor paliza y también quizá por mi limitada capacidad de sacrificio perdí la oportunidad de aprender el idioma en esa etapa de la vida en que el cerebro es una esponja y lo absorbe todo con mayor facilidad.

Cuando fui consciente del error que supuso el no haber adquirido entonces el nivel básico de inglés que me permitiera avanzar en su aprendizaje había mil tareas y conseguirlo resultaba ya bastante más complicado. La solución hubiera sido algún curso de verano en Inglaterra, Irlanda o Estados Unidos como después harían y hacen ahora tantos chavales españoles, pero en aquellos tiempos eso solo estaba al alcance de las familias más pudientes y la nuestra no era el caso.

Consciente de que la lengua de Shakespeare era el instrumento más útil por no decir indispensable para manejarse por el mundo emprendí, como mi amigo el del epitafio, distintos cursos de idiomas que por circunstancias profesionales o personales dejaba siempre a medias. A resultas de todo ello me he recorrido medio planeta empleando un nivel de inglés que no debe diferir mucho del que tenía Toro Sentado antes de aniquilar al Séptimo de Caballería en la batalla de Littel Bighorn.

Que mi caso es un clásico de toda una generación lo demuestra el hecho de que hasta la llegada a la Moncloa de Pedro Sánchez todos los presidentes de Gobierno que en España han sido necesitaron acudir a los encuentros internacionales con un traductor. Felipe González hablaba francés con soltura, pero esa lengua, que antaño fue el idioma de los diplomáticos, no era suficiente para hacerse entender en todos los foros extranjeros. Otro tanto le ocurrió a José María Aznar cuando empezó a codearse con George Bush Junior y a poner los pies encima de su mesa. Aquel ridículo episodio en el que hizo declaraciones con acento mexicano debió animarle a realizar un curso intensivo de inglés que le permitiera al menos relacionarse sin traductores con sus amigos americanos. Así lo hizo con tal aplicación que en Estados Unidos llegó a atreverse a dar conferencias en un inglés algo macarrónico, por lo que cuentan los puristas, pero suficiente para cobrar un dineral por cada charla.

Por fortuna hoy la mayoría de los jóvenes tienen bastante interiorizado el segundo idioma, bien por el énfasis que ponen en ello los planes educativos o bien porque internet, las redes sociales y la globalización les sumerge en el bilingüismo. Tanto es así que, aunque dominar esa segunda lengua es casi imprescindible, ya no supone como antes una gran ventaja en el mercado laboral por lo generalizado que está ese conocimiento. En la competencia por un puesto de trabajo, el auténtico plus lo proporciona ahora el manejarte en una lengua exótica de las que hablan miles de millones de personas en el mundo y donde se necesita gente que pueda entenderse con ellos. Esto es lo que ocurre en Asia, un área económica cada vez más pujante y en la que se alza con mayor descaro la torre de Babel Contemporánea.

Esta circunstancia explica el que, aunque el inglés siga siendo el más demandado en los cursos de idiomas, las solicitudes hayan caído un 36% en el último año en España, mientras que los idiomas asiáticos como el chino, el japonés e incluso el coreano ganan terreno de forma exponencial. El auge tecnológico y cultural de los tigres asiáticos garantiza el mantenimiento de esa tendencia hasta el punto de que hoy en día el dominio de cualquiera de esas lenguas garantiza prácticamente el acceso a un puesto de trabajo. Cierto que no es fácil el aprendizaje de unos modos de expresión que nos resultan tan distintos o ajenos y son muchos los que lo intentan y enseguida tiran la toalla. Si ya es duro y frustrante ser un eterno estudiante de inglés, como el del epitafio, no quiero imaginar la tortura que ha de ser estudiar chino de por vida.

Freno al «salvaje oeste» digital en la UE

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Freno al «salvaje oeste» digital en la UE

El Parlamento Europeo aprobó el 5 de julio las leyes de mercados digitales y de servicios digitales con normas claras que regulan su funcionamiento.

La expresión es del diputado europeo danés Christel Schaldemose, ponente de la Ley de Servicios Digitales, para quien «el mundo digital se ha convertido en el “salvaje oeste”, en el que los más grandes y fuertes fijan las reglas. Pero ha llegado a la ciudad un nuevo sheriff». Este nuevo defensor son la Ley de Mercados Digitales y la ya citada de Servicios Digitales, cuyo visto bueno dio el Parlamento Europeo, previa aprobación por la Comisión. Un reto para las grandes plataformas y una indudable ayuda para los usuarios.

MELCHOR DEL VALLE,

El Parlamento Europeo (PE) aprobó el 5 de julio de 2022, por amplia mayoría, la Ley de Mercados Digitales (DMA, de Digital Markets Act) y la Ley de Servicios Digitales (DSA, de Digital Services Act), que ya habían sido consensuadas entre el propio PE y el Consejo Europeo. Según la nota de prensa emitida por el organismo comunitario, «ambas leyes tienen por objeto abordar los efectos sociales y económicos del sector tecnológico. A tal fin, establecen normas claras que regulan, de acuerdo con los derechos y valores de la UE, el funcionamiento y la prestación de servicios por parte de estas empresas en la Unión».

Qué hace el ‘sheriff’. Cabe decir que los Estados miembros de la Unión dan un paso tan gigantesco como histórico para lograr la regulación legal del mercado digital. «Reglas sin precedentes», dicen desde el PE, para que las empresas tecnológicas rindan cuentas. No olviden esto último, en lo que incidiremos un poco más adelante, porque esos controles son el principal objetivo de ambas normas. La DSA, si vemos las normativas por separado, «establece obligaciones claras para los proveedores de servicios digitales, como las redes sociales o los mercados electrónicos, para hacer frente a fenómenos que pueden suponer una amenaza para la sociedad, como la difusión de contenidos ilegales y la desinformación en línea. Los nuevos requisitos son proporcionales al tamaño de las plataformas digitales y a los riesgos que representan para la ciudadanía», dice el PE.

 


SON UNAS «REGLAS SIN PRECEDENTES», DICEN DESDE EL PARLAMENTO EUROPEO, PARA QUE LAS EMPRESAS TECNOLÓGICAS RINDAN CUENTAS


 

La DMA «establece obligaciones para las grandes plataformas en línea que ejercen como guardianes de acceso (es decir, aquellas plataformas cuya posición dominante aboca a prácticamente todos los usuarios a utilizarlas) en el mercado digital para velar por un entorno empresarial más justo y una mayor oferta de servicios para los consumidores». Aunque lo habrán percibido entre líneas, hablar de «guardianes de acceso» es citar implícitamente a las llamadas GAFAM: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft (aunque sería mejor llamarlas GAMAM desde que Facebook es Metaverso). Y no: la denominación no es un invento del redactor de la ley, porque a estas grandes compañías las llaman, en argot del sector, «los guardianes» (gatekeepers) online.

Servicios y Mercados. La DSA, pues, está más basada en las redes sociales y el comercio electrónico (e-commerce) y busca frenar la desinformación y los bulos o fake news, además del uso publicitario de datos confidenciales o de menores. La transparencia y las explicaciones sobre el uso de sus algoritmos son los objetivos en el caso de las redes sociales; y el rigor respecto a la trazabilidad y la seguridad de los productos ofertados, si hablamos del comercio electrónico. También destaca, decíamos, la prohibición de diversos tipos de publicidad selectiva, como son los anuncios basados en datos confidenciales y aquellos dirigidos a menores de edad. En el capítulo multas se prevé hasta el 6% de su facturación anual para quien incumpla las nuevas obligaciones impuestas.

Para la DMA lo importante es evitar el control de los «guardianes» sobre los datos de los ciudadanos de la UE. Simplificando, se buscará evitar monopolios y se diseñarán normas de acceso a las plataformas de dichos guardianes. En otras palabras, sus servicios de comunicación tendrán que ser interoperables, pero es que, además, los usuarios corporativos (empresas) podrán tener acceso a la información de las grandes plataformas para poder publicitar sus productos y servicios en estas, aunque sean competencia. Afecta a las GAFAM y alguna más, como YouTube, WhatsApp, Instagram, TikTok, Telegram o Twitter, porque la DMA se aplica a las plataformas que superen los 45 millones de usuarios, entre otros requisitos, lo que las situará bajo el control directo de la Comisión Europea. Las sanciones aquí pueden llegar al 20% de la facturación para los reincidentes.

Reacciones. Al cierre de este número de Escritura Pública apenas había reacciones de las grandes plataformas. Únicamente Apple y Google. La primera, que ya estaba abiertamente en contra de la DMA, ha hecho público su desacuerdo indicando que la norma va a crear vulnerabilidades en la privacidad y la seguridad de sus usuarios, aunque lo que más les duele es que creen que no van a poder cobrar por determinados derechos de propiedad intelectual. Con esta última idea están en Google, aunque ellos lo expresan diciendo que van a salir perdiendo los consumidores europeos porque no van a poder disponer de sus innovaciones y, por tanto, se reducirá su oferta de servicios.

 


LA LEY DE SERVICIOS DIGITALES BUSCA FRENAR LA DESINFORMACIÓN Y LOS BULOS O FAKE NEWS, ADEMÁS DEL USO PUBLICITARIO DE DATOS CONFIDENCIALES O DE MENORES


 

En el lado opuesto tenemos organizaciones como la GSMA (Global System for Mobile Communications, organizadores –ente otras actividades– del MWC Barcelona), que se auto define como «una organización global que unifica el ecosistema móvil para descubrir, desarrollar y ofrecer innovación fundamental para entornos empresariales positivos y cambios sociales»; y la ETNO (European Telecommunications Network Operators’ Association), que de sí misma dice que es «la voz de los operadores de redes de telecomunicaciones de Europa desde 1992 y se ha convertido en el principal grupo político para los operadores europeos de redes de comunicaciones electrónicas». Ambas se han posicionado sin fisuras a favor de la frase estrella del PE: «lo que es ilegal offline debería ser ilegal online». Para que conste, son organizaciones nacidas en Europa y paneuropeas en sí mismas, aunque con intereses en todo el mundo; sobre todo GSMA.

Y ahora, ¿qué? Los textos se tienen que publicar en el Diario Oficial de la UE, lo cual sucederá cuando el Consejo los apruebe oficialmente (unos días después de la aprobación por el PE para DMA y en septiembre de 2022 para la DSA). Su entrada en vigor será veinte días después de su publicación; y serán directamente aplicables a los seis meses para la DMA y a los quince meses o en enero de 2024 (la fecha más tardía) para la DSA. Esto se aplica a toda la Unión Europea sin necesidad de que los Estados miembros las transpongan.

Procede finalizar con una declaración del alemán Andreas Schwab, ponente de la DMA: «Ya no vale lo de la “supervivencia del más fuerte”. El objetivo del mercado único digital es que Europa reciba a las mejores compañías y no sólo a las más grandes. Por eso debemos centrarnos en la aplicación de la legislación. Hace falta una vigilancia adecuada para asegurar que el diálogo regulatorio funciona. Sólo una vez que tengamos un diálogo entre iguales lograremos que la UE sea respetada; se lo debemos a nuestros ciudadanos y empresas».

Modificación de la carga de la prueba

En palabras del europarlamentario alemán Andreas Schwab, ponente principal de la Ley de Mercados Digitales, «esta legislación [DMA] modifica la carga de la prueba, porque serán las compañías las que tendrán que demostrar que su conducta es leal y no los reguladores, que hasta ahora necesitaban demostrar que se habían vulnerado las leyes antitrust vigentes».

Es algo similar a lo que sucede con la normativa española para la Defensa de Consumidores y Usuarios, que textualmente dice: «Los prestadores de servicios serán responsables de los daños y perjuicios causados a los consumidores y usuarios, salvo que prueben que han cumplido las exigencias y requisitos reglamentariamente establecidos». En el caso de la DMA, se facilita el trabajo de control y de imposición de sanciones por parte de organismos como la Dirección General de Competencia de la Comisión Europea.

Mayoría europea

La Ley de Mercados Digitales (DMA) y la Ley de Servicios Digitales (DSA) salieron adelante en el Parlamento Europeo, el 5 de julio de 2022, con amplias mayorías. En concreto, la DMA obtuvo 588 votos a favor, 11 votos en contra y 31 abstenciones, mientras que la DSA se aprobó con 539 votos a favor, 54 votos en contra y 30 abstenciones.

Algunas enmiendas a la DSA, que no salieron adelante, estuvieron muy presentes en los debates, como la que buscaba que los medios de comunicación estuviesen excluidos de las leyes, con lo que se habría impedido a las plataformas recusar los contenidos generados por los medios. La Federación de Periodistas Europeos se opuso a esa enmienda, pero insistió en obtener «garantías que evitarían que las plataformas de internet eliminen arbitraria y unilateralmente el contenido periodístico».

Pantallazos de las votaciones en el Parlamento Europeo.

Por si las dudas

Sneak peek: how the Commission will enforce the DSA & DMA. Thierry Breton, comisario europeo para el Mercado Interior. (Publicado en LinkedIn).

Avanzando en la soberanía digital europea: los reglamentos DSA y DMA. Moisés Barrio Andrés. Real Instituto Elcano (2022).
Para el Parlamento Europeo los nuevos requisitos son proporcionales al tamaño de las plataformas digitales y a los riesgos que representan para la ciudadanía.

“Big Tech”, por David Cano

ALDEA GLOBAL

DAVID CANO MARTÍNEZ,
socio de Analistas Financieros Internacionales

“Ni vamos a dar pasos atrás en el desarrollo tecnológico, ni las principales compañías cotizadas atraviesan por una crisis en su modelo de negocio"

‘Big Tech’

UNO DE LOS ACONTECIMIENTOS más notables del capitalismo o, desde luego, de uno de sus símbolos, la Bolsa, ha sido el aumento del valor de mercado de unas cuantas compañías tecnológicas estadounidenses en los últimos 15 años. Las denominadas Big Tech se han convertido en emblema del éxito de un modelo de negocio con elementos diferenciales.

La capitalización de estas compañías ha superado, y por mucho, a los estandartes de otros momentos, como las entidades crediticias en 2007 (justo antes del inicio de la crisis financiera) o las petroleras a mediados de los ochenta. Nunca antes compañía alguna había tenido una capitalización tan elevada como la que ahora registran Apple (2,4 billones de USD), Microsoft (2 billones), Alphabet (1,6 billones), Amazon (1,2 billones), Tesla (780.000 millones), Meta (476.000 millones) o NVIDIA (400.000 millones de USD). Y eso que la foto actual es peor que la del pasado noviembre.
Desde entonces, la caída de las cotizaciones ha sido en media del 30% (pero del ‐70% en Netflix y de ahí que, con su valor de mercado actual, 83.000 millones de USD, haya salido de la clasificación de Big Tech).

Con esta capitalización (sirva para el contraste que Iberdrola, con 70.000 millones de EUR, es la compañía española que más capitaliza) y la corrección reciente, muchas voces alertan de que nos enfrentamos a una nueva burbuja de valoración. Esta habría comenzado a estallar debido al inicio del endurecimiento de la política monetaria de la Reserva Federal de EE. UU. Estaríamos ante la repetición de la famosa dot com bubble burst de 2001. Si tenemos en cuenta que el Nasdaq, el principal índice representativo de las tecnológicas, cotiza hoy un 400% por encima de los máximos de entonces, podría parecer sensato alertar del futuro proceso correctivo. Pero no estoy de acuerdo. Existe un factor fundamental y diferencial: los beneficios empresariales. En 2001 se podía vislumbrar el futuro desarrollo de la tecnología, pero todavía era una expectativa (como dato, el iPhone no se lanzó hasta 2008 y las redes sociales comenzaron a popularizarse en 2010). El mercado, como suele suceder, se anticipó, pero de forma excesiva («exuberancia irracional», del Nobel Robert Shiller, fue el término más utilizado). Hoy, la disrupción de las nuevas tecnologías es una realidad que se plasma en enormes beneficios para los principales innovadores (en 2001 apenas conseguían cubrir costes ante un volumen de negocio muy reducido). Como muestra, otro dato: el conjunto de las compañías del Nasdaq ganará este año 700.000 millones de USD (Inditex, del orden de 3.000 millones de EUR), lo que da soporte a una capitalización de 14 billones de USD (65.000 millones de EUR en el caso de la textil gallega). La ratio entre capitalización y beneficios (que en los mercados financieros llamamos PER) está en la zona de 20. Un múltiplo de valoración que apenas se sitúa por encima del promedio histórico del conjunto de acciones cotizadas (16x). Se podría entender que ante una mayor capacidad de crecimiento del beneficio por acción el inversor esté dispuesto a pagar un ratio mayor (20x vs 16x). Por ello, porque tras las actuales cotizaciones haya elevados beneficios, con capacidad no solo para resistir, sino para crecer, considero que no estamos ante una nueva burbuja tecnológica. La corrección desde noviembre debe entenderse como una típica fase bajista coyuntural tan propia en unos mercados bursátiles caracterizados por la volatilidad. Ni vamos a dar pasos atrás en el desarrollo tecnológico, ni las principales compañías cotizadas atraviesan por una crisis en su modelo de negocio, ni cotizan con unos ratios de valoración excesivos (acaso la excepción puede ser Tesla). Por cierto, tampoco creo que el endurecimiento de las políticas monetarias vaya a ser excesivo (un nivel de llegada en cotas del 2,5%–3,5% es más que asumible, más si la inflación se mantiene en esas mismas referencias).

Más debate puede generarse, en mi opinión, en torno a si es contraproducente, si es un riesgo sistémico, un fallo de mercado o un monopolio de facto contar con compañías tan grandes. Nunca antes un grupo tan reducido de empresas (siete) había tenido tanto valor de mercado (9 billones de USD). E, insisto, esta elevada capitalización no se debe a una burbuja de valoración, sino a una realidad. Nunca antes un grupo tan reducido de empresas ganaba tanto dinero (este año, 300.000 millones de USD y solo Apple, 100.000 millones de USD). Estas compañías han alcanzado en sus respectivos mercados un liderazgo tal que muchos advierten de la necesidad de “trocearlas” para fomentar la competencia y para esquivar un too big to fail, es decir, evitar que se conviertan en entidades sistémicas, como ya pasó con los grandes bancos en la crisis de 2008‐2012. Por desgracia, ese debate no lo tenemos en Europa, donde apenas existen compañías tecnológicas cotizadas de tamaño relevante. Entre ellas, ASML, que capitaliza 178.000 millones de EUR, respaldada por unos beneficios esperados este año del orden de 5.500 millones de EUR. Esa misma cantidad ganará en 2022 SAP, compañía que capitaliza 110.000 millones de EUR. Y poco más. Que el Área euro se ha quedado atrás en el desarrollo tecnológico de las dos últimas décadas se confirma con muchos indicadores. Entre ellos, el valor de mercado de las principales Big Tech.

El caos informativo

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EL CAOS INFORMATIVO

El informe analiza la existencia o no de daños físicos, psicológicos o emocionales a los periodistas.

Dicen, y permítannos apostillar que, con toda la razón, no puede haber democracia plena sin libertad de prensa. Si dicha libertad es solo un sueño tan inalcanzable como la propia democracia en algunos países, la ciudadanía pierde la capacidad de acción que proporciona la información. Como van demostrando los sucesivos estudios de Reporteros sin Fronteras, los Estados que iban mal, van peor. Y los síntomas de retroceso en los de regímenes democráticos no son ninguna buena noticia.

MELCHOR DEL VALLE,

Seguramente conviene empezar por recordar que Reporteros sin Fronteras, (RSF), organización no gubernamental nacida en Francia en 1985, es reconocida como entidad consultiva por las Naciones Unidas, la UNESCO y el Consejo de Europa. Desde hace veinte años, viene publicando un informe anual en el que analiza cómo se ejerce el periodismo en 180 países. Su evaluación se basa en lo que su propio panel de expertos define como libertad de prensa, principio con el que seguramente es fácil estar de acuerdo: «La libertad de prensa es la posibilidad efectiva para los periodistas, como individuos y como colectivo, de seleccionar, producir y difundir informaciones, en aras del interés general, independientemente de las interferencias políticas, económicas, legales y sociales, y sin menoscabo para su seguridad física y mental».

Los parámetros analizados.

La mejor manera de ver rápido y claro una situación es poner notas. En el caso del antes mencionado informe anual, y muy escuetamente, se lleva a cabo una valoración, de 0 a 100 puntos, mediante preguntas en cinco contextos diferentes: el político, el económico, el socio cultural, el marco legal y la seguridad. El fin del primero es valorar cómo se apoya a periodistas y medios cuando exigen claridad y transparencia a los políticos, pensando solo en el interés público, y cómo se acepta la diferencia de criterios profesionales según ideología o independencia políticas. En el aspecto económico se tienen en cuenta desde las trabas que ponen los gobiernos o la corrupción de los periodistas por parte de distintos actores, hasta las presiones hacia los editores y sus consecuencias respecto a los periodistas.

 


REPORTEROS SIN FRONTERAS SEÑALA QUE EXISTE UN CAOS INFORMATIVO CREADO POR UN ESPACIO DIGITAL GLOBALIZADO Y SIN REGULAR, QUE FAVORECE LAS INFORMACIONES FALSAS


 

El contexto sociocultural se mueve en dos líneas: las presiones sociales hacia los periodistas (machismo, racismo, xenofobia…) y las presiones culturales, concretadas en sugerir a los profesionales de la información que no «destapen» determinadas cosas para no perjudicar al conjunto del territorio o de la sociedad. El marco legal se refiere a la libertad de poder trabajar sin censura o sanción, la posibilidad normativa de proteger las fuentes o el grado de impunidad de quienes agreden a los periodistas. En lo tocante a la seguridad, por último, se analiza la existencia o no de daños físicos, sicológicos o emocionales a los periodistas y el perjuicio profesional, como pérdida de empleo, cuando el informador se sale de los límites impuestos por determinados poderes.

 

Caos informativo.

La expresión no es nuestra, sino fruto de la contundencia con que se expresan los redactores del informe de RSF: el informe «pone de manifiesto, en su edición de 2022, los efectos desastrosos del caos informativo, creado por un espacio digital globalizado y sin regular, que favorece las informaciones falsas y la propaganda». También hacen referencia a una doble polarización «amplificada por el caos informativo: la polarización mediática, que crea fracturas dentro de los países, y la polarización de los Estados, a escala internacional». En el fondo, las frases son la reseña de situaciones que hemos visto o percibido últimamente, desde el asalto al capitolio de EE. UU. hasta la invasión en Ucrania por parte de tropas rusas, sin olvidar todo lo que viene concurriendo en torno a la pandemia del COVID-19.

Según esas puntuaciones antes citadas, en esta «nueva era de la polarización» –así lo califican en RSF– los diez países donde el estado de la libertad de prensa se considera mejor son Noruega, Dinamarca, Suecia, Estonia, Finlandia, Irlanda, Portugal, Costa Rica, Lituania y Liechtenstein, cuyas puntuaciones oscilan entre los 92.65 y los 84.03 puntos sobre 100. A la cola, los cinco con menor puntuación son Birmania, Turkmenistán, Irán, Eritrea y Corea del Norte, que solo obtuvieron entre 25.03 y 13.92 puntos sobre 100. España quedó en el puesto 32 con 76.71 puntos.

Por contextos.

Si lo vemos según el contexto político, Noruega, Dinamarca y Suecia también encabezan la clasificación, con Eritrea a la cola. Respecto al contexto económico, los mismos tres de cabeza, aunque intercambian puestos Suecia y Dinamarca, siendo el último país de la clasificación Corea del Norte. Cambia un poco el panorama en el contexto sociocultural, donde el primer lugar lo ocupa Jamaica, seguido de Noruega y Portugal; también aquí Corea del Note ocupa el último puesto. Si miramos la situación del marco legal, Noruega, de nuevo, Argentina y Suecia están arriba y Cuba abajo del todo. En el ámbito de la seguridad, por último, primeros puestos para Liechtenstein, Irlanda y Costa Rica y el último para Birmania, país del que RSF dice que «el golpe de Estado de febrero de 2021 ha hecho retroceder brutalmente diez años la situación de los periodistas».

 


DE 2013 A 2022, LOS PAÍSES CON BUENA SITUACIÓN DE LA LIBERTAD DE PRENSA HAN PASADO DE 26 A 8 Y LOS QUE TIENEN SITUACIÓN DIFÍCIL O MUY GRAVE, DE 58 A 70


 

Hay un contexto, no definido así en el informe, que es el histórico, donde podemos ver con mayor perspectiva el panorama internacional comparando los análisis de 2013 a 2022. En el primero de los años, los países con buena situación de la libertad de prensa, de los 180 estudiados, eran veintiséis. En 2022, solo ocho. En el lado contrario, los países con situación difícil o muy grave eran cincuenta y ocho en 2013. En 2022, setenta. Y no: Europa no se libra de esta situación de retroceso, aunque cope los primeros puestos de la clasificación. El informe cita específicamente a países de la zona Europa-Asia Central como Eslovenia, Polonia, Hungría, Albania, Grecia, Rusia, Bielorrusia o Turquía, donde «se han endurecido las medidas liberticidas» contra el periodismo.

 


EUROPA NO SE LIBRA DE ESTA SITUACIÓN DE RETROCESO, AUNQUE COPE LOS PRIMEROS PUESTOS DE LA CLASIFICACIÓN


 

En democracia.

Solo por curiosidad, hemos comparado los resultados del informe de RSF con el Índice de Democracia Global elaborado por la Unidad de Inteligencia de la revista británica The Economist. Es verdad que este índice analiza 167 países (frente a los 180 del informe de RSF), con lo que la comparación no puede ser estricta; pero en su última edición (2021) solo veintiuno han sido calificados como democracias plenas. Y ahí se incluyen todos los países escandinavos, Irlanda o Costa Rica, que, oh coincidencia, son los que encabezan la clasificación hecha por los reporteros. Es un caso más de efecto y causa; es una llamada de atención a la sociedad compleja en la que estamos inmersos.

La libertad de prensa en España

España venía ocupando el puesto 29 en la clasificación de Reporteros sin Fronteras desde 2017, con un retroceso al 31 en 2018, y en 2022 ha caído hasta el lugar 32. Esto es debido, según los analistas de la organización internacional, a factores como que «España es víctima de un clima de gran polarización política, del que no se libran unos medios de comunicación en los que la opinión contamina cada vez más a la información, acrecentando la desconfianza de la ciudadanía en la profesión periodística», aunque, o quizás por eso, «desde la crisis de 2008 y la ola de cierre de medios y despidos masivos que supuso, la profesión se ha instalado en una precariedad ya cronificada».

Por si las dudas

Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2022: la nueva era de la polarización.
Reporteros sin Fronteras, 2022.

Democracy Index 2021: the China challenge. Economist Intelligence (The Economist Group), 2022

Contexto histórico

Número de países que entre 2013 y 2022 se encontraban en una u otra situación (de buena a grave), según los sucesivos informes de Reporteros sin Fronteras.
Fuente: La libertad de Prensa (2022). Reporteros sin Fronteras.

«El periodismo está en un momento muy peligroso», por Juan José Morodo

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JUAN JOSÉ MORODO,

Subdirector de Cinco Días

 

"La fotografía de la libertad de prensa, mejor sería decir el vídeo, muestra un campo sembrado de minas”"

El periodismo está en un momento muy peligroso

La libertad de prensa es un derecho cardinal en cualquier sociedad democrática. Esta no existe sin aquella. En España viene recogido en el artículo 20 de la Constitución de 1978 como el derecho a “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones” y a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. Es un derecho que la sociedad deposita históricamente en los periodistas.

Sin embargo, pocas veces en la historia reciente ha estado ese derecho más en peligro. La Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, realizada por Reporteros sin Fronteras, que evalúa las condiciones en las que se ejerce el periodismo en 180 países, pone de manifiesto en su vigésima edición, de 2022, los “efectos desastrosos del caos informativo creado por un espacio digital globalizado y sin regular, que favorece las informaciones falsas y la propaganda”.

En esa clasificación (que encabezan Noruega, Dinamarca y Suecia), España figura en el puesto 32, tres escalones más abajo que el año anterior y por debajo de Portugal (7), Alemania (16) o Francia (26), aunque por delante, por ejemplo, de Estados Unidos (42), donde se pone de manifiesto cómo la polarización mediática alimenta la fractura interna de una sociedad. Por razones obvias, Ucrania (106) y Rusia (155) ya pierden respectivamente nueve y cinco puestos (la verdad es la primera víctima de la guerra) tras la invasión de la primera por la segunda en febrero de 2022.

Titulado La nueva era de la polarización, el informe revela la existencia de una doble polarización, amplificada por el caos informativo: la mediática, que crea fracturas dentro de los países, y la polarización de los Estados, a escala internacional. Y sostiene que en las sociedades democráticas el desarrollo de ciertos medios de opinión y “la generalización de los circuitos de la desinformación, impulsada por las redes sociales, están provocando un aumento de las fracturas sociales”. En el plano internacional, insiste, “la asimetría que existe entre, por una parte, sociedades abiertas y, por otra, regímenes despóticos que controlan a sus medios y sus plataformas, mientras libran guerras de propaganda, debilita a las democracias”. En ambos niveles, “es un factor de intensificación de las tensiones”, concluye el estudio de Reporteros sin Fronteras.

A ello hay que añadir en demasiados casos una tercera y aún más inquietante polarización: la de muchos informadores que devienen en fans, cuando no en portavoces camuflados y simples productores de propaganda, sea de una idea o un concepto, o de publicidad, si se trata productos o servicios. Un proceso que anula el siempre inalcanzable ideal de la objetividad, pero que aniquila por completo la sagrada aspiración a la veracidad.
Todas ellas son el fértil caldo de cultivo en el que se desarrolla una generación de receptores a los que no les importa la verdad de los hechos ni la trascendencia de los acontecimientos.
La fotografía de la libertad de prensa, mejor sería decir el vídeo, muestra un campo sembrado de minas. Los Gobiernos, incluidos los de regímenes democráticos, y sus servicios de inteligencia, las Administraciones en sus diversas formas, los lobbies empresariales o de cualquier otro tipo y los grupos de presión en general desarrollan crecientes departamentos de imagen que medran al tiempo que las redacciones de la gran mayoría de los medios de comunicación pierden fortaleza. La inversión en capital humano de muchas grandes cabeceras ha pasado a un segundo plano, en paralelo al cambio de un modelo de negocio que ha puesto en tela de juicio buena parte de sus pilares a manos de la digitalización mal entendida, las redes sociales o el espectáculo, y esto a la vez que ha eclosionado un pretendido periodismo ciudadano que ignora con facilidad las normas básicas de la buena información. Conceptos como verificación, comprobación de las fuentes, precisión, claridad, credibilidad, profesionalidad o diferenciación expresa de información y opinión han perdido presencia a pesar de las facilidades proporcionadas por las nuevas tecnologías.

Es este un terreno fértil para las fake news (noticias falsas). Una contradicción en sus propios términos. Una noticia falsa es una mentira, y su peor efecto es que anula la capacidad de interpretar verazmente la realidad. La consecuencia de ello es que las personas, las organizaciones y la sociedad en general se convierten en vulnerables a los intereses de quienes mienten. Gobiernos, medios y gestores de redes sociales están obligados a no mentir, pero también a combatir las mentiras de otros. ¿Lo hacen? En un escenario como este quien sí está apremiado a evitar la mentira es el ciudadano, como individuo, contrastando sus fuentes, discriminándolas y acudiendo a medios fiables. La credibilidad, por tanto, será el principal activo de los medios y soportes, sea cual sea su formato. Contra la mentira están la verdad, y su hermana mayor, la transparencia. Aplicadas ambas con tanta contundencia como claridad.

Pero esa transparencia convive con dificultad con la libertad de prensa cuando los tres poderes básicos de una democracia se enmarañan. Si Montesquieu, el padre de la división de los poderes políticos en tres áreas independientes (ejecutivo, legislativo y judicial), se levantara hoy se echaría las manos a la cabeza. Lo mismo que quienes sigan creyendo en el cuarto poder como garante de la democracia. Y todo ello mientras se gesta ese quinto poder a manos de la intervención económica del Estado (más concretamente de los Gobiernos) sobre el mercado, unida a los nuevos fenómenos surgidos en torno a internet.

Al final, nadie interesado en la supervivencia de la libertad de prensa debe olvidar ese conocido aforismo, atribuido a George Orwell, pero conformado a lo largo de los años por muchos autores, que se sustancia en que “una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique; el resto son propaganda o relaciones públicas”.

Un mundo más desigual

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Un mundo más desigual

La desigualdad varía significativamente entre la región más igualitaria (Europa) y los más desiguales (Oriente Medio y el Norte de África).

Hay muchas –demasiadas– formas de desigualdad entre humanos. La que más incentiva al resto, y la más visible, además, es la desigualdad económica. Si lo pensamos superficialmente, nos imaginamos que el problema solo existe en áreas subdesarrolladas, en lugares que no han alcanzado aun la suficiente estabilidad política y social. Pero llegó una pandemia a decirnos que las cosas no son tan simples, que un virus diseminado por todo el planeta puede ahondar en esas diferencias o que un conflicto bélico, más próximo a nuestras casas de lo que creíamos, podría suceder, las podría multiplicar por cifras impensables hace solo un par de años.

MELCHOR DEL VALLE,

Desigualdad global de ingresos y riqueza

El 50% obtiene el 8,5% del ingreso total medido y posee 2% de la riqueza. El 10% de los más ricos del mundo posee el 76% de la riqueza total y logra el 52% de todos los ingresos netos generados en 2021. Téngase en cuenta que los principales tenedores de riqueza no son necesariamente los principales titulares de ingresos.

World Inequality Lab, un centro de investigación internacional económica y social creado en l’École d’économie de París, ha hecho público su informe anual sobre la desigualdad en el mundo (World Inequality Report 2022) en el que decenas de investigadores de setenta países han plasmado la siguiente foto fija de 2021: el 10% de la población con mayor riqueza posee el 75% de toda la que hay en el mundo, mientras que el 50% con menos recursos solo dispone del 2%. Y la tendencia, durante la pandemia, ha sido ir incrementando esas diferencias.


Los conflictos bélicos destruyen recursos, paralizan la producción y el empleo


Pandemia.

«La crisis del COVID –explicó Lucas Chancel, autor principal del informe– ha exacerbado las desigualdades entre los muy ricos y el resto de la población. Sin embargo, en los países ricos, la intervención del gobierno evitó un aumento masivo de la pobreza; este no fue el caso en los países pobres. Esto demuestra la importancia de los estados sociales en la lucha contra la pobreza».

En cifras, y mirando las diferencias entre los datos de 2019 y los de 2021, el 50% de la población mundial menos favorecida no ha incrementado ni disminuido su porcentaje de riqueza, tan solo es de un 2%, mientras que el del 10% de los más ricos ha crecido en cuatro décimas (75,1% a 75,5%); pero la diferencia es más evidente si solo miramos al 1% de los más pudientes, que han incrementado su riqueza del 37,1% del total mundial al 37,8%. Estos porcentajes debemos mirarlos juntamente con los de ingresos: quienes más tienen no los han incrementado, pero para los más infortunados han caído una décima porcentual.

Desigualdad desigual.

No es nuevo para nadie que existen zonas geográficas en las que las diferencias económicas son, de puro grandes, abismales. Dice el informe de World Inequality Lab que «la desigualdad varía significativamente entre la región más igualitaria (Europa) y los más desiguales (países MENA, acrónimo inglés que se refiere al Oriente Medio y el Norte de África)». En Europa, la participación en los ingresos del 10% (de las personas más ricas) está en torno al 36%, mientras que en los países MENA es del 58%. Ya se habrá percatado el lector que el estudio diferencia entre riqueza, donde es mayor la desigualdad, e ingresos.

Si vamos más allá de los números globales, observamos también distintos patrones. Por ejemplo, los niveles de ingreso promedio nacional no son proporcionales con el grado de igualdad. Hay países de ingresos elevados que son muy desiguales, como los EE.UU., mientras que, en otros, como Suecia, se da mayor proporcionalidad. Algo parecido sucede entre los países de ingresos bajos y medianos, donde encontramos casos como Brasil e India, con una enorme desigualdad; China, que se sitúa en un término medio, aunque peligrosamente tendente al alto; o Malasia y Uruguay, donde los grados de desigualdad se pueden calificar de moderados.

Dificultades de recuperación.

En el informe Global Economic Prospects 2022, del Banco Mundial, se incluyen secciones analíticas en las que se plantean tres obstáculos que pueden impedir una recuperación duradera en las economías en desarrollo. Uno de ellos es el impacto de la pandemia en la desigualdad. Se pone de manifiesto que la pandemia ha supuesto un incremento en la desigualdad de ingresos a nivel mundial, dando al traste, en gran medida, con la disminución conseguida en las dos décadas anteriores.


La crisis del covid ha exacerbado las desigualdades entre los muy ricos y el resto de la población


«También ha intensificado la desigualdad –dice el informe– en muchas otras esferas de la actividad humana: en la disponibilidad de vacunas, en el crecimiento económico, en el acceso a la educación y la atención de la salud, y en la escala de la pérdida de empleo y de ingresos, que ha sido mayor entre las mujeres y los trabajadores poco cualificados e informales. Esta tendencia puede dejar cicatrices duraderas: por ejemplo, las pérdidas de capital humano causadas por las interrupciones en la educación pueden transmitirse de una generación a otra».

Soluciones.

Dicen los economistas que «el papel lo aguanta todo», pero no es menos verdad que sin poner sobre la mesa posibles soluciones, los problemas de desigualdad (cualquier problema de ámbito económico y mundial, en realidad) serán difíciles de atajar. Abhijit Banerjee y Esther Duflo, que firman el prólogo del World Inequality Report 2022, dicen que «Este informe deja claro una vez más que se necesitan cambios políticos profundos para que las cosas vuelvan a su lugar. Las soluciones políticas existen normalmente y, cuándo no, a menudo sabemos cómo encontrarlas. Nuestra propia investigación, y la de los investigadores de la red que ayudamos a crear, se ha centrado en cómo hacer bien la ‘fontanería’, para que la política pueda hacer su trabajo».


Son necesarias reformas que puedan incrementar la inversión y promover el capital humano y revertir la desigualdad de ingresos y de género


Por su parte, Ayhan Kose, director del Grupo de Perspectivas del Banco Mundial, dijo que «A la luz de la desaceleración prevista en el crecimiento de la producción y la inversión, el escaso espacio normativo y los riesgos considerables que opacan las perspectivas, las economías emergentes y en desarrollo deberán calibrar cuidadosamente sus políticas fiscales y monetarias. También es necesario que emprendan reformas para borrar las cicatrices de la pandemia. Estas reformas deben diseñarse de modo tal que puedan incrementar la inversión y promover el capital humano, revertir la desigualdad de ingresos y de género, y hacer frente a los desafíos del cambio climático».

Conflicto bélico.

Estábamos enfrascados en estos análisis y pensando en soluciones, cuando un país decidió invadir militarmente el territorio anejo y ajeno, y provocar una importante debacle económica en todo el mundo. No les abrumamos con detalles, ni los humanos ni los económicos, que los tienen ampliamente explicados y al día en todos los medios informativos. Pero eso nos ha hecho preguntarnos si esto va a incrementar la desigualdad en el mundo, si se restringirá a Europa o si será solo un problema para invasores e invadidos.

Duele hablar de ello mientras mueren personas, niños… mientras se destruyen hospitales y escuelas, pero ya nos pasó antes, nos sigue pasando, en otros conflictos bélicos. Así que déjennos echar mano de la historia europea, sin ir más allá, para encontrar un dato. Los conflictos bélicos, por definición, destruyen recursos, paralizan la producción y el empleo, además de causar disminución poblacional. Cero crecimiento, incluso negativo, y menor riqueza, por tanto; pero para todos. En Francia, por ejemplo, la desigualdad disminuyó durante ambas guerras mundiales y en el lapso entre ellas (datos del World Inequality Lab, que lleva estudiando la desigualdad en el país galo desde principios del siglo XIX). Ya saben: vivimos en un mundo en el que hay más grises que blancos y negros, aunque el mal de muchos no consuele, esta vez, a nadie.

La desigualdad en España

El World Inequality Report 2022 aporta, además de resultados globales, el detalle por países. Nos mueve, claro, la curiosidad de saber cómo está España. En el cuadro pueden ver las diferencias porcentuales de riqueza e ingresos de 2019 y 2021 (pre y post pandemia). Los grupos son los mismos que los estudiados en el resto de los países del mundo: 1% de los españoles con mayor riqueza, 10% de estos mismos y 50% de la población menos favorecida. La diferencia no es mucha, pero hay un ligero incremento de la desigualdad.

Para saber más

World Inequality Report 2022.
Coordinado por Lucas Chancel (director y autor). World Inequality Lab, diciembre de 2021.

Global Economic Prospects.
Coordinado por Carlos Arteta. Grupo Banco Mundial, enero de 2022.

El efecto del COVID-19 en los negocios internacionales (2ª edición).
Gina Bowman (dirección) y Olivia Scotti (coordinación). Gedeth Network, mayo de 2021.

«Una bofetada de realidad”, por Casimiro García-Abadillo

ALDEA GLOBAL

CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO,

Director de «El Independiente»

 

"Los europeos estábamos mirándonos el ombligo y, de repente, ¡zas!, estalló la guerra en nuestra frontera"

Una bofetada de realidad

Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, el presidente norteamericano, Woodrow Wilson, declaró que ya no volvería a haber más guerras como esa. Confiaba en que el horror causado por los millones de muertos y el espíritu pacificador que llevó a creación de la Sociedad de Naciones, que él impulsó, harían que nunca más se repitiera tal barbarie.

Pero veinte años después, Hitler echó por tierra el vaticinio de Wilson. La Segunda Guerra Mundial sería aún peor que la Primera.

La guerra fría que se instaló en el planeta tras el final de la Segunda Guerra Mundial trasladó los conflictos entre los dos bloques al extrarradio europeo. En realidad, nunca dejó de haber guerras, pero estas no afectaban directamente a las grandes potencias. África, América Latina y, sobre todo, Asia se convirtieron en el tablero de operaciones en la disputa por el control de áreas de influencia.

Tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS algunos, como el politólogo norteamericano Francis Fukuyama, pensaron que la historia tal y como la conocíamos había acabo. Pero se equivocó. Treinta años después de la publicación de su famoso libro El fin de la historia y el último hombre, en Europa vuelven a estallar las bombas.

Los europeos hemos vivido plácidamente durante estas tres décadas. Rusia, pensábamos, había caído rendida a los encantos del capitalismo y China no se veía como una amenaza. Durante unos años, el peligro para la paz se focalizó en el terrorismo yihadista. Los atentados de las torres gemelas, de Madrid y de Londres, evidenciaron los agujeros de seguridad e inteligencia que se habían producido tras la relajación que siguió a la caída del Telón de Acero. ¡Qué tremendo error!

Occidente reaccionó con operaciones militares y de ocupación en Afganistán e Irak, que no lograron sus objetivos finales. La consolidación de Al Asad en Siria, tras diez años de cruenta guerra contra su pueblo, y, sobre todo, la retirada de Afganistán, cuyo gobierno volvió a manos de los talibanes el pasado mes de agosto, evidenciaron la debilidad de EEUU y sus aliados.

Pero a los gobernantes europeos y a la mayoría de los ciudadanos de la UE lo que más les preocupaba entonces era mantener su nivel de vida y mejorar sus sistemas de salud tras la eclosión del Covid, que ha puesto de relieve la ineficacia de sus sistemas sanitarios para hacer frente a la pandemia.

La decisión de Vladimir Putin de invadir Ucrania, sin una provocación previa, saltándose la legalidad internacional y el cumplimiento de sus propias promesas ante los líderes europeos, es un golpe de mano que obedece al intento de Rusia de volver a ser un actor protagonista de la escena internacional, que se produce en un contexto de repliegue de EEUU y de falta de liderazgo en Europa.

Los europeos estábamos mirándonos el ombligo y, de repente, ¡zas!, estalló la guerra en nuestra frontera.

Ha sido un baño de realidad que nos enfrenta a los horrores de los bombardeos de ciudades, al éxodo de millones de personas y al miedo a que un conflicto nuclear.

El mundo ya no será igual. Europa -ese es uno de los efectos positivos de lo que está pasando- ha cobrado conciencia de sí misma. La dureza de las sanciones económicas a Rusia, el envío de armas a Ucrania y la decisión de aumentar los presupuestos de defensa, sobre todo de Alemania, han animado a los países más relevantes a convertir a la UE en algo más que un club de intereses económicos.

Los parlamentarios europeos han pasado de discutir sobre el tamaño de las jaulas en las que deben transportarse las gallinas, a brindar solidaridad a un pueblo que está siendo masacrado por la superioridad militar de una Rusia que quiere recuperar su imperio. ¡Ya era hora de dejar de hablar de tonterías!

Las decisiones tienen sus consecuencias. Putin podrá ganar la guerra, pero ya para siempre será un paria con el que los países democráticos no querrán tener nada que ver. La renovada conciencia europea puede alumbrar lo que, hasta ahora, no era más que un planteamiento teórico: la necesidad de crear un ejército europeo. Europa es consciente de que tiene poder, pero que éste debe estar sustentado en Estados fuertes. Esa es una mala noticia para los movimientos secesionistas.

Mientras que Rusia corre el peligro de quedar aislada internacionalmente, China consolida su posición como gran actor a la altura de Estados Unidos. Europa tiene dos opciones: o seguir dependiendo de las prioridades que marque Washington, o bien tener su propia agenda, aunque se mantenga la alianza occidental dentro de la OTAN.

Las guerras cambian muchas cosas. Una de ellas es la economía. Europa tiene que plantearse su estrategia energética a medio y largo plazo. Es una decisión muy importante que tiene que engarzar, por un lado, la transición a las energías limpias y, por otro, la independencia energética del gas ruso y el petróleo de los países árabes.

Mientras que Estados Unidos y China se disputan la primacía económica mundial, sobre los ejes de la tecnología, la inteligencia artificial y el control de los datos, Europa todavía no tiene una agenda propia para competir en esas áreas. Es otros de los asuntos que los líderes europeos tienen que abordar en el corto plazo.

El mundo, decíamos, ya no será igual. No habrá globalización, sino áreas de influencia y alianzas. Ha llegado el momento de que el baño de realidad de la invasión de Ucrania genere un nuevo concepto más robusto, más político, y más competitivo de Europa.