«Web3: el mismo perro con distinto collar», por Esther Paniagua

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ESTHER PANIAGUA,

Periodista y autora especializada en tecnología

 

"El solucionismo tecnológico no nos conducirá a un futuro mejor, pero la gobernanza tecnológica sí"

Web3: el mismo perro con distinto collar

Una plataforma revolucionaria libre, descentralizada y basada en la relación entre pares, de igual a igual. ¿Les suena? Es lo que nos ofrecía internet en sus comienzos, y es lo mismo que prometen ahora los evangelizadores de la Web3. En 1989 Tim Berners-Lee democratizó la red de redes gracias a la World Wide Web: un sistema de conexión de documentos que nos permite acceder al contenido online. Ahora, los defensores de la Web3 proponen esta como la evolución natural de la web.

Parece lógico, pero no es así. La evolución de la web no es la Web3 sino la Web 3.0. El barullo de nombres no es casual: se pretende generar confusión y reemplazar la una por la otra. Sin embargo, no son lo mismo. La Web 3.0 -a la que, por claridad, llamaré «Web semántica»- es una continuación de la Web 2.0, de igual modo que esta lo es de la Web 1.0, la primera versión de la invención de Berners-Lee.

A la Web 3.0 se le llama también Web semántica porque una de sus principales características o funcionalidades es la de hacer que los recursos a los que podemos acceder online sean más legibles para las máquinas para que puedan organizar mejor la información. Eso redundaría, por ejemplo, en búsquedas más precisas, guiadas por el significado y no por el contenido textual.

La Web semántica no solo tiene una filosofía totalmente diferente a la Web3, sino que se basa en una infraestructura diferente. La primera es continuista con sus predecesoras (la Web 1.0 y la Web 2.0), y se basa un protocolo llamado HTTP que crea una red de recursos unidos mediante hipervínculos. La Web3, sin embargo, se basa en una tecnología llamada blockchain, y su foco está puesto en la resolución distribuida de problemas relacionados con la propiedad de activos.

La cadena de bloques es conocida por ser el vehículo de Bitcoin, la famosa criptodivisa. Es un sistema de consenso distribuido que permite realizar registros descentralizados con copias en millones de ordenadores en todo el mundo protegidas criptográficamente, que en teoría no se pueden atacar, ni prohibir, ni borrar. Además de guardar datos y documentos, también permite establecer reglas particulares para cada transacción. Esto tiene muchas ventajas (y algunos inconvenientes) pero desde luego no es una evolución de lo que conocemos como web, sino otra cosa diferente.

La Web3 se basa en la idea de aplicaciones descentralizadas y finanzas descentralizadas, a través de herramientas como los contratos inteligentes, las criptomonedas o cualquier otro tipo de token o unidad de valor. Por ejemplo, las NFT son una forma de monetización digital basada en tokens no fungibles, una especie de certificados digitales de autenticidad y propiedad de una obra de arte que solo existen en formato electrónico y que están validados por tecnología blockchain.

A las organizaciones que operan en esta infraestructura se las denomina DAO (del inglés Decentralized Autonomous Organisation). En una tienda DAO, el precio de todos los productos y los detalles sobre quién recibirá los ingresos, se mantienen en una cadena de bloques, y los accionistas pueden votar para cambiarlo.

Los predicadores de la Web3 proclaman que cada vez más organizaciones se convertirán en DAO, más objetos se convertirán en NFT y más tokens serán interoperables, eliminando así fricciones e intermediarios. Sin embargo, la criptoweb camina hacia lo contrario: no es libre ni abierta, dado que la mayoría de las personas no tiene recursos, medios ni conocimientos para participar, y ni siquiera entiende lo que es ni cómo funciona.

A lo anterior se suman otros problemas asociados a la Web3. La huella de carbono de blockchain es uno de ellos, y no menor. Bitcoin, por sí sola, tiene un consumo energético anual de 204 kilovatios por hora, equivalente a un país como Tailandia, según las estimaciones de Digiconomist. Se calcula que sus emisiones en 2021 podrán asociarse a alrededor de 19.000 muertes futuras. Y comprar una obra de arte NFT equivale al consumo mensual de alguien que vive en la Unión Europea (UE), según el análisis del tecnólogo y artista Memo Akten en Cryptoart.wtf.

Pero hay más. Como es bien sabido, las criptodivisas facilitan el lavado de dinero criminal, ya que permiten disociar los pagos de su fuente y convertir esas monedas en dinero para gastar, todo ello de forma anónima. Es decir, da la posibilidad a los delincuentes de ocultar el origen de los ingresos de las actividades ilícitas para que puedan cobrarlos de forma segura. La especulación, las estafas y la criminalidad en este torno es algo que no se puede obviar.

Muchos consideran que la elección de nombre ‘Web3’ responde a la intención de hacer un cambio de imagen de todo lo asociado con el mundo ‘cripto’, y critican que sus promesas de revolución se basan en un análisis superficial de los movimientos sociales, tomando ejemplos del mundo del arte y los videojuegos, que difícilmente representan cómo vive y trabaja la mayoría de la gente. «Son incapaces de ver el Estado como algo más que una patología obsesionada con la búsqueda de rentas y la vigilancia que no puede ser reformada o readaptada; que solo se puede domar o abolir», dice Evgeny Morzov en un artículo en The Crypto Syllabus.

El solucionismo tecnológico no nos conducirá a un futuro mejor, pero la gobernanza tecnológica sí. Solo creando nuevas instituciones y reglas que encaucen los avances técnicos hacia el bien común, que eviten las concentraciones de poder que ya dominan la economía digital, que pongan por delante el respeto a los derechos humanos y cuyo norte sea la creación de valor para todos los ciudadanos como sujetos, y no como objetos de consumo y mercantiles (meros datos), será posible la prosperidad compartida.

Contra el circo del odio, por Esther Paniagua

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ESTHER PANIAGUA, periodista y autora especializada en tecnología

 

En muchos casos, el linchamiento público viene de grupos organizados de usuarios que actúan como trols

Contra el circo del odio

«Cómete un murciélago y muere, perra». Es uno de los mensajes de odio que la viróloga Danielle Anderson recibió tras escribir una crítica de un artículo que sugería que el SARS-CoV -2 podría haber salido de un laboratorio en China. No es, ni mucho menos, la única: alrededor de un 70% de investigadores que durante la pandemia han aparecido en medios de comunicación o en redes sociales ha experimentado consecuencias negativas: acoso online, amenazas de muerte e incluso ataques físicos. Es la conclusión de una encuesta de la revista Nature.

La historia no acaba ahí: muchas reacciones de odio tienen efectos psicológicos como angustia emocional o psicológica. El impacto llega hasta el punto de llevarles a rechazar nuevas intervenciones en medios o de abandonar las redes sociales. Autocensura o, directamente, abandono del debate público cuando más se les necesita. Es algo que no podemos permitirnos.

La exposición pública siempre conlleva, mal que nos pese, cierto riesgo de ataque, que ha aumentado en la era conectada. En un momento en el que la ciencia ha tomado más protagonismo en el debate público, sus representantes tienen más visibilidad en los medios y, por tanto, están más expuestos. También sienten la responsabilidad de comunicar y de colaborar con los periodistas en la verificación de hechos para refutar bulos y contrarrestar la otra pandemia: la de la desinformación.

Es una labor imprescindible y menospreciada. También se politiza, y se usa como arma de guerra entre bandos. En redes sociales, son víctimas del etiquetado rápido y el escarnio. En muchos casos, el linchamiento público viene de grupos organizados de usuarios que actúan como trols: antivacunas, conspiracionistas o partidarios de uno u otro líder o partido político. Les bombardean con amenazas e intentan desacreditarles, difamarles o amedrentarles.

La bilis sale en las redes y parece que no hay nada ni nadie que la pare. Ni siquiera quienes tienen el mando. Varios científicos consultados por Nature enviaron ejemplos a Twitter de los tuits abusivos que estaban recibiendo (incluidas imágenes de cadáveres ahorcados) y la plataforma respondió que estos no violaban sus términos de servicio. Si bien Twitter ha facilitado cierto control a cada persona sobre quién responde a sus mensajes, y cuenta con tecnologías para detectar el lenguaje abusivo, es claramente insuficiente. Además, sus sistemas automatizados son fáciles de evadir.

De Facebook (Meta) ya ni hablamos: la empresa reconoce que «solo puede actuar en menos del 5% de los casos de odio y menos de un 1% de los casos de violencia e incitación a la violencia» que se dan en la plataforma, según documentos internos filtrados por la confidente Francis Haugen. En ellos se advierte: «La desinformación, la toxicidad, y el contenido violento son extraordinariamente prevalentes entre los contenidos que se vuelven a compartir” (los ‘reshares’).

El impacto va mucho más allá del mundo académico. “Tenemos evidencia proveniente de múltiples fuentes de que el discurso de odio, el discurso político divisivo y la desinformación en todas las aplicaciones de Facebook están afectando a sociedades de todo el mundo», dice otro de los documentos filtrados. En efecto, el diseño de estas plataformas amplifica el discurso de odio. Están pensadas para enganchar y recompensan lo viral, pero además permiten el anonimato: el cóctel perfecto. Mucha gente se refugia en esa anonimidad online para decir y hacer cosas que normalmente no haría sin tener que rendir cuentas por ello. Ello se asocia a una proliferación online del comportamiento antisocial y de la violencia gratuita.

Como bien dijo Haugen, los gigantes de internet “están pagando sus ganancias con nuestra seguridad”, anteponiéndolas al bienestar de las personas. Ello es inadmisible, y requiere de una respuesta contundente. El «yo lo paro y no paso» es necesario pero no suficiente. La solución no puede ser, como hasta ahora, poner toda la carga en el lado de los usuarios: desde tratar de ignorar el acoso hasta filtrar y bloquear a los trols o denunciarlos. Es un trabajo inasumible si cada día recibes decenas de amenazas de muerte.

¿Qué hacer? En primer lugar, hay que cambiar los incentivos y forzar al cambio del modelo de negocio de las grandes tecnológicas. Una forma de hacerlo es prohibir la publicidad personalizada y el comercio de datos personales. Es algo que exigen voces como Shoshana Zuboff o Carissa Véliz, y yo misma en Error 404. Un modelo económico legítimo no puede sustentarse en la violación de derechos humanos. En el pasado, economías enteras se basaban en el tráfico de esclavos y eso no fue una razón para no abolir la esclavitud.

También es vital penalizar el diseño adictivo de las aplicaciones. Lo anterior ayudaría, pero no es suficiente, porque incluso si el modelo de negocio cambia pueden seguir teniendo interés en mantener en ellas a las personas la mayor cantidad de tiempo posible, a toda costa.

Hay otras acciones prioritarias, como permitir de forma efectiva y sencilla la portabilidad de datos, contenido y contactos de una plataforma a otra; o como obligar a las grandes empresas digitales a contar con un número suficiente de humanos para responder de forma efectiva a las denuncias de abuso y centralizar dichas denuncias.

Todo esto no será posible desde un solo país. Requiere de una institución supranacional que lo gobierne. Pero además necesitamos poner a la educación en su sitio, especialmente en civismo, ruptura de estereotipos y alfabetización digital. No podemos obviar que buena parte del problema reside en sus deficiencias. Abordarlas fortalecerá cualquier sociedad, no solo en lo digital. Como dijo Confucio: «La educación genera confianza. La confianza genera esperanza. La esperanza genera paz».

Científicos amenazados

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Científicos amenazados

Los tiempos en que se castigaba con la hoguera a la gente de ciencia pasaron, pero siglos después, aún reviven rescoldos de esa ignorancia tan nociva. Lo hacen en uno de los mayores avances tecnológicos: internet. Científicos que han ayudado a entender la pandemia han sido atacados por grupos de conspiranoicos hasta el punto que han tenido que suprimir o reducir sus apariciones públicas. ¿Quién se esconde detrás de ellos?
GABRIEL CRUZ

@Gabrielcruztv

“El sueño de la razón produce monstruos” nos advertía Goya en uno de sus grabados sobre el peligro de la ignorancia. Dos siglos después la seguimos sufriendo. Los conspiranoicos han encontrado en el covid-19 su particular peste medieval y en internet el espacio donde propagar los ataques. Si no, ¿cómo explicar las amenazas de muerte a Christian Drosten, virólogo alemán que asesoraba a la canciller Merkel contra la pandemia , algo así como el Fernando Simón alemán? Mientras en Bélgica, Jürgen Conings, un exmilitar, aseguraba que mataría a Marc Van Ranst, virólogo de referencia en su país que tuvo que estar escondido junto a familia durante tres semanas . ¿Era una fanfarronada? No, Conings era instructor militar de tiro y estuvo fugado con un lanzador de cohetes y una ametralladora. Un mes después le localizaron en un bosque: se había suicidado.

No son casos excepcionales. Un artículo de la revista Nature realizó una encuesta a 321 científicos que habían hablado públicamente sobre la covid-19. Señaló que el 60 % recibió algún tipo de amenaza de las que un 15% eran de muerte y un 22% de agresiones físicas o sexuales. El resultado era de esperar: dos terceras partes de los que las sufrieron redujeron sus apariciones públicas.

Españoles amenazados

Los investigadores del estudio de “Nature” eran de Australia, Reino Unido, Alemania, Canadá, Taiwán y Nueva Zelanda. De científicos españoles no se recogieron datos. Por eso contactamos con uno de los que más ha aparecido en los medios durante la pandemia: José Antonio López, virólogo, investigador y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid. Confiesa que ha recibido “multitud de insultos de negacionistas y antivacunas pero últimamente también de algún pseudoexperto catastrofista”. “JAL” como se le conoce en todos los medios en los que hace difusión científica, se queja de que “mientras los que te atacan utilizan apodos nosotros, los que divulgamos, vamos a cara descubierta. Saben donde trabajamos, donde vivimos, etc.” Le percibo hastiado pero aguanta: “Por el momento, no pienso dejarlo seguiré humildemente trabajando como virólogo y como divulgador científico, labor en la que llevo desde hace más de treinta años”.

 


JOSÉ ANTONIO LÓPEZ, VIRÓLOGO, INVESTIGADOR Y PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID, CONFIESA QUE HA RECIBIDO MULTITUD DE INSULTOS EN LA RED

 

Hay muchos más casos. Por ejemplo Alfredo Corell, inmunólogo y catedrático de universidad, asegura “me han amenazado con matarme, que si era un mataviejas… incluso han modificado mi entrada en Wikipedia escribiendo que he sido juzgado por pedofilia”. En el caso de Amos García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología, además de los ataques por la red le increparon en la calle al grito de “asesino”, incluso se encontró con una pintada que decía: «AMOS TU ERES EL COBI». A lo que él respondió con este tuit irónico: “(…) Por la ortografía no se si me asocian a la enfermedad de la Covid-19 o me mimetizan con la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona”. Al doctor César Carballo, del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, le dijeron “vigile su espalda» o “probáis veneno en la gente». Lo que más le preocupó fue descubrir que las búsquedas en Google más numerosas sobre él fueran “César Carballo mujer” y “César Carballo hijos”, entonces fue cuando decidió denunciar las amenazas judicialmente.

Tras los ataques

Para saberlo hay que sumergirse a gran profundidad en redes sociales. Mari Luz Congosto es ingeniera informática, pero, para nuestro caso, es una “buceadora de datos”, profesora honorífica en la Universidad Carlos III y de visualización de datos en la Universidad de Madrid U-TAD.

 


A ALFREDO CORELL, INMUNÓLOGO Y CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD, HAN AMENAZADO CON MATARLE Y AL DOCTOR CÉSAR CARBALLO LE DIJERON ‘VIGILE SU ESPALDA’

 

Rápidamente nos da dos claves: “Todo lo que veamos acompañados de la palabra “por la verdad” suele ser bastante mentira y en redes sociales suele haber más ruido que realidad”. Respecto a lo primero, nos encontramos movimientos conspiranoicos como “médicos por la verdad”, “psicólogos por la verdad” entre otros muchos. Ella tampoco se ha librado de los insultos en redes. Tras analizar unos 6.000 perfiles en Twitter señala que “están muy bien organizados internacionalmente, con conexiones en Perú, Argentina, España y sobre todo en Alemania”. Desvela que algunos de sus miembros son médicos que consideran que no existe una pandemia. “Son muy agresivos porque para ellos sus ideas, aunque no lo admitan, son como una religión. Por tanto, no hay cabida al razonamiento, señala.

Respecto a cuanta gente puede estar detrás de estos movimientos, Congosto afirma que “hay grupos con canales de Telegram con hasta cien mil seguidores. Detrás de los cuales puede haber desde individuos conspiranoicos a grupos de presión a favor de la homeopatía”.

Una de sus investigaciones era saber si existían conexiones entre conspiranoicos y grupos políticos porque entonces –señala- “tendríamos un grave problema. El caso es que no detecté grandes relaciones. Sí que descubrí algún miembro de extrema derecha con simpatías hacia posturas antivacunas pero precisamente también encontré coincidencias en posturas independentistas. Es decir, los extremos conectan muy bien, porque ambos no quieren estabilidad”. Entre los casos que investigó se encontraba el perfil de Twitter del denominado “doctor Papaya”, que aseguraba falsamente ser parasitólogo. Se trataba de un negacionista de la pandemia con nueve mil seguidores. Finalmente fue detenido en 2020 Zaragoza por incitar al odio y violencia contra los políticos y sanitarios en redes sociales. “Cuando conté las conexiones de este negacionista me atacaron muchísimo. La cuestión es que siempre ha habido conspiranoicos en las redes sociales, pero a raíz del covid-19 ha sido su oportunidad de hablar sobre el mismo tema y por eso se han hecho tan visibles”, señala Congosto. No como antes que cada uno tenía su propia conspiración y el efecto quedaba disperso entre todas. Era un “cada loco con su tema” pero como advierte Casar Carballo: “a John Lennon lo mató un hombre desequilibrado mentalmente».

A quien seguir

Mariluz Congosto @congosto
Experta en redes. Sigue los hilos que le sugieren los propios internautas y que ella indaga.

@SoyMmadrigal
Marcelino Madrigal, experto informático en análisis de redes sociales, lucha contra la desinformación y conspiranoicos de todo tipo.

@cescept
Círculo Escéptico Asociación, sin ánimo de lucro, para la promoción del pensamiento racional y crítico.

Ni es sólo covid ni es sólo de ahora
Los ataques a divulgadores científicos han existido desde hace años. Lo sabe bien Miguel Mulet, catedrático en Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia. Desmonta con argumentos científicos falsos mitos relacionados con la comida sana. Así en 2015 tuvo que suspender una charla en la Universidad de Córdoba (Argentina) por defender que los alimentos transgénicos no son perjudiciales para la salud. “Al comprobarse que las amenazas eran plausibles pues eran de personas totalmente identificables. Me decían que “me hacía falta plomo en la cabeza” así que me pusieron dos guardaespaldas”, nos señala Miguel. “Ahora son los antivacunas los que me insultan. Lo que hago es bloquear sus mensajes y listo. No me caliento la cabeza. Es el problema de las redes. La gente puede decir lo que quiera porque no hay filtros. Pero yo tengo un trabajo que me gusta y procuro no dedicarle a esto mucho tiempo”.
Estudio de Nature
Con el titular Ojalá te mueras (I hope you die). El estudio de la revista científica publicado en octubre de 2021 dio luz al acoso que en silencio sufrían algunos científicos por hablar sobre el covid-19.

Mayores offline

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Mayores ‘OFFLINE’

Internet se ha convertido en la llave más rápida para las gestiones del día a día: hacer una inscripción, pedir una cita, consultar el saldo de la cuenta bancaria o presentar la declaración de la renta. El mundo aplaude la comodidad de no hacer colas y poder solucionar los trámites desde el salón de casa. Pero hay un sector que asiste, impotente, al proceso. Los mayores se quedan fuera de juego.

GABRIEL CRUZ

@Gabrielcruztv

Soy mayor, pero no idiota. La frase se ha convertido en un grito de guerra. Lo lanza Carlos San Juan, médico jubilado de 78 años. Asegura haber llegado a sentirse humillado al pedir ayuda en un banco y que le hablaran como si fuera idiota por no saber completar una operación. Lanzó su queja en la plataforma change.org y en apenas un par de semanas había conseguido más de 500.000 firmas respaldándole. Conscientes de las dificultades de algunas personas con la digitalización, los bancos están poniendo medidas encima de la mesa para facilitar su adaptación progresiva a las nuevas posibilidades que ofrece la diversidad de canales bancarios. Estas se suman a las múltiples iniciativas que ya están en marcha para facilitar la accesibilidad de los mayores a los servicios bancarios tanto en la red de oficinas como vía online. Y es que solo el 6,5% de los mayores de 65 años cuenta con habilidades avanzadas a la hora de utilizar internet, según datos de Eurostat. Leonor, con 72 años y ajena a redes sociales y procedimientos tecnológicos, entiende muy bien a Carlos: «me han llegado a cobrar seis euros al mes por pagar la comunidad del edificio en el que vivo en ventanilla. Me insistían en que tenía que domiciliarlo yo a través de la web, pero era incapaz. Hasta que no lo ha hecho mi hija por mí, no me ha quedado más remedio que pagar. También necesito su ayuda para hacer transferencias o coger cita para algunos trámites». Y es que los bancos son solo a punta del iceberg

 


ACTUALMENTE LA MAYOR PARTE DE LA BUROCRACIA ADMINISTRATIVA SE SOLUCIONA A TRAVÉS DE INTERNET

 

Comunicando. Actualmente la mayor parte de la burocracia administrativa se soluciona a través de internet. La pandemia ha venido a reducir la presencialidad y las pocas cosas que se pueden hacer en persona también necesitan que la cita se solicite online. Trámites obligatorios, como presentar la declaración de Hacienda, se convierten en un auténtico suplicio para los más mayores. «Soy viuda y no tengo hijos», apunta Toñi López, 79 años, «en mi casa no hay ordenadores así que el año pasado fui varias veces a pedir cita para hacer mi declaración a una de las oficinas. Cada vez que iba me insistían en que tenía que hacerlo online. ¡Pero si yo no tengo ordenador! Les decía, pero ni caso. ¿Por teléfono? pero es que no lo cogen nunca.» La solución vino de la mano de uno de sus sobrinos, pero a ella no le parece justo que tenga que depender de nadie. Estos mayores tampoco se benefician del ahorro de tiempo y la comodidad que supone poder hacer las cosas desde casa: pedir cita en el médico, hacer la compra o sacar las entradas del cine. «Entiendo que todos estos avances son imparables, pero yo no puedo seguirlos. ¿No podrían explicarnos fácilmente cómo hacerlo? Pero una persona, no una máquina, que es lo que encuentro habitualmente», dice Josefa García, 80 años. Los mayores de 65 años ya eran el 20% de la población de España en enero de 2021, según el Instituto Nacional de Estadística. La cifra seguirá creciendo y la brecha, también.

Mayores rurales. El pequeño pueblo de Tamajón, en Guadalajara, lucha por mantener vivo su cajero. Se estropeó el pasado diciembre y la entidad bancaria que lo sostiene no planea repararlo. A partir de ahora su centenar de habitantes tendrán que desplazarse al menos 20 km, simplemente, para sacar dinero. Muchos de sus mayores ya no conducen y no tienen a nadie cerca que les pueda llevar. El problema se extiende por toda España. Según datos publicados por la Asociación de Usuarios Financieros (Asufin), desde el año 2008 hasta 2021 ha descendido un 54,2% el número de oficinas bancarias y han desaparecido un 22,1% de los cajeros automáticos. La sociedad más comunicada de la historia deja aislados a los que no siguen el ritmo. ¿Cómo integrar a los mayores de 65 años en la revolución digital? «A mí tratan de enseñarme mis nietos», dice Leonor. Mientras tanto exigen que haya otras alternativas. Y su grito cada vez es más fuerte. |EP|

Notarios de ‘pueblo’

En la mayoría de los pueblos de España hay una notaría. Y en caso de no haberla en el suyo seguro que tendrá una muy cerca, porque hay casi 3.000 notarios repartidos por toda la geografía española. Lo habitual es que sean los interesados los que se desplacen al despacho notarial para hacer consultas o para la elaboración y firma de los documentos, pero, si es necesario, el notario también puede acercarse hasta el domicilio de los más mayores cuando hay problemas de movilidad o desplazamiento. En la época virtual, la cercanía también marca la diferencia en el servicio. Si quiere localizar al notario más cercano, tiene un buscador en www.notariado.org.

Notarios de ‘pueblo’

@EdadyVida es la fundación para la mejora y promoción de la calidad de vida de las personas mayores.

@65ymuchomas es el primer diario online para mayores. Cuenta con el asesoramiento de sus asociaciones más representativas.

@Jubilares es la asociación que promueve una mejora del entorno físico y social para el envejecimiento activo y con autonomía.

La ciberdelincuencia acecha a los escolares, por Margarita Sáenz-Diez

Margarita

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MARGARITA SÁENZ-DÍEZ, periodista

 

A estas alturas resulta que, agazapada en mi veterano PC, acaso exista una fábrica de dinero… ¿Quién me lo iba a decir?

La ciberdelincuencia acecha a los escolares

Confieso que cuando estaba preparando este artículo he pasado por varias fases. La primera, de incredulidad. Porque… ¿para qué va a querer un sofisticado pirata informático entrar en el ordenador de un niño de primaria? Después, la del asombro, al averiguar las elevadas cifras de incidentes informáticos motivados por los hackers que se han producido últimamente en los centros educativos y universitarios.

Después, he empezado a alarmarme al comprender, como forzada navegante por el ciberespacio, los riesgos y peligros que nos acechan a los que, como yo misma, somos confiadas y no creemos que lo mío tenga demasiado interés para nadie.

Por último, el conocimiento de los aspectos técnicos de los ataques, la somera descripción de lo que significa el ransomware, el IoT o el sigiloso cryptojacking, me han llevado a un estado cercano a la perplejidad.

El hecho de que, en la última primavera, solo en un mes, escuelas de educación infantil, de primaria y secundaria, colegios y universidades se hayan visto afectados en todo el mundo por ataques de ransomware da mucho que pensar. Ese aumento que señalan los expertos tiene que ver, sin duda, con la necesidad derivada de las medidas preventivas contra la pandemia, como estudiar online con preferencia a las clases presenciales.

En su máxima expresión, los ladrones de datos se apoderan del control de los sistemas informáticos y piden un rescate para liberarlo. Rescate que la policía desaconseja que se haga efectivo.

He ido descubriendo que los más jóvenes resultan atractivos para los ciberdelincuentes porque sus datos están limpios y se les puede robar la identidad sin que nadie se entere hasta bastantes años después. Y parece que en el mercado negro se llega a abonar por ellos hasta 350 dólares.

Especialistas en estas áreas comentan que, de forma genérica, puede decirse que ocurre en el mundo académico, igual que en el caso de ayuntamientos, agencias de seguros u hospitales, en bases de datos muy bien estructuradas y, muchas veces, poco defendidas.

El auge de lo online hace a las bases de datos más ubicuas y golosas por su tamaño. En muchas ocasiones no se trata de un objetivo personal concreto, sino de engordar bases y bases de datos para entrenar algoritmos. Pero sucede que cuánto más crítico es un servicio, su propietario es más proclive a pagar para recuperar el acceso a los datos.

Desde el punto de vista de un alumno avispado, hay determinadas informaciones muy críticas: las preguntas de un examen, las notas, los datos sensibles de un profesor. Porque, explican, “si se pueden ver, se pueden modificar”. Y no hay que olvidar un aspecto crucial en el caso de las universidades, quizás el que más, porque en esos centros docentes superiores se generan muchas patentes y mucho conocimiento. De este modo, los ataques se convierten en un tipo de espionaje industrial para vender el botín capturado.

En una entrevista al responsable de sistemas tecnológicos de la Universidad de Comillas decía que el incremento de la tele docencia ha supuesto a su vez el aumento del uso de dispositivos particulares y se ha hecho necesario para la institución elevar la seguridad a los servicios en la nube y a los dispositivos que no son propios, pero se conectan a la red. Problemas que hasta hace poco no estaban presentes y que están obligando a las instituciones académicas a intentar ponerse al día en aspectos hasta ahora impensables pero que cuando llegan, desbaratan la actividad.

A mediados de octubre, la Universidad Autónoma de Barcelona ignoraba, después de varios ataques sufridos de ransomware, si podrían tener restaurado el sistema para Navidad. ¿Se imaginan el trastorno? Es una situación que corre en paralelo en diferentes países. A finales de noviembre, la pontificia Universidad Javierana, en Colombia, se encontraba con los servidores bloqueados y avisando a alumnos y docentes de la situación. Tampoco sabían hasta cuando podría darse por acabado el incidente.

Pero también los expertos hablan de una luz de esperanza al final del camino. Platean como posibilidad la experiencia de otros países que están trabajando en la instauración de planes de rescate que facilitan fondos a las instituciones docentes para que puedan abordar formulas para dotar de ciberseguridad a sus instalaciones o incluso para abonar los rescates exigidos. El problema, es que aún falta tiempo para llegar a ese horizonte de apoyo económico mientras los delincuentes no descansan.

 Ángel Gómez de Ágreda autor de Mundo Orwell, manual de supervivencia para un mundo hiperconectado afirmaba en una entrevista: “Cuando ves lo que hacen algunos chavales en concursos de ciberataques, inquieta y mucho. Tengo muy claro que para conseguir armas atómicas hace falta mucho dinero, tiempo, medios y talento. Para el equivalente en el mundo digital solamente hace falta talento. Y ganas de utilizarlo para buscarle a alguien las cosquillas. Cualquiera puede construirse armas de distracción masiva, aunque no de destrucción masiva”.

La sensación de vulnerabilidad e indefensión que provocan esas situaciones añade un punto más de vértigo a la vida cotidiana ante impensables amenazas tan sorprendentes como el control remoto de tu ordenador para extraer toda tu vida allí almacenada. O que alguien lo utilice de manera silenciosa para acumular criptomonedas, que es lo que hacen quienes atacan mediante el temido cryptojacking.

 A estas alturas resulta que, agazapada en mi veterano PC, acaso exista una fábrica de dinero…  ¿Quién me lo iba a decir?

Hackeo a la educación

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‘HACKEO’ A LA EDUCACIÓN

Los asaltos a centros educativos no son algo anecdótico, obra de un francotirador del ciberespacio. Forman parte de un bombardeo a muchos sectores

El sector educativo está entre los tres objetivos preferidos de los piratas informáticos. La inmersión en el mundo digital de escuelas y universidades durante la pandemia las ha expuesto más a sus ataques. El gran número de datos que manejan es un gran botín de los hackers.

La imagen que tenemos de un pirata informático que ataca a una universidad es la de un joven con capucha o gorro de lana, aunque esté calentito en su habitación.  En su monitor se suceden infinidad de números verdes fluorescentes hasta que le aparece el mensaje: “acceso permitido”. Accede a la base de datos de la universidad y cambia sus calificaciones. Bien.. pues nada más lejos de la realidad.

Los asaltos a centros educativos no son algo anecdótico obra de un francotirador del ciberespacio. Forman parte de un bombardeo a muchos sectores. Sin embargo, cuando una “bomba” , en forma de email pernicioso, revienta en una organización educativa, la explosión es en cadena por el alto número de usuarios a los que alcanza. Además la educación tiene una gran superficie de exposición a los ataques por  su gran interconexión para recibir clases online o por su número de redes wifi públicas.

Los estudios son diversos pero coinciden. El de Ciberamenazas 2021 de SonicWall, una empresa de seguridad informática con más de 1,1 millones de sensores repartidos por 215 países, señala que los ataques a gobiernos se han multiplicado por nueve, al sector educativo y sanidad prácticamente por seis. Otro estudios también de empresas de ciberseguridad como SecurityHQ o Check Point Research (CPR)  coinciden en que la educación está entre los tres sectores más ciberatacados. 

¿ El objetivo  es la educación?

Presentar a Marta Beltrán es difícil o bien porque  su currículum es muy largo:  ingeniería electrónica, licenciada en Físicas, doctora en Informática, etc. o porque estudia sobre áreas poco comunes para el resto de los mortales: “sistemas distributivos, seguridad en Cloud, Edge, gestión de identidades y accesos, etc.”  Pero es de las más adecuada para hablar de  ciberataques a centros educativos: es profesora y coordina el Grado en Ingeniería de la Ciberseguridad en la Universidad Rey Juan Carlos.

 


LA EDUCACIÓN TIENE UNA GRAN EXPOSICIÓN A LOS ATAQUES POR SU INTERCONEXIÓN PARA RECIBIR CLASES ‘ONLINE’ O POR SU NÚMERO DE REDES WIFI PÚBLICAS

 

“Los ataques no se dan porque los piratas tengan especial manía  a la educación sino por su alto grado de digitalización”. ¿Por qué hay tan pocos ataques en la administración de justicia? “Porque todavía siguen con papel. En cambio, en la universidad hay miles de alumnos  conectados, sobre todo después de la pandemia que nos trasladó completamente al mundo digital. Por probabilidad hay más posibilidades de éxito. Basta que un profesor/alumno se infecte de un virus y, si no hay la seguridad suficiente, caigan miles” , señala.

“Tenemos tus datos”

La mayor parte de los ataques son ransomware o “secuestro de datos”. Se trata de un software malicioso que cifra todos los archivos y piden un rescate a cambio de descifrárselo para que pueda volver  a trabajar. Pero todo puede ir a peor, como señala Beltrán: “desde hace medio año a este chantaje se suma otro: si no pagan filtrarán todos los datos en internet”.

Es decir, aumentan la tensión en la víctima. Por un lado, por no poder trabajar al  bloquear  miles de historiales académicos, clases…y por otro, la fuga de datos supone un daño reputacional grave. Lo primero, se puede resolver si se han hecho copias de seguridad de los archivos.  Pero en la fuga de datos no hay subsanación posible y es denunciable por alumnos o pacientes, si es un hospital.  En España hay obligación de notificar una brecha se seguridad con fuga de datos personales antes de 72 horas a la Agencia Española de Protección de Datos. A continuación se le hace un examen  para cerciorarse de que tenía las medidas adecuadas para proteger los datos según la ley (Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) 2016/679 y Directiva (UE) 2016/1148). A partir de ahí,   si concluyen que esa brecha de seguridad era inevitable no habría sanción pero si se descubre que no se tomaron las medidas adecuadas se multaría. Ahora bien, si no hay fuga de datos privados no hay obligación para una empresa privada de comunicar un ciberataque, por lo que muchos de estos no nos enteramos. 

 ¿Pagar el chantaje?

Hay algo que no cuadra. Una institución pública no puede pagar un chantaje a un delincuente  entonces: ¿qué sentido tiene atacar a una organización educativa si saben que no conseguirán dinero? Beltrán lanza tres claves :

Primero, porque el ataque se lanzó  de forma indiscriminada. Por ejemplo, en una campaña de  tres millones de correos fraudulentos es muy probable que uno de ellos acabe en una cuenta de un alumno o profesor porque son miles. Con que uno de ellos funcione puede contaminar al resto.  No es un ataque dirigido, fue probabilidad.

Segundo, el criminal que puede estar en un lejano país no sabe que la mayoría de universidades en España son públicas y que no pagarán. Pero lo lanza creyendo que se pueden comportar como una privada, como son la mayoría en EE.UU, que son autónomas para pagar o no un rescate.

Tercero, esta vez sí, el criminal busca el ataque concreto contra una universidad que sabe que no pagará por el rescate de sus datos. Pero lo comete para conseguir prestigio o también por interés político o estratégico para dañar la imagen de una universidad reconocida, por ejemplo.

 


EN ESPAÑA HAY OBLIGACIÓN DE NOTIFICAR UNA BRECHA DE SEGURIDAD CON FUGA DE DATOS PERSONALES ANTES DE 72 HORAS A LA AGENCIA ESPAÑOLA DE PROTECCIÓN DE DATOS

 

El ciberataque a la Autónoma

Fue el último y más importante contra una institución educativa en España. Ocurrió el 11 de octubre y aún tres meses después se notan sus efectos. Nos enteramos del ataque por los propios usuarios.  Anuló 1.200 servidores, 10.000 ordenadores y afectó a más de 50.000 usuarios entre alumnos y empleados. El tipo de ataque fue un  ransomware que encriptó los datos y solicitaba dinero para volver a hacerlos accesibles. La UAB ha negado pagar el rescate. Sin embargo, ha tenido que recibir una ayuda de casi 4 millones de euros para volver a la normalidad y garantizar su seguridad.  Si este es solo el coste para una universidad, a nivel mundial es difícil  imaginar el de todos ellos. Aún así, algunos medios especializados como  “Cybersecurity Ventures” señalan que el coste de todos los ciberataques en el mundo, no solo educación, es de cinco billones de euros.

 Sin embargo, pese a que la educación recibe muchos asaltos informáticos, Luis Blanco, jefe de tecnologías de la Información de la Universidad de Comillas, que apuesta fuerte por la seguridad, apunta a que  “de las 72 universidades, diría que un 50% está preocupado por la seguridad y tomando medidas, y el otro 50% está expectante a ver qué hace el resto”. Es decir, parece que se hace más bien poco. De hecho, no hay medidas estandarizadas entre universidades,  cada una se protege como quiere o puede.  Ahora bien, su título no corre peligro. Lo habitual es que el acceso a la información más importante (titulaciones, expedientes, etc.) tenga doble autentificación y cuentan con hasta cuádruple copia de seguridad. Pero como siempre la seguridad no existe al 100% . Por si acaso, no quite el diploma que tiene colgado.

AQUÍ HAY TRABAJO (Y MUCHO)

El mayor problema de las redes es la falta de profesionales bien formados. Así, según los datos de noviembre de 2021 del INCIBE (Instituto Nacional de Ciberseguridad) en Europa no se cubren 168.000 puestos en ciberseguridad, cifra que asciende a 3,1 millones a nivel mundial. Antes de dejar corriendo la revista y apuntarse a un curso. En esta dirección… tiene los centros reglados. 

¿Somos una potencia en ciberseguridad?

España tiene varios organismos que se encargan de la seguridad digital: el Consejo Nacional de Ciberseguridad, el Foro Nacional de Ciberseguridad, el Centro Criptológico Nacional , el Instituto Nacional de Ciberseguridad (Incibe), etc. Además, somos el cuarto país más ciberseguro según el Global Cibersecurity Index de 2020, el principal informe sobre ciberseguridad internacional de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), organismo dependiente de Nacionales Unidas. Sin embargo, nuestro país quedó fuera de la reunión virtual que convocó EE.UU. en octubre y que reunió a 30 naciones para coordinarse frente a los ciberataques.  Nos dejaron fuera como a Rusia, y eso que en nuestro país no hay hackers organizados.

Suspenso en protección

Eduardo Brenes (en Twitter @BrenesEdu) es jefe de la división ibérica de Sonic Wall, empresa estadounidense de ciberseguridad.  Viendo los fallos que han detectado en el sector educativo es fácil el remedio: hacer lo contrario. Según sus datos el 63% de las escuelas no revisan los permisos de forma regular; el 22% no sabe cómo se otorgan los derechos de acceso e incluso el 24% otorgó acceso directo a toda solicitud.  Sólo el 18% de las instituciones educativas tiene un profesional de ciberseguridad dedicado a tiempo completo.

Internet también contamina

LA @

INTERNET
TAMBIÉN
CONTAMINA

Que no salga humo no significa que no contamine. Lo que sucede es que la “chimenea” está lejos de su casa, concretamente allí donde están los servidores que albergan el contenido. Se calcula que el sector de las tecnologías de la información produce el 2,5% de CO2 de las emisiones mundiales, superior al de la aviación comercial con un 2%.
GABRIEL CRUZ

@Gabrielcruztv

Calculadoras de carbono.

Para saber cuál es la huella que deja desde nuestra empresa a una explotación agrícola e incluso un ayuntamiento, el Ministerio de Transición Ecológica dispone de una calculadora. Otras empresas privadas también lo hacen y a cambio piden aportaciones para sus proyectos de reforestación con el fin de neutralizar esa huella de carbono.

¿Cuándo fue la última vez que consultó una palabra en un diccionario de papel?

No se trata de regresar a tiempos pretéritos. Contamina menos una videoconferencia que viajar todos sus participantes a un lugar común. Incluso conocí a un dirigente ecologista que estaba en contra de los vehículos eléctricos porque las micropartículas de los neumáticos contaminaban (¿pensaría moverse a caballo?). En cualquier caso, se trata de ser conscientes de que también internet contamina para poner soluciones. 

Un dato muy extendido y muy gráfico lo calculó Rabih Bashroush, profesor de infraestructuras digitales de la escuela de la Universidad Este de Londres. Según este ingeniero los cinco mil millones de veces que se reprodujo por internet el video musical de la canción Despacito, el éxito de 2017, consumió 250.000 toneladas de dióxido de carbono en solo un año. Es el equivalente a lo que consumieron Chad, Guinea-Bissau, Somalia y Sierra Leona.

Netflix reconoce que ver una hora en España provoca una emisión de 55 gramos de CO2, como si hiciera cuatro bolsas de palomitas en un microondas. A esto se suman la ingente producción de redes sociales (Tik Tok, etc. ) que generan contenidos sin parar. 

Nubes negras

Billones de archivos o cientos de miles de películas, a los que se conecta a través de internet, están en un lugar físico. Son los servidores conocidos como la “nube”. Aunque su nombre evoque algo etéreo y neutro consume una gran electricidad. Nosotros visitamos una en Alcobendas (Madrid). Para empezar, no son blancas sino enormes pasillos negros llenos de discos duros funcionando sin parar. Hay mucho ruido de los ventiladores del sistema de refrigeración que evitan que los discos duros colapsen por el propio calor que generan en su funcionamiento. Consumen tanta energía, que en caso de corte de suministro funcionarían generadores de barco para abastecerles de electricidad.  Sobre esto tenemos un claro ejemplo de ese interés del que hablábamos al principio por buscar soluciones: el proyecto Natlick de Microsoft, que ha comprobado que sumergiendo sus centros de datos en el mar del Norte en Escocia se reduciría al máximo su consumo de energía para refrigerarlos.

 


Un estudio de la Universidad de Cambridge calculó que la red Bitcoin consume anualmente la misma energía que Noruega

 

Todo deja huella

Si bien las estadísticas son dispares, coinciden en que el consumo energético de internet genera más contaminación que la aviación mundial, ya que algunos expertos incluyen la contaminación que provoca la extracción de minerales para componentes, su fabricación y transporte.  Es decir, aunque no nos conectemos ya se ha creado una huella ecológica. Así, hay cálculos que apuntan a que para que un ebook sea más “ecológico” que un libro de papel tendríamos que leer 33 obras digitales de 360 páginas cada una.  Otros cómputos aseguran que un correo electrónico de una lectura de un minuto equivale a unos 3 gramos de CO2 si lo enviamos por el móvil, pero si es por el ordenador, que consume más, supondría 5 gramos.

Aunque lo que de verdad llama la atención es el caso de las criptomonedas, lo que para algunos es una estafa piramidal para otros es una oportunidad de especulación basada en la minería de datos. Es decir, en tener miles de ordenadores trabajando sin descanso para descifrar los códigos en los que se basa el sistema. El 70% de estas granjas se encuentran en China, otra cruz más para el país más contaminante del mundo. Un estudio de la Universidad de Cambridge calculó que la red Bitcoin consume anualmente la misma energía que Noruega. El consumo anual de electricidad usado en la extracción de monedas digitales es de alrededor de 66 Terabatio hora TWh por año, una cuarta parte del consumo anual de España. A esto súmele productos de lo más variados. Por ejemplo, el arte criptográfico o NFT que hace único a través de un código un video o foto digital del que en realidad se pueden hacer copias. La desconfianza es la misma que con las criptomonedas, pero da igual, genera dinero que es lo importante.

Lo que está claro es que conforme aumentan los beneficios de una empresa digital crece su huella ecológica. Greenpeace en su informe sobre contaminación en internet (Clicking  Clean 2017, aún no ha publicado uno más actualizado) señala que Amazon  solo usaba un 17% de energía renovable, Youtube un 54% y Facebook un 60% .

Ahora surgen empresas certificadoras especializadas en otorgar sellos de neutralidad de carbono a páginas web. Lo entregan a cambio de invertir en proyectos de deforestación en los que por ejemplo se entrega 9,75 euros por cada tonelada de dióxido de carbono producida. Lo que nos llama la atención es que al pinchar en algunos de esos certificados descubrimos que las entidades que lo otorgan son empresas de marketing y comunicación. Todo es negocio. 

Nomofobia: no sin mi móvil

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Nomofobia: no sin mi móvil

Para comprobar si está “enganchado” a su smartphone es necesario ser sincero. ¿Tiene insomnio? ¿Ansiedad y estrés inexplicable? ¿Se vuelve violento si se lo quitan? ¿Padece un vacío permanente cuando no lo tiene? Si suma muchos síes, en este reportaje sabrá lo que le sucede. O podrá orientar a alguien de su entorno. Porque según las estadísticas es una de las adicciones actuales más frecuentes.

GABRIEL CRUZ

Fue en 2004 cuando hice el reportaje. Entonces me tomaron por alarmista, y al psiquiatra que entrevisté, Blas Bombín, de Valladolid, de exagerado. Apenas quince años después la “adicción al móvil” es habitual en la prensa, incluso hay clínicas psicológicas especialistas en su desintoxicación. El trastorno tiene denominación propia: nomofobia, la abreviatura, en inglés, de “no-mobile-phone phobia”. Es decir, miedo a quedarse sin móvil, desconectado.

Se da una confusión al convertir en sinónimos la nomofobia (miedo a quedarse sin teléfono) con la adicción al móvil (estar constantemente con él). Hay un tercer trastorno unido a estos dispositivos, la textaphrenia: la ansiedad de pensar que ha llegado un mensaje cuando no es así o las “vibraciones fantasmas”, la sensación de que su teléfono le envía una notificación cuando no lo hace.

El caso es que por su cercanía conceptual la nomofobia está absorbiendo el significado de adicción al móvil. Y ¿en qué consiste este problema? En el fondo hablamos de adicción a las redes sociales; el móvil es solo su vía de consumo. Un alcohólico no es adicto a la botella sino al alcohol que contiene.

Hay varias estadísticas sobre el tema. La consultora Ditrentia, extrapolando datos, señala que hay 7,6 millones de españoles que se consideran “adictos” al móvil y que “los españoles pasan 5 horas y 14 minutos diarios conectados a internet”. La ONG Protégeles señala que el 21% de los adolescentes españoles es adicto a la Red, casi el doble que la media europea. Entre tanto dato, quizá el estudio más concluyente sea el de Ana León y Mónica Gutiérrez, de la Universidad de Internacional de La Rioja. En 2020 analizaron los 108 estudios científicos publicados desde 2010 a 2019 sobre el tema. Su dictamen muestra la disparidad de conclusiones: las personas en riesgo de nomofobia podrían variar desde el 13% hasta el 79% y los que la padecen entre un 6% y 73%. Es decir, casi 60 puntos de diferencia según cada estudio. Al menos, encontraron un punto en común entre todos ellos, y es que las mujeres y los jóvenes tienen mayor riesgo a padecer ese miedo irracional a separarse del móvil.

Una adicción como cualquier otra. Algunos psicólogos creen que no deberíamos hablar de adicción a las redes sociales en los mismos términos que a las drogas o el juego. Aunque la mayoría los equipara. De hecho, un estudio de la Universidad Estatal de San Francisco (EE. UU.) publicado en la revista NeuroRegulation aseguraba que la adicción al móvil generaba las mismas desviaciones en las conexiones neuronales que los opiáceos. Su abstinencia también genera comportamiento agresivo. El popular juez de menores Emilio Calatayud, de Granada, ahonda en esta idea: “nos traen a los chicos porque han agredido a los padres, pero en cuanto se escarba un poco aparece la adicción a los móviles y las tabletas.”

Blas Bombín, psiquiatra, señala que el tratamiento de los adictos a las redes sociales es muy parecido al de cualquier otra sustancia. Su colega Marian Rojas Estapé lo corrobora: “se les trata con fármacos semejantes a los adictos a la cocaína”. Pero, ¿cómo es posible llegar a esa situación? “Somos adictos a sensaciones y la sensación más placentera es la de sentirse querido. Así que cada vez que hay un like o una notificación en el teléfono, se genera un chispazo en nuestro cerebro de dopamina, la hormona del placer”. Los adolescentes y niños al no tener desarrollado aún el lóbulo frontal, que es el encargado de dominar los impulsos, son los que tienen más riesgo de quedarse enganchados. Y es que esta droga sin sustancia destroza vidas. Bombín me narra el caso de un muchacho de 22 años que además de destrozar a su familia cayó en otras drogas y se acabó suicidando.

¿Y cómo conseguir tener una buena relación con su móvil? Piense que un buen trabajo es reconocido sin necesidad de que tuiteen sobre él. Elimine aplicaciones (como nos confesó una joven bachiller: “quité Instagram porque me daba ansiedad”), marque un momento del día para acceder a las redes sociales por un tiempo determinado y realice pequeñas salidas sin móvil. Verá como no se ha perdido absolutamente nada.

¿Y en Twitter qué dicen?

Si quiere información de última hora en Twitter, no busque por adictos al móvil, muchas son cuentas vacías. Mejor busque #nomofobia. Verá multitud de tweets relacionados con el tema, muchos de ellos, de psicólogos. Por ejemplo, este profesor universitario @joaquinmgc nos advierte de cuándo tenemos un problema.

 «¿Tu relación con el teléfono móvil incluye esto?

  • ansiedad
  • nerviosismo
  • usar el móvil en reuniones de amigos
  • tener siempre cerca el móvil
  • sentirse mal cuando no lo llevas
  • justificar el uso excesivo del móvil

Empieza a preocuparte. Son indicadores de #nomofobia»

 Por otro lado, esta pedagoga @NuVallejo nos recomienda:

  1. Apaga el móvil por las noches
  2. Elimina notificaciones de redes sociales
  3. Aleja el móvil cuando estés concentrado en otra tarea
  4. Planifica espacios y salidas sin el móvil

Las ventajas de las videollamadas son indiscutibles. Ahorran desplazamientos y suponen un balón de oxígeno para el medioambiente

«Metaverso»: vivir en otro mundo sin salir de este

LA @

'Metaverso'. Vivir en otro mundo sin salir de este

¿Qué tal esquiar en los Alpes, escalar acompañado de Spiderman, jugar al fútbol con su equipo preferido o seducir a la mayor estrella de Hollywood? No le diremos eso de que “deje volar su imaginación”. Hasta eso nos parece cansado. Simplemente, póngase sus dispositivos de realidad virtual y sea lo que quiera en el metaverso: el nuevo mundo digital. También puede ser más prudente respetar las leyes físicas del mundo real y ensayar su último producto. Habrá entrado en el omniverso. Eso sí, ambos se ven, pero no se tocan.

GABRIEL CRUZ

Quizá la introducción le haya parecido exagerada pero casi todo es posible cuando hay dinero de por medio, y aquí lo hay. Las empresas más potentes del planeta como la red social Facebook o el mayor fabricante de procesadores Nvidia aseguran que invertirán cientos de millones de dólares en el mundo virtual paralelo. Facebook tiene su propia división de realidad virtual “Reality Labs” y está dispuesto a contratar a unas diez mil personas en Europa para desarrollar su metaverso. Gigantes de videojuegos como Epic Games gastarán mil millones de dólares en crear su universo virtual. Los gigantes tecnológicos chinos son los últimos que también se unen a la iniciativa.

Un espacio virtual. Básicamente, el metaverso es un espacio virtual donde se puede interaccionar con otras personas que también han creado su personaje, denominados avatares. ¿Que quiere ser alto y guapo? pues con unas plantillas que le proporciona la plataforma ya lo es. ¿Prefiere ser una jirafa con alas? pues lo mismo. Unas gafas de realidad virtual y unos mandos en las manos ayudan a crear la sensación inmersiva. Pero podría ir a más: en el mercado hay trajes como el tesla suit que transmite a través de sus 128 conexiones sensaciones como frío o calor, incluso hace sentir el impacto de un disparo, pero sin ese mismo dolor, claro.

La realidad virtual ha dado un paso más. Pasamos de interaccionar con una máquina a hacerlo con una multitud de personas. Es como si fuera una red social, pero con una sensación mucho más real. Tanto que en algunos metaversos, por ejemplo Roblox, se han creado clubes de striptease. No se asuste, las imágenes son bastante pobres, con un aspecto de jugadores de Lego. Todavía quedan años para que se mejore la tecnología. Aun así, varios metaversos están funcionando: Decentraland, Cryptovoxels, Somnium Space, Axie Infinity, Webaverse o Earth 2.

Además del mundo virtual lúdico, Facebook se ha decantado por una versión más productiva y ha creado Horizon Workrooms para reuniones de trabajo. Cada participante crea su réplica virtual para reuniones. A primera vista, se abren tantas opciones como tenía internet en sus comienzos. De hecho, Mark Zuckerberg, presidente de Facebook, está convencido de que se convertirá en el nuevo internet.

Quizá todo esto les recuerde a esa red social de hace varios años: ‘Second Life’ una especie de videojuego en línea que cayó en desuso… La pregunta es inevitable: ¿Está la industria tecnológica volviendo a vender humo con el metaverso? ¿Se acuerdan de la burbuja de las puntocom? Un dato para recordar: en el año 2000, Telefónica pagó 9.768 millones de euros por el buscador Lycos. Cuatro años después vendió la mayor parte de la empresa por 73 millones. Es decir, el 0,75% del precio por lo que la compró. Para algunos, el problema que tuvo Second Life fue llegar demasiado pronto a un mercado inmaduro. Faltaban avances tecnológicos como los que ahora proporcionan los equipos de realidad virtual.

Cesar Córcoles, profesor de estudios de informática de la Universidad Oberta de Catalunya, cree que se trata de una apuesta arriesgada. “Nada nos asegura que en cinco años esto sea la forma natural de comunicarnos. Es una opción. Pero lo que para nosotros es una inversión enorme, para un gigante como ellos no lo es tanto. Veo complicado que esto sea nuestra forma de interactuar. Triunfará cuando la mayoría de gente decida pasar más tiempo con unas gafas virtuales que fuera de ellas. Pero ahora no creo que la sociedad acepte vivir con un casco delante de los ojos”. Algunas fuentes señalan que actualmente son un millón los participantes activos en los diversos metaversos.

Cesar Córcoles apunta a que en el futuro seguramente “serán más millones los que pasen de un videojuego en línea a un metaverso, pero no es nada comparado con los millones de personas que tienen internet, usan móviles o abren cuentas en el propio Facebook”.

El metaverso de las empresas. 6+De todos los universos que existen, uno podría, aparentemente, tener más proyección. Es el que está orientado al mundo empresarial, como omniverse, creado por Nvidia, el fabricante más importante de microprocesadores. Aquí no se puede ser una jirafa que vuela; no queda más remedio que respetar las leyes de la física que rigen el mundo real.

Su objeto es crear un gemelo digital de nuestra fábrica para poder probar todas las modificaciones que queramos implantar (pero sin romper nada, que para eso es virtual).  El secreto está en una buena recogida de datos mediante sensores. Así se recrea una fábrica virtual idéntica a la original. Con las mismas limitaciones.

Según Nvidia, varias empresas se han lanzado a hacer sus ensayos en su metaverso. Por ejemplo, BMW prueba si sus canales de producción pueden ser más eficientes. Pero omniverso va más allá de una fábrica: Ericsson, la multinacional de telecomunicaciones, quiere ensayar sus equipos de telecomunicaciones en ciudades virtuales, y el estudio de arquitectura Foster simula el comportamiento de sus futuras construcciones. A primera vista, las ventajas parecen claras. La contrapartida está en el esfuerzo de trasladar detalladamente el comportamiento del mundo real al virtual para que estos ensayos sean lo más realistas posibles.

Cuidado con el 'metaverso' que visita

En algunos de estos universos paralelos se proponen negocios que a los más escépticos les pueden parecer un absurdo que, incluso, rozan la estafa piramidal. Casos polémicos son los de Earth 2 o Decentreland, donde se ponen a la venta parcelas de terrenos virtuales que se pagan en criptomonedas. Luego puede venderlos a terceros e intentar sacar un margen de beneficio. Parece raro pero así funciona el mercado. Si para alguien algo tiene valor y lo quiere comprar, hay negocio. Un ejemplo: se están creando mundos virtuales en los que el avatar es un jardinero y hay que estar pendiente de regar las plantas.

Y es que lo que para algunos puede ser una pérdida de tiempo, para otros es un gran negocio. De hecho, en el mundo real se puede invertir en los negocios de metaverso a través de un fondo cotizado en la Bolsa de Nueva York, el “Roundhill META ETF”. A finales de octubre, el valor de todas sus acciones era de 121 millones de dólares.

El origen del metaverso

La primera idea de metaverso o universo paralelo digital se lanzó en la novela Snow Crash de Neal Stephenson de 1992, que se convirtió en superventas.  Ambientada en Los Ángeles de principios del siglo XXI, narra la historia de un joven repartidor de pizzas que vive en una realidad paralela a través de su avatar, su otro yo virtual.

Horizon Workrooms

Es un paso más en las videoconferencias para ser más inmersivas. Cada participante crea su réplica virtual o avatar. Es aconsejable contar con un equipo de realidad virtual (gafas y puños). Como no podía ser de otra forma, Facebook fabrica las suyas: oculus quest, con un precio alrededor de los 400 euros. Los que no tengan equipo pueden participar, pero aparecerán en una pantalla plana dentro del universo, como en una videoconferencia tradicional. El sonido de reverberación da la sensación de estar delante de la persona.

«La metatrampa del metaverso», por Esther Paniagua

LA @

 
ESTHER PANIAGUA, 

periodista y autora especializada en tecnología

 

La metatrampa del metaverso

www.estherpaniagua.com

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El metaverso. La idea mágica de caminar por el ciberespacio sin barreras. De experimentarlo con nuestro cuerpo: del clic a la integración del movimiento, la voz, la mirada y los gestos. Un entorno donde ya no media la pantalla, sino un visor y unos sensores que nos sumergen en una reproducción digital en 3D del mundo físico, y de cualesquiera otros mundos por imaginar.

El metaverso, multiverso, omniverso o como lo quieran llamar, es un planeta virtual con sus tiendas, bancos, cines, escuelas y parques de atracciones y de entretenimiento. Un lugar donde trabajar, crear, reunirse, socializar, jugar, bailar, viajar… pero, sobre todo, un lugar donde consumir y donde comprar. Todo ello sin moverse del sofá. Un nuevo reino de reinos en el que múltiples corporaciones (Facebook o Meta, Nvidia, Microsoft, Epic Games, Google, Apple, Fortnite…) compiten por reinar.

Ninguna de ellas construirá por sí sola el metaverso, o al menos no uno que funcione como tal. En un entorno digital amurallado no puede haber libre movimiento, que es condición necesaria para una experiencia de inmersión real sin fricciones. Un entorno digital hipercentralizado como el actual no es terreno para ese universo, por lo que al menos en sus comienzos será un campo abierto.

Sin embargo, por lo que sabemos y por cómo hemos visto actuar a las empresas que dominan el espacio digital, es esperable que quieran afianzar su dominio cerrando ese espacio, una vez el metaverso sea un entorno consolidado. A ello aspiran: a ser los dueños de la galaxia digital. O, al menos, de uno de los planetas de ese universo del más allá virtual. La gran oportunidad de convertirse en poder supremo. El sueño totalitario.

Es también el sueño de la eficiencia. Por una parte, en el ámbito industrial y corporativo, con la generación virtual de réplicas de los productos y componentes antes de crearlos, y la posibilidad de hacer seguimiento y predicciones. Son los ‘gemelos digitales’, que pueden ayudar a las organizaciones a simular escenarios que requerirían mucho tiempo o serían caros de probar en entornos físicos. Y también -dicen- ahorrar mucho dinero y CO2.

Por otra parte, conecta con el anhelo humano de la inmortalidad. Como dice Sara Lumbreras en Respuestas al transhumanismo, la virtualización de la vida representa la eficiencia frente a un cuerpo biológico que requiere sustento. El metaverso confina la existencia humana a una representación, aunque de momento sin desaparecer los límites biológicos. Si algún día se lograse descargar nuestro cerebro en un sustrato digital, como intentan transhumanistas como Elonk Musk, toda nuestra ‘vida’ sucedería dentro de una simulación. ¿Es eso lo que queremos?

Incluso sin llegar a ese extremo, con una versión más rudimentaria del metaverso, existe el riesgo de que este resulte tan atractivo que las personas quieran trasladar la totalidad de sus vidas a ese mundo virtual. ¿Qué supondría eso para la humanidad? ¿Cómo afectaría al desarrollo de los niños?

Poco importa eso al puñado de empresas de Silicon Valley que se han propuesto presentar el metaverso como algo inevitable y asociado al progreso: «la tercera generación de internet». El metaverso -dicen- «va a ser la revolución más grande en plataformas informáticas que el mundo haya visto: más que la revolución móvil y que la revolución web». Algo que seguirán repitiendo hasta la saciedad para generar un entorno favorable al desarrollo de ese universo virtual tan conveniente para sus negocios.

Por supuesto, en ese mundo no solo seguirán presentes todos los problemas asociados a nuestras vidas conectadas, sino que muchos de ellos, como el de la adicción a internet, se exacerbarán. «El metaverso es una pesadilla distópica», dice John Hanke, fundador y director general de Niantic (la empresa creadora de Pokémon GO).

Las violaciones sistemáticas de la privacidad y los derechos humanos continuarán y se agravarán. Los ciberataques aumentarán (desde avatares pirateados hasta estafadores que suplanten otras identidades mediante tecnologías de falsificación hiperrealista o deepfakes). Los ciberdelincuentes aprovecharán las vulnerabilidades de esos mundos emergentes, y se requerirán nuevas tecnologías y protocolos para tratar de hacerles frente.

Muchos problemas de la digitalización y de la automatización vienen de que estamos trasladando a lo digital las mismas estructuras y procesos que sabemos que no funcionan, en lugar de aprovechar para repensarlos: para desburocratizar, para mejorar los servicios públicos y privados, para facilitar la participación democrática y el acceso.

En lugar de pensar en llevar el mundo virtual que conocemos a un siguiente nivel, reproduciendo y perpetuando sus lacras, debemos centrarnos en arreglarlo primero: en hacer que funcione para todo el mundo, en construir espacios democráticos, cívicos y saludables basados en el respeto a los derechos humanos.

Si queremos apostar por ese mundo virtual y que funcione para todo el mundo, ha de ser con reglas dirigidas a evitar que unas pocas grandes empresas centralicen el sistema -como ha pasado hasta ahora con los recursos de internet- y que basen su modelo de negocio en la extracción y explotación de nuestros datos más íntimos.

Para eso necesitamos reglas claras y valores guía que nos ayuden a no perder el rumbo en la construcción de esos mundos. Pero hay un paso previo: pensar si realmente queremos desarrollarlos y si estaríamos dispuestos a vivir en ellos. De momento, el metaverso es una broma, una diversión mediática sobre algo que está por venir. Pero mañana, sin darnos cuenta, puede convertirse en una realidad de la que queramos huir.