Herederos de Neptuno

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Herederos de Neptuno

Es de común conocimiento que en el mar se pesca, que sobre sus aguas hay plataformas petrolíferas o eólicas, que sirve de vía de comunicación para grandes transportes y es zona de recreo para los cruceros turísticos; que es lugar en el que tender cables para comunicarnos entre continentes, buscar tesoros, explorar profundidades, sobrevolar su superficie, indagar en varias ramas de la ciencia o disfrutar de la paz de un crepúsculo en una tarde tranquila; que, en fin, es el centro sobre el que pivota toda la compleja industria turística de una zona costera. Hay quien ve en todo esto trabajo, investigación, futuro, descanso… Y hay quien ve dinero: cerca de 1,6 billones de euros anuales, para ser más concretos.

MELCHOR DEL VALLE

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Melchor del Valle

Por poner en contexto esto de la explotación oceánica, convendría recordar que existe la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (entró en vigor en 1994), que organiza, de alguna manera, quiénes y cómo podemos explotar el mar para nuestros distintos intereses. Esta normativa, que muchos consideran de las más importantes del siglo XX (aunque países como Israel, Estados Unidos o Venezuela no la hayan firmado), define zonas donde se establecen distintos derechos de, digamos, ‘propiedad’.

Zonas marítimas. Según dicha convención se tienen en cuenta cuatro zonas: el mar territorial, constituido por las 12 millas marinas (22,2 Km) de ancho a partir de la línea costera de cualquier país o estado que esté bañado por el mar; la zona contigua, que son 25 millas (46,3 Km) más contadas desde donde finaliza el mar territorial; la zona económica exclusiva, que añade un máximo de 200 millas (370,4 Km) a la anterior, y, finalmente, alta mar. Donde no hay espacio, por proximidad territorial, para esos límites, los Estados trazan una línea media divisoria. En España tenemos un ejemplo del que se habla con frecuencia: las aguas territoriales de Gibraltar y las nuestras. Imagine el lector, a la vista de este ejemplo, la cantidad de ‘medianas’ que hay por el mundo y la cantidad de discusiones por saber a quién pertenece el mar circundante.

Porque, desde el punto de vista de eso que llamamos ‘propiedad’, el país o estado correspondiente tiene la exclusiva de los derechos de explotación del mar territorial y está sometido a sus leyes. La zona contigua también está sujeta a las leyes del país con cuyo mar territorial delimita, aunque no queden definidos per se los derechos de explotación, que son similares a los de la zona litoral. En la zona económica exclusiva, el país o Estado poseedor tiene soberanía sobre esas 200 millas y toda la capacidad de explotación, incluso puede vender esos derechos. Alta mar, que también conocemos como aguas internacionales, es de todos y todos tenemos derecho de explotación, incluyendo los países no costeros. Una última cosa, en este resumen, para intentar no dejar detalles al margen de los que también hacen caja: sobrevolar aguas que no sean internacionales no es gratis.

Economía oceánica. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha definido la economía oceánica -algunos lo llaman más poéticamente ‘economía azul’- como “la suma de las actividades económicas de las industrias oceánicas, y los activos, bienes y servicios de los ecosistemas marinos”. De aquí salen esos 1,6 billones de euros anuales que decíamos al principio. Las proyecciones económicas muestran que este sector ‘azul’ crecerá más rápido que la economía mundial hasta 2030, lo que ha alertado a quienes se preocupan por el futuro del planeta, porque “ver el océano como un motor para el crecimiento económico futuro puede entrar en conflicto con las dimensiones sociales y ambientales de los objetivos de uso sostenible de los océanos, acordados a lo largo de décadas en compromisos y tratados internacionales”. La frase es del estudio El Océano 100: Empresas transnacionales en la economía oceánica realizado por las universidades Duke (EE.UU.) y de Uppsala (Suecia) con el Centro de la Resiliencia de Estocolmo, con datos de 2018 y publicado en la revista Science Advances de enero de 2021.

El estudio es un alegato a los riesgos de sobreexplotación y contaminación marina, pero lo que más sorprende es quiénes manejan esas cifras astronómicas en torno a los océanos: las 100 principales empresas del sector generan el 60 % de los ingresos ‘azules’ totales; es decir, en torno a un billón de euros. Esas empresas se dedican a la energía petrolera y gasística (las famosas plataformas), el transporte marítimo, la construcción y reparación naval, el equipamiento marítimo y la construcción, la industria pesquera a gran escala, el turismo de cruceros, las actividades portuarias y la eólica marina, aunque esta última solo representa un ‘pico’.

Los ‘jefes’. Ya se imaginan que la industria de todas ellas con mayores ingresos es la del petróleo y gas, que se lleva casi dos terceras partes (65 %) de la ‘tarta’ de los 100 grandes. De hecho, nueve de las diez primeras son de ese segmento, con una líder indiscutible de las 49 reseñadas, que es la saudí Aramco. La no petrolera del top 10 es la danesa A.P. Møller-Mærsk, dedicada al transporte marítimo. Para encontrar una industria que no sea de los tipos anteriormente mencionados tenemos que ir hasta el puesto 19, ocupado por el operador de cruceros británico-estadounidense Carnival Corporation & plc.

A partir del puesto 22 empieza a haber mayor variedad de segmentos, de los citados líneas más arriba, aunque no aparece la industria pesquera hasta el puesto 37, con la japonesa Maruha Nichiro. La única representante de la eólica marina, a la que hacíamos referencia, está en el nada desdeñable puesto 59. Se trata de la también danesa Ørsted, en cuya se web indica que “está clasificada como la mayor empresa de energía sostenible del mundo durante tres años consecutivos”. Un punto a favor entre generar ingresos y proteger el planeta.

Toque de atención. El Océano 100: Empresas transnacionales en la economía oceánica, no solo alerta, como antes indicábamos, sobre los riesgos de crecimiento incontrolado de la economía oceánica, sino que da pistas para que entre todos presionemos a los gobiernos, poniendo sobre el tapete que las arcas públicas de los Estados donde hay actividad petrolera y gasística, por ejemplo, reciben el 41 % de los ingresos que genera esta industria. También recuerdan a los medios financieros, dado que más del 60 % de esas cien principales están en Bolsa, que vivimos tiempos en los que los inversores miran con lupa el parámetro conocido internacionalmente como responsabilidad ESG: Environmental, Social y Governance (medioambiental, social y de gobierno corporativo).

Entre tanta cifra, en fin, quizás pase inadvertida una parte del informe en la que se hace referencia a que se han basado en la lista de industrias oceánicas que establece la OCDE, pero que son conscientes de que esta no es exhaustiva “debido a las limitaciones de datos, por ejemplo, al no incluir la pesca de captura a pequeña escala, las industrias emergentes como la biotecnología marina o la minería de fondos marinos, y los servicios ecosistémicos para los que los mercados aún no existen […]. Además, la industria del turismo marítimo y costero tuvo que limitarse a la industria del turismo de cruceros, debido a la falta de datos mundiales sobre la porción de la producción de otras empresas relacionadas con el turismo vinculada al océano”.

Más allá del ‘Top 100’

La industria de la generación eólica marina, que supone unos 31.170 millones de euros, solo tiene una empresa entre las cien primeras de la economía oceánica: la empresa pública danesa Ørsted. Pero en la lista de las compañías que figuran en este grupo está la única española que se cita en el estudio El Océano 100: Iberdrola. Son en total diez empresas las referenciadas, en las que encontramos también alguna conocida en nuestro país como las alemanas E.ON y Siemens.

El estudio El Océano 100, publicado en la revista Science Advances, es un alegato a los riesgos de sobreexplotación y contaminación marina

Por si las dudas

El Océano 100: Empresas transnacionales en la economía oceánica. Virdin, T. Vegh, J.-B. Jouffray, R. Blasiak, S. Mason, H. Österblom, D. Vermeer, H. Wachtmeister y N. Werner. Duke University (Durham, NC, EE. UU.), Stockholm Resilience Centre, Stockholm University (Estocolmo, Suecia), Uppsala University (Uppsala, Suecia). Publicado por Science Advances (enero 2021).

Océanos y Derecho del mar. Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Naciones Unidas.de 2020).

The Poseidon Principles. Asociación The Poseidon Principles (2019).

Las proyecciones económicas muestran que este sector ‘azul’ crecerá más rápido que la economía mundial hasta 2030

Geografía de la economía oceánica

Según los datos del estudio El Océano 100: Empresas transnacionales en la economía oceánica, publicado en la revista Science Advances de enero de 2021, 38 países intervienen en la economía ‘azul’. Clasificados por facturación, España figura en el puesto 32. EE. UU., Arabia Saudí y China ocupan las tres primeras posiciones. La última es para Canadá.

Fuente: El Océano 100: Empresas transnacionales en la economía oceánica.
Datos en millones de euros: elaboración propia.

Profesor Don Datos

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Profesor Don Datos

Supongamos, estimados lectores, que están mirando una web para interesarse por algún producto o servicio, precios, comparativas con sus similares o especificaciones técnicas para averiguar qué es lo más conveniente. De ese sitio pasan a otro en busca de información de actualidad, por ejemplo, un medio de comunicación online; y, ¡oh sorpresa!, alternativas al producto o servicio sobre el que habían hecho antes la consulta orlan la nueva página, intentando llamar la atención de mil formas. Un complejo proceso de generación de datos, análisis, aplicación de algoritmos predictivos y hasta inteligencia artificial se ha puesto en marcha. Eso, exactamente eso, es lo que ya se ha empezado a utilizar en la enseñanza de todo el mundo.

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En el ejemplo que ponemos en la entradilla, sucedió, como saben o imaginan, que su primera búsqueda generó datos (a puñados), que en cuestión de nanosegundos han sido analizados, tras lo que uno o varios algoritmos han predicho qué otras cosas, amén de las buscadas, les pueden interesar o qué puede gustarles más según la tendencia de compra definida por las fórmulas matemáticas y los esquemas de inteligencia artificial. El proceso, que ya es habitual en nuestras vidas digitales, es aplicable a muchas otras cosas, como la salud, los deportes, la política o la lucha contra el crimen. Y, desde hace más de un lustro, al aprendizaje en la escuela, el instituto y la universidad. Y no: no estamos hablando solo de enseñanza no presencial o en línea, sino también de la que, hasta ahora, venimos definiendo como “convencional”.

Según varios indicios, el pionero en esto del uso de los datos en las aulas, Max Ventilla, desarrolló su carrera técnica en Google hasta que, en 2013, decidió que quería dedicarse a la enseñanza, pero aplicando todo lo que su mente tecnológica y digital contenía. Así, fundó en San Francisco (California, EE.UU.) el grupo de escuelas AltSchool, con intención de empezar… por el principio: la enseñanza primaria. Muy sintéticamente, el formato aprovecha los datos generados por cada alumno, desde que llega al centro hasta cuando hace algunas tareas en su casa, para que, una vez recopilados en un sistema inteligente y centralizado, los profesores puedan diseñar clases efectivas y más personalizadas, y los directores de los centros puedan mantener informados e implicados a los padres y tener motivados a los miembros del claustro. La “piedra filosofal” aquí está formada por los datos masivos (big data), la llamada “minería de datos” (data mining) y las analíticas de aprendizaje (learning analytics).

Enseñanzas superiores. Como es lógico, ya hay universidades que han avanzado mucho con el sistema. En medios educativos se habla de la Universidad Estatal de Arizona (ASU), la Universidad de Nottingham Trent, en el Reino Unido, o la Universidad de Georgia (EE. UU.). Pero según un informe realizado por el Instituto KPMG, más del 40 % de las universidades ya utilizaban en el curso 2015‐2016 los datos en su actividad académica; en mayor o menor medida, por supuesto. En esa misma época, siete universidades chinas, entre las que se encuentra la Universidad Jiaotong de Pekín (una de las más reconocidas universidades en tecnologías de la información) iniciaban un programa de tratamiento de datos aplicados a la enseñanza. La conclusión es, por tanto, que hay una evidente tendencia a ir sirviéndonos de los datos en la actividad académica. Y para bien, aunque en algunos ambientes mentar el big data sea como citar al Averno en pleno.

Quienes no quieren ver la oportunidad que todo esto significa, se basan en tres temores: uno, que se pueda convertir en herramienta de discriminación. Esto sucedería, dicen, si los algoritmos predicen lo que podría pasar sin que realmente haya pasado, porque clasificar a los estudiantes así puede significar dejar de lado otros aspectos que se escapan a la compresión de las analíticas de aprendizaje. Dos, que un estudiante pueda ser valorado por su pasado, si los docentes se quedan en el simple análisis de datos, y no por lo que pueda llegar a ser. Y, tres, que se produzca una intromisión en la intimidad o invasión de la privacidad. Quizás explicando cómo se utilizan las distintas herramientas se podrá ver lo escasamente fundado de estos temores, salvo actuaciones personales ajenas a la deontología profesional, obviamente; pero como en todo.

La esencia del sistema. Una vez se da por bueno que el centro recoge datos de los estudiantes, desde aquellas cosas por las que muestra mayor interés hasta las que “se les atraviesan” en determinada materia, puede entrar en juego la predicción, que se basa en técnicas como la clasificación, la regresión o el conocimiento latente. Por poner un ejemplo, según los datos que van llegando de cada estudiante, el modelo predictivo puede indicar si va a aprobar o no la asignatura cuando aún se está a tiempo de poner remedio. En esto ayuda mucho otra de las metodologías posibles, que se define como “descubrimiento de la estructura”; permite una mayor precisión en el modelo predictivo analizando datos como, por ejemplo, el histórico de estudiantes aprobados.

La minería de datos, que podemos llamar aquí “minería de relaciones” –porque se encarga de encontrar relaciones, precisamente–, busca lo que pueda haber en común en un conjunto de datos, que aparentemente no tienen nada que ver entre sí, usando técnicas como las reglas de asociación, la correlación, los patrones secuenciales o las causalidades. Con los tres grupos de técnicas, predicción, descubrimiento de estructura y minería de relaciones, se definen los modelos que puedan servir a los objetivos de la enseñanza y convertirlos en aplicaciones al servicio de los docentes, claro, pero sobre todo de los alumnos. Porque parece que hablamos de los data, así, en abstracto, pero cada cual genera los suyos, los que se corresponden con sus intereses, deseos, intenciones, aptitudes o actitudes.

Mejora y personalización. Hay cuatro importantes aspectos, por tanto, en los que el uso de los datos masivos en la enseñanza puede ayudar: precisar qué ocurre, diagnosticar por qué sucede, prever qué puede venir después de eso y aportar información sobre cómo se puede mejorar. Porque, partiendo de la base de que cada alumno aprende de forma distinta o no tiene las mismas necesidades académicas, los profesores pueden ir creando planes individualizados, personales o grupales, para adelantarse, y son ejemplos, al posible abandono de un estudiante, para adaptar los contenidos de una materia al grado de conocimientos e implicación del grupo o para conocer el rendimiento de los alumnos según el sistema de trabajo que se ha puesto a su disposición.

Todo esto, para que conste, no significa más trabajo para el profesor, sino menos, pero hecho de una manera radicalmente distinta. Y es de gran utilidad para los centros, porque les va a permitir utilizar estrategias de enseñanza y evaluación que les harán ganar reputación. También añade valor en el plano práctico, porque podrán mejorar la comunicación entre docentes, alumnos y familias, lo que indudablemente redundará en una más adecuada gestión de sus relaciones.

Revolución. Kenneth Cukier, uno de los autores de La revolución de los datos masivos, escrita al alimón con Viktor Mayer‐Schönberger, cuenta la anécdota de un profesor de Standford que trabajaba con los llamados MOOC (Massive Online Open Courses) o cursos masivos abiertos en línea. Observó que en las lecciones siete y ocho de matemáticas, todos los estudiantes volvían a la lección tres: “esa lección era una clase de repaso y mostraba que a medida que los estudiantes avanzaban más en el curso, estaban menos seguros de sus bases en matemáticas”. Esto, añade Cukier, permitió al profesor comprobar que, sistemáticamente, el grupo se estaba quedando atrás, porque se lo estaban diciendo los datos. Así que pudo sacar dos enseñanzas: que debía preparar a sus alumnos de otra manera desde el principio y que tenía que desarrollar de forma distinta la famosa lección tres para que no se olvidasen tan fácilmente las bases.

La conclusión de este autor, que es editor de datos de la revista The Economist, además de columnista de prestigio, es que “tenemos que proponer a nuestros hijos otro sistema educativo ya que el actual fue concebido en una época diferente, en la era industrial, mecanicista, basada en una línea de montaje. Ahora la enseñanza se puede adaptar como lo hacen las recomendaciones de Amazon y Google, que se ajustan exactamente a nuestros intereses”. Pero siguiendo un proceso más humanizado, podemos añadir, que el utilizado por el comercio electrónico para hacernos llegar sus recomendaciones. Porque mientras que para estas es perfectamente operativo el mecanismo de recoger, analizar, predecir y ofrecer, en la enseñanza es inevitable la figura de un profesor –humano, por supuesto– que medie en la toma de decisiones.

Por si las dudas

Big data en Educación. El futuro digital del aprendizaje, la política y la prácticaBen Williamson. Ediciones Morata (2019).

Big Data en los procesos educativos de la Sociedad de la Información y Conocimiento. Ana Sofía Barón-Gamietea y Daniel Trejo-Medina, Universidad Nacional Autónoma de México. DSA Soluciones (México, 2016). (mayo de 2020).

Big data: la revolución de los datos masivos. Kenneth Cukier y Viktor Mayer-Schönberger. Editorial Turne Noema (2013).

El formato aprovecha los datos generados por cada alumno, desde que llega al centro hasta cuando hace algunas tareas en su casa, para que los profesores puedan diseñar clases efectivas y más personalizadas

Pioneros y «start ups»

Max Ventilla dejó Google para fundar en 2013 las escuelas AltSchool, que se considera una experiencia pionera en el uso de datos aplicados a la enseñanza, primaria en este caso. En 2019, AltSchool dejó de llevar directamente las escuelas y ahora se identifica como Altitude Learning, una compañía de software aplicado a la enseñanza con datos.

El mexicano Miguel Molina creó Analytikus, proyecto por el que ganó el Global EdTech Awards Latinoamérica: un premio que reconoce a las start ups más innovadoras en la transformación de la educación con tecnología. Su idea se ha exportado ya a distintos países y la han comprado importantes compañías del ámbito educativo universitario, como Laureate International.

Todo esto no significa más trabajo para el profesor, sino menos, pero hecho de una manera radicalmente distinta

La asignatura de la incertidumbre

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La asignatura de la incertidumbre

Señala la Unesco que más de 1 500 millones de estudiantes en todo el mundo «están o han sido afectados por el cierre de escuelas y universidades debido a la pandemia de la Covid-19». Las consecuencias de esta situación, a la que nos impulsa la necesidad de defendernos del SARS-CoV-2, a corto, medio y largo plazo, tienen unas dimensiones sobre las que alertan varios organismos internacionales. Llegado el tiempo de ir al colegio, al instituto, a la universidad… la única asignatura común es la incertidumbre. Porque mientras el ritmo vital de la humanidad no se detiene, somos incapaces de poner freno a la crisis sanitaria, y consecuentemente social, que nos rodea.

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LOS AUTÉNTICOS problemas, y de esto alertan organismos como la Unesco, están en suprimir radicalmente las clases presenciales. Ello, aunque el alumno tenga la posibilidad de conectarse a su profesor y compañeros con un buen equipo y mejor línea de datos (internet, para entendernos). “El cierre de escuelas –dice esa organización de la ONU que vela por la Educación, la Ciencia y la Cultura– conlleva altos costes sociales y económicos para las personas en todas las comunidades. Sin embargo, su impacto es particularmente severo para los niños y niñas más vulnerables y marginados y sus familias. Las perturbaciones resultantes exacerban las disparidades ya existentes dentro del sistema educativo, pero también en otros aspectos de sus vidas”.

Trece desasosiegos. Tras el párrafo que reproducimos en la página anterior y que, por su contundencia, deja un rastro de angustia difícilmente definible, la Unesco relaciona trece aspectos que consideran responsables de los apuntados altos costes sociales y económicos. Van desde lo más lógico y reconocible, como la interrupción del aprendizaje o el incremento en la deficiencia de la nutrición (por la ausencia de comedores escolares), hasta lo más espinoso de resolver, el aislamiento social, o lo más deleznable, como la mayor exposición a la violencia y la explotación: “cuando las escuelas cierran, aumentan los matrimonios precoces, se recluta a más niños en las milicias, aumenta la explotación sexual de niñas y mujeres jóvenes, los embarazos de adolescentes se vuelven más comunes y el trabajo infantil aumenta”.

El número de niños en el mundo a los que afecta el cierre escolar o las limitaciones para que puedan asistir es complejo de definir. Los diferentes organismos que lo miden cuentan con sus propias observaciones, lógicamente, pero también con los datos que les facilitan los distintos Estados. Quizás por eso, diferencias como las que podemos poner aquí de manifiesto: para una misma fecha, el 8 de noviembre de 2020, el Banco Mundial calcula que había 693,9 millones de niños cuyos países han cerrado los colegios y otros 129,7 millones que pueden asistir, pero con limitaciones. Para la Unesco, los niños afectados eran 224 millones. Tengan en cuenta que ponemos las cifras en pasado y referenciadas a una fecha concreta, porque la actualización de estos datos es constante, aunque no al mismo ritmo. Los números, en cualquier caso, son bastante mejores que solo quince días antes. Sobre la cantidad de países que cierran total o parcialmente sus centros escolares también hay discrepancias, probablemente por lo que unos y otros consideran cierre total, cierre parcial, cierre con limitaciones o apertura sin condiciones (la única condición es cumplir determinadas normas de protección sanitaria). Por dar una idea, hablamos de entre 30 y 60 países con cierres totales (de nuevo referenciado a 8 de noviembre). España, según el Banco Mundial, está en “cierre con limitaciones” o, según la Unesco, en fully open (completamente abierto): este ejemplo puede dar una idea de la diferencia de criterios sobre la realidad que el lector tiene más cerca.

Entre dos miedos. Nos referimos al temor de que los estudiantes sean vía de expansión del virus y al de que se den todos o alguno de esos trece riesgos que citábamos antes. De ahí las reacciones de los distintos países, muy influenciadas también por sus cifras respecto al número de contagios. Este aspecto, sin duda, irá determinando cambios para compatibilizar seguridad con recomendaciones de Naciones Unidas, con lo que es muy probable que algunas cosas no sean hoy, justo cuando usted se para en estas líneas, como nosotros lo describimos una o dos semanas antes. Pero intentemos un panorama internacional.

En Europa, en general, la apuesta es por la apertura total, con normas similares en los Estados en cuanto a distancia de seguridad, ventilación, higiene de manos, limpieza de pies, toma de temperatura, etcétera. Hay alguna particularidad, como Países Bajos, que no ha hecho obligatoria la distancia mínima, aunque sí la ventilación. Es más irregular lo dispuesto para el uso de mascarillas. En Francia y España, entre otros, se ha hecho obligatorio su uso: para los mayores de 11 años los galos y para los mayores de 6, nosotros. En Países Bajos y Alemania no es obligatorio el uso de mascarillas, excepción hecha de algunos landers germanos y de Berlín, que administrativamente se asimila a un lander. Hay alguna curiosidad como en Italia, donde se propusieron garantizar, al menos, un metro de distancia entre los alumnos, para lo que se apresuraron a hacer un pedido de pupitres especiales; eso sí: donde no lleguen, mascarilla permanente.

Y el mundo. Sin ánimo de ser exhaustivos, que sería imposible, por otro lado, podemos empezar por el país que fue el principio de todo: China. Su “problema” son los 200 millones de personas que se incluyen en el sistema educativo, así que, como en el resto de las actividades del país asiático para controlar la pandemia, normas estrictas en los centros: aulas desinfectadas hasta la obsesión, mascarillas, códigos sanitarios para entrar en los campus, tomas de temperatura y pruebas de ácido nucleico (las denominadas pruebas NAT, que son el método preferido de diagnóstico porque pueden brindar evidencia confirmada de infección).

Estados Unidos no tiene un criterio uniforme. En general, se recomiendan las medidas ya citadas para Europa, pero mientras que en algunos sitios combinan clases presenciales y telemáticas, en otros, como Los Ángeles o Atlanta, solo se imparten las no presenciales. Está también el caso de Nueva York, donde podrán ser presenciales los estudios en los distritos con una incidencia inferior al 3%. En Uruguay, uno de los países con menor incidencia de la pandemia, las clases empezaron en junio con bastante normalidad (recordemos que están en el hemisferio Austral), pero con un estricto protocolo nacional sobre normas de seguridad, incluyendo el uso de mascarillas (“tapabocas”) e instrucciones específicas sobre cómo actuar si hay un caso confirmado o sospechoso de infección. Si nos damos una vuelta por otras zonas continentales, en Israel, el plan de vuelta a clases tiene dos elementos base: número máximo de 18 alumnos por aula y solo dos días de clases presenciales a la semana (el resto, online). Y en Corea del Sur, hay turnos rotatorios a lo largo de la semana para que solo una tercera parte de los estudiantes de cada clase –dos tercios si son de bachiller– pueda asistir en modo presencial mientras los demás están vía online.

Datos de contagio. Otra cuestión es si con las medidas de seguridad, aunque sean mínimas, las clases presenciales suponen un mayor riesgo de contagio. Según la experiencia de países como Dinamarca y Finlandia, ese riesgo es mínimo. Con datos de la pasada primavera en Dinamarca, en plena primera oleada de la pandemia, cinco semanas después de la reanudadas las clases “no se pueden ver efectos negativos de la reapertura de las escuelas”, según explicó a la agencia Reuters Peter Andersen, doctor en epidemiología y prevención de enfermedades infecciosas del Danish Serum Institute. Las medidas danesas se basaron en los denominados “grupos burbuja”, evitar coincidencias en horas de entrada y salida y áreas diferenciadas en los patios de recreo. Finlandia reportó una situación similar en cuanto a una bajísima incidencia de contagios en las escuelas y a partir de ellas, aunque referido a un periodo de dos semanas solamente, lo que es poco tiempo, pero coincide con lo que internacionalmente se considera lapso de seguridad para controlar la transmisión del virus.

Evidentemente, muchos de los temores ponen sobre el tapete algo más que las consecuencias derivadas de que un grupo de estudiantes estén juntos en un aula durante varias horas. El transporte hacia y desde los centros de estudio, los momentos de descanso (los “recreos”) o los comedores escolares son aspectos que se miran con algo más que recelo. Y ello, aunque ya se tengan modelos informáticos de la transmisión del virus por aerosoles, según los cuales es mucho mayor riesgo de que los contagios vayan del profesor a los alumnos y no a la inversa.

Por si las dudas

What have we learnt? Hechos salientes de una encuesta a los ministerios de educación sobre las respuestas nacionales a la COVID-19.
UNESCO, UNICEF y Banco Mundial (octubre de 2020)

The impact of the Covid-19 pandemic on education financing.
Grupo Banco Mundial (mayo de 2020).

Protocolos y medidas: actuación para el desarrollo de la actividad educativa en la naturaleza ante el covid-19.
Asociación Nacional de Educación en la Naturaleza EdNa (mayo de 2020)

Marco para la reapertura de las escuelas.
UNICEF (abril 2020).

Un día a día distinto

VARIOS maestros y profesores de centros públicos y concertados de toda España nos han hecho llegar sus respuestas a una pregunta que formulamos vía online y con vocación de síntesis: “¿Puede decirnos en pocas palabras cuál es el cambio más significativo en su actividad diaria (solo uno, por favor) en el comienzo de este curso?”. Resumidas y ordenadas de mayor a menor coincidencia, he aquí los aspectos más citados:

  1. Tener que recordar permanentemente las medidas de seguridad en el aula/patio/comedor.
  2. Adquirir el hábito de dar clases online y alternarlas con la presenciales o dar clases mixtas.
  3. Adquirir/ampliar habilidades telemáticas.
  4. Inventar/crear apoyos didácticos (dos de los profesores han citado proyectos de “gamificación”) para mantener la atención de los alumnos, sobre todo en las clases mixtas (presenciales/telemáticas).
  5. Asegurarnos de que llegan bien los mensajes (tareas, instrucciones, horarios, cambios, calificaciones) por WhatsApp/Telegram/redes sociales.

Al aire libre

UNA carta publicada por Science en octubre de 2020 y firmada por Kimberly Prather, de la Universidad de California en San Diego, en nombre de un grupo de científicos, ponía de manifiesto una vez más que el contagio en lugares abiertos es mínimo. Esto ha dado alas a los que piensan que las aulas ideales en tiempos de pandemia son las que tienen por tejado el cielo y mejor si están rodeadas solo de árboles; algo que no es nuevo, porque ya en pandemias anteriores se había llevado a cabo. Y aunque la primera imagen que tenemos de aulas al aire libre es la de aldeas con pocos recursos, pero con buen clima, el frío y la lluvia, dicen, no tiene que ser obstáculo. Meses antes de la carta de Prather, se empezaron a producir movimientos en todo el mundo apostando por las aulas abiertas, que están recibiendo el aval de los epidemiólogos más reconocidos. En España contamos con la Asociacion EDNA de Educación en la Naturaleza, que ha diseñado sus Protocolos y medidas. Su idea es que los espacios existen y que solo hay que habilitarlos.

«La otra vuelta al cole», por Xavier Bertolín

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La otra vuelta al cole

XAVIER BERTOLÍN,
Director Corporativo de Educación de la
Fundación “La Caixa”


@FundlaCaixa
Instagram: fundlacaixa

NUNCA antes la vuelta al cole había cobrado tanto significado. Ni había estado tan lejos de ser ese reencuentro con compañeros y amigos tras el verano. Con la llegada de la nueva normalidad, la mochila de alumnos, padres y profesores para el nuevo curso 2020-2021 ha estado cargada hasta arriba de incertidumbre.

La pandemia nos ha mostrado con toda su crudeza problemas sociales que ya conocíamos. Ha ahondado la brecha digital y nos ha vuelto a recordar que la inclusión y la conciliación familiar son fundamentales. En la escuela, además, hemos identificado problemas de infraestructuras, de capacitación docente en lo relativo al uso de herramientas digitales y de ausencia o presencia de la aplicación real de un plan digital de centro. Los esfuerzos de la comunidad educativa se han focalizado en intentar dar, a pesar de todo, la mejor respuesta posible a un reto sin precedentes: poder garantizar el derecho a una educación de calidad y en equidad a millones de escolares que estaban confinados en sus domicilios.

Hoy sabemos que la escuela no estaba preparada para la pandemia, que no estaba preparada para dar continuidad a la actividad educativa más allá de la actividad presencial. Ni, en definitiva, para verse forzada a llevar a cabo una transición tan repentina como acelerada a un modelo de aprendizaje a distancia y online. Con serias dificultades para acceder a la enseñanza en línea por parte de muchas familias, la complejidad de la inclusión y la atención a la diversidad en un contexto virtual, la escuela sólo digital no estaba al alcance de todos. Hemos puesto a prueba con mayúsculas nuestro sistema educativo. Y esa prueba está constatando que, pese a los esfuerzos de las administraciones por impulsar la digitalización de la enseñanza en los últimos años, no se estaba produciendo, realmente, una transformación digital en el sector educativo. A esto hay que añadir que estamos conociendo, de la mano de varios organismos especializados en la materia, los efectos negativos que esta crisis está teniendo en el aprendizaje de los alumnos y en el incremento de la tasa de abandono educativo. Las expectativas a corto plazo no son nada halagüeñas.

El reciente informe Efectos de la crisis del coronavirus en educación, publicado el pasado mes de marzo por la OEI, destaca que “el cierre de los centros escolares puede afectar al aprendizaje de los alumnos, especialmente de los más rezagados. Además, agravan esta situación factores como son la situación económica y laboral en los hogares, el acceso a internet o incluso el nivel de estrés de los padres, actores fundamentales en el acompañamiento de la educación en casa”. Y desde Unesco se advierte que hasta 24 millones de alumnos desde preescolar hasta ciclos superiores podrían abandonar los colegios en 2020 como consecuencia de los cierres de sus centros escolares. Una tendencia especialmente preocupante en nuestro país, si tenemos en cuenta que el que tiene mayor tasa de abandono estudiantil del continente europeo (17,3%) según la última Encuesta de Población Activa (EPA) del INE de 2019.

Ahora bien, si en algo hay consenso en la comunidad educativa es que la asistencia presencial es necesaria. Por un lado, al evidenciarse las actuales carencias del sistema educativo respecto a la enseñanza online. Y por otro, todavía más preocupante, constatar que con el cierre de las escuelas se han acentuado significativamente las diferencias sociales. De hecho, la llamada brecha digital ha afectado desproporcionadamente a los niños de bajo nivel socioeconómico, con discapacidades y de otros grupos vulnerables.

Como confirmaba la ministra de Educación, Isabel Celaá, a comienzos de agosto “si algo hemos aprendido de la pandemia es que, además de que la escuela es insustituible, los resultados de la presencialidad también lo son”.

Pero la reapertura y el retorno de esa presencialidad necesaria deben hacerse en condiciones de seguridad y de manera compatible con la mejor respuesta general ante la Covid-19. En este sentido, un equipo de expertos de la Universidad de Harvard ha publicado recientemente un informe con diferentes indicaciones para que se reduzca el riesgo de contagio. Con este documento, titulado Escuelas saludables. Estrategias de reducción de riesgos para la reapertura de las escuelas, los investigadores aseguran que existen pruebas científicas que indican que los riesgos a los que se exponen los estudiantes y empleados se pueden reducir si las escuelas implementan estrictas medidas de control y reaccionan de manera dinámica ante los brotes que pudieran aparecer.

Así y todo, busquemos una respuesta sanitaria y educativa coherente, globalmente satisfactoria. Pasemos a la siguiente fase. No nos quedemos en una vuelta al cole con una presencialidad de saldo. Apuntemos hacia otra vuelta al cole, con las mejores condiciones de aprendizaje y enseñanza para todo el alumnado.

Partimos del hecho de que los docentes poseen diferentes niveles de competencia digital o tecnológica. Y de que esta desigualdad se traslada a los conocimientos o habilidades que adquirirán sus estudiantes. Es, por tanto, una tarea ineludible favorecer procesos formativos de capacitación que busquen la mejora de la competencia digital. Y sumarle la creación de espacios virtuales de intercambio de buenas prácticas en red, una red “entre-profes” que aprenden juntos y colaboran. A lo que hay que añadir el impulso de nuevos modelos de liderazgo en los equipos directivos de las escuelas que se comprometan, apuesten e inviertan en la formación permanente de su profesorado. Prerrequisitos indispensables para el aprendizaje del alumnado en un contexto de educación a distancia y online. Demos continuidad a la senda iniciada con lo mucho que hemos aprendido sobre educación en este tiempo de pandemia, e impulsemos la transformación educativa en la era digital.

Empresas longevas

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Empresas longevas


«Echar el cierre» o «bajar la persiana» son expresiones que el mundo empresarial suele utilizar cuando llega el momento agrio de poner fin a la actividad productiva de una sociedad. Vivimos un tiempo, por cierto, en que esas frases se escuchan con más frecuencia de la deseada, que ocultan dramas como deudas, desempleo o cierres en cascada. Pero hay empresas en todo el mundo que subsisten desde hace más de mil años y algunas que florecen, incomprensiblemente para muchos, donde otras desaparecen.

MELCHOR DEL VALLE

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@Mechiva

PARA CALCULAR la edad de una empresa, por definir conceptos, pensamos en la fecha de su constitución y en que siga haciendo ogaño lo mismo que antaño y con igual nombre. Así, y agárrense, la empresa más longeva del mundo tiene la friolera de… ¡1 442 años! Se trata de la japonesa Kongō Gumi y está dedicada a la construcción y mantenimiento de templos (budistas, básicamente). Fue independiente desde su fundación, en el 578, hasta 2006 y ahora forma parte de la corporación Takamatsu, pero se sigue llamando igual y haciendo lo mismo. Por comparar, en esa época reinaba en España el visigodo Leovigildo. En todo ese tiempo transcurrido hasta hoy, hemos tenido varias guerras (demasiadas, seguro), dos de ellas mundiales, y otras tantas pandemias: tuberculosis, viruela, peste bubónica… Si hacemos caso a lo de «una pandemia cada 100 años», las cuarenta generaciones de constructores Kongō superaron unas cuantas. Y hasta dos bombas atómicas.

Claro que algo debe de tener Japón en esto de la longevidad empresarial que, sinceramente, los expertos tendrían que analizar con calma para ver qué conclusiones sacamos aplicables al emprendimiento de hoy. Porque hay otras cuatro empresas milenarias en el archipiélago nipón: tres hoteles, Nishiyama Onsen Keiunkan (desde el 705), Koman (desde el 717) y Hōshi Ryokan (desde el 718), y una manufacturera de papel ceremonial, Genda Shigyō (desde el año 771). Por aquí, por España, por recordarlo, en esa época andábamos preocupados por la victoria de Tariq frente a los visigodos a partir del 711 y pendientes de lo que un irreductible Pelayo hacía en Covadonga (720).

                                                        En España, Casa de Ganaderos (802 años), en Aragón, es una cooperativa que sigue comercializando carne de cordero

Europa. Puede pensarse que el fuerte apego a las tradiciones, propio de la cultura japonesa, sea el secreto de la longevidad de sus empresas. Es un dato, así que comparemos con otros continentes; la vieja Europa, para empezar. En el 803, solo unos años antes de que en España un eremita «viese luces» muy cerca del Finis Terrae y se comenzase a hablar del Camino de Santiago (reinado de Alfonso II), abrió sus puertas en Salzburgo, Austria, un local pegado a las paredes de la abadía de San Pedro: St. Peter Stifts Kulinarium, que es el restaurante más veterano de nuestro continente donde aún se sirven comidas como las que, parece, disfrutó el mismísimo Mozart unos mil años más tarde de la inauguración.

Del mismo siglo que St. Peter son la alemana bodega Staffelter Hof Winery (862), las casas de moneda francesa Monnaie de Paris (864) e inglesa The Royal Mint (886) y el pub-cervecería irlandés Sean’s Bar (900). En los años y siglos siguientes, mirando ese mapa de más veteranas europeas por países, mayoría de bares y de empresas relacionadas con el dinero y los servicios de correos, con pocas excepciones; una de ellas, España. Casa de Ganaderos, en Aragón, fue fundada poco después de la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) y, según dicen en su página web (todas las compañías que se están citando tienen hoy su página web, como no podía ser de otra manera), «Casa de Ganaderos es una cooperativa de 270 socios, todos ellos ganaderos de ovino. Fundada en 1218 por el rey Jaime I de Aragón, Casa de Ganaderos es también la empresa más antigua de España. Esta doble vertiente, económica e histórica, marca nuestro trabajo. Comercializamos carne de cordero de primera calidad proveniente de las granjas de nuestros socios y, a la vez, cuidamos y tratamos de divulgar nuestro archivo y nuestra historia».

Y el resto del mundo. En Asia, el restaurante chino Ma Yu Ching o Ma Yuxing (1153 y especializado en platos de pollo desde 1855) es el negocio más antiguo del continente si exceptuamos los casos nipones antes citados. Respecto a las Américas, en la del norte, la «medalla de oro» es para la Casa de la Moneda de México (1534) y en la del sur, la Casa Nacional de la Moneda de Perú (1565). En África hemos de viajar por mar hasta Isla Mauricio y en el tiempo hasta 1772 para encontrar a la más veterana en su servicio de correos, Mauritius Post; algo parecido a lo que ocurre con Oceanía, donde está Australia Post desde 1809.

A pesar del imbatible récord japonés, las ocho siguientes empresas más longevas del mundo por países, llamándose igual y con la misma actividad, insistimos, son europeas. A las ya citadas unas líneas más arriba se unen la italiana Pontificia Fonderia Marinelli (1040), dedicada a hacer campanas, la cervecera belga Affligem Brewery (1074) y la harinera danesa Munke Mølle (1135). La décima en esta lista de «las más» es el restaurante chino. Por resumir: dos dedicadas a productos relacionados con ceremoniales religiosos (templos y campanas), dos fábricas de moneda, tres establecimientos de hostelería (restaurante y pub) y tres más del sector alimentación y bebidas (bodegas de vino y cerveza y molino de harina). Si incluimos la “selección japonesa” al completo, tres más de hostelería y otra de ceremonias.

Japón como ejemplo. Si establecemos un periodo de tiempo comprendido entre el 578 (fecha de creación de Kongō Gumi) y el 1699, antigüedades superiores a los 350 años, por tanto, encontramos un total de 1 005 empresas que siguen subsistiendo en el mundo. De ellas, un 52,5 % son japonesas. Los siguientes países en esta clasificación son Alemania (18,1 %), Reino Unido (4,4 %), Austria (4,3 %) y Suiza (3,9 %). Españolas tenemos siete (0,7 %), de las que cuatro son bodegas y dos restaurantes. Pero ¿qué pasa en el «país del Sol Naciente» para que se dé esa abrumadora mayoría? Según cuentan responsables políticos nipones, en las shinise, nombre con el que se conocen estas compañías, «la mayoría de los propietarios y gerentes de estas empresas hacen algo para ayudar a la comunidad local». Y esto es así, seguramente, porque conocen «de toda la vida» a sus vecinos, que son sus clientes directos.

Hablábamos antes de amor a la tradición por parte de los empresarios japoneses, aunque realmente es empeño, algunas veces con un punto de sacrificio, por mantener el legado familiar; e innovación, por supuesto, a lo que hay que añadir una sencilla estrategia económica, que se define sola tomando al pie de la letra la frase de un empresario de Kioto: «no intentamos obtener ganancias a corto plazo». A esto añade que «si hay una oportunidad de negocio, no la rechazo. Sin embargo, no creo que aprovechar determinadas oportunidades sea siempre la mejor opción, ya que es solo una pequeña parte de una larga historia. Lo importante es crear un negocio que pueda vivir durante mucho tiempo».

Y Alemania. Si rebajamos el peso de la tradición pura, ciertamente más notorio en oriente que en las sociedades europeas, podemos fijarnos en el empresariado alemán, segundo país en empresas longevas, y sobre todo en las mittelstand (equivalente a las pymes españolas). Son innovadoras, con cierta vocación internacional, registran un fuerte sentido de pertenencia por parte de sus trabajadores y tienen gestión familiar. “Una familia sólida crea empresas exitosas, pero una empresa exitosa no constituye familias sólidas”, dicen los empresarios alemanes. Y aunque es cierto que decir Alemania es pensar en Volkswagen o BMW, cabe recordar que su tejido empresarial está cuajado de compañías denominadas hidden champion (campeones ocultos) porque no son muy conocidas, aunque tengan posiciones destacadas dentro de su sector.

Tanto las shinise como las mittelstand «campeonas» nos muestran que la razón de su notoriedad está en la idea de inversión a largo plazo con implicación familiar, la capacidad de innovar, la gestión con mentalidad de responsabilidad social corporativa proyectada tanto interior como exteriormente (trabajadores, consumidores, entorno) y el conocimiento individualizado de los clientes. Hay un factor más entre la mayoría de las niponas, que no es tan notorio en las alemanas: el trato directo con el consumidor final. Véase, si no, el legado de hoteles, restaurantes, bares… Compárense ahora con las Amazon (1994), Google (1998), FaceBook (2004) o Twitter (2006) y la gestión de los big data: ¿coincidencias o claves del éxito?

Por si las dudas

The Oldest Company in Almost Every Country (That is Still in Business). Business Financing.co.uk. Febrero, 2020.

Las claves del éxito de la competitividad del sistema empresarial japonés. Felipa Lopes-dos-Reis. Empresa y Humanismo (2008, Vol. XI nº1). UNAV.

El Mittelstand alemán: datos y reflexiones sobre un modelo de éxito. Kai-Ingo Voigt. Universidad de Alcalá, IDOE (2013).

La empresa más longeva del mundo tiene 1 442 años. Se trata de la japonesa Kongō Gumi y está dedicada a la construcción y mantenimiento de templos

Buen ánimo emprendedor

Como puede comprobarse en la estadística empresarial española de los últimos doce meses, crisis a causa de la pandemia incluida, se crean más empresas de las que se disuelven. En conjunto, en dicho periodo, se han creado 85.843 y liquidado 21.350. Hay quien ve oportunidades donde otros se sienten acabados.

Fuente: INE (https://bit.ly/36wNe6f)

Españolas con más de 350 años

En España hay siete empresas entre las 1.005 del mundo que ya han cumplido o superado los 350 años y siguen llamándose igual y dedicándose a lo mismo que cuando nacieron. Cuatro de ellas están en Cataluña y las demás en Aragón, Navarra y Andalucía.

 

Año Empresa Actividad Localización
1218
Cooperativa ganadera
Zaragoza
1497
Bodega
Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona)
1524
Restaurante
Pinós (Lleida)
1548
Bodega
Masquefa (Barcelona)
1551
Bodega
Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona)
1647
Bodega
Villatuerta (Navarra)
1670
Restaurante
Sevilla

«Ser empresario: pasión, esfuerzo y adaptación», por Antonio Garamendi

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ANTONIO GARAMENDI,

presidente de CEOE

@garamendi

Ser empresario: pasión, esfuerzo y adaptación

La Real Academia de la Lengua define el término empresa como la “acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo”.

Sin duda es una descripción muy acertada puesto que una empresa, como la entendemos en CEOE, es una combinación de acción, esfuerzo y determinación.

Una empresa o ser empresario requiere de una tensión constante por mantener el rumbo. Un sacrificio (a menudo muy ligado al riesgo que implica la inversión que se realiza) que solo se puede sostener desde la pasión y la idea clara de dónde se quiere llegar. Los empresarios arriesgan para conseguir mantener a flote su empresa.

Sin embargo, muchos son los que han caminado por esta senda y no han llegado a término o han tenido que echar el cierre antes de tiempo.

Por tanto, ampliando un poco más el sentido de la palabra empresa, podríamos decir que esas líneas maestras que la definen bien podrían completarse diciendo que para que la empresa sea exitosa la acción, el esfuerzo y la determinación no siempre son suficientes. Es necesario dar un paso más.

¿Qué podemos aprender entonces de aquellas empresas longevas, que mantienen el pulso de la actividad durante años, décadas o incluso siglos?

Hay otras líneas comunes en la forma de trabajar de estas compañías que pueden acercarnos aún más a la idea de éxito. Es esa experiencia de la empresa que se ha mantenido durante años, la que inspira y muestra las claves para los futuros empresarios.

De un lado, podríamos hablar del compromiso con las personas. Tanto aquellas a las que van dirigidos los bienes o servicios producidos como las personas que forman parte de las organizaciones. El compromiso en todos los niveles de la empresa hace que su trayectoria se enfoque siempre hacia la mejora, y una empresa mejor siempre tendrá resultados positivos para toda su estructura: empleados, clientes y empresarios.

Aquellos que saben lo que es mantener un negocio en plena forma durante muchos años saben que solo se consigue desde la unidad de acción. Dicho de otro modo, el compromiso de las personas que sacan adelante el trabajo diario es fundamental para que la empresa evolucione unida en la misma dirección.

Además, ese compromiso de los empleados para con su empresa y sus valores garantiza la participación y la creatividad, es decir, el valor añadido y la puesta en práctica del talento.

De otro lado, para poder fomentar ese mismo compromiso, es fundamental que la empresa funcione con reglas claras y con transparencia. En último término, de lo que hablamos es de confianza en todas las direcciones del proyecto empresarial. La transparencia de una empresa lleva a vincular a todos en sus retos y objetivos.

 


                                                       Solo poniendo a las personas en el centro de las cosas podremos hacer que nuestras empresas sean más competitivas

 

Para acabar de perfilar esa idea del compromiso en el seno de las empresas, señalar que este es hoy más importante que nunca. Solo poniendo a las personas en el centro de las cosas podremos hacer que nuestras empresas sean más competitivas, entre otras cosas porque el talento es la verdadera materia prima de cualquier compañía.

Así es que aquella empresa que quiera perdurar en el tiempo debe dejar de mirarse a sí misma como un centro de producción y obtención de beneficios. Las compañías también son y deben considerarse generadoras de valores y promotoras del bien común. Una forma de entender la actividad que se ha consolidado aún más a raíz de la crisis del COVID-19.

Otro elemento necesario para que una empresa permanezca en el tiempo es la adaptación constante al entorno y a los cambios. Vivimos años de gran incertidumbre a todos los niveles y, por ello, el término acción ha cobrado un nuevo significado.

Las empresas de hoy se mueven en entornos cambiantes que trascienden lo más evidente, que son las transformaciones tecnológicas. En estos momentos, además de asumir que la digitalización es un proceso imparable y una ola a la que es necesario subirse para beneficiarse de las ganancias de competitividad que aporta, hay que entender que el mapa geopolítico o incluso las pirámides demográficas tienen enormes implicaciones en las dinámicas económicas y, en consecuencia, en el devenir de las empresas.

Todo ello requiere un aprendizaje constante y tomar conciencia de en qué entorno se desarrolla nuestra actividad. Desde CEOE, creemos que el tejido empresarial español es plenamente consciente de la necesidad de apostar por la digitalización y la innovación como elementos clave de competitividad empresarial.

Otro eslabón de esa cadena, pero sin duda uno de los más importantes, se encuentra la formación. Del mismo modo que la empresa tiene que aprender, su capital humano también debe permanecer en un proceso de constante formación.

En décadas pasadas, era la experiencia lo que podía marcar la diferencia entre una empresa y su competidora. Esa experiencia siempre será necesaria, pero cada vez más, la adaptación será el elemento clave del desarrollo empresarial. El mundo cambia y las empresas con él.

Por último, las empresas afrontan en estos momentos, por primera vez en la historia reciente, el reto de la sostenibilidad. De unos años a esta parte, la necesidad de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, no como una estrategia o como un elemento estético, sino como un factor más de competitividad, ha hecho que las empresas se embarquen en cuestiones como la necesidad de cumplir criterios de eficiencia energética y la transición ecológica. En este sentido, no podemos dejar nadie atrás. Las empresas contribuyen de manera real y efectiva a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y ese es el camino que debemos seguir.

Por todo ello, podemos decir que los fundamentos para poder asegurar la longevidad de nuestras empresas nos hablan de personas, compromiso y esfuerzo; pero no olvidemos que el mundo cambia cada vez más rápido. Actuemos hoy para poder ganar el futuro.

Vida en ciudades inteligentes

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Vida en ciudades inteligentes

Se trata de obtener y analizar datos para consumir más racionalmente, contaminar menos y ahorrar dinero: en esto consiste el Smart.

Quizá el paso del SARS-CoV-2 por nuestras vidas nos haga replantearnos si vivir en grandes urbes, en aglomeraciones, por tanto, es lo más conveniente. Pero, hasta este mismo momento, la tendencia en todo el mundo es instalarse en ciudades cada vez más grandes, habitualmente más inhóspitas, poco sostenibles con toda seguridad, agobiantes hasta el hartazgo… Quizá la solución sea hacerlas ‘inteligentes’.

MELCHOR DEL VALLE

[email protected]
@Mechiva

CONVIENE EMPEZAR con un poco de contexto: en la actualidad, más de 180.000 personas al día se mudan a una ciudad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) calcula que, en 2050, la población mundial ascenderá a 9.000 millones de habitantes, de los cuales el 70% vivirá en las urbes. Teniendo en cuenta que estos grandes núcleos de población, con datos actuales, consumen ya más del 75% de la producción de energía mundial y generan el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque solo ocupan el 2% de la superficie terrestre, es fácil entender que cada vez hay más voces pidiendo soluciones.

Algo de ‘inteligencia’. O de smart, mejor, para no olvidar que estamos hablando de las Smarts Cities, de las Ciudades Inteligentes; aunque quizá les suene más el término Ciudades Digitales que acuñamos en España entre 2003 y 2004. Lo de smart, por desentrañar el acrónimo, viene de Self Monitoring Analysis and Reporting Technology; o sea: análisis de autosupervisión y tecnología de los informes. Por resumir: datos, datos y datos. Aquí vamos ligando cosas. Hay que hacer algo y podemos disponer de datos. Qué hacer y para qué los datos, son las cuestiones siguientes.

Los tres problemas más importantes de todas las urbes de todos los países del mundo son el uso masivo de energía eléctrica, tanto para equipamientos públicos como privados, la enorme generación de residuos de nuestro modo de vida y las necesidades de movilidad. La tecnología nos permite obtener datos de toda esa actividad y se trata de ordenarlos y analizarlos para consumir más racionalmente, contaminar menos y ahorrar dinero: en esto consiste el smart.

Inteligencia a examen. Hay muchos índices, tanto locales como internacionales, que tratan de medir la calidad o el grado alcanzado por las distintas ciudades en materia de implantación o evolución smart. Podemos fijarnos en el que han desarrollado la Universidad de Tecnología y Diseño de Singapur y el IMD World Competitiveness Center’s Smart City Observatory. Fundamentalmente, porque se centra en lo que los habitantes perciben sobre lo que se hace en sus ciudades para ser smart. El trabajo se basa en 102 urbes y en cada una han entrevistado a 120 personas. La labor, de casi dos años, ha dado lugar al Smart City Index 2019 (SCI 2019).

Partiendo de que “en todos los aspectos de la vida, sigue siendo extremadamente difícil mejorar lo que no se puede medir”, los autores evalúan dos pilares: el de infraestructuras, que se refiere a las existentes en las ciudades, y el de tecnología, que describe los servicios tecnológicos disponibles para los habitantes. Y, de cada pilar, se estima la percepción ciudadana en cinco áreas clave: salud y seguridad, movilidad, actividades, oportunidades y gobernanza.

Los primeros de la clase. Las diez primeras ciudades que más y mejor aplican el concepto de ciudad inteligente, según el SCI 2019, son Singapur, Zúrich, Oslo, Ginebra, Copenhague, Auckland, Taipéi, Helsinki, Bilbao y Dusseldorf. El cóctel se elabora con siete partes de Europa, dos del Asia insular y una de Oceanía (Nueva Zelanda). Suiza es el único país con dos ciudades en este podio y, sí: hay una representante española.


El cóctel de las 10 mejores se elabora con siete partes de Europa, dos del Asia insular y una de Oceanía (Nueva Zelanda)


Una parte importante del estudio consistió en preguntar a los entrevistados sobre quince aspectos que se consideran prioritarios, de los cuales debían seleccionar cinco sin tener en cuenta el orden de importancia que les conceden. Los citados quince aspectos son: vivienda asequible, seguridad, contaminación del aire, transporte público, congestión vial, espacios verdes, servicios básicos, reciclaje, educación escolar, desempleo, movilidad social, compromiso ciudadano, empleo satisfactorio, eficiencia energética y corrupción. De los datos obtenidos, el estudio, más allá de clasificaciones, aporta una ficha detallada de cada una de las 102 ciudades analizadas.

Los más y los menos. Si revisamos las tres ciudades del podio mundial en “inteligencia”, las ya citadas Singapur, Zúrich y Oslo, y las tres últimas de las 102 analizadas, Nairobi, Rabat y Lagos (puestos 100, 101 y 102, respectivamente), podemos observar los patrones que determinan la mayor o menor aceptación por parte de los habitantes. En las de cabeza, lo más señalado como área de prioridad es la vivienda asequible: el 74,2% de los entrevistados en Singapur, el 69,2% de los que están en Zúrich y el 58,3% de los de Oslo. ¿Ven ahí algo relacionado con la ley de la oferta y la demanda?

En las de cola, las prioridades son la corrupción, que todos mencionan en los primeros lugares, y el desempleo, aunque en Rabat también preocupa bastante la educación escolar y en Lagos la congestión vial. Parece obvio que no hay progreso hacia una ciudad más sostenible si no se erradica la corrupción y no se crean las condiciones para obtener un trabajo estable.


En un par de años, según calcula el sector, estaremos hablando de más de 40.000 millones de dispositivos conectados


Las ciudades españolas. En la selección han entrado cuatro ciudades españolas: la ya citada Bilbao, en el noveno puesto; Madrid, en el 21; Barcelona, en el 48, y Zaragoza, pegada a la capital catalana, en el 49. Bueno: no todos los países pueden presumir de que tienen a cinco de sus urbes entre las primeras cincuenta smart cities del mundo.

Para los españoles, y citados los porcentajes en el orden de la clasificación SCI 2019, las prioridades son el empleo satisfactorio (73%; 61,2%; 62,6% y 68,6%) y la asequibilidad de la vivienda (63,9%; 63,6%; 76,4% y 64,5%), dando también importancia a la seguridad, al desempleo y, en el caso de Madrid y Barcelona, a la contaminación del aire.

Añadimos un detalle más sobre los ciudadanos españoles consultados. Además de lo comentado, había tres preguntas sobre la aceptación o rechazo al uso de datos personales, por parte de las administraciones, incluyendo el reconocimiento facial.

En porcentaje promedio, más de un 60% de los entrevistados españoles aceptan el uso de estas tecnologías para que su ciudad sea cada vez más smart. Evidentemente, como proponen las preguntas, para mejorar el tráfico, reducir la delincuencia y demandar mayor transparencia de las administraciones.

A dónde vamos. Las ciudades inteligentes dependen en gran medida también de los hogares digitales y de los usuarios digitales. Hablamos del ‘internet de las cosas’ (IoT), cuyas previsiones de crecimiento son astronómicas: en un par de años, según calcula el sector, estaremos hablando de más de 40.000 millones de dispositivos conectados, que aportarán datos al conjunto de la urbe. De ahí la importancia del progreso de las redes 5G.

Pero si antes de la pandemia las inversiones en digitalización eran escasas, todo hace pensar que su necesariamente progresiva implantación, no solo en España, padezca ahora retrasos ante otras prioridades que demandan recursos. También faltan profesionales especializados. Si a esto añadimos los distintos ritmos con que en un mismo país o zona se gestionan esos datos en la actualidad, sin un patrón único, se puede comprender la dificultad de crear una plataforma de análisis común.

Un último escollo: convertir una ciudad en digital no es algo que se pueda hacer de un día para otro. Hablamos de proyectos a largo plazo que necesitan más de cuatro años, o, si se prefiere, de lo que dura una legislatura, para realizarse.

La digitalización más allá de las ‘Smart Cities’

SEGÚN la vicepresidenta ejecutiva de la CE, Margrethe Vestager: “esta crisis del coronavirus ha demostrado hasta qué punto resulta crucial para los ciudadanos y las empresas estar conectados y poder interactuar entre sí en línea” (Índice de la Economía y la Sociedad Digitales, DESI; junio de 2020). Se puede descargar aquí.

Disposición a ceder datos

COMPARATIVA de las cuatro ciudades españolas presentes en el Smart City Index 2019 con la primera y la última de las 102 analizadas en relación con la disposición a ceder datos (personales, reconocimiento facial, etcétera) para ayudar a que las urbes sean más digitales y sostenibles.

Para saber más

Smart City Index 2019. Universidad de Tecnología y Diseño de Singapur y IMD World Competitiveness Center’s Smart City Observatory (2019).

Las ciudades del futuro: inteligentes, digitales y sostenibles. Unicef. Emilio Ontiveros, Diego Vizcaíno y Verónica López Sabater. Fundación Telefónica y Editorial Ariel (2016).

Smart Cities Study 2019. Comunidad de Práctica de Ciudades Digitales de CGLU y Ayuntamiento de Bilbao (2019).

«Regreso a Pompeya y Epidauro», por Carmelo Encinas

ALDEA GLOBAL

CARMELO ENCINAS,

periodista

@CarmeloEnc
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Regreso a Pompeya y Epidauro

TODAS las casonas lo tenían. Era un pequeño estanque rectangular de fondo plano situado a cielo abierto en el vestíbulo de la vivienda. Se denominaba impluvium y en él desembocaba el agua de lluvia que recogían los tejados. Esa apertura central en el techo del edificio proporcionaba además luz solar a las habitaciones. El impluvium solía estar conectado a una cisterna que almacenaba el agua para el uso de sus moradores, regulando también la temperatura cuando apretaba el calor, función a la que generosamente contribuían las corrientes de aire establecidas por la disposición inteligente de las estancias.

Este modelo de sostenibilidad y eficiencia en el uso de los recursos naturales regía en las “domus” romanas hace más de veinte siglos, heredado en gran medida de los griegos y etruscos. La dramática erupción del Vesubio en el 79 d. C. sepultó en pocas horas varias localidades situadas en las faldas del volcán frente a la bahía de Nápoles, la mayor de ellas Pompeya, donde se calcula que vivían unos 15.000 habitantes. El coste en vidas humanas debió ser brutal por la virulencia de la erupción, pero el aluvión de cenizas, piedra pómez y residuos volcánicos anegó completamente aquella ciudad manteniéndola bajo su manto durante casi dos milenios como en una lata de conserva.

Gracias a aquella tragedia y los posteriores trabajos arqueológicos que aún continúan, iniciados por Carlos III en 1748, hoy podemos viajar en el tiempo y apreciar el grado de bienestar alcanzado por las ciudades romanas, cuyo diseño respondía a unas pautas urbanísticas de un pragmatismo y una racionalidad exquisitas. Partiendo de un núcleo central, donde solían situarse los templos, edificios públicos y espacios de reunión o esparcimiento, la ciudad crecía como un damero en torno a dos calles principales, el “cardo”, de norte a sur, y el “decumano”, de este a oeste. El resto de las vías, paralelas a uno y a otro lado, eran generalmente más estrechas.

De esta forma se organizaba también el movimiento de personas, animales y carruajes. Un atento paseo por las ruinas de Pompeya permite advertir hasta qué punto sus pobladores gozaban de una calidad de vida urbana que ya quisieran hoy la mayoría de nuestras ciudades. El peatón, tan acosado actualmente, tenía su espacio protegido y garantizado en unas amplias aceras de altos bordillos para que ni carros ni caballos las invadieran. En los cruces no disponían, como ahora, de semáforos, pero sí de unas piedras de paso a la misma altura que los bordillos y a la distancia adecuada para que el viandante pudiera pasar de unas a otras sin dificultad y los carruajes rodar entre ellas. Esos obstáculos obligaban, además, a los vehículos de tracción animal a frenar su carrera evitando así los atropellos, la misma función que hoy cumplen los llamados “bultos” en las carreteras de zonas residenciales. En Pompeya, como en cualquier otra ciudad romana, no todas las casas eran grandes domus ni disponían de un impluvium que les garantizara el suministro de agua, pero los llamados insulae, que vivían en bloques de alquiler, tenían fuentes que proliferaban por toda la ciudad. Una red homogénea garantizaba la disponibilidad de agua a sus habitantes de forma y manera que ninguno de ellos tuviera que andar más de 40 metros para cargar sus cántaros. Las fuentes eran además la excusa perfecta para introducir elementos ornamentales al paisaje urbano.

El mercado, las tiendas y los espacios de ocio como el teatro, las termas, la taberna e incluso la casa de lenocinio, todo estaba a mano en aquella Pompeya que en solo dos días se tragó el Vesubio. Un concepto de ciudad donde el tiempo pasaba despacio y donde se daba preferencia al bienestar de sus moradores por encima de otros intereses.

Los efectos salutíferos del ocio y la calidad de vida ya fueron observados y puestos en práctica hasta la sublimación quinientos años antes en la Grecia de Pericles. Epidauro, una pequeña ciudad al noroeste del Peloponeso, donde se hallaba el santuario de Asclepio, se convirtió en lugar de peregrinación de quienes invocaban a los dioses sanatorios para curar sus males. Entendieron sus moradores que para ayudar a las divinidades a sanar enfermos era bueno que éstos dispusieran de toda suerte de instalaciones lúdicas que les permitiera disfrutar de una convalecencia placentera. Es por ello que, además de los templos y hospitales, hubiera instalaciones deportivas, salones para banquetes, baños, jardines y un teatro cuyas condiciones acústicas ningún auditorio ni coliseo operístico ha logrado todavía superar.
En Epidauro había concursos de poesía hace dos mil quinientos años. Su entorno natural, una llanura rodeada de viñedos y montañas, contribuía a transmitir a los sentidos el efecto deseado. Un pequeño paraíso bien comunicado con Atenas desde donde se podía llegar en barco en solo seis horas.

 


«El avance en las ciudades del futuro nunca será óptimo si no logran en ellas adaptar el tiempo y el espacio a la dimensión del ser humano»


Ni el urbanista más ingenuo caería en la utopía de regresar al pasado para reeditar modelos de ciudad como los de Pompeya o Epidauro habitadas entonces por unos miles de personas y no millones como las actuales megalópolis. No obstante, una mirada retrospectiva a quienes en el pasado lograron tan alto nivel de excelencia ayudaría, sin duda, a encontrar fórmulas capaces de conjugar las demandas de una sociedad cada vez más sofisticada y exigente con la sostenibilidad medioambiental y el uso racional de los recursos naturales. Las nuevas tecnologías impulsarán las ciudades inteligentes con infraestructuras que agilizarán la movilidad de la gente y la dotarán de nuevos servicios hasta ahora inimaginables. Pero el avance en las ciudades del futuro nunca será óptimo si no logran en ellas adaptar el tiempo y el espacio a la dimensión del ser humano. Vivir sin prisas, tenerlo todo a mano y disfrutar de las cosas sencillas, proporcionó a los clásicos una calidad de vida que no debiéramos despreciar. Pompeya y Epidauro nos dejaron algo más que unas ruinas