¿Quién nos ha robado las historias?
porFernando Pérez Rubio,
notario de León. Premio al Mejor Libro de 2025 de la editorial Círculo Rojo en la categoría ‘Ficción Contemporánea’ por su primera obra El banco más bonito del mundo.
Expertos en diferentes áreas del Derecho se dan cita en nuestra revista para ofrecernos su visión de lo acontecido en el mundo de la Literatura, las Artes, la Justicia y, por qué no, en la vida misma. En este número nos acompañan: Javier Gomá Lanzón , jurista, filósofo y escritor; Doctor en Filosofía y miembro del Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. Director de la Fundación Juan March y Fernando Pérez Rubio, notario de León, Premio al Mejor Libro de 2025 de la editorial Círculo Rojo en la categoría ‘Ficción Contemporánea’ por su primera obra El banco más bonito del mundo.
A raíz de la reciente polémica suscitada con motivo de la concesión del Premio Planeta a Juan del Val -en la cual no me posiciono, pues mientras escribo estas líneas el libro aún no ha salido a la luz-, entre “literatura comercial” y “literatura intelectual” me ha venido a la cabeza una situación que viví el pasado verano en primera persona.
He de reconocer que la situación me ha llamado aún más la atención pues, apenas quince días antes del anuncio del ganador, mi primera novela El banco más bonito del mundo ganó el premio al mejor libro del año en la categoría ‘Novela Contemporánea’ de la editorial Círculo Rojo; premio al que no te presentas, pues el jurado elige entre todos los publicados durante el año.
Un paseo por la Feria del Libro
El pasado mes de junio me encontraba en Madrid. Era una soleada mañana de domingo, especialmente calurosa, y las calles del retiro eran un bullicio de lectores buscando a sus escritores preferidos. Al menos eso me pareció. Hacía tiempo que no pasaba por la Feria del Libro de Madrid.
Os contaré como anécdota que, en un banco apartado, en una de las calles aledañas a la feria, me encontré -bueno, pasé por delante- a mi filósofo de cabecera Javier Gomá. Reconozco que estuve tentado de acercarme a saludarle y por supuesto hacerme un selfi, pero lo vi tan tranquilamente charlando, imagino que con un amigo, que me pareció totalmente improcedente interrumpir.
Los que vivimos en provincias no estamos acostumbrados a encontrarnos con nuestros ídolos en persona y cuando alguna vez nos pasa, no siempre sabemos cómo reaccionar, pero hay que respetar la intimidad.
Pero no es de esto de lo que quería hablar. Lo que más me llamó la atención de la feria fueron las colas, o más bien la ausencia de ellas en algunas casetas. Me explico. Cuando el director de la editorial que publicó mi libro, Alberto Cerezuela, hizo una reseña señaló que le recordaba a Elvira Lindo y a Marta Sanz, y a un libro que me encantó, aunque exagerada comparación: La elegancia del erizo, de Muriel Barbery.
Los followers y la cultura del selfi
Por casualidades del destino resulta que las dos escritoras estaban firmando ejemplares de sus libros en casetas casi contiguas y cerca de ellas Máximo Huerta hacía lo propio. Me acerqué con la intención de comprar sus libros, no con mucha esperanza de conseguirlo, pues uno es alérgico a las colas, pero cual fue mi sorpresa cuando comprobé que apenas media docena de lectores esperaban la firma de sus ejemplares.
Había muchísima gente y había pasado por largas colas en otras casetas, así que decidí acercarme a ver quiénes eran los o las agraciados, imaginando que serían plumas ilustres, pues no se correspondía el bullicio con las pequeñas colas en las casetas de los para mi ilustres escritores y escritoras.
Mi sorpresa fue que no conocía a ninguno ni a ninguna de los firmantes -salvo al gran Eduardo Mendoza-. Realmente no había oído hablar de ellos en la vida, pero todos tenían una nota en común. Dudo que ninguno de ellos pasara de los veinticinco años, casi todas eran mujeres y todos los libros aparentemente respondían a una misma estética: portada en colores vivos, título simulando caligrafía a mano y casi todos, aparentemente, relacionados con el amor o el desamor juvenil.
Imagino que a esto es a lo que se refiere el reciente ganador del Planeta. Literatura comercial, no sé si buena o no, tampoco los he leído. Dios me libre criticar que escriban a temprana edad e incluso que vendan, aun cuando dudo que con su edad tengan mucha experiencia en esos temas, pero bueno, realmente, para escribir sobre un asesinato no es necesario haber asesinado a alguien. El mercado es el mercado, pero me sorprende la actual tendencia editorial.
Del thriller a la literatura juvenil
Pero sí que me ha llevado a reflexionar sobre la actual situación literaria en nuestro país, o al menos en mi modesta apreciación. Resulta extraño encontrarse en el escaparate de una librería un éxito editorial en el que no aparezca en las primeras páginas un cadáver en una cuneta o en un descampado, un policía jubilado normalmente con problemas mentales o adicto al alcohol -y por supuesto amargado- o una joven policía con el corazón roto o desengañada del amor, ambos con un tosco carácter y que, mientras nos van contando las causas de sus desdichas, en dos páginas finales nos desvelan que el asesino es alguien que pasaba por allí y no quien nos habían hecho creer.
Junto a esta tendencia del thriller, otra que le va a la par es la de la novela histórica, la cual creo que no es necesario explicar. Esta tendencia editorial es evidente en la mayoría de los autores actuales y habría que ser un necio para no reconocer que existen auténticas maravillas y extraordinarios escritores. No vaya nadie a pensar que estoy criticando estos géneros, de hecho soy consumidor habitual. Sin duda alguna, y en esto le doy la razón a Juan del Val, en muchos de ellos coincide calidad y comercialidad, ya que al igual que un buen libro puede ser un fracaso de ventas, también puede convertirse en un best seller.
Pero lo que un servidor desconocía es ese mundo literario adolescente-juvenil que me encontré en la feria y del cual mi hija me ha puesto al tanto, y que normalmente sustituye el cadáver por un par de jóvenes que descubren que el amor de su vida no era realmente tan perfecto como pensaban cuando se juraban amor eterno en un parque bajo los rayos del sol, o esa maligna amiga que te traiciona levantándole a su novio.
Francamente no estoy en condiciones de valorar si en este grupo existe calidad, porque como ya he dicho, desconocía su existencia. Ahora bien, parece ser que muchos de ellos se han hecho famosos en las redes y sus libros han sido un éxito entre sus seguidores. El mundo, no sé si para bien o para mal, ha dado un giro de 180 grados.
TikTok e Instagram: trampolín de ventas
En mis tiempos jóvenes un escritor a base de publicar podía llegar a ganar premios, era invitado a programas de radio o televisión en los que se hablaba de literatura (todos recordamos a Sánchez Drago, con Arrabal, Umbral, Cela etc.). Quiero decir, los autores primero escribían, después si tenían suerte vendían y algunos se hacían famosos y acudían a tertulias en los medios. Parece que hoy la tendencia es a la inversa.
Los escaparates de las librerías parecen estar poblados de libros escritos por famosos que primero van a la televisión o se han hecho famosos en TikTok opinando sobre todo lo opinable, en muchas ocasiones con desconocimiento absoluto del tema sobre el que opinan. Deciden o alguien les aconseja escribir un libro y automática e independientemente de la mayor o menor calidad del libro se convierten en superventas y se forman interminables colas de jóvenes y ávidos seguidores deseosos de adquirir su libro y volver a sus casas con un buen selfi que colgar en Instagram.
Lo que parece que ya no tiene cabida es la literatura sin muertos o sin flechazos instantáneos y consiguientes desamores. La literatura que simplemente cuenta historias. Por eso me congratula que autores como Máximo Huerta tengan el éxito que tienen, porque cuentan historias, historias de la vida misma que todavía tienen un nicho de lectores que buscamos algo más que asesinatos.
Por cierto, en la feria no compré su última novela, compré Una habitación en Paris y me pareció simplemente encantadora. Espero que tarde o temprano, no que desaparezca, pero sí que vuelva a haber un hueco para la literatura que cuenta historias.

