CECILIA BARTOLI.
“El público español es muy cálido y entusiasta. Cuando le apasiona, lo demuestra, y esto es precioso”
JUAN ANTONIO LLORENTE
- Mail: [email protected]
Tras casi cuatro décadas, Cecilia Bartoli continúa siendo uno de los nombres más emblemáticos del panorama lírico. Como mezzosoprano y por su actividad rectora en lugares referenciales. En el Festival de Pentecostés de Salzburgo, del que es responsable desde 2012, acaba de renovar su contrato por cinco años más. Si su carrera estuvo afianzada desde el inicio por dioses de la música como Karajan, Barenboim o Harnoncourt, Bartoli ha querido estimular a las nuevas generaciones desde sus puestos gerenciales o a través de la fundación que lleva su nombre.
La generosidad que muestra con los jóvenes se traduce en admiración por su parte. La soprano Sara Blanch comentaba recientemente: «Descubrir a Bartoli me supuso romper con todo”. Pensaba: “Está haciendo algo nuevo. Ese nuevo esquema me abre las puertas de todo un mundo».
¿Qué puedo replicar ante esas bellísimas palabras? Que me siento muy halagada, teniendo en cuenta que quien las pronuncia es una cantante de esa nueva generación en cuyo futuro tanto confío. Esto quiere decir que he podido transmitirles esa sensación que yo experimento cuando hago música. Recuerdo al respecto la bellísima frase que Rossini escribe en una carta dirigida a Pauline Viardot, en la que sintetiza su idea de qué significa cantar. Son unas palabras que a su vez había recogido de un soneto de Petrarca cuando dice “E ‘l cantar che nell’anima si sente” (“El cantar que en el alma se siente”). Y es que la expresión debe proceder del alma y en ello se tiene que empeñar todo cantante. Porque eso es el canto.
El otro día, tras el brindis por su nuevo contrato en Salzburgo, nos dieron un bombón.
Pero yo no lo pude recoger, porque tenía que bajar rápidamente a maquillarme. Era el día del estreno de Hotel Metamorphosis y la función empezaba una hora después.
En previsión me quedé también con el suyo. En el envoltorio aparecía el siguiente aforismo de Leibnitz: “Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad”.
Sí, sí, es verdad.
“LA EXPRESIÓN DEBE PROCEDER DEL ALMA Y EN ELLO SE TIENE QUE EMPEÑAR TODO CANTANTE. PORQUE ESO ES EL CANTO”
¿Lo pronunciaría el Leibnitz filósofo o el matemático?
Diría que a quien veo más tras esas palabras tan hermosas es al filósofo.
Por si tuviera poco trabajo entre Zúrich, Mónaco y Salzburgo, desdoblándose como gestora y como intérprete, acaba de renovar su compromiso en la ciudad de Mozart hasta 2031. ¿Hasta qué punto le asusta asumir responsabilidades, si es que le asusta? ¿No siente vértigo, miedo, ante cada nueva apuesta?
Yo no hablaría de miedo en el estricto sentido del término. Sólo lo contemplaría en aquello que tiene que ver con la responsabilidad como artista. Una responsabilidad por lo que supone el hecho de enfrentarse al compositor. O, por decirlo de otra manera: ¡De ponerse al servicio de la música de Mozart! (gesto de “casi nada o ahí queda eso”. Bartoli, como latina ejerciente, es muy expresiva). Y cuando digo Mozart digo Haendel o cualquiera de tantos grandísimos compositores. En ese momento necesitas verdaderamente entregarte a su servicio. Con una gran humildad para llegar a comprender o, para ser más precisa, intentar comprender lo que quería decir. Y no sólo con las notas que como creador dejó escritas, sino pensando qué quería expresar tras esas notas. Ni más ni menos. Y en eso, está claro, es donde encuentro la mayor responsabilidad. Porque nosotros somos sus intérpretes, es decir, ejercemos el papel de intermediarios entre el autor de la obra y el público, ¿no es así? Entonces, tenemos la gran responsabilidad de servir su música, y debemos hacerlo siempre con gran reverencia. Es cierto que, aunque esta sensación esté ahí, no puedo hablar de miedo, lo que no impide que siempre esté presente la duda al plantearte: ¿será de verdad esto lo que el compositor deseaba que llegase al corazón de las personas? ¿Es esta exactamente la interpretación que yo le estoy dando? Y aunque no tengas la certeza absoluta de cómo solventar ese dilema sí debes tenerla de que no debes afrontarlo con miedo, porque el miedo suele ser un mal consejero.
Ahí está el factor imaginación que aludía…En cierta ocasión me comentó que el público espera escuchar nuevo repertorio.
Y así lo pienso.
“LA DUDA SIEMPRE ESTÁ PRESENTE: ¿SERÁ DE VERDAD ESTO LO QUE EL COMPOSITOR DESEABA QUE LLEGASE AL CORAZÓN DE LAS PERSONAS?”
¿Incluso si se trata de cosas tan radicales como hizo, presentando en Salzburgo el West Side Story de Leonard Bernstein?
(Risas). Bueno… la idea de programar aquel título tuvo su origen en la percepción personal que siempre había defendido de que West Side Story es una obra maestra de Bernstein que yo no definiría simplemente como un musical. Es mucho más. Sobre todo si, como punto de partida, la música que compuso se canta tal y como está escrita. Porque la tesitura, tanto en el caso de Tony como en el de María, es muy compleja. Por eso, a la hora de llevarlo al disco el mismo compositor quiso contar para la grabación con José Carreras y Kiri Te Kanawa: dos cantantes no sólo, obviamente, con técnica vocal, sino con una técnica vocal muy sólida. Otra cosa es que hoy los teatros la suelan ofrecer con cantantes que no tienen necesariamente una, digamos, impronta lírica. Sin considerar que la obra tal y como Bernstein la escribió es verdaderamente difícil de cantar.
En el Liceu de Barcelona, que usted conoce bien, se pudo ver hace unos meses, con Gustavo Dudamel en el pódium.
Es un director fabuloso.
¿También lo hizo con cantantes de ópera?
Con Nadine Sierra y Juan Diego Flores. Como decía, si se quiere hacer tal y como Bernstein lo escribió, se necesitan cantantes de ópera con todos los colores y los matices. Hay momentos en los que María debe cantar un solo en pianísimo y esto garantizo que es imposible hacerlo sin una técnica vocal muy sólida.
Si en los últimos tiempos era cada vez más difícil verla sobre el escenario, aceptar tantos cargos en distintos lugares. ¿Le sirve como coartada perfecta para rechazar ofertas de los intendentes teatrales y reducir más aún su presencia escénica?
La verdad es que a día de hoy mantengo una actividad enorme. Recientemente me ofrecían una colaboración en Berlín, que no estoy segura de poder aceptar. Y es que apenas me queda tiempo disponible entre Zúrich y el Festival de Pentecostés de Salzburgo, que, con una nueva producción por temporada, me supone dedicarle, entre ensayos y funciones, cinco semanas. Porque a Salzburgo regreso en el verano y unos días en invierno. Luego están los conciertos, y a esto hay que sumarle la entrega que me supone ser directora artística de la ópera de Montecarlo, a la que me dedico en cuerpo y alma durante seis meses. Aun así, sigo intentando equilibrar las dos facetas.
Por lo que podemos calificar de milagroso que en esos días haya decidido presentarse con el Orfeo y Eurídice de Gluck en tres ciudades de España, país que le resulta familiar desde muy joven. Conoce bien los bailes andaluces, domina las castañuelas… ¿Se puede llegar a sentir un poco española?
Un poco, sí. Y quiero decir algo que no tiene que ver con la música, pero que, pensando en España, me acaba de venir a la cabeza (más risas). Me ocurrió hace varios años, cuando estuve con el programa Malibran, centrado en torno a María Malibran y la familia García. Empezando por su padre y maestro, Manuel, el tenor favorito de Rossini, que era sevillano. Pues bien, cuando lo presentamos en Sevilla, en un concierto que fue mi debut en el Teatro de la Maestranza, recuerdo haber comido los mejores chipirones fritos. ¿Te acuerdas, mamá? (la madre, Silvana Bazzoni, su primera profesora de técnica vocal, que acaba de entrar al despacho donde nos encontramos, asiente divertida con la cabeza). La noche antes del espectáculo fuimos a un restaurante cerca del teatro, donde los probé y me encantaron.
…y eso que Sevilla no es puerto de mar.
Pero el caso es que los comí en Sevilla, en un restaurante cuyo nombre no recuerdo, ni sé dónde tengo el número de teléfono. Lo tengo que buscar. Después de aquella experiencia le dije “¡Mamá, tenemos que volver!” (la madre corrobora, riendo, las palabras de su hija). De modo que el día del concierto, cuando normalmente los cantantes tenemos que limitarnos a comer algo más ligero, me dije “¡No importa!”, “¡Y tú, mamá, también los puedes comer!” (otra risotada). Es algo que nunca olvidaré.
Podrá, si encuentra el contacto, disfrutar otra vez en ese lugar, ahora que, siete años después de aquel descubrimiento, regresa cerca del Guadalquivir. Cerrando su paseo español, para cumplir con los que esperan ese Orfeo y Eurídice de Gluck en Barcelona, Madrid y Sevilla. Y ya, para acabar ¿cómo recuerda al público de España?
El público español es muy cálido y entusiasta, un público que escucha con gran interés. Que cuando le apasiona, lo demuestra, y esto es precioso, precioso. Es fantástico. Es un público al que, debo decir, también le encanta el canto dulce, y esto me conmueve de un modo especial porque, obviamente, aunque he cantado mucho -pensemos que en mi repertorio hay numerosas obras de coloratura-. Mi especialidad también es precisamente ese canto: el bel canto, el pianísimo, el canto dulce, el legato. Y he podido percibir que esto también conmueve profundamente al público español.
DONDE ENCONTRARLA
Una página cuidadosamente puesta al día da clara idea de la actividad de una polifacética Cecilia Bartoli, destacando las tres fechas que dedica a España en noviembre para presentar el Orfeo y Eurídice de Gluck (25, Barcelona; 27, Madrid y 29, Sevilla)

