ENTRE MAGNITUDES
“La política de hijo único, vigente hasta 2015, está provocando una caída de la población que implica una pérdida de capacidad de crecimiento”
China vista por un economista
“Esta vez será diferente” es una de las frases que más debate genera entre los economistas. Y en mi caso, a medida que voy acumulando experiencia profesional, voy cambiando de opinión. Hace unos años la consideraba falsa. Tal vez porque pensaba que la economía tenía un componente de ciencia que permitía modelizar su comportamiento a partir de lo que había sucedido en otras fases expansivas o de crisis. Puede que fuera por el sesgo que traía de la universidad en la que había estudiado modelos, muy elegantes y certeros, a la hora de explicar el pasado. Pero en los últimos años mi fe en ellos se ha ido desvaneciendo a medida que se han acumulado acontecimientos inesperados, novedosos y de alto impacto, así como importantes cambios en la estructura de la economía mundial.
Tras esta confesión sobre mi transformación, reconozco que ahora soy de la escuela “estavezserádiferente”. Y por muchos motivos. Por un lado, porque nunca antes habíamos tenido una intensidad tecnológica como la actual. Por el otro, porque nunca antes se había acumulado un volumen tan elevado de deuda pública en un contexto de longevidad y envejecimiento poblacional como el actual. Y, aunque hay muchos más factores, déjenme que me adentre en el tema de este artículo: porque nunca antes habíamos tenido la emergencia de una segunda potencia del tamaño de la que ahora ocupa esa posición: China. Sí, es verdad que esta economía ya ha sido líder en diferentes fases de la historia (lea el libro de Ray Dalio, Nuevo orden mundial), pero el reto que tenemos en el presente como economistas es analizar si es posible que desbanque a EE. UU. de la primera posición y cómo va a conseguirlo.
Y es aquí donde empieza otro debate. Tras una primera fase de fuerte expansión, iniciada con el cambio político introducido por Deng Xiaoping en los setenta y acelerada con la incorporación de China en la Organización Mundial del Comercio (2001), que permitió el fuerte crecimiento del PIB vía inversión empresarial y exportaciones, ese modelo parece agotado. Debe ser la demanda interna (el consumo de las familias chinas) la que tome el relevo al consumo de las familias del resto de mundo a la hora de comprar productos made in China. Y eso no está pasando, ni tiene visos de suceder en el corto plazo. Las autoridades del país lo saben y han optado por activar otra palanca del crecimiento: la alta tecnología (‘Tecno-socialismo’, como lo denomina el profesor Claudio Feijoó). Si uno de los errores del siglo XIX, que derivó en el ‘siglo de la humillación’, fue el rechazo a la innovación tecnológica del momento (el tren), ahora ha preferido situarse a la cabeza, superando incluso a EE. UU. en ámbitos como internet de las cosas, cloud computing, computación cuántica, ciberseguridad o inteligencia artificial (ver al respecto el Informe Draghi publicado a principio de septiembre). Esta parece una apuesta ganadora, salvo por el reconocimiento de que sufren un cierto cuello de botella en una pieza básica: diseño y producción de chips. Es por ello por lo que muchos expertos en geoestrategia apuntan al deseo de China de recuperar Taiwán (recomiendo La guerra de los chips, de Chris Miller).
El otro eje de crecimiento y ventaja competitiva futura tiene que ver con las energías renovables. En esto, a diferencia de la alta tecnología, Europa comparte liderazgo tecnológico, en cierto modo porque, como China, sufrimos la ausencia de combustibles fósiles en nuestro subsuelo. Pero China, a diferencia de Europa, cuenta con las materias primas necesarias para la generación de energía renovable, bien de forma directa (en minas en su territorio), bien de forma indirecta (por el posicionamiento en África, en una suerte de neocoloniaslimo que, al menos de momento, este continente parece aceptar).
Con estos mimbres, además de una elevada población (1.300 millones de personas), podría pensarse que nada va a impedir que el PIB de China supere al de EE. UU., incluso antes de la fecha marcada. Esta es 2049, es decir, en el centenario de la actual República Popular China.
Pero el camino cuenta con sus particulares obstáculos. Uno es la denominada “trampa de la renta media”, según la cual, muchas economías son incapaces de superar en su proceso de desarrollo la cota de los 15.000 USD de PIB per cápita. Como hemos comentado, las autoridades chinas parece que apuestan por las nuevas tecnologías para conseguir la velocidad de escape necesaria.
Otro de los retos es digerir una elevada deuda asociada a la fuerte expansión de la inversión residencial. China sufre una burbuja inmobiliaria que necesitará varios años para purgarse, así como medidas contundentes (y dinero) por parte de las autoridades.
En tercer lugar, se debe advertir del ‘invierno demográfico’ en el que está entrando. La política de hijo único, vigente entre 1982 y 2015, está provocando una caída de la población que, combinado con la longevidad, implica una clara pérdida de capacidad de crecimiento futuro. Es verdad que esta característica es común al resto de países del mundo (con la excepción de África) pero condiciona mucho la capacidad de crecimiento diferencial del PIB que necesita China para cumplir su objetivo.
En cuarto lugar, los sociólogos tampoco se ponen de acuerdo en la sostenibilidad del actual régimen político. ¿Presionará el ciudadano para conseguir una democracia o preferirá mantener la actual autocracia si considera que, ante sus características diferenciales, es más eficaz para conseguir el objetivo de crecimiento del PIB?