LA @

ESTHER PANIAGUA,

periodista y autora especializada
en tecnología

 

"Para personalizar la experiencia, la IA necesita datos, lo que implica recopilar y analizar nuestra información personal e íntima"

Móviles avanzados, ¿humanos avanzados?

Imagine un dispositivo que no solo le conozca, sino que se anticipe a sus necesidades, que organice su día, que haga sus fotografías y vídeos más bellos, o que genere todo tipo de contenido para usted, con solo una orden de voz o a medida que escribe. Un teléfono inteligente que analice sus imágenes y documentos, su localización, su estado de salud, sus compras y cualquier otra variable que pueda conocer o medir, todo para convertirse en su mejor asistente

¿Prometedor o aterrador? Probablemente, un poco de ambas. La fiebre por incorporar inteligencia artificial (IA) generativa a todo, ha llegado a los smartphones, y no está exenta de consecuencias. La más clara es el impacto que puede tener en exacerbar problemas preexistentes, asociados tanto a la conectividad como a las herramientas y plataformas digitales, y a los dispositivos electrónicos.

Quizá el mayor riesgo, del que ya se están viendo signos, es el del refuerzo y multiplicación de la adicción a la IA y, por ende, al vehículo donde se inserta. Este efecto viene de muchas formas. Una de ella son los ‘acompañantes de IA’. Es decir, el uso de chatbots como si fueran humanos: amigos, colegas, novias, amantes, psicólogos, mentores, maestros, etc.

En países como Australia, los jóvenes pasan hasta cinco horas al día con chatbots sexuales, y el segundo uso más popular de ChatGPT es el juego de roles sexuales. Muchos chatbots, de hecho, se ofrecen como acompañantes, novias virtuales, terapeutas… Es, de hecho, una de las aplicaciones de la IA generativa con mayor crecimiento.

Estos acompañantes artificiales son tan adictivos porque nos proporcionan lo que queremos cuando lo queremos, de forma realista y adaptada a las preferencias de cada persona. Sin necesidad de dar, recibimos lo que deseamos. Como explican científicos del MIT, esto no solo es adictivo, sino que puede atrofiar nuestra capacidad de relacionarnos plenamente con otros seres humanos que tienen deseos y sueños reales propios”, lo que conduce a lo que denominan ‘trastorno del apego digital’.

Los acompañantes de IA no son el único motivo por el que la adicción al móvil puede intensificarse con las nuevas generaciones de smartphones. El otro gran potenciador de este efecto es un viejo conocido: la personalización de las experiencias, que la IA ayuda a afinar. A esto se añade la generación continua y automatizada de contenido, que explota el llamado “scroll” o desplazamiento infinito. Este contenido es, además, hiperrealista, difícil de identificar como artificial, tanto en su autoría como en el contenido en sí.

Lo anterior tiene relación con otras problemáticas. Una es la brecha de privacidad: para personalizar la experiencia, la IA necesita datos, lo que implica recopilar y analizar nuestra información personal e íntima, incluso nuestra localización en todo momento. ¿Quién tendrá acceso a ella, y para qué y cómo la empleará?

Estos datos permiten conocer y explotar nuestras vulnerabilidades para influir de manera oculta en nuestra toma de decisiones. Es decir, para manipularnos. Esto limita nuestra autonomía, que es la capacidad efectiva de una persona para gobernarse a sí misma: un derecho fundamental.

Dicha autonomía también puede verse mermada debido a una dependencia excesiva en la IA para tomar decisiones, reduciendo el pensamiento crítico. Además, a medida que se delegan más tareas en la IA, pueden disminuir ciertas habilidades cognitivas y prácticas. Sería un impacto similar al que otras herramientas, como los sistemas GPS, han tenido en nuestro sentido de la orientación y memoria.

A esto se añade un empobrecimiento de la comunicación verbal, en un mundo en el que la forma de relacionarnos con los dispositivos se limita a un “OK, Google” o a órdenes en imperativo.

Otra problemática es la perpetuación de los sesgos y la discriminación por motivos de raza, religión, clase social, orientación sexual, género, etc., en la que se ha demostrado que están ya incurriendo las herramientas de IA generativa. Esto tiene muchas implicaciones. Una de ella es la acentuación de los estereotipos, ya que el contenido generado por la IA reproduce los patrones de cuerpos perfectos que ha aprendido, inundando el espacio digital de falsas personas con siluetas imposibles de alcanzar. Como se ha demostrado, esto acarrear una reducción de la autoestima -sobre todo de mujeres y adolescentes- y refuerza las conductas dañinas, la ansiedad y la depresión.

Por último, no se puede obviar el impacto medioambiental del uso creciente de la IA. Por una parte, por su elevado consumo energético y de agua a través de los centros de procesamiento de datos necesarios para entrenar los modelos de IA. Por otra parte, debido a la basura electrónica, que puede crecer con más velocidad al ser necesario cambiar de dispositivo para poder acceder a las ventajas del último modelo con IA. A su vez, esto exacerbará la brecha digital entre quienes pueden y no pueden pagar teléfonos de última generación.

A la vista de todo esto, es difícil recordar las ventajas de incorporar IA generativa en los móviles. Más allá de convertirnos en los reyes del Photoshop y de permitirnos delegar ciertas tareas, el valor más significativo podría estar en proporcionar una mayor independencia a personas con diferentes capacidades, a través de funciones de accesibilidad avanzadas, siempre y cuando se habiliten.

Si eso no sucede; si las grandes tecnológicas siembran la IA a sus anchas y sin límites efectivos; y si los consumidores, usuarios y ciudadanos nos dejamos llevar por la comodidad acrítica y el uso compulsivo de estos dispositivos, tendremos que darle la razón al teórico de la comunicación Marshal McLuhan en eso de que “los nuevos medios y tecnologías mediante los cuales nos amplificamos y extendemos constituyen una enorme cirugía colectiva realizada sobre el cuerpo social en su totalidad”. Una amputación que aún estamos a tiempo de evitar.