«La irresistible llamada del pueblo», por Margarita Sáenz-Díez

EN ESTE PAÍS

EL TELE-TRABAJO ha llegado para quedarse. No tiene marcha atrás. Ha cambiado la dinámica laboral en las zonas urbanas y se perfila como un polo de atracción en el mundo rural. De eso se encargan muchas agrupaciones locales empeñadas en repoblar la España Vaciada, cuando residir próximo al lugar del trabajo ha dejado de ser un requisito imprescindible.

El éxodo rural dejó a la intemperie enormes extensiones y el abandono de los pueblos en busca de nuevas oportunidades fue una constante en la segunda mitad del siglo XX. Ahora es cuando el atractivo de los territorios abandonados llama a la puerta y el regreso al pueblo se convierte en una opción para un cambio de vida. Esa España callada ha levantado la voz para conquistar un protagonismo que nunca tuvo, que rechaza seguir siendo un campo en el que el AVE pasa a toda velocidad sin posibilidad de detenerse, y que reclama el acceso pleno a las nuevas tecnologías que faciliten el trabajo a distancia.

Los tiempos han cambiado tanto que el regreso al pueblo no se considera una excentricidad bucólica sino una oportunidad para cambiar de vida y acometer nuevos sistemas de trabajo. El hecho de que el movimiento Teruel Existe consiguiera en las últimas elecciones tener un diputado en el Congreso y dos representantes en el Senado, animados por el afán de evitar la muerte de las pequeñas localidades, visibilizó la realidad de millares de pequeños núcleos vacíos, diseminados por toda la geografía.

Curiosamente, la pandemia en este año de sufrimiento y muerte ha motivado que muchos hayan decidido regresar a las antiguas casas familiares con la determinación de rehabilitarlas. Algunos pocos, más atrevidos, han apostado por rescatar enclaves en medio de una naturaleza desbordante.

Si la posibilidad del tele-trabajo está siendo decisiva para intentar ese cambio de vida, queda pendiente la reorganización de los servicios básicos como atención primaria, escuelas, seguridad, para que todos tengan acceso a los mismos en no más de media hora de coche, según los expertos.

Resulta muy interesante la experiencia de José María Carrascosa, fundador en 1980 de una iniciativa pionera en Sarnago (Soria), que entonces tenía un futuro desolador. Él y otros ciudadanos montaron una asociación decididos a devolver al pueblo vacío la presencia humana. Al principio, obligados por las circunstancias laborales, eran visitantes intermitentes que acudían cuando podían. Poco a poco y con mucho trabajo, fueron arreglando las viviendas, las calles, el alumbrado, o peleando para que cada hogar tuviera agua y conexión wifi para acceder a internet. Todo con su esfuerzo personal.

Ahora los de Sarnago han conseguido, de momento, alternar el trabajo presencial en la ciudad y la oficina virtual en el pueblo, conciliando así la vida personal y el respeto a la naturaleza. Desde esas experiencias, el futuro de quienes se tracen ese camino podrían conseguir una vida más amable, menos estresante, en la que los adultos aprovechen las virtudes de la tecnología y los niños puedan estudiar en las escuelas de las localidades cercanas y educarse de la mano de la naturaleza

En Castilla-La Mancha se prepara una ley contra la despoblación porque estos pobladores requieren de ayuda oficial para iniciar su nueva etapa. Parece que se les eximirá del abono de impuestos autonómicos, tendrán ayudas fiscales para la rehabilitación o construcción de viviendas rurales, mientras las empresas que allí se instalen dispondrán de apoyos públicos. Iniciativas fundamentales todas ellas para hacer posible o al menos facilitar la tarea. La decisión de Telefónica de llevar internet a cualquier punto del país, es otro avance indispensable.

Y, ¿por qué no admitir un empadronamiento doble o intermitente? Para eso haría falta una revolución también en el sistema de subvenciones a los ayuntamientos en función del número de censados. Clichés que se quedarán antiguos para dar paso a otros sistemas más modernos que permitan una flexibilidad mayor.

En un futuro no lejano en el que podamos estar todos interconectados allí donde nos encontremos, la elección de nuestra forma de vida estará abierta a mundos que nunca imaginamos. Entonces, la llamada del pueblo podría ser irresistible.

«Los datos, una revolución rural», por Carmelo Encinas

Carmelo Encinas

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Carmelo Encinas.
CARMELO ENCINAS, periodista
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@CarmeloEnc

Los datos, una revolución rural

EN SU PUEBLO no hay cable y mucho menos fibra; allí solo pueden usar el internet móvil y limitado al 2G. Así explicó Alexei Dudoladov en su facultad la peculiar maniobra que realizaba cada día para poder bajarse el material docente y lograr unos cuantos minutos de clase. Estudiante de Ingeniería, este joven siberiano de 21 años se encarama diariamente a un abedul de 10 metros para captar la señal, descargarse los vídeos y seguir las clases por Zoom. Su tenacidad convierte ese árbol en una suerte de símbolo para los territorios apartados y el mundo rural sobre la necesidad de ser dotados de cobertura total y de una alta calidad en materia de conexión a internet y telefonía móvil.

España no es Siberia pero, a pesar de registrar una densidad media de población relativamente moderada, el 55% de nuestro territorio está escasamente poblado con densidades inferiores a 12 habitantes por kilómetro cuadrado.

La llamada España vaciada no parecía ofrecer perspectiva alguna de futuro hasta que la pandemia introdujo una corriente a favor de la vida fuera de las ciudades. Son muchos los que, tras sentir el agobio del confinamiento en pisos o apartamentos y las limitaciones perimetrales urbanas, han vuelto los ojos hacia esos pueblos pequeños que languidecen y donde las casas y el suelo no valían casi nada. El prestigio emergente del mundo rural constituye una extraordinaria ventana de oportunidad para repoblar aquellos territorios abandonados y hacer de la necesidad virtud.

Hay otros vectores que empujan este deseable renacimiento de los pueblos proyectando un porvenir económico antes inimaginable. La creciente demanda de productos agrícolas junto a la imperiosa necesidad de proteger el medioambiente obliga a buscar ideas innovadoras que aprovechen la tecnología digital para introducir en el sector agrario los métodos más vanguardistas de producción, lo que operaría una auténtica revolución en el campo. Son herramientas que introducen el Big Data, para lo que resulta esencial la recolección de datos que permita realizar predicciones y asesorar con precisión a los productores sobre la materia prima con la que trabajan obteniendo información del mercado, el clima y los suelos. Técnicas que determinarán un cambio generacional atrayendo a la agricultura a gente más joven y preparada interesada en optimizar la producción de alimentos y en formas de explotación más sostenibles y ecológicas libres de elementos químicos y pesticidas. Es obvio que la introducción de estos nuevos instrumentos digitales tiene un coste más que considerable, pero su financiación encaja a la perfección en la filosofía de la Unión Europea para la concesión de fondos que estimulen la digitalización y el uso de energías verdes.

El relevo generacional en el ámbito rural se considera estratégico por el Gobierno de la nación cuyo ministro de Agricultura, Luis Planas, se declara convencido de que la producción de alimentos en España puede incrementarse de forma extraordinaria hasta convertirse en uno de los grandes pilares de nuestra economía y de generación de nuevas empresas y empleos de alta cualificación. Para ello el sector ha de buscar nuevos mercados fuera de la UE, sobre todo en China y Estados Unidos, sin dejar de ser la gran huerta de Europa.

En esa tarea también desempeñará un papel fundamental la agricultura digital. Una de las funciones de la Oficina del Dato, tal y como se recoge en la orden de creación del departamento que se encargará de diseñar las estrategias del Gobierno en materia de Big Data, es precisamente la creación de espacios de intercambio de información entre ciudadano, empresas y la Administración, además de desarrollar un Centro de competencia de analítica avanzada. Teniendo a su disposición esos instrumentos, esa nueva agricultura podría operar en las mismas condiciones de competitividad que quienes trabajan desde las ciudades.


“Asistimos a una ocasión única de revertir la adversidad de la pandemia.
Los datos encenderían una auténtica revolución rural”

Es obvio que nada de esto será posible de no avanzar de forma decisiva en la extensión del acceso a internet de banda ancha dotando de redes de fibra óptica hasta el último y más remoto rincón del país. Ello facilitará la práctica del “teletodo” en zonas inmensas de nuestra geografía hasta ahora yermas por ser incompatibles con las exigencias de los actuales modos de vida. El teletrabajo, la teledocencia, la telemedicina o la telecompra cambiarán radicalmente el escenario anterior reduciendo al mínimo la demanda de movilidad de las personas, aunque no de las mercancías que, en cambio, tenderán previsiblemente a crecer. Se hará, por tanto, necesaria la construcción de infraestructuras de transporte complementarias basadas en la sostenibilidad, contribuyendo al deseable equilibrio territorial.

En un reciente Foro sobre ingeniería y obra pública, organizado por el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Mauricio Gómez Villarino, director de la Consultora IDOM, planteaba la conveniencia de conectar los ámbitos de influencia de las metrópolis hasta unos 100 kilómetros de las mismas. Proponía, en concreto, la construcción de un anillo M‐100 que enlazara las provincias de Toledo, Ávila, Segovia, Guadalajara y Cuenca, y hacer lo propio en la Serranía Celtibérica, ese enorme espacio entre Madrid, Valencia, el País Vasco, Zaragoza y Cataluña. Operaciones, en definitiva, destinadas a rescatar del ostracismo las zonas despobladas y claramente susceptibles de ser financiadas con los Fondos de Recuperación de la Unión Europea.

Asistimos pues a una ocasión única de revertir la adversidad de la pandemia poniendo en valor más de la mitad del territorio nacional conjurando su paulatino abandono y degradación. Esto es lo que convierte en estratégico el acceso a la banda ancha y la inmersión de toda nuestra geografía en el 5G. Los datos encenderían una auténtica revolución rural y nadie en España tendría que subirse a un abedul.

¿Estudias o teletrabajas?

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¿Estudias o teletrabajas?

LA PREGUNTA más socorrida para iniciar una conversación cambiará. La pandemia y el respaldo jurídico que ha dado el Real Decreto-ley 28/2020 al modelo de trabajo a distancia lo transformará en la forma en la que cada vez nos ganaremos más la vida. 

GABRIEL CRUZ

@Gabrielcruztv
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Cuántas veces lo habremos escuchado, hasta en el hilo musical del supermercado, entre las ofertas del día, nos recordaban: “todo pasará”. Pues no, no todo. Volveremos a saludarnos con la mano, los dos besos tardarán un poco más… pero entre lo que se quedará estará el teletrabajo o se le puede decir ¿trabajo a distancia?

Éxodo pandémico. Antes del Real Decreto-ley 28/2020 de 22 de septiembre de trabajo a distancia, lo que teníamos era la Ley 3/2012 de 6 de julio de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral. Esta fue modificada por el artículo 13 del Estatuto de los Trabajadores, que daba en cinco puntos unas líneas generales sobre el trabajo a distancia. Ahora, con el éxodo pandémico de la oficina al salón, parece que era necesario regular con más prolijidad esta modalidad y de ahí salió el Real Decreto 28/2020 “de trabajo a distancia” que consta de 22 artículos. ¿Merecía la pena hacerlo? Pues parece que no mucho si escuchamos a expertos en derecho laboral como Jordi García Viña, director en el área de Laboral de KPMG Abogados, que nos apunta que “todo lo que sea ordenar las relaciones laborales es positivo. sin embargo, España legisla pensando en la pequeña parte que comete fraude y no piensa en la mayoría que no lo comete. Antes de este Real Decreto-Ley, en el trabajo a distancia funcionaban perfectamente los acuerdos entre empresa y empleado. De hecho, había un centenar de convenios colectivos que lo contemplaban. Sin embargo, con la nueva ley crecerá la burocracia y eso puede ponerle trabas al teletrabajo”. En eso coincide Martin Godino, abogado director de Sagardoy. En un reciente congreso laboral organizado por Lefebvre aseguraba que “muchas empresas van a huir del trabajo a distancia por el volumen de costes y burocracia”. En definitiva, se disminuye la flexibilidad que hasta ahora existía entre la empresa y el trabajador. De hecho, el Ministerio de Trabajo y Economía Social reconoce en la memoria de impacto de la ley en más de 790 millones de euros al año el coste que tendrán que afrontar las empresas en cargas administrativas a partir de la nueva regulación (desde entregas de contratos hasta envío de copias a la administración). Todo ello sólo en burocracia, sin entrar en costes materiales a los que el empresario deberá hacer frente porque es él quien los pagará para que el empleado los use en casa. No le hemos empezado a hablar de la ley y ya empezamos a ver nubarrones. Veamos si podemos despejar algunos.

¿Trabajo a distancia o teletrabajo? Las primeras dudas aparecen con la confusión entre trabajo a distancia y teletrabajo. ¿Es lo mismo? Algunos los usan como sinónimos y otros consideran que son distintos. Sería desperdiciar líneas explayarnos en eso: como si son galgos o podencos. Lo más acertado sería decir que el trabajo a distancia es el que se realiza fuera de los establecimientos de la empresa (casa u otro lugar) y el teletrabajo es una especialidad de la anterior, pero en el que se usa exclusivamente o de forma prevalente las nuevas tecnologías. Por ejemplo, una costurera sería el primer caso, pero no el segundo. Ahora bien, como aclara Jordi García Viña: “el hecho de que hagas tu labor fuera del centro de trabajo no significa que sea trabajo a distancia. Por ejemplo, un comercial que realiza visitas”. En eso coincide Ángel Ureña Martín, abogado laboralista y creador de la web tuasesorlaboral.net que nos comenta que cuando el trabajador “se desplaza fuera de la sede empresarial, como un comercial, sería trabajo fuera de la oficina pero no tiene por qué ser trabajo a distancia o teletrabajo”. Ahora bien, apunta Jordi: “si ese trabajador realiza visitas tres días a la semana y al menos un día y medio está informando desde su casa a sus jefes elaborando informes, llamadas, etc., entonces ese día y medios se considera que entran dentro del teletrabajo”.

Pero, cuidado, porque si es menos de día y medio dentro de una semana clásica de lunes a viernes se considerará flexibilidad laboral y no teletrabajo. La ley lo dice claro: para que esta normativa se aplique hace falta que las horas trabajadas en remoto sean por lo menos el 30% de la jornada semanal (de lunes a viernes) teniendo como referencia un periodo de tres meses. Es decir, el equivalente a un día y medio a la semana.

Ángel Ureña añade más distinciones: “El teletrabajo es ocasional y se desarrolla fuera de la sede de la empresa, pero estando el trabajador conectado a través de sistemas tecnológicos. Mientras, el trabajo a distancia, se realiza de manera continua y no ocasional fuera de la sede empresarial. Además, aquí la función del trabajador se evalúa, por lo general, en base a los objetivos cumplidos. Mientras que en el teletrabajo es por las horas dedicadas, ya que se encuentra bajo la vigilancia del empresario”.

Si creía que estar en su casa era liberarse del jefe, se equivoca. Puede tenerlo más tiempo detrás de su hombro que cuando estaba en la oficina. Existen software de vigilancia empresarial en los que, además del registro de la jornada, queda reflejado qué webs visita durante la jornada de trabajo, cuánto tiempo le dedica a un documento o qué interacciones tiene con otros grupos. Puede, eso sí, negarse a que le instalen software de la empresa si utiliza su propio ordenador, pero si pertenece a su empleador tiene que aceptarlo.

De hecho, el Real Decreto-Ley 28/2020 lo dice muy claramente en su artículo 22: “La empresa podrá adoptar las medidas que estime oportunas de vigilancia y control, incluida la utilización de medios telemáticos, guardando en todo caso la consideración debida a la dignidad del trabajador”. Es decir, si es de los que les gusta calentar la silla y lleva el “presentismo” en las venas, mejor opte por seguir en la oficina. Nadie le puede obligar a teletrabajar porque es voluntario. A no ser que le obligue el Gobierno.

Voluntario por ambas partes. Es decir, con que el trabajador o la empresa no lo quieran no se llevaría a cabo. Entonces surge la siguiente paradoja: la norma de teletrabajo se impulsó por la pandemia. De hecho, la fórmula real decreto-ley es la que se prevé para casos de extraordinaria y urgente necesidad. Sin embargo, como señala Jordi García, en caso de que nos obliguen a confinarnos “tanto la empresa como el trabajador no han aceptado voluntariamente esa situación, les ha obligado la autoridad. Es decir, el fundamento de la ley (que ambas partes quieran) no se cumple, con lo cual no debería aplicarse la norma”. Hasta el gobierno ha tenido que admitir que, efectivamente, en caso de confinamiento no se aplicaría.
Si desgranamos la normativa podemos destacar estos otros aspectos:

-La decisión de teletrabajar debe ser un acuerdo firmado y se incorpora al contrato. No sirven acuerdos verbales. Precisamente esta era la elasticidad que había anteriormente. Si entonces al empleado y a la empresa le venía bien el teletrabajo, se ponía en marcha; por ejemplo, en los meses de verano se hacía sin más. Sin embargo, ahora conlleva una burocracia.

-Las empresas pagan todo el material: ordenadores, internet, consumibles, gas o electricidad. Aquí puede ser una pesadilla cómo calcular el incremento de gasto por ejemplo en calefacción o limpieza. Por eso, algunas empresas dan un complemento fijo al salario de la misma forma que hay un complemento de transporte. Las empresas se encuentran ante un cara o cruz en el que aún la moneda está girando en el aire. Tienen que asumir el coste de los equipos que se llevan a casa los empleados, pero a su vez tienen los equipos en su sede física, además de alquiler de la oficina. Por eso algunas empresas prefieren la vuelta de sus empleados a las centrales: se quitan de problemas.

-Los empleados que trabajen a distancia tendrán los mismos derechos que los que estén en la sede de la empresa: mismo sueldo, formación, promoción, etc. 

-El teletrabajador tiene derecho a la desconexión digital ya que su disponibilidad sólo es en los tiempos de horario de jornada.

– La más importante: la decisión de trabajar a distancia será “reversible” en cualquier momento tanto para la empresa como para el trabajador. Pruebe a ver qué tal y si no, ya sabe, podrá volver a su querida oficina.

Pros y contras del teletrabajo

Entre los problemas que sufre el teletrabajador se encuentran el aislamiento, la desvinculación con la empresa (que a su vez genera inseguridad) y el trabajo autogestionado sin posibilidad de hacerlo en equipo. 

En el caso de la empresa, los problemas son las inversiones en tecnología y la formación a los empleados, los costes burocráticos, la vulnerabilidad en la transmisión de la información entre empresa y empleado y la pérdida de sentimiento de unión de los empleados. Además, es más difícil trabajar en equipo y surgen los problemas de comunicación con el empleado (llamarle y comunica, etc.).

Entre las ventajas: mejora del medioambiente pues se evitan traslados a la oficina, ahorro en comidas fuera de casa, mejora la conciliación laboral. Beneficios para la empresa: puede contratar a los mejores profesionales allá donde estén sin el condicionamiento de la distancia, ahorro en instalaciones, fomento del trabajo en lo importante: consecución de objetivos, no pasar horas en la oficina.

Para saber más

Muchos de los estudios sobre teletrabajo que nos hemos encontrado no están actualizados con la nueva normativa. Entre los que sí lo están encontramos la “Guía Sindical Sobre Teletrabajo” del sindicato USO y otro de la consultora KPMG.

¿Qué sucede con los funcionarios?

Para empezar, el Gobierno central publicó su Real Decreto-ley 29/2020 de 29 de septiembre de medidas urgentes en materia de teletrabajo en las Administraciones Públicas. Se aplica a 2,5 millones de trabajadores públicos. Esa es la base y partir de aquí las comunidades tienen 6 meses para adaptarlo a su personal propio. Pero algunas se han adelantado, como el decreto 79/2020 del 16 de septiembre de la Comunidad de Madrid.

«Teletrabajo, una nueva -y peor- vida», por Pilar Cernuda

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PILAR CERNUDA, periodista


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Teletrabajo, una nueva -y peor- vida

Zoom, Hangout, Skype … no hay día en el que no incorporemos una nueva palabra a nuestro vocabulario, pero desde hace tiempo la mayoría de ellas son tecnicismos, relacionadas con el proceloso mundo de internet y sus innumerables aplicaciones.

Internet. El mejor instrumento de comunicación desde que se inventó el teléfono, aunque eso no significa que su utilización haya significado siempre una mejor calidad de conocimiento ni tampoco que las relaciones sean tan enriquecedoras, tan cercanas, tan cálidas, como las que se mantienen cara a cara o a través de conversaciones telefónicas. Las redes sociales, paradigma del mundo asombroso e infinito que se abre a través de internet, pocas veces cumplen el objetivo que debía ser prioritario: participación, comunicación, conocimiento, y en excesivas ocasiones han sido utilizado por desaprensivos, delincuentes informáticos y personajes de la peor calaña para lanzar noticias falsas, destrozar biografías o colocar en las alturas a personajes que no lo merecían; han cambiado gobiernos, promovido partidos extremistas y captado ingenuos con engaños para introducirlos en peligrosos mundos, entre ellos el del terrorismo islamista.

Internet sin embargo ha sido providencial ante una pandemia que asola el mundo; se puede llevar por delante millones de muertes y ha provocado una crisis económica que puede dejar atrás la del 29. Solo en España se calcula que en los próximos meses se triplicará el número de parados, y eso tirando por lo bajo. Si no son más es gracias al teletrabajo. El bendito teletrabajo que se puede realizar gracias a sistemas como los ya mencionados y muchos otros que hoy manejan con total normalidad un porcentaje inimaginable de la población mundial. Teletrabajo que tiene su prolongación en el mundo educativo, con la enseñanza online en colegios y universidades. Una forma también de teletrabajo, pues tanto profesores como alumnos se empeñan en aprender, divulgar y comprobar si funcionan o no las fórmulas que ha sido necesario inventar con urgencia para sustituir las clases presenciales.

El teletrabajo se ha convertido en manual de supervivencia ante un virus letal que nos encierra, cercena los contactos con familiares y amigos, e impide recorrer paisajes más allá del tantas veces recorrido, tantas veces repetido. El teletrabajo permite mantener una mesa y una silla en la que desarrollar lo que uno puede aportar al negocio o empresa al que se dedica profesionalmente, y tangencialmente ha obligado a cambiar hábitos y sumar nuevos conocimientos. Tecnológicos casi siempre –lo que hemos aprendido sobre metodologías que nos parecían inalcanzables por su complejidad…- pero también nos ha enseñado a vivir de otra manera. Con una disciplina en casa que nunca habíamos tenido, con el cumplimiento de un horario estricto. Hemos creado en casa un rincón solo nuestro, con un ordenador que no siempre ha sido fácil conseguir, menos aun cuando son varios en familia, todos ocupados en horario escolar o laboral. No son baratos y no siempre las empresas facilitan el material.

Una ley redactada con urgencia ha llevado al BOE el mes de octubre las normas para teletrabajar, pero en la mayoría de los casos somos nosotros mismos, y nuestros jefes, los que marcamos las propias reglas. Ha habido abusos, con horarios que se prolongaban mucho más allá del que se cumplía en una oficina, pero pocos se atreven a quejarse; es un lujo contar con un trabajo en estos tiempos aciagos.

El teletrabajo ha traído costumbres e incluso manías que no formaban parte de nuestra rutina. Además de la disciplina llevada a rajatabla, se ha acabado estar en casa descuidadamente y sin arreglar; ante los compañeros que nos observan y hablan a través de la webcam aparecen casi siempre librerías, lo que demuestra que se ha intentado colocar el ordenador de manera que salga algo parecido a un despacho, una mesa bien ordenada, un mueble bonito, un cuadro que demuestre nuestro gusto. El teletrabajo es un poco como recibir en casa, y la casa la queremos presentable, acogedora, bien.

La mejor cara de esa fórmula de trabajo es que mantenemos el empleo, nos salvamos de la angustia del paro que en estos tiempos de pandemia nos parece irreversible; es difícil afrontarlo con esperanza. La cara más amarga es que perdemos algo tan sano, sobre todo para los españoles, para los latinos, como es vernos las caras de frente, no a través de una pantalla. El teletrabajo desmonta una forma de vivir, de tratar a familiares y amigos, de compartir unas copas al llegar la hora de la salida. Impide conocernos mejor, intercambiar confidencias, ampliar el círculo, coger una mano al amigo o amiga, abrazar, consolar con un gesto de cariño.

Sobrevivimos al destrozo de la pandemia, sí … pero no vivimos la vida que queremos vivir, que merecemos vivir.