Criptoarte, una moda inversora que exige atención

ESFERA CULTURAL

"Criptoarte", una moda inversora que exige atención

La rentabilidad de algunas inversiones en obras artísticas inmateriales ha sido notable, pero una potencial volatilidad similar a la de las criptomonedas y la complejidad del mercado, plantean dudas de su viabilidad para no expertos.

JULIÁN DÍEZ

La moda de 2021 es comprar el título de propiedad de cosas inmateriales. Naturalmente, la explicación es algo más compleja, pero en líneas generales se trata de un fenómeno en el que es difícil determinar qué tiene más peso, si la similitud con un mercado de arte confuso pero muchas veces rentable o con la burbuja especulativa de las criptomonedas, de incierta evolución.

Hay quien piensa que entrar a tiempo en este fenómeno supondrá ganancias, y quien ve en él un nuevo caso de tulipomanía, término que se utiliza para las distintas inflaciones artificiales, inspirado en la locura por los tulipanes de la Holanda del siglo XVII.

Objetos no fungibles. Intentemos explicar este tipo de comercio artístico de la manera más sencilla y desapasionada posible. Los NFTs (Non-Fungible Tokens), objetos no fungibles, es decir, que no se desgastan) son títulos de propiedad de ficheros digitales que, de hecho, están disponibles y al acceso de cualquier persona. Pueden ser fotos, composiciones artísticas, columnas de periódico, tuits o literalmente cualquier cosa digitalizable, y por la que su creador haya abonado unos euros (en criptomonedas) para crear un título de propiedad con una tecnología conocida como blockchain.

Pero pese a que esas «obras» sean accesibles, sólo habrá un dueño: quien tenga el título de propiedad de blockchain, único, intransferible e inviolable debido a que la tecnología con la que se crea es descentralizada y tiene las mismas posibilidades de venirse abajo que la propia internet en su conjunto (al menos, esa es la teoría ahora mismo). Cualquiera puede ver el primer tuit de la historia, que publicó el CEO de la empresa, Jack Dorsey; pero dueño sólo hay uno, una persona anónima que pagó 2,9 millones de dólares por el derecho a serlo de manera oficial.

Para muchos, esta revolución lleva el concepto del arte ya demasiado lejos, pero la historia está repleta de momentos en los que se han operado cambios que pudieron parecer igual de chocantes en su momento. Recordemos, por ejemplo, el impacto de la fotografía, una reproducción fidedigna de la realidad de la que se podían llevar a cabo incontables copias, en contraste con todo lo asumido previamente en torno a la pintura. Los desafíos de Marcel Duchamp convirtiendo un urinario en objeto artístico, la asunción progresiva del cine, el cómic o los videojuegos como formas de arte, la comercialización de manifestaciones artísticas intangibles como el videoarte o las performance, o la venta de las litografías certificadas por los autores (copias, al fin y al cabo), como «obras de arte originales al alcance de la clase media», son algunos de los fenómenos que ha vivido el arte en el último siglo y pudieron considerarse en su momento tan disruptivos como el de los NFTs.

¿Una buena inversión? Precisamente, según los defensores de este fenómeno naciente, los NFTs vienen a dar respuesta a una cuestión abierta: ¿cómo dar valor a una obra que puede reproducirse de forma exacta e ilimitada? Si se considera que «la propiedad» es un concepto demasiado etéreo para servir de respuesta, se puede tener en cuenta otro fenómeno reciente: la revitalización del mercado de los discos de vinilo en una era en que la música está al alcance de cualquiera, gratis o por una reducida suscripción mensual. Sin embargo, en ese caso está implicada la posesión física de un objeto, la mística incluso que le puede rodear, que es justo lo que no pueden tener los NFTs.

Más allá de las cuestiones puramente artísticas, ¿son estos títulos de propiedad una buena inversión? La respuesta es difícil de dar, justo en el momento en que sus hermanas con mayor protagonismo financiero, las criptomonedas, atraviesan una fase de volatilidad, después de años en los que han multiplicado su valor, y no faltan incluso los vaticinios de derrumbamiento. Las voces que insisten en una u otra dirección son igual de abundantes en los dos sentidos. Indudablemente, habrá quien se enriquezca con el criptoarte lo mismo que habrá quien se equivoque en las compras, sin contar con que se intuye que será un mercado propicio para avispados faltos de escrúpulos ante la necesidad de conocimientos técnicos de cierto nivel (o un asesoramiento fiable) para garantizar la validez y rentabilidad de las adquisiciones.

Por el momento, lo que sí puede asegurarse es que las cantidades en juego han crecido sustancialmente en el último año. Según un departamento especializado de BNP Paribas, el sector movió 338 millones de dólares en 2020, un incremento de un 138% respecto al año anterior, y en abril de 2021 ya se había alcanzado esa cifra, que por tanto en teoría podría fácilmente triplicarse a lo largo del año. Pero sufrió un parón en seco en mayo. La venta estrella hasta el momento fue la de «Everyday’s: The First 500 Days», un collage con 500 fotos de las que lleva haciéndose diariamente desde hace más de una década el artista conocido como Beeple (Mike Winkleman), que fue vendida en Christie’s por 69 millones de dólares.

Casos de éxito. Otros casos de éxito de los últimos meses han sido la venta en Sotheby’s de obras sueltas del colectivo Pak por 16,8 millones de dólares; la reventa del corto del propio Beeple «Crossroad 1/1» (diez segundos de duración) por parte del coleccionista Pablo Rodríguez-Fraile a un comprador anónimo con una revaloración de 66.666 a 6,6 millones dólares; o las ventas de algunos memes populares de internet, como el gato pixelado sobre un arcoiris Nyan Cat por 600.000 dólares, o la de la foto conocida como «Disaster Girl» de una niña sonriendo ante su casa en llamas, que la protagonista vendió por 400.000 dólares.

«Disaster Girl», Zoe Roth, que hoy tiene 21 años, tuvo el buen criterio de aprovechar una de las ventajas del blockchain: introdujo en el contrato de venta una cláusula, que figura en el propio fichero, por la que obtendrá un porcentaje de posibles reventas futuras. Un elemento que convierte en muy atractivo este formato para los artistas, que vienen reclamando hace tiempo ser partícipes en alguna medida de esa revalorización de sus obras cuando ya no están en sus manos. La tesis es que no es justo que un artista que vendió por unos cientos de euros sus primeras obras vea cómo luego se revenden por cientos de miles o millones sin percibir ni un euro.

Algunas productoras de cine, la NBA de baloncesto (que ha creado su propio mercado virtual, Top Shots), la BBC o Samsung, además de las principales casas de subastas, se cuentan entre las grandes empresas que han manifestado su interés por estas formas de comercializar sus productos y que se han puesto a la cabeza en una revolución cuyo alcance todavía no es fácil de adivinar. Sin que pueda descartarse, tampoco, un pinchazo súbito.

Una faena taurina y los derechos de la propiedad intelectual

Entre los NTFs ((Non-Fungible Tokens) que se han vendido en los últimos tiempos con gran notoriedad mediática están algunas jugadas deportivas. El hecho seguramente será empleado en la causa que viene emprendiendo en los últimos tiempos el torero Miguel Ángel Perera, respaldado por el abogado y matador retirado Hugo de Patrocinio, para registrar como propiedad intelectual una faena que realizó en 2014 en la plaza de Badajoz. La intervención de Perera esa tarde fue grabada y se presentó en el Registro de la Propiedad Intelectual junto con un libreto descriptivo, pero su registro fue rechazado. Comenzó un largo proceso que llegó el pasado mes de febrero al Tribunal Supremo, que confirmó la imposibilidad del registro: en su sentencia, se indicaba que la faena era irreproducible por tener elementos aleatorios, además de no poder determinarse cuáles de sus componentes eran originales. El ejemplo aducido por la defensa de Perera, que las coreografías sí son admitidas, servía al tribunal para incidir en que están pautadas y pueden repetirse sin factores como el que supone, por ejemplo, el comportamiento del toro. De Patrocinio aseguró en varias entrevistas que estaban meditando recurrir ante el Constitucional, y sin duda los elementos aleatorios presentes en un partido de baloncesto pueden ser usados como argumento. Eso sí, tendrán que considerar una cosa: quien ha vendido el NFTs de un tapón de Lebron James ha sido la NBA, la entidad en sí, no el jugador ni los cámaras que tomaron la imagen.

Otras fuentes

Uno de los aspectos polémicos del blockchain es el coste energético para su mantenimiento, que se explica en este reportaje.

El reportaje de la agencia Reuters sobre el fenómeno del vídeo de Beeple, revendido por 6,6 millones de dólares, comienza con el propio vídeo, de diez segundos.

El BBVA publicó recientemente un análisis del fenómeno original de la tulipomanía.

Un artículo muy crítico sobre todo el fenómeno, tras un par de meses de elevación de los precios.

Las esculturas invisibles de Salvatore Garau

Este mes de mayo, coincidiendo con todo el fenómeno del criptoarte, se anunciaba la venta de una escultura inexistente por 15.000 euros. El artista sardo Salvatore Garau sacó a subasta inicialmente su obra «Io sono» en una conocida galería milanesa por 6.000 euros, pero las pujas se elevaron. «Io sono» no es nada, en contradicción con su título. El comprador sólo recibirá el certificado de garantía del artista, con la descripción de la obra: «Escultura inmaterial para colocar en una casa particular dentro de un espacio libre de cualquier estorbo. Dimensiones variables, aproximadamente 150 x 150 centímetros». Según Garau, «en el vacío hay un contenedor de posibilidades positivas y negativas que son constantemente equivalentes; en definitiva, hay una densidad de eventos». Garau ya expuso ante la Scala de Milán un «Buda en contemplación» consistente en un cerco blanco sin nada en su interior, y ha anunciado nuevos trabajos de carácter similar en vista de la resonancia de estos. Aunque Garau ha conseguido atención mediática con estas propuestas, recordemos que otras similares jalonan la historia de otras artes: desde los lienzos en blanco (como los de Robert Rauchenberg) o monocromos que abundan en la pintura contemporánea hasta la obra «Cuatro, treinta y tres» del compositor de vanguardia John Cage, consistente en ese periodo (cuatro minutos y treinta y tres segundos) de completo silencio. Dividido en tres movimientos, eso sí.

Entrevista a Joaquín de Luz, bailarín y coreógrafo. Director de la Compañía Nacional de Danza

ESFERA CULTURAL

Joaquín de Luz,

bailarín y coreógrafo. Director de la Compañía Nacional de Danza

«La danza sigue siendo la hermana pobre de las artes»

Conocido por su escalofriante facilidad en el salto, su carrera despegó en Estados Unidos cuando, poco después de su llegada, materializaba su aspiración de bailar en el American Ballet Theatre (ABT), al que siguió el New York City Ballet (NYCB) donde, en enero de 2005, era ya bailarín principal. Premio Nacional de la Danza 2016, se hizo universalmente familiar cuando su sonrisa chispeante brilló en los televisores entre burbujas de un conocido cava. En la actualidad dirige la Compañía Nacional de Danza (CND).

JUAN ANTONIO LLORENTE

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Deja España casi adolescente porque las cosas no estaban bien para la danza. ¿Vuelve porque todo ha cambiado?
No todo. La verdad es que hay poca diferencia desde cuando me fui. Tanto en el sector público como en el privado, se continúa maltratando a la danza, que sigue siendo la hermana pobre de las artes. Estoy aquí para intentar hacer todo lo que esté en mi mano para que no sólo la Compañía sino la situación de la danza en el país, cambien para mejor.
Hace dos años comprobaba el momento de la CND como bailarín invitado. Al ofrecerle su dirección, ¿le costó trabajo aceptar?
Ningún trabajo. Dar el sí era una opción bastante obvia. Aunque no tenía claro si iba a volver a España, decidí hacerlo sí o sí pensando que podía devolver algo de lo que he aprendido. Intentando con todo mi ímpetu que la Compañía siga creciendo hasta estar en la Primera División, que es donde se merece. Con esa determinación he venido.

«He tenido la suerte de poder compartir escenario con algunos de los que veía como grandísimos iconos»

Se marchó porque quería “bailar Clásico y ver qué había fuera”, con el sueño de pisar un día las tablas del ABT del que, con 21 años era ya bailarín solista. Fue “el pago a todos los sacrificios”, ha dicho. ¿Tantos fueron?

Sí. La nuestra es una vida dura. No sólo por la naturaleza de la profesión en sí, que te lleva a renunciar a muchas cosas. Mi día a día era el normal: salía con mis amigos y hacía lo que ellos, aunque tenía que trabajar además en el estudio. Pero aquella actividad, al no considerarla trabajo, no la veía como un sacrificio. El sacrificio vino cuando tuve que dejar mi país y mi familia, para irme a un país extraño sin hablar la lengua. Fue muy duro. Y luego, lo que implica someter a tu cuerpo a esa prueba que está totalmente contra las leyes de la Naturaleza, y afrontar todas las adversidades que tiene la carrera.

Como recompensa, pudo codearse con algunos hasta entonces mitos para usted. ¿Qué sintió al verse cara a cara con ellos?

En ese sentido, me considero un afortunado, porque algunos de los que habían sido grandes ídolos míos, desde que llegué a Estados Unidos me acogieron debajo de sus alas, como se dice allí. Siempre me trataron muy bien, mostrándome desde el primer momento el camino a seguir. Al margen del aprendizaje viéndolos bailar, he tenido la suerte de poder compartir escenario con algunos de los que veía como grandísimos iconos. El más grande de ellos, Baryshnikov, la persona por la que empecé a bailar, mi ídolo mayor, fue muy generoso conmigo. Compartimos muchas cosas en mis dos últimos años en Nueva York. Esa experiencia es un regalo que llevo conmigo y espero poder transmitir a otras generaciones.

Después de 23 años de aventura americana, vuelve con una maleta de sueños. ¿Cuál es el más inmediato a materializar?

Que la danza esté donde se merece, y que la CND tenga el reconocimiento debido en todos los planos. Como ya cuenta con el del público, mi siguiente sueño es que con la producción que acabamos de presentar en el Teatro Real y la de ahora en el de La Zarzuela, seamos capaces de emocionar en un momento tan especialmente doloroso como el que estamos viviendo. Me parecía importante estar ahí, en el escenario, y tocar el corazón de la gente, porque creo que lo necesita. Y para ello, nada mejor que una historia como la de Giselle, donde el amor vence a todas las cosas.

“En el baile es muchísimo lo que se da”, también palabras suyas. ¿Qué se recibe a cambio?

Se recibe muchísimo. Son pocas las emociones comparables a la que el bailarín vive al salir al escenario. La sensación de que el tiempo no existe en ese instante en que estás entre bambalinas, oliendo el silencio que precede a la música, no es de este mundo. Hablo de ese umbral, que te remueve por dentro, haciendo volar mariposas en tu interior para que, una vez sales, todo sea magia.

Su maestro Víctor Ullate le transmitió la imagen del puente de doble sentido que se ha de establecer para conseguir esa íntima comunión con la audiencia.

Exacto. Debes formar un vínculo muy especial con el público y, si lo encuentras, puedes estar seguro de que ese momento no lo olvidará fácilmente.

Comunicar, ¿ha sido el objetivo fundamental que se ha fijado en su carrera?

Siempre. Si hasta ahora ha sido como intérprete, en esta nueva etapa espero hacerlo como director a las nuevas generaciones.

¿Puede transmitirle esa magia a un bailarín cuando es usted quien lo dirige?

Lo intento, aun asumiéndolo como tarea nada fácil, porque son ellos los que tienen que buscar en su interior qué quieren decir y cómo mostrarlo. Investigando mucho sobre qué pasa con los silencios y cómo conectar con el público, me ha resultado muy interesante comprobar cómo funciona esto en otras danzas, en otras culturas, llegando a la conclusión de que los grandes iconos de la danza, como Nureyev o Baryshnikov, no tenían que hacer ni un sólo paso. Desde que salían al escenario, no podías quitar los ojos de ellos. Eso es consecuencia de una energía interior; una inteligencia; una manera de controlar el silencio y la pausa. En esta sociedad en la que vivimos, en la que vamos siempre acelerados, echo en falta la pausa; me sobra el exceso de alboroto. Es preciso tiempo para disfrutar el presente. En un segundo en que no pase nada, ¡se puede contar tanto!

Durante un extenso paréntesis, que incluye la larga regencia de Nacho Duato y el efímero paso de Hervé Palito, en la CND se menospreció el apartado clásico. ¿Se ha subsanado esa carencia?

José Carlos Martínez, a quien sucedo en el cargo, empezó la importante labor de reintroducir el clásico, pero creo que no le dio tiempo a consolidar su proyecto, y todavía existe un poco de cojera al respecto. Mi labor consiste en equilibrar ese déficit. Como me gusta tanto el neoclásico, he apostado fuerte por él, y quiero que la mayor parte de este repertorio la bailen casi todos los integrantes y luego haya casos en ambos extremos: contemporáneo y clásico puro. Creo que se pueden hacer muchas cosas bonitas: que la gente baile mejor; que tenga más musicalidad, algo para mí fundamental, porque de siempre la música es parte imprescindible de mi proyecto: de cómo concibo la danza. Así que estoy superfomentando todo esto, para luego conseguir una identidad. Creo que estamos en el buen camino, y que está funcionando mi idea de cómo subir el nivel de la Compañía.

Su presencia hace unos días en el Teatro Real con la CND bailando una de las coreografías, ¿se puede interpretar como que no va a abandonar el baile en esta etapa?

Ni descarto ni confirmo que vaya a seguir bailando. Si lo he hecho ahora ha sido por volver a estar con Gonzalo García, mi compañero de reparto en el estreno del Concerto en 2008, por tratarse de algo muy especial. Alexei Ratmansky, el coreógrafo que creó la pieza entonces pensando en nosotros dos, preguntó: ¿Por qué no la hacéis vosotros? Al principio lo tomé como una broma, porque estamos hablando de uno de los ballets más duros que hay. Acepté por encontrarme bien. Y, mientras siga así, en casos puntuales, me apetece participar en alguna cosa. Pero no demasiadas, porque quiero dar la oportunidad a mis bailarines.

Ahora, como coreógrafo, ¿veía la necesidad de revisar el montaje?

Definitivamente sí. No sólo de revisarlo, sino de revisionarlo, desde una óptica que, más que bonita, diría que es muy especial. Hay partes que considero inamovibles y así las dejo, pero otras no tengo por qué. He contado para ello con un equipo artístico y un elenco increíbles, empujándome para salir de mi zona de confort. Como experiencia, cualquier artista calificaría el resultado de maravilloso.

En estos casos, los puristas pueden clamar anatema. ¿No teme a los que reniegan por hacer algo que les parece altera el espíritu de la música de Adam?

… es que ya soy muy mayor, y tengo mucho rodaje para temer al purista. Por una lesión de espalda que tuve, me diagnosticaron que me tendría que despedir del escenario. Cuando por fin volví, me olvidé de pensar en puristas ni en críticos. Ni siquiera en complacer a nadie. Todo se convirtió para mí desde entonces en un regalo. Así tiene que ser, creo yo: que cada vez que sales al escenario sea como si no supieras si va a ser la última.

DÓNDE ENCONTRARLE

Instalado en su sede madrileña desde hace algo más de un año,
la actividad de Joaquín de Luz es hoy fácil de seguir.
Su día a día, por la detallada agenda de la Compañía que dirige.

Y a través de los canales de comunicación, por
alguno de los testimonios que han hecho historia en
los principales escenarios del mundo a lo largo de un cuarto de siglo.