Entrevista a Fernando García de Cortázar, historiador

ESFERA CULTURAL

Fernando García de Cortázar,

historiador

“El patriotismo es un parentesco que debe basarse en un pasado común”

Si en los reconocimientos a su actividad pesaba la sombra del catedrático de Deusto, el historiador o el novelista, Fernando García de Cortázar empezaba este año recibiendo el Premio Bravo, destinado a profesionales de la comunicación, con que le había distinguido en diciembre de 2020 la Conferencia Episcopal Española. En estos momentos ultima un nuevo trabajo, que vendrá a sumarse a las más de setenta publicaciones que acumula.

JUAN ANTONIO LLORENTE

Se le otorga el Premio Bravo por su servicio a la dignidad del hombre, los derechos humanos y los valores evangélicos. A estas alturas, ¿qué le ocupa -o preocupa- más de todo ello?
Cuando, al pasar de los años, en distintas ocasiones se me ha pedido que ofrezca una radiografía de mi vida, siempre ha quedado reflejado mi pensamiento de la Providencia de Dios, herencia inequívoca de una familia de doce hermanos y mi sentido de gratitud a las personas e instituciones que han sido generosas conmigo. Hoy mi inventario de agradecimientos incorpora a la Conferencia Episcopal Española por concederme el Premio Bravo de Comunicación, razonado con los argumentos que usted recoge. Desde hace ya muchos años me esfuerzo en que el humanismo de tradición cristiana vuelva a ser la referencia que nos defina, de tal forma que nuestros valores, los propios de la civilización occidental, recuperen su hegemonía. Bajo esa perspectiva debo afirmar que la dignidad del hombre y los derechos humanos son inseparables del mensaje de Jesús y que creyentes y no creyentes deben ver en el Evangelio el hecho civilizatorio más importante en la historia de la Humanidad.

Al Viaje al corazón de España, sobre el que conversamos en estas páginas, le ha seguido Y cuando digo España. Cuando dice España: ¿pesa más el paisaje, en tanto que viajero, o el paisanaje, como hombre de reflexión?
Sin duda es mi libro más patriótico, en el que como Antonio Machado sólo quiero recoger todo aquello que me emociona, los sueños de una nación profundamente viva, que con Jorge Guillén “quiero, quiero. Viva después de mí”. En esta obra pesa más el paisanaje -las grandes realizaciones materiales de los españoles, los iconos de España, sus apasionantes creaciones del alma, la deuda del mundo con nuestra patria-, pero también hay un hueco para el atlas de la belleza paisajística de nuestro país.

Apuesta por reactivar el patriotismo cultural, que nos une, y del que podemos sentirnos orgullosos. ¿Al español le falta orgullo de pertenencia? ¿Somos demasiado críticos con lo nuestro?
Hoy, con la continuidad misma de España cuestionada y nuestra convivencia resentida, queda bien claro el alto precio a pagar cuando se depone la fuerza de nuestra cultura, el vigor de nuestro significado histórico. El patriotismo es un parentesco que debe basarse en un pasado común, y lo saben todos los planes de estudio que han construido naciones con su aprendizaje de la Historia. En España necesitamos urgentemente reforzar nuestra endeble conciencia nacional, que debe ser cultivada como lo es la piedad en la infancia, en las familias de militancia religiosa. Nadie durante estos últimos cuarenta años ha cantado las baladas de la nación como hicieron los intelectuales de comienzos del siglo XX cuando se preguntaban por España. Muchos de estos hicieron ver que no bastaba con las reformas sociales y la afirmación de la democracia: había que creer en algo más. Y esto era el patriotismo cultural que cohesiona a los ciudadanos al fundamentarse en la emoción, en la grandeza de un patrimonio del que pudieran sentirse orgullosos. A través de la recuperación del tesoro de las manifestaciones literarias, filosóficas, artísticas, culturales en general, los españoles confirmarían la existencia de una personalidad nacional, más allá de cualquier esfuerzo político por impugnarla, más allá de toda indolencia cívica para preservarla.

“No creo que exista un historiador cabal que desprecie la aportación que a la Historia puede hacer la buena literatura”

¿Estamos viviendo un momento crucial del que quiere dejar testimonio? La historia, nos recuerda Walter Benjamin, no es el puro recuento de lo que suponemos sucedió en el pasado, sino lo que brilla en un instante de peligro. Durante las últimas décadas hemos rodado por una pendiente de desidia intelectual; de complaciente ignorancia; de feroz relativismo; de altanera deslealtad a nuestros principios. Se ha preferido el entretenimiento a la cultura; el placer al esfuerzo; la intensidad de los momentos fugaces a la tenacidad de una obra duradera, y hemos acabado borrando el perfil rotundo de nuestra nación. La tormenta en la que vive España desde hace unos cuantos años ha producido un desarme ideológico de tal magnitud que la sociedad se ha visto desprotegida ante todo lo hermoso que nuestra civilización había levantado, convertido en tierra donde habita el olvido. Quien ha defendido el concepto Patria en tantas acepciones, ¿cómo reacciona cuando alguien sugiere cambiarlo por el de Matria?  Podría interpretarlo como una gracieta y provocarme una sonrisa si no obedeciera a una perversa manipulación del lenguaje. Tenía razón el evangelista Juan cuando decía que todo comienza en el verbo, todo arranca de la palabra. También el desbarajuste doctrinal; la arrogancia impostada; el populismo desmelenado; el feminismo desorejado; la excitación iletrada de quienes creen que nos pueden mandar. Su primer trabajo novelístico, Tu rostro con la marea, recibió el Premio Novela Histórica Alfonso X el Sabio. Al escribir, ¿siempre aflora el historiador? Siempre aflora el amante de la historia y la literatura. Porque si la historia es la ciencia del cambio, que lo es, ella misma tiene que cambiar en sus métodos y dar ejemplo de adaptación a sus destinatarios. En mis más de setenta libros he tocado todos los palos en la Historia y como dijo un prestigioso crítico literario, estaba cantado que acabaría escribiendo una novela. Que mi preocupación por la belleza de la narración y mi voluntad de estilo me llevarían a abordar en serio la ficción y la literatura con el objeto de experimentar las posibilidades que ofrecían estas para la reconstrucción viva del pasado. No creo que exista un historiador cabal que desprecie la aportación que a la Historia puede hacer la buena literatura. Para escribir Tu rostro con la marea pude disponer de viejas lecturas almacenadas desde mis años de formación humanística en la Compañía de Jesús. A ellas debo la familiaridad con Günter Grass, Robert Musil, Thomas Mann, Kipling, Joseph Roth o Cesare Pavese, de lectura obligada para moverme en el período de entreguerras y dibujar el panorama de aquellos años de llamas, la era de los huracanes de acero. Tras la segunda, Alguien heló tus labios, nos dejó con ganas de más. Si cada nuevo título le absorbe algo más de dos años… nos debe dos. Mis lectores, si es así, tendrán que esperar o perder toda esperanza de que vuelva a la novela porque ésta es mucho más exigente en tiempo que el ensayo, y a mí me reclama una atención que en esta hora grave de España prefiero dedicar a los contratiempos de mi patria. Ahora mismo estoy trabajando en los últimos capítulos de un nuevo ensayo que mezcla paisaje e historia a través de un emocionante y comprometido relato, que se lee desde las inquietudes del presente.  ¿Trabaja sin presiones de agentes? No tengo agente, aunque en distintas ocasiones varias personas me han ofrecido representarme. A mí las presiones me vienen de los editores que, con su amistad, me chantajean para que salte de una editorial a otra o para que cada año publique un libro. ¿Concurre a premios literarios? ¿Le interesan?  ¡Oh, no! Soy muy mayor para ejercer de meritorio y creo que los premios literarios deben empujar la creatividad de los más jóvenes y la acogida por las editoriales mientras que los viejos debemos defendernos con nuestra trayectoria y el conocimiento que el público tiene de nuestra obra. Cuando escribe, ¿piensa en “su” lector? ¿Qué le pide? ¿Qué se exige a cambio? ¡Claro que pienso! Siempre he pensado en los lectores y más en concreto en los que me vienen siguiendo desde hace más de cuarenta años. Busco apasionadamente la claridad, la seducción del lenguaje, el instruir deleitando, como decían los clásicos, y evito con idéntica pasión el aburrir a quienes leen mis libros, procurando no mortificarles con un léxico profesoral de casta universitaria, de petete sabelotodo. Les exijo a cambio que no equiparen la fácil comprensión y la lectura amena con la falta de profundidad, que además no sé exactamente lo que es. Dice Saint-Exupéry en El Principito: “Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás”. ¿Es indulgente consigo mismo? Veo que conoce mis gustos literarios. Cuando el gobierno francés me condecoró con las Palmas Académicas agradecí la distinción con un discurso en el que afirmaba mi querencia por Francia, al estar entre mis escritores favoritos Saint-Exupéry, Montaigne y Camus. La máxima de “El Principito” precipita ahora mi examen de conciencia para concluir que a lo largo de mi larga carrera universitaria jamás he participado en peleas entre historiadores ni en juicios públicos por la labor de mis colegas. ¡Ah!, por supuesto, no me flagelo, ni llevo ceniza en la cabeza para acordarme de que mis libros tendrán una vida finita.

«Busco apasionadamente la claridad, la seducción del lenguaje, el instruir deleitando, como decían los clásicos»